—¡Maldita sea! —exclamó Donna, golpeando el volante con el puño en señal de frustración.
—No importa, ve por el otro lado —sugirió Jack, mirando ansiosamente a su alrededor a medida que los cadáveres empezaban a salir de las sombras y a converger en la furgoneta—. Haz algo, por el amor de Dios, para seguir en movimiento.
Donna aceleró de nuevo y empezó a rodear la isleta en el sentido contrario a las agujas del reloj, haciendo todo lo que podía para concentrarse en seguir la carretera e ignorar los cadáveres que se acercaban en masa.
—¿Qué salida? —Estaba confusa al girar por la rotonda en sentido contrario.
—La tercera —le indicó Jack, aunque no parecía muy seguro—. No, espera, la cuarta.
La indecisión de Jack a causa de los nervios, junto con la presión repentina e intensa, el movimiento desorganizado de los cadáveres a su alrededor y los diversos obstáculos que bloqueaban la carretera, provocaron que Donna tomase la salida equivocada. Su error quedó inmediatamente en evidencia.
—¡Maldita sea! —maldijo, apretando el freno y deteniéndose.
Miró por el retrovisor y vio que la carretera que quedaba detrás se estaba llenando rápidamente de cadáveres. Era imposible dar la vuelta. Por delante, a la izquierda, podía ver las luces traseras del transporte de personal y del camión penitenciario que se movían con rapidez por la ruta que debería haber seguido.
—Aquí no puedo dar la vuelta —comentó, buscando desesperadamente otra vía de salida.
—Sigue adelante —indicó Jack cuando los primeros cadáveres empezaron a golpear los laterales de la furgoneta—. Tú sigue adelante. Sé donde estamos en el mapa. En unos minutos volveremos a la ruta correcta.
—Nos encontrarán —dijo con firmeza Cooper, con la esperanza de callar a Peter Guest, que ya estaba balbuceando con nerviosismo sobre la furgoneta desaparecida.
—Pero pueden estar en cualquier sitio...
—Escucha, han tomado una salida equivocada, eso es todo. Tienen mapas. No son estúpidos. Nos encontrarán.
—Pero y si...
—Nos encontrarán —repitió—. Y si no lo hacen, sólo tienen que encontrar una ruta hacia el aeródromo, tal como habíamos acordado. Ellos esperarán que sigamos la ruta que tenemos planeada y que no perdamos el tiempo buscándolos. Parar y dar la vuelta o abandonar ahora esta carretera sólo empeorará las cosas para todos.
La situación en la furgoneta iba empeorando con rapidez. Habían empezado las recriminaciones y las discusiones provocadas por los nervios. Se habían tomado más decisiones erróneas.
—¡Me dijiste que a la derecha! —le gritó Donna a Jack.
—¡Dije a la izquierda! Díselo, Clare, ¿verdad que dije a la izquierda?
—A mí no me metas en esto —respondió Clare, hundiéndose nerviosa en su asiento, que se encontraba literalmente en medio de la discusión—. En cualquier caso, no importa quién dijo qué, sólo sacadnos de aquí.
Fuera cual fuese o no fuese la instrucción de Jack, el hecho era que ahora estaban totalmente perdidos. La luz había desaparecido casi por completo y cada calle lúgubre y llena de sombras parecía ahora prácticamente igual que la siguiente y que la anterior. Sólo habían necesitado un par de giros erróneos para quedar totalmente desorientados.
—¿No hemos estado aquí antes? —preguntó Clare.
—¿Cómo vamos a haber pasado por aquí antes? —le gritó Donna enfadada—. Por el amor de Dios, llevamos diez minutos yendo en línea recta. No hemos girado hacia ningún lado. ¿Cómo demonios podríamos haber pasado antes por aquí?
—Lo siento, sólo pensé...
—Bueno, pues no. Hemos girado dos veces a la izquierda y una a la derecha, ¿recuerdas? Desde entonces no he hecho nada más que conducir en línea recta. Ahora cállate y deja que me concentre.
—Déjala en paz —intervino Jack enfadado—. Sólo está intentando ayudar.
—Si no fuera por ti y tus malditas indicaciones, no necesitaríamos ayuda.
—Venga ya, Donna, ambos la hemos jodido. Yo me equivoqué y tú te equivocaste y ahora estamos...
—Ahora estamos en un buen lío porque...
—Deberíamos buscar un sitio donde parar y averiguar dónde nos equivocamos —sugirió Kelly Harcourt desde atrás, haciendo todo lo posible para terminar con la inútil discusión—. Lo único que necesitamos es...
—No podemos parar —la interrumpió Donna, tomándola con ella—. ¿No lo entiendes? Este sitio está plagado de cadáveres. No nos podemos arriesgar a no seguir en movimiento.
—¿Eso crees? —preguntó la soldado, su voz tranquila y neutra en comparación con los demás—. Me parece que podemos parar ahora y correr el riesgo o seguir conduciendo en círculos toda la maldita noche hasta que se nos acabe el combustible y tengamos que parar a la fuerza.
Donna no dijo nada.
—Quizá tenga razón —sugirió Jack con cautela, temeroso de la reacción de Donna—. Tendríamos que encontrar algún sitio donde aparcar la furgoneta hasta que estemos seguros de dónde estamos y hacia dónde vamos. No tenemos por qué salir ni nada por el estilo. Incluso si nos encuentran un centenar de cadáveres, si estamos en silencio, desaparecerán al cabo de un rato.
—Maldita sea, Jack —replicó Donna mientras sorteaba los restos del escaparate de una tienda destrozada por el impacto de una ambulancia—.¡Qué ingenuo eres! Lo único que hace falta es que un par de esas cosas empiece a golpear la furgoneta y al instante tendremos a nuestro alrededor a un centenar. ¿Recuerdas que ya no pierden el interés, se dan la vuelta y desaparecen?
Jack no respondió. Se quedó sentado en silencio, mirando la oscuridad que les rodeaba, sintiéndose asustado, frustrado y ligeramente humillado. Devolvió su atención al mapa e intentó descubrir dónde se encontraban.
—Encuentra un punto de referencia —sugirió Kelly.
—¿Qué? —replicó Jack.
—He dicho que debemos encontrar un punto de referencia —repitió, golpeando un lado de la furgoneta mientras Donna daba volantazos por otra carretera llena de escombros—. Debemos encontrar algo reconocible para que nos podamos orientar en el mapa. Venga ya, esto es un concepto básico.
—Está oscuro como la boca de un lobo —le gritó Donna—. ¿Cómo demonios se supone que vamos a encontrar un jodido punto de referencia cuando no se ve nada?
Desesperada por encontrar alguna inspiración, giró a la izquierda y se introdujo por otra calle estrecha. Era una calle más residencial que por las que habían pasado hasta ahora y la mayoría de los coches parecían aparcados más que accidentados, indicando quizá que no debió de ser una vía demasiado transitada. A ambos lados de la calle había casas, unas casas victorianas adosadas, oscuras, ordinarias y anodinas. La normalidad relativa de la escena consiguió silenciar por el momento las voces airadas. Había pasado mucho tiempo desde que cualquiera de los supervivientes o los soldados se encontrase en un sitio tan inofensivo y tranquilizadoramente familiar. El miedo y el nerviosismo de Jack dieron paso a un dolor punzante y agudo, y a una tristeza desesperada, como si la normalidad de las cosas que le rodeaban le hiciera recordar todo lo que había perdido.
—¿Qué tal una iglesia? —sugirió Kelly, señalando la silueta de un edificio grande e imponente que se alzaba por detrás de la fila de casas a su derecha.
Donna giró dos veces en rápida sucesión y encontró el edificio con una rapidez sorprendente. Condujo la furgoneta por una estrecha vía de servicio que lo rodeaba por la izquierda y después se abría en un aparcamiento pequeño y rectangular. Delante de ellos, y un poco hacia la izquierda, se encontraba la iglesia y al otro lado una escuela.
—¿Vamos a parar aquí fuera o corremos el riesgo entrando? —preguntó Kilgore desde atrás.
Miró por la ventanilla trasera y vio como un cadáver se acercaba con torpeza por la vía de servicio persiguiéndoles.
—¿Entramos? —sugirió Jack, mirando a Donna—. Ya que estamos aquí, de perdidos al río. Vamos, este lugar parece bastante silencioso y llevamos horas en el coche.
—No seas idiota, en todos los sitios hay silencio —replicó Donna.
No se quería mover, pero tampoco quería quedarse parada en el exterior, expuesta y vulnerable. Tenía que admitir que tenía sentido aprovechar al máximo esta parada inesperada en su viaje.
—No tenemos mucho que perder —comentó Jack—. Nuestros cuellos están en juego hagamos lo que hagamos. Vamos allá.
—De acuerdo —aceptó con reticencia mientras el cadáver solitario se aproximaba al coche.
Exhausta, se enderezó en el asiento y salió de la furgoneta, con las piernas agarrotadas y doloridas. Los tres supervivientes y los dos soldados corrieron hacia el oscuro edificio escolar, encontraron una puerta abierta y desaparecieron en el interior, dejando que el cadáver golpease con torpeza el lateral de la furgoneta, aunque después se dio la vuelta y se fue tambaleando tras ellos.
El aeródromo ya se encontraba cerca. Cooper sabía que estaban en las inmediaciones, no sólo porque Peter Guest había estado hablando sin parar y con un nerviosismo renovado durante los últimos diez minutos, sino también porque de repente había muchos más cadáveres a su alrededor que antes. La ciudad había quedado atrás y la carretera que estaban siguiendo discurría ahora entre campos abiertos y relativamente monótonos. Podía ver figuras moviéndose a ambos lados. Algunas se distraían momentáneamente con el ruido de los vehículos, pero la mayoría seguía arrastrando los pies sin pausa en la misma dirección general. Era lógico asumir que los vivos y los muertos se dirigían al mismo destino.
—¿Cuánto queda? —preguntó Michael desde la parte trasera del transporte de tropas.
—Creo que unos tres kilómetros —contestó Peter.
—¿Y cómo vamos a entrar cuando lleguemos?
La pregunta de Michael era sensata, pero no tenía respuesta. Peter y Cooper intercambiaron momentáneamente una mirada antes de devolver su atención a los mapas y a la carretera, respectivamente. Michael se dejó caer de nuevo en su asiento al lado de Emma. En realidad no esperaba ninguna respuesta. Aunque pudiera parecer una locura, no habían hablado demasiado con Richard Lawrence y Karen Chase sobre el acceso al aeródromo. Habían sido vagos y evasivos sobre el final del viaje, asegurando a Cooper y a los demás que estarían al tanto de cuando llegasen y que se asegurarían de que pudieran tener un acceso despejado. Desde la distancia y la comodidad relativa de la tienda unas horas antes había parecido razonable. Sin embargo, ahora, mientras se acercaban con rapidez al aeródromo y ante la gran masa de cadáveres que inevitablemente les estaría esperando, estaban empezando a aflorar los nervios y las dudas.
La preocupación de Michael se acrecentó muchísimo cuando tomaron una curva pronunciada de la carretera y, por primera vez, vieron el aeródromo en la distancia. Ubicado en medio de una amplia llanura, era reconocible de inmediato por una serie de razones. La primera de ellas, y la más obvia, por la luz que brillaba en lo que supuso que era la sala de operaciones de una torre de control de algún tipo. La única luz artificial que los supervivientes habían visto desde que estaban en la carretera relucía brillante en la penumbra de la noche. Vio que el edificio con la luz se alzaba casi en el centro de un enorme cercado. El terreno alrededor estaba despejado en varios cientos de metros en todas direcciones, y todo el aeródromo estaba rodeado de una alta alambrada de tela metálica. Al otro lado de la alambrada se encontraba el segundo indicador, mucho más siniestro, de que los supervivientes estaban muy cerca. Alrededor de todo el perímetro del lugar, hasta donde les alcanzaba la vista en todas direcciones, se había reunido una muchedumbre de varios miles de cadáveres indeseables. Desde donde estaba sentado era difícil estimarlo con cierta precisión, pero a Michael le pareció que en la mayoría de los puntos la multitud que tenían delante tenía al menos cien cadáveres de profundidad, si no más.
Jugando con la idea de parar poco antes de llegar a la base e intentar atraer la atención de los otros supervivientes desde la distancia, Cooper redujo la velocidad del transporte de tropas.
—¿Algo va mal? —preguntó Peter ansioso.
Cooper negó con la cabeza.
—No —respondió con rapidez en voz baja, mientras miraba en la distancia con la esperanza de vislumbrar algún movimiento en el aeródromo.
—¿De verdad que nos van a ver? ¿Crees de verdad que van a...?
Cansado del parloteo incesante, el ex soldado miró a Peter, silenciando con la mirada su cháchara cada vez más irritante. Aunque condicionado por sus años en el ejército y demasiado profesional para dejar que sus sentimientos se mostrasen con facilidad, Cooper también estaba empezando a sentirse nervioso. Si él podía ver el aeródromo, se intentaba convencer, entonces la gente allí dentro probablemente lo podía ver a él, siempre que estuvieran mirando, claro. De la misma forma que la luz de su torre de control le resultaba brillante y nítida, seguramente la luz de sus vehículos también lo sería para ellos. Sin embargo, al aproximarse al aeródromo, empezaron a aumentar sus dudas. No se podía arriesgar a acercarse más hasta que no estuviera seguro de que lo habían visto. Acercarse demasiado a una multitud tan enorme sin una ruta de escape podría considerarse un suicidio.
—¡Allí! —gritó Sheri Newton justo detrás de él—. ¡Mira!
Michael se incorporó y se inclinó hacia delante para ver mejor lo que estaba ocurriendo. Era difícil distinguir nada en la distancia, pero su posición ligeramente elevada sobre la carretera le permitió ver movimientos definidos en el aeródromo. Varias lucecitas (quizá linternas y lámparas) se estaban alejando de la torre de control en dirección hacia una forma oscura en un tramo de la pista igualmente a oscuras. Después de unos pocos segundos, se empezó a elevar un helicóptero y se detuvo a unos cinco o diez metros sobre el suelo.
—Eso es —exclamó Cooper mientras empezaba a aumentar de nuevo la velocidad.
La carretera seguía una suave pendiente descendente en dirección al aeródromo. Al acercarse, el helicóptero se empezó a mover con gracia por el cielo para salir a su encuentro, encendiendo su brillante reflector mientras volaba sobre la carretera, iluminando la ruta que debían seguir. La luz intensa y brillante también iluminaba una sección bastante grande de la multitud putrefacta y en movimiento que rodeaba el aeródromo, cuya ferocidad había aumentado enormemente a causa del repentino resplandor.