—Éstos son Richard Lawrence y Karen Chase —les presentó Cooper—. Vienen de Bigginford.
—Eso está a kilómetros de distancia —comentó Jack en voz baja.
—Tienen un maldito helicóptero, so idiota —suspiró Croft, enojado por un comentario tan estúpido.
La sala se quedó repentinamente en silencio y expectante. Nadie hablaba, y aun así cada uno de ellos tenía innumerables preguntas que formular. Donna se aclaró la garganta.
—¿Así que se pasan todo el tiempo volando por ahí en medio de la noche en busca de supervivientes? —El tono de su voz era inesperadamente sarcástico y resultaba claro que no confiaba en ellos.
—Normalmente, no —respondió Karen, igualando su desconfianza.
—Entonces, ¿cómo nos han encontrado?
—Hace algún tiempo que sabemos que pasaba algo por aquí.
—Pero no sabíamos qué —continuó Richard, jugando con su corta barba de tonos canosos mientras hablaba—. Todo lo que podíamos ver desde allí arriba eran unos pocos miles de cadáveres. Sabíamos que les debía atraer algo, pero no sabíamos qué.
—¿Dónde estaban? —preguntó Karen.
—Bajo tierra —respondió Jack.
—Sobrevolé hace unos días esta zona y resultaba bastante evidente que sucedía algo. Y había muchísimo humo por todas partes, pero no pude ver lo que estaba ocurriendo. Volvimos más tarde y vimos la batalla. Pensamos que algunos habíais podido huir, así que hemos pasado las dos últimas horas volando por los alrededores para encontraros.
Durante un momento no habló nadie, analizando la explicación que acababan de escuchar. Parecía creíble. No tenían ninguna razón para no creer en lo que les habían dicho.
—¿Cómo habéis acabado con un helicóptero? —preguntó Emma.
—Me ganaba la vida volando —le explicó Richard—. Solía trabajar para una emisora de radio local, para la sección de noticias de tráfico que solían emitir. Me encontraba ahí arriba cuando empezó todo esto. Estábamos en medio de la emisión y atacó a la reportera. Era una chica guapa. Murió en el asiento a mi lado...
—¿Sois muchos?
—Por lo que parece, no tantos como vosotros —contestó Karen—. Somos poco más de veinte, pero de momento estamos separados.
—¿Separados?
—Hemos tenido nuestra base en el aeródromo de Monkton desde que empezó todo, pero nos estamos preparando para trasladarnos.
—¿Adónde vais?
—Probablemente lo sabréis por vuestra propia experiencia —replicó Richard, retomando la historia—. En este momento haces un maldito ruido en el exterior y acabas rodeado de estas jodidas cosas antes de que te des cuenta de lo que está pasando. Con el helicóptero y el avión...
—¿También tenéis un avión? —le interrumpió Jack, sorprendido.
—Uno pequeño. En cualquier caso, con el ruido que hemos estado haciendo estamos rodeados por miles de ellos desde que ocupamos el aeródromo.
—Entonces, ¿adónde planeáis ir? —intervino Michael, repitiendo la pregunta—. Seguramente será igual de malo allá donde vayáis a parar.
—Hemos encontrado una isla —explicó Karen.
—¿Una isla? —jadeó Emma, su cabeza se llenó de inmediato con imágenes de playas bañadas por el sol e interminables extensiones de arenas doradas.
—Se encuentra frente a la costa del noreste —prosiguió Karen—. Es fría, gris y deprimente, y no hay casi nada en ella, pero es muchísimo más segura que cualquier sitio del continente.
—¿Es muy grande? —preguntó Michael con rapidez—. ¿Qué tipo de instalaciones tenéis allí? ¿Hay muchos edificios o...?
—Aún es demasiado pronto —le interrumpió Karen, levantando una mano para frenar su aluvión de preguntas—. Hemos pasado un montón de tiempo buscando el emplazamiento ideal y creemos que finalmente lo hemos encontrado. Es un lugar pequeño que se llama Cormansey. Tiene unos dos kilómetros y medio de largo por uno y medio de ancho. Originalmente vivían allí unas quinientas personas. Existe un pueblo pequeño, que es donde vivía la mayoría de gente, y unas pocas casas y chozas repartidas por toda la zona. Hay una pista de aterrizaje en el extremo más alejado de la isla y...
—¿Y qué pasa con los cuerpos? —insistió Michael, desesperado por mantener bajo control su excitación repentina.
Richard se lo explicó.
—Tenemos planeado liquidar lo que queda de la población local. Intentamos llevar por vía aérea unas pocas personas cada día para adecuar poco a poco el lugar. La descubrimos hace sólo unos pocos días. Llevé a tres personas ayer por la mañana y a tres más hoy. Por eso sobrevolé por encima de este lugar.
—Entonces, ¿cuál es el plan?
—Hemos enviado a algunos de los más fuertes para que empiecen a limpiar el terreno. Van a abrirse camino a lo largo de la isla para librarse de los muertos. Como ha dicho Karen, creemos que inicialmente sólo vivían unos pocos centenares de personas y, por lo que hemos visto, parece que muchos de ellos siguen tendidos boca abajo en el suelo. Por lo que sabemos, no hay supervivientes locales, de manera que eso nos deja con varios cientos de cadáveres de los que nos tenemos que deshacer y con una enorme operación de limpieza.
Jack se quedó mirando sobrecogido al piloto. Como todo el mundo a su alrededor, estaba empezando a asumir lentamente las implicaciones de lo que estaba escuchando. Imaginarse en un sitio con la libertad para moverse de un lado a otro sin cadáveres por ninguna parte. Imaginarse en un lugar donde pudiera hacer todo el ruido que tuviera las jodidas ganas de hacer sin temer a las consecuencias. Sonaba demasiado bien para ser verdad. Quizá lo fuera.
—Cuando hayamos conseguido trasladar a una cantidad suficiente de personas, nos empezaremos a instalar en el pueblo —prosiguió Richard—. Tenemos la intención de limpiarlo edificio a edificio hasta que nos hayamos librado de hasta el último rastro de los muertos.
—¿Y el agua y la electricidad? —preguntó Croft, su mente a mil por hora.
—Venga ya, Phil —intervino Donna, pesimista—, no te adelantes a los acontecimientos. ¿Cómo sabemos que todo eso es verdad?
—Han aparecido aquí en un maldito helicóptero, Donna —replicó Cooper, irritado por su actitud—. ¿Por qué tendrían que mentir? Aunque es posible que no sea todo tan fácil como suena.
—Nunca hemos dicho que vaya a ser fácil —intervino Richard—. Estamos al principio y tenemos mucho que hacer, pero no existe ninguna razón para que no podamos conseguir que esto funcione. Y quién sabe, en el futuro es posible que consigamos que el suministro de combustible y electricidad vuelva a funcionar.
«El futuro —pensó Michael—. Maldita sea, estos dos supervivientes que han aparecido de repente caídos del cielo se encuentran en una posición lo suficientemente fuerte como para poder permitirse el lujo de pararse a pensar en el futuro. Vale, está claro que tienen una enorme cantidad de trabajo por delante y el peligro al que se enfrentan no ha dejado de existir, pero al menos pueden ver el final del mismo. Pueden ver el rumbo que podría tomar el resto de sus vidas. Yo, en comparación, no sé en qué dirección correr ni a qué me tendré que enfrentar por la mañana.»
La conversación continuó a medida que más supervivientes, antes en silencio, recuperaron de repente la voz y plantearon cada vez más preguntas a los recién llegados. Conforme respondían con paciencia a los interrogantes, quedaron cada vez más en evidencia los detalles claros y racionales del plan. Cada uno de los supervivientes empezó a comprender la importancia en potencia de lo que estaban escuchando.
Durante una pausa muy breve apareció una pregunta inesperada.
—¿Sabéis lo que ha ocurrido? —planteó una mujer, su voz baja, insegura de si debía haberlo preguntado.
Todas las conversaciones quedaron silenciadas.
—¿Y vosotros? —preguntó Richard retóricamente al grupo. Sobre la sala cayó un silencio sepulcral—. ¿Y vosotros qué? —preguntó de nuevo, esta vez mirando directamente a Stonehouse y a los otros tres soldados enfundados en trajes de protección que estaban a su lado—. Tenéis que saber algo.
—No nos explicaron nada —contestó Cooper por él.
—¿También eres militar?
—Lo era.
Richard se quedó mirando el vacío y reflexionó cauteloso antes de hablar de nuevo.
—Mirad, os puedo decir lo que me han explicado, pero no os puedo decir si es cierto o no.
—¿Cómo es posible que sepa algo? —exigió Donna enojada—. No queda nadie que se lo hubiera podido decir.
—No puedes estar segura de eso... —intervino Croft, intentando aplacarla.
—De ningún modo —repitió Donna, mirando al piloto del helicóptero y apuntándolo con un dedo acusador—. No lo puedes saber... es imposible.
—Como he dicho —prosiguió Richard, imperturbable—. Os puedo explicar lo que he visto y oído, y podéis decidir si os lo queréis creer o lo queréis olvidar. A mí no me importa lo que creáis. Algo en mi interior me dice que lo que he escuchado es cierto, pero eso no significa necesariamente que lo sea.
—¡Para ya con toda esa mierda y desembucha! —gritó Peter Guest.
El exabrupto airado estaba completamente fuera de lugar en una personalidad tan retraída como la de Peter. Aunque Michael estaba esperando a saber más, se preguntó si en realidad quería escuchar lo que Richard estaba a punto de decir. ¿Qué importaba ya? ¿Cómo iba a cambiar nada saber lo que había ocurrido? Lo único que podía hacer era enfadarlo más. Podía empeorar la situación. Incluso podría afectar a su relación con Emma, aunque no sabía cómo. A pesar de lo que pudiera pasar o no, sabía que no tenía más elección que escuchar a Lawrence. Quería saber por qué su mundo había quedado destruido con tanta rapidez y de un modo tan cruel, por qué todo el mundo que conocía había muerto en un solo día y por qué su vida se había convertido en nada más que una lucha interminable y agotadora.
Richard se aclaró la garganta, sintiendo la incomodidad colectiva del grupo. Miró la sala oscura a su alrededor, contemplando por turno cada uno de los rostros que podía distinguir.
—¿Realmente queréis saber qué ha causado esto? —preguntó.
Silencio.
—Entonces, os contaré lo que me han explicado.
Richard Lawrence se sentó en el borde de un mostrador y empezó a hablar.
—Una semana después de que empezase estaba escondido. Otro tipo llamado Carver y yo nos habíamos encerrado en las ruinas de un castillo. Suena impresionante, pero no lo era. Sólo era una garita de entrada, una par de torres y unos pocos trozos de una muralla medio derrumbaba que sobresalían de un campo, pero tenía un foso medio lleno de agua y nos dimos cuenta de que sería suficiente para mantenerlos alejados. Bloqueamos el puente levadizo y utilizamos el helicóptero para entrar y salir, aterrizando en lo que quedaba del patio principal y viviendo, durmiendo y comiendo en un edificio de madera que había sido una pequeña tienda de regalos. Era más que nada una cabaña.
»Seguíamos volando en el antiguo helicóptero que usaba para trabajar, pero nos estábamos quedando sin combustible. O encontrábamos un sitio donde repostar o teníamos que conseguir otra aeronave. Al décimo día acabamos volando a baja altura sobre un par de bases militares y edificios gubernamentales, intentando descubrir cualquier equipamiento decente que pudiéramos llevarnos. No vimos a nadie en la primera base, y había sólo un puñado de soldados enfundados en trajes de protección y máscaras para respirar en la segunda. Pero había un montón de cuerpos por los alrededores. Supuse que algunos de los militares sabían lo que había pasado, pero parecía difícil que ninguno de ellos hubiera conseguido llegar a tiempo a un refugio.
»Podríais pensar que recogimos a un montón de supervivientes mientras estábamos ahí fuera a causa del ruido que hacíamos, pero casi no vimos a nadie. Aún no sé si fue porque simplemente no quedaba nadie o porque estaban demasiado asustados para hacernos señales cuando nos oyeron. En cualquier caso, esa tarde volábamos a lo largo de la autopista hacia el sur en dirección a Tyneham cuando Carver vislumbró un coche moviéndose en la distancia. Lo seguimos, y cuando el conductor nos vio, se detuvo en el aparcamiento de una estación de servicio. Bajamos del helicóptero y el conductor nos empezó a llamar. Era un chico de aspecto realmente extraño y desgarbado a finales de la adolescencia. Se llamaba Martin Smith y era nervioso, ansioso y emocional. Supongo que éramos las primeras personas que veía desde que ocurrió. Estalló en lágrimas. Los cadáveres empezaron a aparecer a nuestro alrededor, pero él ni siquiera los miraba y parecía que estaba pensando en otra cosa. Carver mantuvo a los cadáveres a raya mientras yo intentaba calmarlo. “Ella sabe lo que ha ocurrido —repetía mientras me acercaba a él—. Es posible que ella pueda ayudar. Es posible que ella pueda hacer algo.”
»En ese momento pensé que el muchacho había perdido la cabeza, lo cual es perfectamente comprensible dadas las circunstancias, ya que todos hemos estado a punto de perderla, ¿o no? Estaba señalando hacia su coche. Miré en el interior y tendida sobre el asiento trasero se encontraba una mujer enfundada en un traje de protección con la máscara facial y todo lo demás. No era un traje militar, era diferente. Parecía más limpio, menos práctico y más científico que cualquier cosa que pudiera tener el ejército. Abrí la puerta del coche y me incliné hacia el interior. La mujer no se movió. Cuando le toqué el hombro, abrió los ojos durante un segundo y después los volvió a cerrar, y pude ver que se encontraba realmente mal. Tenía la cara delgada y pálida, y estaba claro que no había comido ni bebido desde que estalló todo. Olía tan mal como los cadáveres y la espalda del traje estaba desgastada y sucia. Intenté hablar con ella, pero no obtuve ninguna respuesta. Ni siquiera conseguí que volviera a abrir los ojos. Carver me gritó porque ahora había más cadáveres de los que podía manejar y por eso, con todo el cuidado del que fui capaz, la agarré y la llevé al interior de la estación de servicio. Carver y Smith me siguieron. Corrimos un riesgo y dejamos el helicóptero, sabiendo que si era necesario, nos abriríamos paso luchando en el camino de vuelta.
»Tumbé a la mujer en un banco de plástico en la pequeña hamburguesería. El lugar apestaba a alimentos podridos y cuerpos putrefactos. Carver echó un vistazo rápido en busca de suministros, pero no había nada que valiera la pena. Me senté con el chico cerca de donde había dejado a la mujer, asegurándome de que no nos pudieran ver desde las ventanas. Le pregunté quién era ella y él me dijo que se llamaba Sylvia Plant. Le pregunté que cómo era que estaba con ella y se empezó a calmar un poco y me contó su historia. Me explicó que ella era amiga de sus padres y que trabajaba en un centro de seguimiento en un lugar llamado Camber, que se encontraba a unos cincuenta y cinco kilómetros de donde estábamos sentados. Ella había trabajado con su padre unos años antes, pero no la habían visto durante mucho tiempo desde que su padre se jubiló. Yo conocía el lugar del que el muchacho estaba hablando. Era uno de esos edificios anodinos donde solían trabajar muchísimas personas, pero nadie hablaba de lo que hacía. Empecé a pensar que me iba a decir que la mujer era responsable de todo lo que había pasado, pero me equivoqué. Me explicó que ella lo había encontrado unos tres o cuatro días antes. Ella llevaba conduciendo desde que todo empezó, en busca de supervivientes. Me dijo que estaba enferma porque no había comido y que desde entonces había ido empeorando. Le empecé a presionar y a ponerme duro con él porque quería saber qué estaba pasando.