El renegado (3 page)

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Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El renegado
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—Verá —comentó Kaulidren, mientras volvía fugazmente los ojos hacia la pantalla—, eso es típico de las carnicerías causadas por los rebeldes. No hubo aviso alguno, a menos que uno considere a los asesinatos anteriores como un aviso de los subsiguientes. A esos dos hombres —ambos amigos míos, podría agregar—, no se les dio ni la más mínima oportunidad de escapar de la muerte. Sencillamente, fueron ejecutados.

—¿El resto de la información que nos ha traído es similar a ésta? —le preguntó Kirk.

—Todo es documentación sobre la brutalidad de las acciones de los rebeldes, sí.

—¿Y nada más?

—Si duda usted de la autenticidad…

—No hay duda alguna sobre la autenticidad de los propios acontecimientos —le interrumpió Kirk—, pero, como ya ha señalado antes el señor Spock, no existe forma de verificar quiénes eran las víctimas ni quienes sus asesinos. Y aunque la hubiera, seguiría siendo igualmente válido que esos sucesos, por bárbaros y reales que sean, no nos ayudarán para nada a conseguir nuestros objetivos. Lo que nosotros necesitamos es…

—¡Pero sí le demuestra la clase de gente con la que estamos tratando! ¡Eso puede verlo sin ningún lugar a dudas!

Kirk reprimió un suspiro que era mezcla de compasión e irritación.

—Primer ministro Kaulidren —le dijo—, nosotros estamos aquí, por solicitud de su gobierno, con el fin de intentar negociar la paz entre ustedes y los rebeldes. El primer paso para lograr esa finalidad es encontrar las causas subyacentes del conflicto.

—Pero nosotros pensábamos que, una vez que puestos al corriente de los hechos…

—¿Que la Federación se pondría de su parte en este conflicto?

Kaulidren parpadeó, aparentemente desconcertado por la franqueza de Kirk. Respiró profundamente.

—¡Sin duda no se pondrán ustedes de parte de unos asesinos y terroristas!

—Primer ministro Kaulidren… —Kirk apoyó las manos sobre la mesa, ante sí, en un gesto suplicante—. Por favor, compréndalo… no estamos aquí para ponernos absolutamente de parte de nadie. Hemos venido para averiguar cuanto podamos sobre la verdad, y para emplear ese conocimiento en los esfuerzos que realicemos para conseguir que cesen las hostilidades.

—Pero, capitán Kirk…

—Capitán —le interrumpió la voz de Uhura desde el intercomunicador—. Entra una transmisión de Vancadia.

Kirk miró a Kaulidren, que tenía el entrecejo fruncido por aquella interrupción.

—Pásela aquí, teniente —le dijo.

—De inmediato, señor.

Un instante después la voz de Uhura fue reemplazada por una furibunda voz masculina.

—¡…las mentiras tramadas por Kaulidren! —comenzó, obviamente en mitad de una frase.

—¡Yo no miento! —estalló Kaulidren, ahogando las palabras siguientes antes que Kirk le hiciera un gesto para indicarle silencio.

—¡…antes que sea demasiado tarde! —acabó la voz, y luego hizo una pausa.

—Es una grabación, señor —se apresuró a informar Uhura—. La volveré a pasar.

—¡No deben escuchar a Kaulidren! —comenzó la voz sin preámbulo alguno—. Por muchas mentiras que les haya contado sobre ese llamado terrorismo, yo represento a los colonos y, si vuestra Federación está verdaderamente comprometida con la justicia, tienen que hablar con nosotros antes de emprender ningún tipo de acción. ¡Deben acudir a Vancadia y averiguar la verdad sobre las mentiras tramadas por Kaulidren! ¡Tienen que escucharnos, antes que sea demasiado tarde!

—¿Ha localizado la procedencia, teniente? —le preguntó Kirk a Uhura por el intercomunicador.

—El teniente Pritchard realiza un sondeo con los sensores, capitán.

—¿Teniente Pritchard? —le preguntó Kirk al joven oficial que se ocupaba de la terminal científica cuando Spock se encontraba ausente del puente.

—Sí, señor, la tengo. El mensaje proviene de una pequeña nave lanzada desde Vancadia hace apenas unos minutos. Todavía tiene los motores encendidos y está a punto de entrar en órbita.

—Teniente Uhura, intente establecer nueva comunicación.

—Ya lo intento, pero no se trata de un mensaje subespacial. A esta distancia, pasarán al menos tres minutos antes de que podamos obtener alguna respuesta.

—Comprendido, teniente. Inténtelo de nuevo. Nos aproximaremos más —Kirk se volvió a mirar a Kaulidren—. Si lo desea, retrasaremos nuestra partida hasta que usted y sus hombres puedan regresar a su nave.

—¿Qué? —estalló Kaulidren—. ¿Que va a marcharse usted? ¡Capitán, no puedo creer que vaya a aceptar la idea de encontrarse con esos carniceros!

Kirk asintió con gesto terminante.

—Ya lo creo que acudiremos a Vancadia, primer ministro. Si desea permanecer a bordo de la
Enterprise
, puede hacerlo. Si no…

—¡Por supuesto que me quedaré! ¡No hay forma de saber qué nuevas mentiras habrán tramado!

—Muy bien, primer ministro —replicó Kirk. Luego, mientras hablaba otra vez por el intercomunicador, Kirk se puso de pie—. Vamos de camino hacia el puente. Teniente Sulu, trace un curso y ponga rumbo en dirección a Vancadia.

—Pero ahí hay más datos… —comenzó a decir Kaulidren con furiosos gestos hacia la pantalla de la computadora, que ahora estaba en blanco.

—Todavía estarán ahí cuando lleguemos a Vancadia, primer ministro —le contestó Kirk.

—Como usted quiera, capitán, pero…

—¡Capitán! —interrumpió el teniente Pritchard—. ¡La nave que transmitió el mensaje acaba de ser destruida!

2

Detalles, señor Pritchard —exigió secamente Kirk, que se detuvo junto al intercomunicador mientras echaba una penetrante mirada a Kaulidren y los miembros de su séquito. Los rostros de aquellos hombres, sin embargo, eran impenetrables.

—Había una docena de naves de mayor tamaño en órbita alrededor de Vancadia —informó Pritchard—. Dos de ellas dispararon casi simultáneamente sobre la nave mensajera cuando entraba en órbita. Había transmitido de manera continuada desde el instante en que abandonó la atmósfera del planeta.

—¿Supervivientes?

—Está demasiado lejos para que los sensores detecten si los ha habido, señor, ni siquiera podemos saber si antes del ataque había forma de vida alguna a bordo de la nave y, en ese caso, su número. Las lecturas provisionales indican que la nave era demasiado pequeña para dar cabida a más de dos personas.

—Muy bien. Señor Sulu, pongámonos en camino, plena potencia de impulso.

—Sí, señor.

Kirk cerró el intercomunicador.

—Caballeros, si tienen la amabilidad de acompañarme al puente… —El capitán abrió la marcha hacia el turboascensor más próximo; Kaulidren y su séquito marcharon inmediatamente detrás, con Spock y McCoy en la retaguardia.

—¿Qué sabe usted de lo que acaba de suceder, primer ministro? —preguntó Kirk cuando las puertas del turboascensor se cerraron tras ellos—. No parece usted demasiado sorprendido.

—No lo estoy, capitán. Supongo que la responsable fue una de nuestras naves de vigilancia. —¿Naves de vigilancia?

—Mantenemos una vigilancia constante sobre Vancadia. Los intentos por parte de los rebeldes de llevar sus actividades terroristas hasta la propia Chyrellka han hecho que sea de vital necesidad.

—Disparar contra una nave desarmada no constituye un acto de vigilancia, primer ministro —señaló Spock.

Antes que Kaulidren pudiera responder al vulcaniano, las puertas se abrieron en el puente. Vancadia ocupaba ya la totalidad de la pantalla delantera.

—Reducimos a un cuarto de potencia de impulso, capitán —informó Sulu—. Entramos en órbita estándar alrededor de Vancadia.

Los ojos de Kaulidren se abrieron con asombro mientras seguía a Kirk por el puente.

—¿Hemos llegado tan rápidamente a Vancadia?

—Para una nave interestelar, primer ministro, las distancias interplanetarias son cortas. Señor Pritchard, ¿algún indicio de supervivientes, ahora que tenemos la zona en el radio de alcance de los sensores?

—Ninguno, señor. —Al levantar los ojos, Pritchard vio a Spock y dio un paso atrás para entregarle el puesto de la terminal científica mientras acababa su informe—. Pero tampoco existe indicio alguno de que la nave estuviera tripulada por formas de vida antes del ataque. Los análisis de restos de masa reducen nuestras anteriores estimaciones sobre el tamaño de la nave. No podía alojar más de una persona, lo más probable es que estuviera desarmada y fuera dirigida por control remoto.

—Si había alguien a bordo, capitán —intervino Uhura—, ciertamente tuvieron tiempo de recibir nuestra respuesta antes de la destrucción, pero no hubo acuse de recibo. La misma señal se repitió hasta el final.

—¿Está completamente segura de que tuvieron tiempo suficiente como para replicar?

—Sí, señor. La destrucción se produjo aproximadamente un minuto después de llegarles nuestra señal.

«Cosa que no prueba absolutamente nada», pensó Kirk con ferocidad. Con el ataque de las naves de vigilancia, un piloto solitario habría tenido otras cosas en la cabeza.

Volvió su atención hacia la pantalla principal, en la que se veía una nave, presumiblemente una de las naves de vigilancia de Chyrellka, que flotaba en la distancia. Era cientos de veces más grande que la lustrosa navecilla que en aquellos momentos se hallaba en el hangar de la
Enterprise
, su forma angulosa y robusta estaba obviamente diseñada para no descender jamás a la atmósfera de un planeta. Los cañones de láser salpicaban su proa rectangular como mortales pecas geométricamente perfectas.

—Esa es una nave formidable, primer ministro —observó Kirk, y se volvió para mirar a Kaulidren—. ¿Cree usted que necesitaremos nuestros escudos?

Kaulidren pareció consternado.

—No me gustaría que esto se divulgara y llegase a oídos de los vancadianos —comenzó mientras descendía hasta el área de mando del puente para detenerse junto a Kirk—, pero los cañones láser son falsos excepto tres de ellos, y la mayor parte del casco de la nave está vacío. Hemos aprendido que cuando más formidable parece un arma, menos necesario es utilizarla.

—Pero, obviamente, éstas han sido utilizadas, primer ministro —insistió Kirk—. Acabamos de ver cómo las utilizaban. Y los rayos láser de esa potencia, tanto da que sean tres en lugar de veintitrés, son igualmente mortales para una nave desprotegida. Volveré a preguntárselo: ¿Necesitaremos activar los escudos?

—Ciertamente, no para protegerse contra nosotros —le contestó a decir Kaulidren con tono de indignación.

—¿Sino para protegernos de los rebeldes? ¿Es eso lo que insinúa?

—Ellos intentarían cualquier cosa.

—La nave esa que acaban ustedes de destruir… ¿qué «intentaba»? —intervino McCoy.

—Caballeros, deben entender ustedes la situación con la que nos enfrentamos —comenzó Kaulidren con total seriedad—. Si nosotros les permitiéramos un acceso al espacio sin restricciones…

—Capitán —interrumpió Uhura—, recibimos una señal electromagnética procedente de la superficie del planeta. No hay señal visual.

—Pásela a los altavoces, teniente, y haga que llegue a la sala de motores. ¿Está usted ahí, señor Scott?

—Sí, capitán —le respondió la voz de Scotty por el intercomunicador.

Un instante después otra voz llenó el aire del puente; era la misma que habían oído procedente de la nave derribada.

—Llamando a la nave estelar de la Federación —comenzó, con más ansiedad que enojo esta vez; aparentemente no era una grabación—. ¿Pueden oírme?

—Podemos oírle —replicó Kirk—. Aquí el capitán James Kirk, capitán al mando de la
USS Enterprise
. Identifíquese.

Una confusión de voces brotó brevemente por los altavoces, pero la primera volvió a dejarse oír, esta vez hablaba con calma, incluso de manera deliberada.

—Soy Delkondros, presidente del Consejo de independencia Vancadiano. ¡En la caprichosa y no provocada destrucción de nuestra nave han visto ustedes la verdadera cara de los tiranos chyrellkanos! Si…

—¡Ustedes sabían que sería derribada! —intervino Kaulidren, colérico—. ¡La enviaron al espacio para que fuera derribada!

—¿Kaulidren? —La afectada formalidad se desvaneció en la voz de Delkondros, para ser reemplazada por una furia fría—. ¿Qué mentiras ha contado usted para que le permitan el acceso a bordo de una nave de la Federación?

—¡Pregúnteselo! —exigió Kaulidren—. ¡Pregúntele por qué ha lanzado al espacio una nave que sabía que iba a ser derribada!

—¡Y pregúntele a él —contestó Delkondros— por qué la han derribado! No había alarma de ninguna clase, sino simplemente un ataque virulento y no provocado. ¡Sus robots asesinos, Kaulidren, no sabían si había tripulantes a bordo o no los había! ¡Ellos nunca lo saben! ¡Y a ustedes no les importa!

—¿Y quién llevó a cabo el primer ataque? —Kaulidren hablaba a voz en grito—. ¿Quién habría matado a millares si no le hubiésemos detenido? ¡No culpe a Chyrellka por los resultados de su propia locura, Delkondros!

—¡Caballeros! —intervino Kirk con tono terminante—. Hemos venido hasta aquí para actuar como mediadores, no como árbitros.

—¡Pero acaba de ver usted mismo lo que las fuerzas de Kaulidren le han hecho a nuestra nave! —protestó la voz.

—Lo hemos visto —respondió Kirk—. También hemos visto grabaciones de lo que el primer ministro asegura que han hecho los vancadianos.

—¡Mentiras! ¡Todo mentiras! ¡Si quiere conocer la verdad, debe acudir aquí, a Vancadia! ¡Nosotros tenemos pruebas irrefutables: los cuerpos de nuestros líderes asesinados! ¡Si la ciencia médica de ustedes es tan maravillosa como nos han hecho creer, encontrarán el veneno chyrellkano todavía alojado en los tejidos de los cadáveres!

—¡No le escuche! —intervino Kaulidren—. ¡Incluso si dicho veneno existe, es obra de ellos y no nuestra! ¡Pregúntele cómo llegó a ser elegido para el consejo, en primer lugar! ¡Cómo murió su opositor, muy convenientemente, una semana antes de las elecciones!

—¡Mi opositor murió, primer ministro Kaulidren, porque ustedes pensaron que yo sería más fácil de controlar, más fácil de engañar! ¡Pero se equivocaban! ¡Y, cuando se dieron cuenta del error cometido, hicieron que sus marionetas de la administración colonial intentaran matarme y, cuando eso no dio resultado, intentaron matar a todo nuestro gobierno!

—¡Ustedes mataron a su propio gobierno cuando se convirtieron en terroristas, y después comenzaron a matarnos a nosotros!

—¡Caballeros, por favor! —exclamó Kirk, con repentina impaciencia. Por un momento había imaginado que podría formarse una cierta idea de la situación mediante el sencillo sistema de dejar que se enfrentaran verbalmente y escuchar, pero resultaba obvio que eso no iba a suceder—. Gritarse acusaciones mutuamente no servirá de nada. Ahora, a menos que alguno de ustedes tenga algo más que una sarta de acusaciones contra las supuestas actuaciones por el otro bando…

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