El mapa que estaban estudiando estaba hecho a una escala demasiado grande para ser realmente de utilidad para ayudarles a planear una ruta desde su ubicación actual hasta la carretera que los llevaría hasta el aeródromo. Jack sacó un callejero de centros urbanos de la mochila que llevaba. Lo hojeó hasta encontrar la página correcta.
—¿Cómo se llama este lugar? —preguntó.
—Bleakdale —respondió Kilgore, levantando un libro de ejercicios de un niño que llevaba impresas en la cubierta las palabras BLEAKDALE CHURCH PRIMARY SCHOOL.
—Bleakdale... ya lo tengo —murmuró Jack. Empezó a mover la linterna por la página en busca de una escuela que estuviera cerca de una iglesia.
—Aquí —indicó Donna, mirando sobre el hombro de Jack y señalando el mapa—. Ahí está la escuela y ahí está la vía de servicio que conduce hasta ella. Ésa es la curva que hemos tomado para llegar aquí.
—Exacto, si reseguimos el camino de vuelta... —Sus palabras se perdieron mientras se concentraba en encontrar el camino de vuelta a la rotonda en la que habían cometido el primer error.
—No te quiero presionar, pero nos tenemos que ir —le advirtió Kelly, que estaba de pie al lado de la ventana con Clare, mirando hacia el aparcamiento.
Aunque con lentitud, un goteo constante de cadáveres se estaba aproximando al edificio escolar. Muchos de ellos parecían proceder del otro lado de la esquina, cerca del aula donde Jack había atraído sin darse cuenta su atención. Algunos de ellos se habían agrupado y se habían convertido en una multitud pequeña pero animada alrededor de la parte frontal de la furgoneta.
—¿Más cadáveres? —preguntó Donna.
—Muchos más.
Desde su punto de observación en el primer piso, Kelly alcanzaba a ver numerosas calles que rodeaban la escuela. Cuanto más miraba hacia la noche, más criaturas tambaleantes y torpes veía. En la oscuridad azul de última hora de la tarde, las siluetas parecían insectos que atravesaban el paisaje, tambaleándose por calles y callejones, convergiendo todas en la fuente de ruido que había llenado la noche justo unos minutos antes. Por primera vez era testigo del efecto que le habían explicado con anterioridad: los muertos más cercanos ya estaban provocando el suficiente ruido como para llamar a escena a cada vez más de los suyos. Algunos se quedaban quietos con los brazos colgando pesadamente a los lados. Otros golpeaban sin descanso los laterales de la furgoneta y las ventanas y puertas de la planta baja del edificio escolar. Los pocos reunidos en el aparcamiento no le preocupaban demasiado; era la masa que se acercaba a la escuela desde todos los ángulos lo que representaba la mayor amenaza.
Jack se forzó a concentrarse.
—Me parece que debemos dar la vuelta y desandar el camino, no saliendo de las calles principales —sugirió—. Giramos a la izquierda al salir del aparcamiento y seguimos la calle hasta que hace un giro y desemboca en la calle que cogimos por error. La seguimos de vuelta y...
—... y deberíamos estar de regreso a la senda correcta —concluyó Donna, terminando la frase por él.
—¿Por qué volver hacia atrás? —preguntó Kelly, apartándose de la ventana y mirando el mapa con los demás—. ¿Por qué no seguimos hacia delante?
—Lo podríamos hacer —contestó Jack, claramente inseguro—, pero eso significa penetrar más en la ciudad.
—¿Y? ¿Crees realmente que a estas alturas importa? Según este mapa, estamos de todas formas cerca del centro de la ciudad. No creo que un par de kilómetros más vayan a representar una gran diferencia.
—No lo sé... —murmuró Jack, que no estaba seguro de si quería reconocer que Kelly tenía cierta razón.
—Mira —explicó Kelly, cogiendo la linterna de Donna para mostrarles lo que estaba pensando—. Podemos salir girando a la izquierda como has sugerido, Jack, pero después giramos de nuevo a la izquierda en la rotonda siguiente en lugar de seguir recto. Cuando lleguemos a la carretera correcta, estaremos sólo a unos pocos kilómetros del aeródromo.
El plan de la soldado tenía sentido. Los riesgos a los que se enfrentaban eran grandes fuera cual fuese la dirección elegida; por eso, seguramente sería mucho más sensato abandonar la escuela y seguir adelante, no volver atrás.
—No estoy seguro —repitió Jack.
—Bueno, será mejor que os decidáis pronto —comentó Clare desde la ventana.
—¿Por qué?
—Helicóptero —contestó, señalando hacia el cielo las luces parpadeantes en la cola de la aeronave muy por encima de ellos.
Durante un segundo no se movió nadie. Entonces, Kelly cogió sus cosas y empezó a correr, seguida con rapidez por el resto del pequeño grupo.
—¿Cómo sabrán que estamos aquí? —preguntó Clare mientras bajaban en tropel por la escalera.
—Nos tenemos que poner en marcha —contestó Donna—. Tendrán más posibilidades de vernos si estamos en la furgoneta.
—¿Eso crees? —preguntó Kilgore, deteniéndose ante la puerta de salida.
—Eso espero —respondió ella mientras se abría paso y corría hacia la furgoneta.
El vehículo estaba rodeado de cadáveres y Donna apartó a los primeros, levantando la mirada para comprobar que seguía viendo el helicóptero. Forzó la mano por un hueco entre ellos y abrió de golpe la puerta de la furgoneta. De inmediato fueron conscientes de una gran cantidad de movimiento a su alrededor cuando los cadáveres giraron desde todas las direcciones y se dirigieron hacia ellos con rapidez, acercándose con una intención y una velocidad siniestras. La penumbra de última hora de la tarde era desorientadora y hacía que la percepción de la distancia fuera sorprendentemente difícil. Uno de los cadáveres más cercanos estiró la mano hacia Kilgore y lo agarró antes de que él se diera cuenta de que estaba allí.
—¡Sacádmelo de encima! —chilló presa del pánico—. ¡Quitadme de encima esta maldita cosa!
Giró sobre sí mismo, desesperado por soltarse de la criatura putrefacta o por agarrarla de alguna manera y arrastrarla delante de él. La piel descompuesta y resbaladiza del cadáver y sus movimientos constantes le impedían agarrarla.
—Lo tengo —dijo Kelly con calma mientras le ponía el brazo alrededor del cuello y le arrancaba a la repugnante criatura.
Kelly la tiró furiosa al suelo y la pateó con las botas reglamentarias hasta que se quedó quieta. Ahora había muchos más muertos a su alrededor, demasiados para contenerlos. Kilgore, conmocionado por el ataque repentino y sin capacidad para pensar correctamente, empezó de inmediato a comprobar su traje en busca de posibles daños, mientras los demás se metían en la furgoneta, hasta que Jack le dio un empujón para que siguiera adelante y lo hizo subir. Donna arrancó el motor y se puso en marcha, dando la vuelta en un giro muy cerrado, en el que las ruedas derraparon y los cadáveres golpearon la carrocería. Salieron a toda velocidad del aparcamiento y tomaron la vía de servicio, para girar después hacia la carretera, apartando a otro grupo que avanzaba hacia ellos.
—¡Allí! —gritó Clare cuando Donna tomó el segundo giro cerrado. Señaló el helicóptero que se movía con rapidez en el cielo por delante de ellos—. ¡Ahí está!
—Aquí a la izquierda —ordenó Kelly desde el asiento de atrás, porque no estaba dispuesta a que Donna la volviera a joder.
Donna obedeció, metiendo la furgoneta entre los restos en paralelo de un coche y un camión de leche calcinado. Los faros de la furgoneta iluminaron una multitud de movimientos por delante de ellos cuando los cadáveres surgieron de todas partes y se tambalearon hacia la luz y el ruido.
—Nunca nos verá —gimió Kilgore desde atrás.
—Por supuesto que lo hará —replicó Jack, harto de la actitud patética y derrotista del soldado—. No hay nada más que ver por los alrededores.
Muy por encima de las calles, Richard Lawrence había completado su primera vuelta sobre el centro de la ciudad y estaba intentando encontrar una excusa para dejarlo estar por esa noche cuando vislumbró un momentáneo rayo de luz por debajo de él. Era la única iluminación en toda la ciudad muerta, de manera que era fácil reconocer la furgoneta y seguirla. Bajó el helicóptero todo lo que se atrevió: lo suficientemente bajo para seguir al vehículo sobre el terreno, pero aún a una altura suficiente para evitar cualquier edificio alto a oscuras, torres de electricidad u otras cosas por el estilo. Esa noche sabía que probablemente no sería capaz de ver semejantes obstáculos hasta que tropezase con ellos.
En el suelo, la furgoneta había llegado a un bloqueo en la carretera. Nada demasiado serio, pero los restos entrelazados de tres coches accidentados habían cubierto buena parte de la calzada, de manera que Donna se vio obligada a frenar hasta adoptar una velocidad de paseo y subir a la acera para rodear el obstáculo. Richard encendió el reflector del helicóptero, tanto para hacerles saber que los había visto como para proporcionar iluminación adicional. Los cuerpos se acercaron a la luz como polillas.
A la derecha de la furgoneta había una hilera de edificios. Sin embargo, al otro lado de la carretera y a una distancia de menos de un kilómetro, Richard pudo ver una extensión de terreno abierto: quizás un parque o un campo deportivo. Hizo avanzar el helicóptero hasta situarse encima de la extensión de césped y vio dos porterías de fútbol, y aunque el campo no era de medidas reglamentarias, supo que probablemente tendría espacio para aterrizar. Movió el reflector para señalar el campo en un intento rudimentario de indicar a la gente en tierra.
—¿Qué demonios está haciendo ahora? —preguntó Donna, concentrada en la conducción y confiando en que los demás le explicasen qué ocurría por encima de ellos.
—Se ha desplazado hacia nuestra izquierda —contestó Jack—. Y ahora se ha quedado parado.
Jack se quedó mirando el helicóptero. Después de rodear los restos apilados de los tres coches, la furgoneta cogió velocidad y golpeó un cadáver al azar, partiéndolo casi por la mitad. La cabeza y los hombros golpearon contra el parabrisas, dejando un rastro de sangre. Donna puso en marcha los limpiaparabrisas.
—Está claro que se ha quedado quieto —continuó Jack, intentando ver con más claridad a través del parabrisas sucio—. Intenta acercarte.
—Sólo puedo seguir la maldita carretera —respondió Donna ansiosa—. ¿Qué quieres que haga?
—Espera... está descendiendo.
—¿Qué?
—Creo que está aterrizando.
Donna se permitió levantar la vista de la carretera. Jack tenía razón.
—Detén la furgoneta —ordenó Kelly desde atrás—. ¡Rápido! Detén la furgoneta y llegaremos hasta él a pie.
—¿Estás completamente loca? —protestó Kilgore.
—Es un parque —comentó Jack cuando pasaron ante un hueco momentáneo en una valla de metal cubierta de árboles que bordeaba la carretera que iban siguiendo—. Kelly tiene razón, Donna, para la furgoneta y salgamos corriendo.
Donna no discutió. Tenía frío y estaba cansada y asustada, y sólo quería que acabase aquella caza salvaje e inútil a través de ninguna parte. Obligó a la furgoneta a subirse a la acera y salió del vehículo. Un cadáver se lanzó sobre ella y casi la tira al suelo. Donna recuperó rápidamente el equilibrio y empujó el cadáver contra la valla: después corrió detrás de Jack, Clare y los dos soldados, que ya habían emprendido la marcha para encontrar una manera de entrar en el parque.
Ahora que estaban fuera de la furgoneta, el ruido del helicóptero llenaba la noche. Con las piernas ardiéndole ya por el esfuerzo, Jack se forzó por seguir adelante, intentando caminar al paso de los demás, que se estaban alejando, todos ellos mucho más jóvenes y en una condición física mucho mejor que la suya. Le aterrorizaba quedarse al final de la manada, pero no podía moverse a más velocidad. Se permitió una mirada fugaz por encima del hombro y vio cómo los cadáveres se tambaleaban tras él. Parecía haber cientos de ellos surgiendo de las sombras desde todas las direcciones y dirigiéndose hacia él. Miró de nuevo hacia delante y se concentró en seguir a Donna, que lo acababa de adelantar. No se atrevió a mirar atrás por segunda vez, pero estaba seguro de que los cadáveres estaban ganando terreno. ¿A qué distancia estaban ahora? ¿Uno de ellos estaba a punto de atraparlo?
¡Por aquí! —gritó Clare al alcanzar una puerta de hierro forjado abierta. Pasó agachándose por debajo de las ramas muy crecidas de un matorral salvaje.
Clare entró corriendo en el parque y vio de inmediato el helicóptero en todo su esplendor. Esa noche era la cosa más increíble que había visto nunca, alzándose impresionante unos tres metros sobre el suelo, esperándolos.
—¿Nos ha visto? —gritó Donna mientras tropezaba con el césped demasiado largo que había crecido salvaje durante semanas.
Empezó a agitar los brazos con furia, esperando que el piloto la viera y respondiera. Al principio no ocurrió nada. La luz blanca y brillante del reflector alumbraba casi todo el parque e iluminaba masas de cadáveres tambaleantes que se dirigían hacia el helicóptero desde todas direcciones. La velocidad relativa y la coordinación de los supervivientes facilitó que Richard los reconociese entre la multitud, pero no se arriesgó a aterrizar hasta que se encontraron casi directamente debajo de él. En el último instante posible recorrió los últimos metros hasta el suelo.
—Uno delante conmigo y los demás atrás —gritó Richard por encima del ruido ensordecedor del motor y el rugido de las palas del rotor cuando Kelly abrió de golpe la puerta del helicóptero—. Poneos el cinturón si podéis y agarraos si no podéis.
La voz del piloto era casi inaudible por encima del ruido. Clare y los dos soldados subieron, seguidos finalmente por Jack. Donna le esperó al lado del helicóptero y prácticamente lo tuvo que empujar a su asiento. Mareado de agotamiento, se dejó caer e inhaló largas y frías bocanadas del húmedo aire nocturno mientras Donna le cerraba la puerta en las narices.
—Vamos —le apremió Richard.
Los cadáveres estaban ahora muy cerca. Richard podía ver las caras descompuestas de los muertos más cercanos, que le devolvían la mirada. Donna subió delante y cerró la puerta. Cuando consiguió abrocharse el cinturón, ya estaban en el aire. Justo debajo, donde el viento agitaba con furia la hierba salvaje, los cadáveres convergían en un mismo punto e intentaban inútilmente alcanzar la aeronave, que desaparecía con rapidez.
El vuelo hasta el aeródromo duró menos de quince minutos. El silencio y la tranquilidad que les recibió cuando tocaron tierra contrastaban fuertemente con el caos que habían dejado atrás. Sin prestar atención a los miles de ojos fríos y muertos que los miraban fijamente desde el otro lado de la lejana alambrada, Jack, Clare, Donna, Kelly y Kilgore bajaron tambaleándose del helicóptero, exhaustos pero aliviados, y siguieron a Richard Lawrence por el asfalto. Les condujo hacia una serie de edificios oscuros: un gran hangar medio vacío y esquelético, una torre de control y varios edificios más pequeños que en su momento se habían utilizado como oficinas, salas de espera y espacios comunes. Jack estaba impresionado. Aunque estaba oscuro, el lugar parecía mejor equipado y más imponente de lo que se había atrevido a imaginar. Parecía que había sido un cruce poco habitual entre un pequeño aeropuerto comercial y un club aéreo, y suponía que lo habrían utilizado aviones privados, vuelos chárter y aeronaves para la formación de pilotos. Vislumbró el camión penitenciario y el transporte de tropas aparcados a corta distancia. La presencia de los demás vehículos fue un alivio enorme. El resto del grupo había conseguido llegar con seguridad al aeródromo.