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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Zona zombie (12 page)

BOOK: Zona zombie
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—¿Por qué? —preguntó Cooper, sinceramente confundido.

—Porque vamos a regresar a la base —contestó el soldado—. Es nuestra única opción.

—No seas estúpido —intervino Croft—. La base quedó ayer invadida. No podéis volver allí.

—Podemos y queremos. No nos podemos quedar aquí fuera.

—Pero nosotros necesitamos vuestro vehículo y...

—Tenemos que volver bajo tierra. Estamos completamente jodidos si nos quedamos aquí.

—No parece que tengáis muchas alternativas —comentó Michael—. Estáis muertos hagáis lo que hagáis. Podéis venir con nosotros y...

—¿Y exactamente qué? ¿Quedarnos sentados y ver cómo os largáis? ¿Quedarnos sentados en estos malditos trajes y esperar la muerte?

—Al menos nos estaréis dando una oportunidad —le chilló Croft, su rostro repentinamente enardecido por la ira—. Si hacéis las cosas a vuestra manera, todo el mundo pierde.

—Come mierda.

—Capullo —maldijo mientras se acercaba al soldado, cojeando y haciendo muecas de dolor al ponerse en pie, agravando sus heridas, que seguían siendo dolorosas.

Stonehouse lo apartó de un empujón y el médico, que ya estaba desequilibrado, se derrumbó al suelo ante sus pies enfundados en botas. Stonehouse levantó la culata del fusil y la mantuvo a pocos centímetros de la cara de Croft.

—Déjalo, doctor —ordenó Cooper. Se volvió hacia Stonehouse—: Sal de aquí y lárgate.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Croft desde el suelo, mirando incrédulo a Cooper—. ¿Te has vuelto completamente loco? ¡Necesitamos ese vehículo!

Cooper bajó la mirada y lo fulminó. Lo agarró del brazo y lo puso en pie.

—No —contestó de forma abrupta.

Stonehouse se quedó mirando, sorprendido por la reacción de su ex colega. Había previsto un poco de resistencia, al menos por parte de Cooper.

—Dios santo, Cooper —maldijo el médico irritado mientras se sacudía la ropa—, sólo son cuatro. Si no tenemos cuidado, acabaremos dirigiéndonos a Bigginford en un convoy de veinte malditos coches.

—No, no lo haremos —contestó Cooper con calma.

Todos los ojos se centraron de repente en él cuando empezó a andar hacia la salida, alejándose del enfrentamiento. Entonces, sin previo aviso, se detuvo, se dio la vuelta y corrió en dirección contraria, volando por el aire y golpeando a Stonehouse y al soldado que tenía al lado. En la confusión, los dos soldados cayeron al suelo. Stonehouse se levantó rápidamente a cuatro patas, pero Cooper le agarró la máscara bajo la barbilla, tiró hacia arriba y se la sacó. El segundo soldado, consciente de inmediato de lo que estaba pasando, empezó a alejarse gateando, pero Cooper fue demasiado rápido para él. Le saltó sobre la espalda y empezó a tirar del traje, la máquina y el aparato de respiración hasta que los soltó y pudo ver la piel del soldado que había debajo. Era consciente de que los otros dos soldados salieron corriendo, huyendo hacia lo más profundo de la enorme tienda, y se preparó por si los soldados en el suelo se ponían en pie y atacaban.

Stonehouse fue el primero en ponerse en pie. Recogió el fusil y corrió enfadado hacia Cooper. Pero antes de que pudiera acercarse, le atacó la infección. Ahogándose, y con un aspecto de dolorosa sorpresa en la cara, cayó de espaldas encima del otro soldado, que seguía en el suelo, ahogándose. Luchando por respirar, Stonehouse se sacudió y convulsionó, agarrando aún con fuerza el fusil. Con los ojos saliéndose de las órbitas, se quedó mirando a Cooper hasta que perdió la conciencia.

—Los has matado —jadeó Donna, sorprendida—. Maldito capullo, los has matado.

—Ya estaban muertos —respondió Cooper con desdén— y estaban a punto de matarnos.

14

Michael, Jack y Cooper atravesaron corriendo el silencioso aparcamiento del polígono industrial, buscando desesperadamente otro vehículo apto que los llevase al aeródromo. Había más cadáveres por los alrededores que la noche anterior, pero sabían que no tenían más alternativa que hacerlo.

—Una furgoneta —indicó Michael mientras apartaba de un empujón a otro cadáver tambaleante—, por allí.

Señalaba hacia el rincón más alejado a la derecha de un aparcamiento del tamaño de un campo de fútbol en el que acababan de entrar. Aislada cerca de un edificio de oficinas se encontraba una furgoneta de correos de color rojo. Tendida en el suelo delante de la furgoneta estaba el deforme cuerpo de la cartera. El cadáver inmóvil de la mujer estaba retorcido y parecía un trozo de madera reseca, comido por la descomposición. La correa de una saca de correos podía verse aún alrededor de su cuello.

Cooper corrió hacia ella y abrió de golpe la puerta del conductor, mientras Michael registraba frenético en los bolsillos del cadáver arrugado en busca de las llaves. Se las lanzó a Cooper, se puso en pie y alejó a dos cadáveres que se habían acercado tambaleándose hasta una distancia incómoda. Tenía el fusil de Stonehouse colgado a la espalda. Inesperadamente nervioso, lo cogió y se preparó. Cooper le había enseñado a disparar mientras se encontraban en el subterráneo, pero hasta entonces nunca había tenido necesidad de disparar un arma. Normalmente se había enfrentado a muchos más cadáveres que ésos, y las armas sólo eran buenas para liquidarlos de uno en uno. Aguantando la respiración, metió con brutalidad el cañón del fusil en un agujero oscuro a un lado de la nariz rota del cuerpo más cercano, lo introdujo dentro del cráneo y apretó el gatillo. Un ruido ensordecedor retumbó por el aparcamiento, levantando ecos en los muros de todos los edificios de los alrededores. Michael trastabilló hacia atrás por la fuerza inesperada del arma. Tropezó con sus propios pies y cayó mientras una lluvia de restos carmesíes y huesos astillados estallaba desde la parte trasera de la cabeza de la criatura, rociando el muro que tenía detrás.

—¡Empuja esas malditas cosas! —gritó Cooper desde la parte delantera de la furgoneta. No la podía arrancar.

Michael se levantó del suelo y disparó a un lado de la cabeza del segundo cadáver antes de devolver el fusil a su espalda y correr hacia la parte trasera del vehículo donde Jack ya estaba empujando. Su hombro embistió la furgoneta y el impacto repentino hizo que se empezase a mover ligeramente. Cooper saltó del asiento y empezó a empujar por la puerta del conductor, alcanzando el volante a través de la ventanilla abierta.

—Por Dios, Cooper, ¿has quitado el maldito freno de mano? —preguntó Jack medio en broma, con la cara roja y jadeando mientras empujaba con fuerza desde detrás de la furgoneta. Empujó de nuevo con todo su peso, cerrando con fuerza los ojos a causa del esfuerzo. Cuando los volvió a abrir, vio que más cadáveres bamboleantes y descompuestos se acercaban peligrosamente.

Con los tres hombres empujando, finalmente la furgoneta ganó velocidad. Empezó a rodar por al aparcamiento con cierta facilidad y Cooper volvió a saltar detrás del volante. Hundió el pie en el embrague e intentó arrancar de nuevo el motor. Después de unos segundos de feos gemidos y quejidos mecánicos, al final cobró vida. Aceleró, revolucionando con fuerza el motor y dejando a Michael y Jack corriendo detrás de él a través de una nube creciente de sucio humo procedente del tubo de escape. Dio la vuelta para recogerlos, entreteniéndose el mínimo tiempo posible para liquidar a un par de cadáveres errantes que se habían metido en el aparcamiento.

Dentro de la tienda, Emma había conseguido encontrar a los otros dos soldados que habían desaparecido cuando Cooper había atacado a los demás. Estaban escondidos juntos en un gran almacén.

—Dejadnos solos —lloriqueó uno de los soldados al oír que Emma se acercaba. Su voz crispada estaba llena de desesperación y miedo—. Ese tipo, Cooper, es un jodido psicópata. Siempre ha sido así. ¡Nos matará!

El soldado aterrorizado se ocultó en las sombras. A un par de metros de él, Kelly Harcourt se apretó contra unos estantes con la esperanza de que se pudiera fundir con las sombras, el corazón golpeándole el pecho.

—No es un psicópata —replicó Emma mientras daba unos pocos pasos cautelosos por la sala, intentando localizar su ubicación exacta—. Es un superviviente, eso es todo. —Revisó con la mirada toda la sala, segura de que acababa de vislumbrar un movimiento fugaz por el rabillo del ojo—. Probablemente habríais hecho lo mismo en su situación.

No le resultaba fácil defender las acciones de Cooper, por muy aliviada que se sintiera por la rapidez con la que había reaccionado. También había olvidado que, hasta hacía poco, aquellos dos soldados habían servido con él. Probablemente sabían más de él que ella. ¿Era un psicópata?

—Lo hará de nuevo —gimió el soldado—. Todo lo que tiene que hacer es abrir nuestros trajes y estamos jodidos. Eso es todo lo que tiene que hacer cualquiera de vosotros.

—Pero nadie os va a hacer eso —suspiró Emma—. ¿Por qué demonios lo tendríamos que hacer?

—Lo haréis si tenéis que hacerlo —gritó Kelly, de manera que el volumen y la dirección de su voz reveló inmediatamente su ubicación—. Nos mataréis con la misma rapidez con la que liquidáis a esas malditas cosas de ahí fuera.

—Estás equivocada. Cooper no tenía elección. Stonehouse le obligó a hacerlo.

Justo delante y a la derecha, Kelly se derrumbó contra las estanterías y se deslizó hasta el suelo. Emma podía ver uno de sus pies sobresaliendo de un pasillo. Se acercó a ella, después se agachó al lado de la soldado aterrorizada. Kelly levantó la cabeza y miró a Emma.

—No sé qué tengo que hacer —admitió. Las lágrimas le corrían por la cara, pero no tenía forma de limpiárselas—. No puedo con esto.

—Está bien —la consoló Emma en voz baja, poniendo una mano cariñosa en su hombro—. Todos estamos luchando. —Se calló al no estar segura de que Kelly estuviera escuchando o de si incluso sería peor seguir hablando—. Escuchad, voy a ser sincera con vosotros: aquí sois los que estáis en peor situación. Estáis atascados entre la espada y la pared. Estáis atrapados en esos malditos trajes y debéis de estar pasando un infierno, pero no tenéis elección. Podéis intentar buscar algún medio de transporte y volver a la base, os podéis quedar aquí o podéis venir con nosotros. Como he dicho, siempre que no pongáis a nadie en peligro, entonces...

—¿Entonces, qué? —preguntó—. Entonces, ¿Cooper no nos matará?

Emma suspiró con frustración. Se puso en pie y regresó hacia la puerta, deseando volver con los demás.

—Mirad, estamos demasiado ocupados en mantenernos con vida. Nadie está interesado en mataros.

15

Bajo la mirada desenfocada de una multitud de cadáveres que no dejaban de golpear la alambrada, el grupo ocupó los vehículos. Todos los que pudieron se apretujaron en la parte trasera del transporte de tropas, el vehículo más fuerte del convoy. Cooper ocupó el volante con Peter Guest a su lado, preparado para guiarle. Steve Armitage ocupó su puesto habitual al volante del camión penitenciario. Steve había empezado a defender con fuerza su posición. Además del hecho de que muy pocas personas podían conducir el camión tan bien como él, la responsabilidad, el poder y el control que otorgaba su papel hacían que se sintiera valioso y vivo. Pensaba que resultaba extraño que lo que antes siempre le había parecido un trabajo ordinario y sin importancia le ofreciera ahora semejante posición.

En la parte trasera del camión penitenciario iban menos supervivientes que en viajes anteriores, de manera que el espacio libre había sido ocupado por suministros y equipos útiles que el grupo se había llevado de la tienda. Sólo fue necesario que un puñado de personas viajaran en el último vehículo del convoy: la llamativa furgoneta de correos de color rojo brillante. Donna iba en el asiento del conductor con Jack Baxter de copiloto y Clare apretujada entre los dos. Detrás de ellos se encontraban los dos soldados supervivientes con más suministros apelotonados a su alrededor. Donna los miró a través del retrovisor. Kelly Harcourt parecía realmente asustada y no era motivo de preocupación. Su colega masculino, en cambio, era mucho más impredecible. Donna acababa de descubrir que su nombre era Kilgore. Un hombre pequeño, enjuto y nervioso que, para su gusto, era demasiado inquieto.

Unos minutos antes, Richard y Karen se habían ido en el helicóptero, llevándose consigo a los cuatro niños. El resto del grupo se había reunido a su alrededor y había contemplado sobrecogido cómo la poderosa máquina se elevaba hacia el cielo de un color azul claro de primera hora de la mañana. Después de pasar semanas bajo tierra y escondidos en las silenciosas sombras, presenciar el despegue de la aeronave bajo el sol con semejante majestuosidad, fuerza y enorme ruido había sido extrañamente emotivo; un saludo con el dedo corazón a modo de «que te den» al resto del mundo muerto. Sin embargo, cuando desapareció el helicóptero, los sonidos producidos por la horda de cadáveres podridos que golpeaban furiosos contra la valla de metal parecieron de repente más fuertes que antes. La cercanía y la ira de los cadáveres era un recordatorio para cada uno de ellos del peligro imparable al que se enfrentaban.

Antes de partir, Cooper y Peter se habían reunido con los demás conductores para repasar en detalle por última vez la ruta propuesta. Era crucial que todos conocieran la ruta y los posibles problemas con los que podrían encontrarse durante el viaje. En los mapas de carretera que habían encontrado en la tienda, Peter había señalado el rumbo que debían seguir y había redactado un juego de notas manuscritas para cada vehículo. Estaba ansioso por compartir con los demás la información que Richard Lawrence le había dado antes.

—Mirad —explicó, hablando con una energía sin precedentes—, está claro que no necesitan pasar mucho tiempo en el suelo y por eso ésta es la ruta más directa que podían señalar. Pero yo no he pasado demasiado tiempo en esta parte del país, de manera que no estoy completamente seguro de dónde estamos...

—Hazme un favor —le interrumpió Steve Armitage—. Cierra la boca y dame un maldito mapa.

Imperturbable, Peter siguió adelante.

—Richard Lawrence me dijo que no han visto grupos de cadáveres demasiado grandes entre aquí y Bigginford.

—¿Qué se supone que significa «grande»? —preguntó Cooper—. ¿Veinticinco? ¿Dos mil? ¿Medio millón?

—No estoy seguro —admitió con rapidez, ansioso por continuar con su explicación—. En cualquier caso parece que podremos seguir por las autopistas durante buena parte del viaje. Probablemente no estén del todo despejadas, pero por lo que han visto desde el aire creen que nos podremos abrir camino.

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