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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

El cebo (49 page)

BOOK: El cebo
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Diana volvía a parpadear. Ahora temblaba. Parecía esforzarse en hablar.

—¿Por... Por qué... todo?—dijo.

A Claudia la pregunta se le antojó estúpida.

—¿Te refieres a por qué he hecho todo esto? ¿Qué te parece la palabra «venganza», Jirafa? Yo creo que se queda corta. Pasé un año vomitando cada vez que me dormía, ¿lo sabías? Cerraba los ojos, volvía a ver a esos hombres con máscaras que fingían ser uno solo tocándome o aplicándome corrientes, y me despertaba dando arcadas... Más de una vez quise matarme durante ese año, pero me lo impedían. El gobierno me pagaba una casa y un sirviente, pero la primera estaba llena de visores de conducta y la segunda era un ex cebo. Comprendí que era mejor fingir que seguía pirada delante de las escasas visitas que recibía: los médicos, Padilla, tú... Entonces, al año siguiente, decidí actuar por mi cuenta. Un día llevé a Nely al único lugar de la casa que no contaba con visores: su cuarto de baño. Allí la poseí enseguida. Descubrí que el experimento Renard me había dotado de nuevos recursos... A partir de ese momento, Nely fue mi principal herramienta. Lástima que también haya sido para ella su última actuación...

Dirigió la linterna al suelo, cerca de la tarima de madera. Parecía haber allí un maniquí despatarrado, pero a la luz se advertían tendones, piel bronceada, rizos de un cabello azabache. El charco de sangre bajo su cabeza ya estaba seco.

—No he bautizado aún a su personaje —dijo Claudia—. Tendría que llamarse «Ariel», quizá. El siervo espiritual. Padilla fue mi «Calibán», el esclavo bestial. Lo curioso es que, cuando poseí por primera vez a Padilla, solo quería interrogarlo... Necesitaba saber qué había ocurrido con Renard, por qué todas mis máscaras habían fracasado con él... Y, oh sorpresa, me contó lo
inesperado.
—Torció la cara—. ¿Te imaginas escuchar eso? ¿Te imaginas oírle decir lo que hicieron conmigo? ¿Puedes hacerte una ligera idea, Diana Blanco, de lo que te sucede cuando crees que has sido torturada más allá de cualquier límite por un
psico,
y averiguas que fueron tus propios jefes? —Repasó con la vista la atlética figura del cebo—. No, no puedes. Has sido una niña mimada. El departamento te tuvo siempre más respeto, Jirafa... Y a la hora de elegir una cobaya, pensaron: «Mejor Claudia. Es más bajita. Perdemos
menos»...
—Intentó dominarse. Agregó—: Te confesaré algo. Al oír a Padilla, me entraron ganas de ordenarle que rompiera un espejo y se comiera uno a uno los trozos. Pero entonces pensé que jamás podría vengarme del resto si hacía eso. De modo que fui paso a paso. Nuestro querido director era una pieza clave, y antes de destruirlo lo exprimí al máximo. Me sirvió para conseguir un coche, crear la falsa compañía de
castings
y reclutar a Olena en Ibiza aprovechando la temporada en el balneario... Y para atraer a Álvarez, claro. Con Álvarez fui piadosa, hasta cierto punto... Con el señor Julio Padilla
no lo fui.
A fin de cuentas, Álvarez se había limitado a dar el visto bueno a lo de Renard. En cambio, Padilla había apoyado a Gens desde el principio. Fue idea suya construir este túnel, Jirafa, ¿lo sabías? Quería obtener el Yorick tanto como Gens, y elegirme para el proyecto le costó mucho menos que aplastar una mosca sobre su calva. Por eso, en la última programación, incluí algunas órdenes divertidas para su familia. Y hoy, noche de Halloween, tercer aniversario del inicio del genial experimento, lo llamé y lo puse en marcha. Solo tuve que decirle: «Hazlo». Al oír mi voz por el auricular, su psinoma tomó el mando, y ya solo sintió placer. En cambio, Nely no ha sufrido en exceso. Le ordené que se degollara con los dedos antes de que llegarais, tan solo. Era preciso: después de más de un año de posesión su psinoma no habría sabido sobrevivir a solas y habría resultado peligroso abandonarla. Por supuesto, no deben relacionarla con esto, así que haré desaparecer su cuerpo... Lo siento mucho, Nely —agregó en dirección al cadáver—. Por si te sirve de consuelo, te diré que los demás lo van a pasar mucho
peor...

—E-e-ella te... que-que-quería... —dijo Diana—. I-i-gual que Ve-ve-vera y yo...

Temblaba y tartamudeaba como si tuviese fiebre. A Claudia le intrigaba aquella reacción ante el enganche, pero supuso que cabía en lo posible.

—¿Quererme? —Casi por primera vez sintió que se enfurecía—. Supongo que no pensarás que tus visitas compasivas a lo largo de todos estos jodidos años y tus palmaditas en la rodilla te hacían mejor a mis ojos, ¿verdad,
super-woman? jamas
hemos sido amigas, de modo que, ¿por qué venías? Te lo diré: para no sentirte culpable. Éramos dos, igualmente válidas... No, yo
más
válida que tú, siempre... Y cuando ese viejo cerdo decidió destrozarme
a mí,
supiste que estabas viva solo por favoritismos, y venías a decirme: «Oh, cuánto lo siento, Cecé, te dieron por el culo para conservarme a mí...». Claro que lo «sentías», hija de puta... ¡Sentías un
gran alivio!

Sumida en la furia, Claudia no percibió el cambio en la postura de su presa hasta que fue demasiado tarde.
«Es imposible
—pensó—. No puede desengancharse tan...»

En el instante en que lo pensaba, recibió un puñetazo.

No fue un gesto muy hábil, sin embargo, no tuvo dificultad alguna en esquivarlo. Diana intentó golpearla otra vez, pero se movía como un boxeador grogui y solo logró perder el equilibrio. Claudia no le permitió otra oportunidad. Se cogió el hombro derecho con la mano izquierda al tiempo que se inclinaba y flexionaba una rodilla. De inmediato alzó los brazos en un gesto de rendición y tensó los músculos pectorales mientras lanzaba un extraño gemido. Típica maniobra rápida de Labor. El efecto fue instantáneo: pareció como si, de repente, Diana no supiera qué hacía.

—Hija de puta —volvió a decir Claudia, recobrando el dominio.

Se preguntó cómo lo había logrado su ex compañera. ¿Cómo había conseguido atacarla pese al enganche? Iluminó el suelo a los pies de Diana y lo supo. Las gotas de sangre seguían cayendo desde el vendaje sucio y deshecho que colgaba de su mano izquierda. Meneó la cabeza, impresionada con la táctica de Diana: había estado arañándose el muñón todo aquel tiempo, hasta soltarse los puntos. El intenso dolor había atenuado el placer y debilitado el enganche.

No se enfrentaba a ninguna novata, desde luego. «Es jodidamente
peligrosa.»

Pero ella era más rápida. Y contaba con un excelente entrenamiento: había estado estudiando las complejidades de la máscara de Labor en previsión de que llegara el momento de poseer a su poderosa colega. Sosteniendo aún pistola y linterna, llevó las manos al borde de la falda y se la quitó, acentuando el esfuerzo con gestos calculados. Lo que hipnotizaba a los de Labor era eso: la
apariencia
de esfuerzo. También se despojó de los zapatos. Su cuerpo era ahora una anatomía blanca y tres guiones negros: top, tanga y leotardos. Mostró el perfil y miró a Diana en un gesto final. Alzó la linterna por sorpresa, iluminando el rostro del cebo desde cerca. Comprobó que no parpadeaba: se hallaba ya en un estado próximo a la preposesión.

Pero necesitaba cerciorarse. Toda precaución era poca con aquel demonio.

—Quítate la cazadora y dámela —le ordenó. Diana obedeció de inmediato y Claudia arrojó la cazadora lejos—. Arrodíllate. —Diana casi se dejó caer sobre las rodillas. La linterna revelaba el intenso sudor en su rostro y la piel de sus brazos y bajo el cuello, otra prueba de preposesión. La camiseta de tirantes color naranja que llevaba se pegaba a su cuerpo húmedo—. Golpéate la cara con la mano derecha. —Vio caer a Diana de lado, alcanzada en el pómulo por el dorso de su propia mano, sus largas piernas enfundadas en vaqueros perdiendo el equilibrio. Pero de inmediato se incorporó y retornó a su postura de rodillas alzando el rostro, como si esperase el siguiente golpe. Ni siquiera se había quejado. Aquella reacción era definitiva.

Ya no había duda, Diana se hallaba por completo bajo su control, y ni siquiera un dolor intenso le permitiría volver a moverse voluntariamente.

La observó un instante, con plena conciencia de su poder sobre ella: Diana a sus pies, la espalda arqueada, la garganta ofrecida, jadeante, dispuesta a acatar su voluntad. Como Nely Ramos, Álvarez, Padilla o Gens.
Mis encantamientos no se rompen.
Solo le molestaba el hecho de no poder poseerla del todo aún. Tal cual estaba, en aquella posición de inferioridad, lo habría logrado tan solo cambiando el tono de voz hasta convertirlo en una especie de musiquilla, como las misteriosas canciones del espíritu Ariel, pero sabía que eso habría estropeado su minucioso plan. Acabaría poseyéndola, desde luego, pero no antes de hacer lo que debía.

Reforzó aún más la máscara con un gesto de aparente afecto; bajó la cabeza y se acercó, dejando que sus rodillas rozaran la camiseta de Diana. No quiso apresurarse. La sensación de dominar a una presa como aquella era nueva, y muy intensa. Como si fuese una pianista virtuosa, se deleitaba pulsando una tecla en su psinoma con una presión exacta, y observando los resultados: un tic en el párpado, un gemido suave, abrir o cerrar la boca... No odiaba a Diana, pero descubrió que siempre había querido mostrarle quién de las dos era mejor.

—Te diré lo que pienso hacer, Jirafa —susurró moviendo la linterna sobre su rostro como una amaestradora sobre la cabeza de su delfín favorito—. Es sencillo. Una venganza no es perfecta si atrapan al vengador. Tú y yo somos dos de los mejores cebos de Europa: solo una de nosotras podría haberlo hecho todo, así que te necesito para que se olviden de mí... Aunque estoy «muerta», podría iniciarse una enojosa investigación si no apareciera un culpable pronto, lo cual me desagrada, porque en cuanto termine de recoger y borrar mis huellas, me largaré. Sí, de acuerdo, tú te pasarás el resto de tu vida drogada en una cárcel o en un hospital, pero yo he estado tres años en el infierno, Jirafa. Es un negocio justo.

Le divertía observar cómo Diana intentaba rozar su mano con los labios cada vez que la acercaba. Por supuesto, ella la retiraba antes, provocando en la muchacha gestos caninos de adoración. Era preciso no permitirle tocar su piel desnuda aún, ya que podría quedar poseída antes de tiempo.

—Voy a poseerte. —Le anunció—. Luego te ordenaré que mates a tu hermana y te entregues a la policía. —Observó el cambio súbito de expresión de su adoradora, y supo que aún le quedaba considerable voluntad. No iba a poder ordenarle tales cosas sin poseerla, y sospechó incluso que si Diana perdía el contacto visual con ella durante cierto tiempo volvería a desengancharse. Pero tal cosa no iba a suceder, el placer le arrancaría hasta el último residuo de voluntad con la misma facilidad con que un bañista se desprende con los dedos la piel quemada por el sol. Padilla había violado a su amadísima hija paralítica y se había mutilado debido a ello. Ninguna voluntad era capaz de frenar un placer tan devastador, y Claudia lo sabía.

Haría lo que se le antojara con Diana.

—Igualmente —prosiguió—, te declararás culpable de las muertes de Álvarez, Padilla, Gens y Miguel... No habrá sorpresas: eres un cebo veterano, pensarán que has caído al foso. En realidad, si no hubieses mencionado la pulsera, a estas horas estarías encerrada y quizá ya te habrían acusado. Pero es mejor así, de este modo no quedarán dudas... Tú misma lo confesarás. Sin embargo, necesito poseerte primero, y ahí está el problema. Como sabes, el análisis de los microespacios de un crimen puede determinar si la persona que lo cometió estaba o no poseída. Así ha pasado en los casos de Álvarez y Padilla. Lo mismo ocurriría contigo, y no puedo permitirlo. Me interesaba que quedaran rastros de posesión incluso en Gens, pero no en ti, porque tu papel en la obra es ser culpable... Ahora bien, ¿cómo evitarlo? ¿Acaso existe alguna forma de engañar a un ordenador cuántico? Resulta que
sí.
He estado experimentando con Padilla y los ordenadores del departamento: la máscara Yorick puede lograrlo.

Sonrió como aguardando alguna reacción por parte de Diana ante aquella noticia, pero comprendió que su esclava ya no podía comportarse racionalmente: acuclillada, la cabeza hacia atrás, se entregaba a Claudia como a un orgasmo inacabable.

—Oh, sí, la máscara Yorick
existe,
Diana —afirmó—. Gens la arrancó de mí a cambio de hacerme pedazos. Y el propio Gens temía y
deseaba
al mismo tiempo que yo la mostrara. Por eso se ocultó, pero en Madrid. El viejo brujo esperaba, encerrado en su cueva, protegido por cebos guardaespaldas, a que yo apareciese... Y su pequeño Ariel no le defraudó. No he tenido tiempo de interrogarlo a fondo, pero creo que, de algún modo, supo que el experimento Renard
no había sido un fracaso...
Quizá lo intuyó en los últimos días, poco antes de que los políticos, escandalizados, le obligaran a interrumpir la prueba y fingieran «rescatarme». En realidad, el Yorick no es
otra
máscara sino un
añadido.
Yo lo llamo «el toque especial Claudia». No solo sirve para reforzar hasta límites nunca vistos cualquier tipo de máscara, sino que el placer ocasionado es tal que el psinoma de la víctima se hunde, ¿sabes? Literalmente. Como el libro de Próspero: más hondo de lo que puede alcanzar ninguna sonda... Y a esa profundidad, la expresión del placer se confunde con el dolor o la locura. Ningún ordenador puede rastrearlo. ¿Ventajas? Obvias. ¿Desventajas? Tardas más tiempo en preparar la posesión, pero...

Retrocedió un paso. Fue un movimiento calculado. Su presa gimió frustrada al ver que el intenso objeto de su placer se alejaba unos centímetros. Claudia contaba con eso: incrementaría las ansias de Diana antes del teatro definitivo.

—... pero tengo una noticia mala y otra buena,
super-woman.
La mala
es: ya la he preparado...
—Era cierto. La técnica del Yorick consistía en imaginar la máscara con exquisito detalle, como si la estuviese realizando: no solo cada gesto, sino el conjunto percibido por la presa. Cuanto más tiempo pasaba concentrada en ese todo, Claudia notaba que el Yorick se reforzaba más, como si se tratase de una batería recargable conectada a la corriente. Y en aquel momento ya lo tenía a punto—. La buena noticia es todo lo que vas a
disfrutar,
tía. Casi te envidio. Ríete de los orgasmos. A partir de ahora tu sexualidad consistirá en recordar cómo le volaste la tapa de los sesos a tu herma...

En ese instante algo empujó sus piernas por detrás haciéndola tropezar con el cuerpo arrodillado de su víctima. Casi percibió cómo el fino sedal que la unía al psinoma de Diana se quebraba.

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