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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (6 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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Gracias al acuerdo que Aurelius había negociado con Serena Butler en persona, VenKee conservaba el monopolio sobre la tecnología para plegar el espacio. Algún día, la nueva generación de naves sería más importante incluso que los escudos Holtzman… sí, en cuanto solucionara los problemas de navegación. Pero cada vez que solucionaba parte del problema, aparecían nuevas dificultades que no había previsto y la solución volvía a alejarse de sus manos, como el reflejo múltiple en una sala de espejos. Una reacción en cadena de factores desconocidos.

Norma contemplaba aquel espectáculo industrial, pero su mente divagaba, buscando siempre las esquivas respuestas. Sus naves podían saltar de un punto del espacio a otro, el sistema de propulsión funcionaba a la perfección… pero el problema de guiar a la nave a través de los obstáculos que poblaban el cosmos parecía insalvable. El espacio era inmenso y estaba en su mayor parte vacío, pero si por casualidad la ruta de una de sus naves coincidía con la de una estrella o un planeta inconvenientemente situados, la nave quedaba destruida. No había posibilidad de modificar el rumbo o evitar el obstáculo, no había tiempo para lanzar los botes salvavidas.

Uno de cada diez viajes por el espacio plegado acababan en desastre.

Era como pilotar una nave a través de un campo de minas con los ojos vendados. Ningún humano podía reaccionar con la suficiente rapidez ante los obstáculos, ningún mapa podía trazar un camino a través del espacio plegado con la suficiente precisión para incorporar todos los problemas. Ni siquiera Norma podía hacerlo, a pesar de su inteligencia sobrehumana.

Años atrás, había encontrado una solución temporal utilizando veloces ordenadores, aparatos analíticos que decidían con rapidez, que podían anticipar errores en cuestión de nanosegundos y buscar rutas alternativas. En secreto, Norma hizo instalar estos navegadores en las primeras naves y logró reducir la tasa de pérdidas a la mitad y hacer de aquella tecnología algo casi —¡casi!— viable.

Pero cuando los oficiales del ejército de la Yihad lo descubrieron, el escándalo estuvo a punto de hacer que clausuraran los astilleros. Totalmente desconcertada, Norma señaló el éxito del sistema, y el bien que aquellas naves superveloces harían por la Yihad.

Pero el Gran Patriarca Tambir Boro-Ginjo estaba furioso por el «engaño».

En aquella ocasión, su hijo Adrien, que tenía el don de la palabra y era tan buen negociador como su padre, la salvó a ella y los astilleros, disculpándose de forma profusa y abyecta y destruyendo personalmente los sistemas de navegación informatizada mientras los oficiales de la Liga observaban con cara agria. Adrien sonrió y los oficiales se fueron con aire satisfecho.

—Encontrarás otra solución —le había dicho en un susurro a su madre—. Sé que lo harás.

Aunque sabía que no podría volver a utilizar los ordenadores, Norma ocultó varios sistemas de navegación… y pasó las siguientes décadas trabajando en el problema desde sus principios más básicos… un imposible. Sin un complejo sistema informático, no veía la forma de arreglar aquello. Los navegadores humanos tenían que ser capaces de prever los problemas y corregirlos antes de que se produjeran… y eso era imposible.

De este modo, las naves que plegaban el espacio siguieron siendo un pozo sin fondo, tan hondo que los beneficios jamás podrían llenarlo. La tecnología funcionaba exactamente como Norma había previsto… lo difícil era controlarla.

Por suerte, VenKee obtenía una cantidad considerable de beneficios con el transporte de mercancías, sobre todo la misteriosa especia de Arrakis. Hasta la fecha, solo su empresa tenía los contactos necesarios y sabía cuál era su origen.

Ella misma utilizaba la especia. Era una auténtica bendición. Melange. Como preparación para un nuevo día de trabajo, Norma aspiró el intenso olor a canela de la cápsula marrón rojiza, se la puso sobre la lengua y la tragó. Había perdido la cuenta de la melange que había tomado en los últimos días. «La que haga falta».

El efecto de la especia en su riego sanguíneo, en su mente, era espectacular. Norma estaba mirando por la ventana de su despacho en los astilleros, observando los trabajos de construcción de una nave cercana. Los obreros se desplazaban con rapidez por los andamios colocados contra el casco, o maniobraban por aquella piel metálica utilizando cinturones suspensores diseñados por ella…

Y un momento después, notó una sensación de vértigo, como el instante en que el espacio se pliega, pero diferente en un sentido que aún no comprendía. En los meses recientes, había incrementado su consumo personal de melange, experimentando consigo misma igual que hacía con las naves, buscando desesperadamente una respuesta al enigma. La melange la hacía sentirse viva, hacía fluir sus pensamientos como una marea hacia las conclusiones, igual que las cascadas al caer entre las rocas de un cañón.

De pronto, en un flash mental, Norma quedó sumida en una visión que la llevó muy lejos de Kolhar. Vio a un hombre alto y delgado de pie en medio de un desierto bañado por el sol, supervisando la reparación de un recolector de especia. Aunque veía las imágenes como si estuviera mirando a través de un grueso cristal, Norma reconoció el perfil patricio del hombre, los cabellos oscuros y ondulados que seguían sin mostrar ni una cana, aunque casi tenía sesenta y cuatro años. Eran los efectos geriátricos de la melange.

«Adrien, mi hijo. Está en Arrakis». Le parecía recordar que Adrien había ido al desierto de aquel planeta a negociar con los recolectores zensuníes de especia.

Se parecía tanto a su padre que casi era como si estuviera viendo a Aurelius. Y había demostrado de sobra su capacidad para los negocios, así que Norma le cedió la gestión de VenKee Enterprises para poder concentrarse en su trabajo.

¿Era real su visión? Norma no sabía qué pensar, no sabía si lo que quería creer podía ser real.

Mientras contemplaba esta imagen de su hijo mayor, sintió un fuerte dolor en el cráneo, como si lo estuvieran cortando con una hoja aserrada, y gritó. Ante sus ojos solo veía destellos y líneas de colores. Sus manos palparon ciegamente buscando otra cápsula de especia, la tragó. El dolor remitió poco a poco, y la visión se aclaró.

La imagen se alejó de Adrien, como el ojo de un águila que sobrevuela las interminables dunas escudriñando el territorio. Entonces Norma se desmayó y cayó en una profunda oscuridad, como un gusano ciego deslizándose bajo un mar de arena…

Más tarde, Norma estaba de pie ante un espejo, desnuda. Después de su transformación mental, había rehecho su cuerpo y había conservado una apariencia perfecta confeccionada a partir de los caracteres genéticos de sus antepasadas. Aurelius siempre la había apreciado por lo que era, incluso cuando estaba contrahecha, pero ella aprovechó el proceso para moldear su cuerpo y hacerlo más atractivo a sus ojos. Ya no envejecía. En aquellos momentos, ante el espejo, Norma examinó las curvas perfectas de su cuerpo femenino, las líneas exquisitas del rostro que había creado hacía tanto tiempo para el hombre al que amaba.

En su interior, sentía que había algo que la desconectaba del mundo físico y estaba transformando su cuerpo metamorfoseado a su antojo. No se estaba muriendo, ni se estaba fragmentando… era como si evolucionara. Y no acababa de entenderlo.

Su apariencia física ya no importaba. En realidad era una distracción. Era imprescindible que controlara el poder, lo orientara en la dirección correcta, igual que habían hecho sus antepasadas hechiceras, solo que a una escala mucho mayor. Lo que ella pretendía exigía mucha más energía mental que rehacer un cuerpo humano, o que los actos de destrucción de sus antepasadas.

«Siempre se necesita más energía para crear que para destruir».

Norma estaba cansada y estresada, agotada por las continuas imágenes de construcción, las pruebas… los constantes fracasos. Y, cuando estaba cansada, necesitaba más melange.

En el espejo, vio que la imagen de su cuerpo escultural se ondulaba y vacilaba. Una mancha roja apareció en un hombro. Con decisión, utilizando sus poderes mentales, Norma restableció la perfección de su apariencia. La mancha desapareció.

Se conservaba perfecta por la memoria de Aurelius. Pero él ya no estaba, aunque ni siquiera eso impediría que hiciera lo que tenía que hacer.

6

En el desierto, la línea que separa la vida y la muerte es algo brusco y repentino.

Advertencia de los buscadores de especia

Adrien estaba en lo alto de una duna azotada por el viento, apartado de los mecánicos, viendo cómo reparaban un recolector de especia mientras otros vigilaban por si aparecía un gusano de arena. No conocía en detalle el funcionamiento de aquella máquina, pero sabía que bajo su supervisión, los hombres trabajaban más deprisa y con más empeño.

Allá fuera, en el desierto empapado de sol de Arrakis, el tiempo no parecía moverse. El océano de arena no acababa nunca, el calor era intenso y la atmósfera era tan árida que la piel que estaba al descubierto se agrietaba. Adrien se sentía profundamente vulnerable, y tenía la inquietante sensación de que alguien poderoso e invisible le observaba.

«¿Cómo puede un hombre no sentirse intimidado en este planeta?».

Una de las pequeñas máquinas que tamizaban la especia se había roto, y VenKee perdía dinero cada hora que la máquina estaba parada. Adrien tenía otros recolectores y distribuidores esperando el cargamento en Arrakis City. Más allá, en la depresión dorada, dos excavadoras mastodónticas trabajaban en un tramo naranja de arena de especia. Un inmenso transporte a reacción se mantenía suspendido en el aire, muy bajo, mientras los más temerarios extraían los depósitos de melange de color óxido con ayuda de palas eléctricas, llenaban las cajas de carga y las subían al transporte para su procesamiento.

Por encima de la estática de la línea, un hombre gritó.

—¡Gusano a la vista!

El equipo de mercenarios corrió hacia el transporte aéreo. Los mecánicos que estaban cerca de Adrien se quedaron paralizados por el miedo.

—¿Qué vamos a hacer? ¡No podemos huir en esta cosa! —Uno de aquellos hombres cubiertos de polvo miró con impotencia las piezas del motor, repartidas sobre unas lonas de plástico en la arena.

—¡Tendríais que haber trabajado más rápido! —gritó otro de los buscadores.

—Dejad de dar golpes, no hagáis ruido —dijo Adrien, sin mover los pies en la arena—. Quedaos muy quietos. —Y señaló con el gesto las dos grandes excavadoras—. Esas hacen mucho más ruido que nosotros. No hay razón para que el gusano se fije en nosotros.

Del otro lado de la depresión, el segundo y tercer equipo habían subido a bordo del pesado transporte, que cargó tanta melange como pudo. Momentos después, empezó a elevarse, dejando atrás las máquinas recolectoras… un material muy caro, pensó Adrien.

El inmenso gusano avanzó bajo la arena directo hacia su presa. La maquinaria abandonada yacía en silencio sobre el suelo, pero los motores del carguero que trataba de elevarse rugían y vibraban, y eso estimuló el instinto cazador del gusano. Como si fuera una pieza de artillería, la bestia emergió de su protección bajo la arena y se elevó en el aire, más y más alto. El pesado transporte trataba de huir, y sus motores emitían un sonido atronador. La enorme boca del gusano se abrió escupiendo arena como saliva furiosa.

El gusano se estiró hasta el límite, buscando, pero no logró atrapar al transporte. Los movimientos bruscos de la bestia removieron el aire y el transporte se sacudió ligeramente cuando el gusano volvió a descender sobre las dunas y destrozó la maquinaria abandonada bajo su peso. Luego el piloto recuperó el control y siguió ascendiendo, y se dirigió a toda velocidad hacia la línea de rocas.

Los trabajadores que estaban con Adrien musitaron llenos de alivio al ver que sus compañeros escapaban, pero siguieron sin moverse. Las naves de rescate no irían a buscarlos hasta que el gusano se hubiera ido.

El gusano se cebó con la amplia depresión, devorando toda la maquinaria, y luego volvió a sumergirse en la arena. Conteniendo el aliento, Adrien contempló la estela que dejaba en la arena mientras se perdía en el horizonte, en la dirección contraria.

Los sucios buscadores parecieron complacidos y aliviados por haber sido más listos que el demonio del desierto. Se congratularon, riendo por lo bajo con una resaca de miedo. Adrien se volvió a mirar el pesado transporte, que seguía avanzando trabajosamente hacia las formaciones de roca negra. Del otro lado de aquella formación, en una garganta resguardada de la arena y los gusanos, una de las estaciones de VenKee les proporcionaría camas y un lugar donde descansar. Ellos mandarían un equipo de rescate a recogerlos.

Adrien vio con inquietud que el cielo se había vuelto de un marrón verdoso más allá de la cordillera rocosa, justo en la dirección hacia donde se dirigía la nave.

—¿Sabéis qué es eso? ¿Se está formando una tormenta? —Había oído hablar de los increíbles huracanes de arena que había en Arrakis, pero nunca había visto uno.

El mecánico levantó la vista de sus herramientas; dos de los buscadores señalaron.

—Una tormenta de arena, sí, señor. Pequeña, apenas un soplido. Nada comparado con una tormenta de Coriolis.

—El transporte va directo hacia ella.

—Mala cosa.

Mientras miraba, Adrien vio que el transporte empezaba a sacudirse. Por la línea de comunicación, los bips de emergencia acompañaban los gritos del piloto. Unos zarcillos de arena y polvo de aspecto delicado envolvieron al pesado transporte, como los brazos de un amante. La nave se bamboleó a un lado y a otro, girando fuera de control, hasta que se estrelló contra los peñascos negros, dejando tras de sí una pequeña llamarada de humo y fuego que no tardó en disiparse en el torbellino.

«De una forma o de otra —pensó Adrien—, esos malditos gusanos siempre acaban recuperando su especia».

Era una desafortunada realidad en los negocios de riesgo: por muchas precauciones que tomaras, al que no estaba preparado siempre le aguardaban desastres inesperados.

—Terminad esas reparaciones lo antes posible —dijo con voz suave pero firme—, así podremos salir de aquí y volver a Arrakis City.

Más tarde, Adrien se encontraba en un
soq
de Arrakis City, rodeado de buscadores de especia, y dirigió unas palabras a aquellos hombres, que trataban de timar continuamente a VenKee Enterprises. Era parte de su cultura, pero él era lo bastante listo para no dejar que se salieran con la suya.

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