—¿Sois seis, verdad? —le preguntó cuando llegó a su altura.
—Correcto.
—Entonces, ¿dónde están los otros dos, en la casa?
—No, están fuera. Volverán dentro de un rato. Están explorando por ahí.
—¿Qué hacen?
—Sólo comprueban el lugar. No olvides que no llevamos aquí demasiado tiempo —comentó cuando llegaba a la puerta trasera del edificio pequeño—. Ya hemos conseguido hacer bastante, pero queremos cubrirnos un poco más las espaldas antes de intentar nada arriesgado.
—¿Arriesgado? —repitió Michael mientras lo seguía al interior de la oscura cocina de la casita.
La habitación era pequeña y de techo bajo, y estaba abarrotada. A través de una puerta abierta pudo ver a Danny y Peter sentados en una sala de estar que también estaba en la penumbra, hablando con Richard y Brigid.
—Nos estamos tomando las cosas con calma —prosiguió Harry—. Tenemos que estar completamente seguros de lo que vamos a hacer antes de hacer nada que podamos lamentar.
—¿Como qué?
—Como entrar en Danvers Lye y que nos den por el culo un centenar de cadáveres.
—Entendido.
Michael entró en la sala de estar. Aunque había tan poca luz como en la cocina, la habitación estaba seca y relativamente caliente, y era bastante más cómoda y acogedora que cualquier otro sitio en el que hubiera estado durante los dos últimos meses. Seguía sin sentirse bien al estar a plena vista del resto del mundo y hablando sin preocupaciones, como si no hubiera ocurrido nada. Se sentía nervioso y a punto de saltar. ¿Y si había cadáveres cerca?
—¿Te encuentras bien, Mike? —le preguntó Richard, dándose cuenta de que seguía en un rincón.
—Bien —contestó—. Sólo estoy un poco...
—¿Cansado?
Michael negó con la cabeza e intentó pensar en la palabra adecuada para expresar con propiedad lo que estaba sintiendo de repente.
—Desorientado.
—Te acostumbrarás —dijo Brigid, sonriendo—. No tardarás mucho.
Michael se sentó en un cómodo sillón al lado de un fuego apagado. «Dios santo, qué bien me siento al poderme sentar de esta forma», pensó. Se reclinó y estiró las piernas mientras miraba a los demás, que seguían hablando. Al principio se conformó con seguir sentado y escuchar sin tomar parte activa en la conversación. Había estado activo durante demasiado tiempo.
Después de un par de minutos, la conversación dio un giro y cambió de tono. Otro coche se detuvo en el exterior y los dos últimos habitantes de la isla entraron en la casa, presentándose a los recién llegados como Tony Hyde y Gayle Spencer. Ambos llevaban toda la tarde de reconocimiento. Habían conducido hasta las afueras de Danvers Lye para comprobar la situación de cara a preparar la liquidación de cadáveres que iba a comenzar inevitablemente dentro de poco. Explicaron que pudieron acercarse al pueblo más de lo esperado. Michael se sintió confuso.
—No comprendo —comentó, mirando a Tony y Gayle, que estaban sentados enfrente de él—. ¿Cómo habéis conseguido llegar cerca del pueblo y por qué habéis arriesgado el cuello para llegar allí? Seguramente, los cadáveres habrán reaccionado al estar vosotros tan cerca de ellos.
Gayle negó con la cabeza.
—Creemos que el comportamiento de algunos cadáveres está cambiando en este lugar.
—¿Cambiando?
—Ayer nos dimos cuenta por primera vez —explicó Gayle—. Cuando llegamos, todo era poco más o menos como habíamos esperado: sólo teníamos que toser y la mayoría de los cadáveres que había en los alrededores empezaba a moverse hacia nosotros.
—Entonces, ¿qué diferencia hay ahora?
—Cuando nos levantamos ayer, esperábamos estar rodeados de cadáveres a causa del ruido que habíamos hecho y del fuego, y decidimos seguir el juego para deshacernos de unos cuantos. Supusimos que los podríamos atraer poco a poco... ya sabes, atraerlos en lugar de correr detrás de ellos. En cualquier caso, cuando salimos, sólo había un puñado. Los liquidamos con rapidez y supusimos que el resto aún no había conseguido llegar a este lado de la isla.
Tony prosiguió con el relato.
—A media mañana, tres de nosotros nos acercamos al pueblo. Sólo queríamos ver a qué nos enfrentábamos y tener una idea de la situación sobre el terreno. Paramos el coche al final de la calle principal y esperamos.
—¿Qué ocurrió?
—Ahora llega la parte extraña —continuó Gayle—. Las malditas cosas no reaccionaban ante nuestra presencia. Al menos, no reaccionaban como esperábamos. Algunos lo hicieron y vinieron directamente a por nosotros, pero la mayoría se mantuvieron alejados. Conseguimos acercarnos un poco más y los pudimos ver. Pero ésta es la parte más rara: parecía que nos estuvieran esperando. Casi escondiéndose de nosotros.
—Tonterías.
—Te lo juro. Los pudimos ver esperando en la penumbra y dentro de edificios que estaban abiertos, pero apartados de nuestro camino.
—¿Qué hicisteis entonces?
—Nada —respondió Tony—. Dios santo, no nos queríamos acercar demasiado. Lo último que queríamos era fastidiarles.
—¿Fastidiarles? ¿No creerás que esas cosas estén a punto de dar la vuelta y rendirse?
Brigid negó con la cabeza.
—Creo que en su interior tienen aún muchas ganas de pelear.
—Entonces, ¿qué ha cambiado? —preguntó Peter Guest.
—He pensado mucho en eso —contestó Brigid, que se había convertido de repente en el centro de atención—. No sé lo que habéis vivido los demás, pero yo he visto cómo van cambiando estas cosas desde el día en que se levantó el primero y volvió a andar. Al principio sólo podían moverse, después pudieron oír y ver, después se volvieron más agresivos y ahora parece que han empezado a...
—¿Pensar? —se anticipó Michael cuando ella se calló durante un instante.
—Supongo que sí. Han ganado otro nivel de control. Se trata de una progresión lógica, si puedes llamar lógico a algo de toda esta locura.
Michael recorrió la habitación con la mirada.
—Yo he visto que ocurría algo similar, aunque no tanto como lo que habéis visto vosotros. Tenemos con nosotros a un médico que me explicó que cree que una parte de su cerebro ha sobrevivido a la infección. Es como si poco a poco fueran volviendo en sí, a pesar del hecho de que sus cuerpos se están cayendo a trozos. Parece como si hubieran estado sedados y ahora la droga estuviera empezando a desaparecer.
—Entonces, eso es bueno, ¿no? —comentó Peter. Tenía la boca seca a causa de los nervios y tragó con fuerza antes de volver a hablar—. Problema solucionado. Si van a ser capaces de pensar y controlarse, entonces no serán una amenaza, ¿no os parece? Verán que no es una lucha justa y se quedarán quietos mientras se pudren.
—Posiblemente —replicó Michael con precaución—, pero no creo que el que sean una amenaza sea ya la cuestión principal.
—¿De qué estás hablando?
—Siempre he dicho que los cadáveres se mueven por instinto. Es como si estuvieran motivados y controlados al nivel más básico. Cada vez que se produce un cambio evidente en su comportamiento, es como si hubieran conquistado otra capa de conciencia.
—No sé adónde quieres ir a parar —se quejó Peter.
—¿Has visto cómo a veces se pelean entre ellos? Siempre parece que sea completamente espontáneo. Pero ¿alguna vez os habéis parado a pensar por qué lo hacen? ¿Qué van a ganar en la lucha? Entre ellos no existen clases, posición ni cualquier otra división. No comen, no necesitan refugio, no pelean por comida ni posesiones.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? —preguntó Brigid—. ¿Por qué lo hacen?
—Creo que la única razón que les queda para luchar es la supervivencia. Luchan simplemente para seguir existiendo. Es una cuestión de autoconservación, y eso es a lo que nos enfrentamos aquí. En una multitud de miles, se pueden llevar por delante a algunos de nosotros. Cuando están en minoría, se retraen.
—No me trago nada de esto —intervino Peter—. ¿Te has escuchado? ¿Has escuchado lo que has dicho? ¿Has oído lo estúpido que suena?
—Lo que estoy diciendo es que los cadáveres no son una amenaza para nosotros, sino que más bien nos ven como una amenaza para ellos. Y si realmente les mueve el instinto, entonces harán todo lo que tengan que hacer para asegurar su supervivencia.
Kelly había tenido bastante. Llevaba casi un día en el aeródromo y no lo podía soportar más. Había escuchado todo lo que habían dicho los demás y había intentado comprender y ver las cosas desde la perspectiva que le planteaban, pero era imposible. Sabía que no tenía sentido aguantar y que por mucho que prometieran que iban a intentar hacer por ella y por Kilgore, nunca se iba a hacer realidad. Los demás ya iban a tener suficientes problemas para tratar de cuidar de sí mismos.
Lo que más dolía era la espera.
Kelly había pasado antes por una buena colección de momentos difíciles. Se había pasado la primera mitad del entrenamiento básico llorando como un maldito bebé y se había quedado paralizada en el campo de batalla mirando de cara el cañón de un arma enemiga. Había sabido afrontar todo eso y asumirlo bastante bien. Por muy duro que fuera, lo había superado, sin importar lo mal que fueran las cosas.
La diferencia con ahora, decidió, era que todo estaba fuera de control. Sabía que no podía luchar o negociar una salida a esa situación. El final era de prever y lo único que estaba haciendo era posponerlo. Ni siquiera podía cerrar los ojos sin rememorar los recuerdos de todo lo que había ocurrido y recordar todo lo que había perdido.
Las cosas habían cambiado desde su llegada al aeródromo. Se sentía como si hubiera llegado al final del camino. Vio como el helicóptero partía esa misma tarde y se dio cuenta de que ahora los acontecimientos se desarrollaban sin ella. Era una extraña, ni viva ni muerta. No podía seguir así.
A corta distancia de la alambrada que delimitaba el perímetro, miró a la cara a los muertos, que le devolvieron la mirada. Cuanto más tiempo permanecía allí, más violentos y excitados se ponían. Estiraban las manos para agarrarla, metiendo los dedos huesudos a través de la alambrada para acercarse más, arañaban y destrozaban a los demás cadáveres que se interponían en su camino... pero a Kelly no le importaba. Se quitó la máscara, y durante unos instantes el alivio fue sobrecogedor.
Un aire frío y fresco le inundó los pulmones, haciendo que se sintiera más fuerte y humana de lo que se había sentido durante semanas. Podía oler de nuevo la hierba y el aire otoñal tenía un sabor mil veces mejor de lo que recordaba. Los segundos pasaban y le empezó a parecer que había ocurrido lo imposible. ¿Era inmune? Por alguna casualidad increíble, ¿compartía las mismas características físicas que permitían sobrevivir a la gente en el edificio a sus espaldas? No se atrevió a creerlo al principio. ¿Cuál era la probabilidad en contra de que lograra sobrevivir así? Durante un instante delirante, su mente se llenó de visiones de su llegada a la isla y de vivir de nuevo...
Y entonces empezó.
Saliendo de la nada, el dolor se apoderó de ella como una mano que le apretase el cuello. Dentro de su garganta, los tejidos se empezaron a hinchar. Siguió de pie todo el tiempo que pudo hasta que, con los ojos saliéndosele de las órbitas, cayó de espaldas sobre la hierba y se quedó mirando fijamente el pesado cielo gris, sin ver nada.
Treinta segundos más tarde había acabado todo.
El hecho de encontrarse tendido en una cama cómoda y cálida por primera vez desde hacía semanas no ayudaba a que Michael durmiera. En cambio, Danny Talbot roncaba en su estrecha litera al otro lado del pequeño dormitorio cuadrado. Era casi medianoche. A Michael le latía la cabeza y deseaba encontrar una forma de apagar y desconectar durante un rato, pero resultaba imposible. Si no lo distraía el ruido que producían los demás hablando en el piso de abajo, pensaba en la isla y en la forma en que finalmente había conseguido llegar. Cuando dejó de pensar en la isla, se descubrió reflexionando sobre el cambio de comportamiento de los cadáveres, y cuando dejó de pensar en eso, empezó a acordarse de Emma. En cuanto comenzó, no pudo dejar de pensar en ella. Sentía inmensa la distancia entre ellos, casi inconmensurable en aquellas circunstancias, y le dolía. Sabía que ella era más que capaz de cuidarse por sí misma —Dios santo, hacía poco lo había cuidado a él—, pero eso no lo hacía más fácil. Se sentía responsable de ella. Más que eso, sabía que la quería, aunque aún no se había atrevido a decírselo, y tenía la confianza razonable de que ella también lo amaba, tanto como cualquiera podía amar a otra persona en aquel mundo jodido y emocionalmente inane. La distancia entre ellos hacía que se diera cuenta de toda la profundidad y la fuerza de los sentimientos que albergaba hacia Emma y que, en su mayor parte, había contenido.
No tenía sentido seguir tendido en la cama. Estaba claro que no iba a ser capaz de dormir. Como seguía completamente vestido, se levantó y bajó la estrecha escalera hacia la cocina, donde seguían sentados Brigid, Peter, Jim y Gayle.
—¿Estás bien? —preguntó Brigid.
—Estoy bien, pero no podía dormir.
—¿Café?
Asintió. El agua ya estaba hirviendo sobre un fogón portátil a gas, llenando la habitación de vapor y calor.
—¿Dónde están los demás? —preguntó, mirando a su alrededor e intentando no bostezar.
—Danny, Tony y Richard están arriba; Harry y Bruce están fuera.
—¿Fuera? ¿Qué demonios están haciendo ahí fuera?
—Están de guardia.
—¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo?
—No, no queremos correr riesgos, eso es todo.
—Maldita sea, simplemente salir al exterior habría sido correr un riesgo en el sitio del que vengo.
—Aquí es diferente, ya te acostumbrarás.
Michael se acercó a la ventana y miró hacia fuera. Podía distinguir movimientos a unos pocos metros. Eran demasiado rápidos y coordinados para que no fuera uno de los dos.
—Aquí tienes —dijo Brigid, entregándole una taza de café.
—Gracias —contestó, devolviendo su atención a la ventana.
Ahora podía ver con claridad a uno de los hombres que estaban en el exterior. No sabía cuál de los dos era, pero se aproximaba a la casa. La puerta se abrió con un crujido y Harry Stayt se inclinó hacia el interior.
—¿Todo bien, Harry? —preguntó Gayle.
—Maldito frío —se quejó.
—¿Ocurre algo ahí fuera?
—Vi un par de cadáveres hará una media hora, eso es todo.