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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (57 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Volví a mirar los hologramas de Sachiko y Matthew. Si estuviéramos de vuelta en la Tierra, llevarían muertos más tiempo que los faraones.

—¿Qué les ocurrió a las colonias O'Neill, Mike?

La pregunta lo cogió por sorpresa. Pude ver cómo revisaba mentalmente lo que sabía y lo que creía que podía contarme. Me pregunté si me mentiría y fingiría que no había pasado nada excepto el tiempo, que los comunicados que había escrito para comunicaciones eran reales. Me sorprendió.

—Desaparecieron todas —dijo con voz átona—, unos cien años después de nuestra partida. Nunca pudieron ser autosuficientes y los gobiernos participantes retiraron sus inversiones. Mitsubishi mantuvo una hasta el mismísimo final, pero para entonces sólo era una estación de investigación.

Había decidido que la mayor parte de mí era Raymond Stone y que podía permitirse la verdad. Aun así, dolía oír lo que les había ocurrido a las colonias, pero ya me lo había supuesto.

—¿Y la Ciudad Lunar?

Ambos dábamos rodeos a lo que en realidad teníamos en la cabeza, pero había muchas cosas en las que ponerme al día. La Ciudad Lunar nunca había sido mucha ciudad: nunca pasó de más de mil personas viviendo allí, pero les había cogido cariño a las gigantescas paredes de los cráteres que se alzaban alrededor y al silencio.

—Lo mismo. Se degradó hasta que fue un puesto de investigación y entonces decidieron que no era una inversión efectiva, que no se podía descubrir nada más que no pudiera hacerse igualmente con sensores remotos e instalaciones robóticas. A los diez años se habían estropeado y los contables decidieron que no valía la pena repararlos.

—Y después de eso Estación Enlace ya no tenía sentido, ¿no?

Tomó un sorbo de la ampolla de bebida que tenía frente a él, y luego pareció avergonzarse por no haberme ofrecido ninguna. Me la ofreció.

—¿Quieres? Brandi de la nave, pero es mejor que nada. —Negué con la cabeza. Dio otro sorbo y continuó—: La Estación Enlace fue desmantelada en 2200. No me preguntes qué le ocurrió a Rusty, probablemente se retiró a un rancho en México, gorda y asquerosamente rica.

Si se hiz rica, debió ser por las propinas; el gobierno no creía en el pecado y desde luego no creía en pagar mucho por él.

—¿Qué pasó con la
Gran Tour
? ¿La llegaron a terminar?

Era la hermana mayor de la
Astronomía
, más grande y mejor, diseñada para ser lanzada poco después de que volviéramos.

—El proyecto se canceló antes de que terminara siquiera el casco.

Mientras hablábamos, observaba a Mike y me comparaba con él. Él se había convertido en el Capitán y yo en... otra cosa. La parte del entrenamiento era un poco neblinosa pero supe que jamás se había previsto que asumiera el papel de fénix. Me habían puesto en el Congelador incluso antes de que abandonáramos la órbita de la Tierra y supuestamente no me revivirían hasta pasados los primeros cuarenta años y fuera hora de que yo y mi tripulación intercambiáramos puestos con Mike y la suya. Una tripulación para sacar a la
Astronomía
y otra para llevarla a casa, ése había sido el plan. Supuestamente todos nosotros viviríamos el resto de nuestras vidas como héroes de vuelta en la Tierra, y cuando muriéramos, nuestras cenizas serían esparcidas sobre una tierra llena de viva...

—¿Qué ocurrió, Mike? Quiero decir, ¿qué pasó entre tú y yo?

L
os siglos entre nosotros se habían desvanecido. Mike, yo y lo de la Estación Enlace había ocurrido hacía una semana y el Lanzamiento ayer mismo.

Se encogió de hombros.

—La jodieron. Como todos esperábamos que ocurriera. La nave había costado demasiado, habían puesto demasiado en ella. —Se dio unos golpecitos en la cabeza—. Querían maximizar sus probabilidades de ganar la apuesta, así que me recablearon. Me programaron, llámalo como quieras. No vuelvas hasta que encuentres vida o hayan pasado cuarenta años.

—Pero no volviste —dije.

Frunció el ceño, buscando palabras para explicar lo inexplicable.

—No se dieron cuenta de que habían programado dos conjuntos de instrucciones conflictivas. ¿Volvía al cabo de cuarenta años... o vuelve cuando encuentres vida? Para cuando pasaron los cuarenta años, ya sabía que era más longevo y no volví. Eso reforzó la programación que decía que no volviera hasta que no encontráramos... algo. —Se rió—. Siempre piensas que lo encontrarás al pasar la siguiente colina, al sistema siguiente, a la siguiente década. Es la enfermedad del jugador, siempre quieres tirar los dados una vez más. Y siempre fui un jugador.

Vaciló antes de continuar.

—No tenía ninguna razón para volver, Ray... y tampoco tenía que hacerlo, viviría para siempre. —Sonrió y de repente se convirtió en el Mike Kusaka con el que salía de copas, el Mike Kusaka con el que me había corrido juergas, el Mike Kusaka que había sido mi mejor amigo—. Todo lo que me hicieron a mí también te lo hicieron a ti. Vivirás para siempre, excepto que tú estabas congelado y no lo sabías.

Era difícil concentrarme en él. En un instante lo veía con los ojos de Raymond Stone y al siguiente con los de Gorrión. Las dos visiones no coincidían para nada. Para mí, se trataba de un amigo. Para Gorrión, era el Capitán... distante, autocrático, el hombre que había condenado a tres tripulantes a una muerte por asfixia en un planeta frío y desolado.

—La tripulación —dije pausadamente—. No quería continuar.

Apartó la vista, su rostro quedaba ahora ensombrecido a la luz del tubo luminiscente.

—Ya sabes que no querían. —Se encogió—. La mayor parte de la tripulación se amotinó, puede que unos diez permanecieran leales.

Se estaba comportando de forma notablemente abierta, pero dentro de mí, Gorrión gritaba que se trataba de una trampa.

—Sabías que podías seguir adelante —dije—. Podías gobernar la nave, tenías una conexión con el ordenador. Pero no podías gobernar la nave tú solo. Necesitabas una tripulación.

Se volvió cínico.

—Vamos, Ray. No llevábamos fuera ni cinco años cuando Ilena tuvo un niño. Al final de los cuarenta, había sesenta imprevistos a bordo. Era obvio que podíamos convertir la
Astron
en una nave generacional, criar tripulaciones de repuesto sobre la marcha.

—El motín fracasó —le recordé.

—Casi lo consiguen —dijo secamente—. Tú eras el capitán de regreso así que te sacaron de Congelación y mataron al resto de la tripulación de regreso al hacerlo. Hubo algunos disparos, algunas peleas, tenían demasiada prisa... —Su voz se apagó.

Su relato estaba incompleto; todavía no me había contado por qué habían fracasado los amotinados. Se necesitaban los unos a los otros, tendría que haber ocurrido un empate. Excepto que...

Yo pasé congelado la mayor parte del motín, lo primero que supe es que despertaba en la mesa de un laboratorio con dos asustados amotinados inclinados sobre mí. Tras eso hubo mucho griterío y el chasquido de las pistolas de proyectiles. Había corrido por los pasillos, intentando esquivar los monitores de vigilancia y a los hombres del Capitán, sin saber en realidad por qué corría pero aterrorizado igualmente. Finalmente me atraparon y me tendieron sobre la mesa otra vez mientras Mike me miraba, con una hipodérmica en la mano, y me juraba que no sentiría nada. Y luego, oscuridad.

Noé y Abel se habrían quedado decepcionados, después de todo. No recordaba nada importante.

—No me devolviste a la cripta —afirmé, perplejo—. ¿Por qué no?

Hizo un chiste malo.

—La carne congelada no sabe igual. Pierde textura.

Algo de la furia de Gorrión se filtró en mi voz.

—Destruiste mis recuerdos —acusé.

Me miró con frustración.

—¿Y qué coño iba a hacer? Hubieras sido el foco de un motín en cada generación. Finalmente lo que hice fue esconderte de la vista de todo el mundo, como la carta robada de Poe. No fue tan difícil; ya habías tenido amnesia anteriormente, lo de tu accidente de coche cuando tenías diecisiete años. En cierto sentido, era tu talón de Aquiles.

No fue tan difícil... Me pregunté cuánto tiempo le había llevado programar la realidad artificial de Seti IV y sentí otra oleada de furia.

—No tenía muchas opciones, Ray —se disculpó Mike—. Y después de todo, tu papel era muy importante. Era necesario.

Era inteligente y tenía muchos recursos y en retrospectiva no había sido culpa suya: la programación había sido demasiado efectiva. Eso era lo que quería que creyera. Pero se había dejado algo en el tintero.

Creí oír el tictac del reloj y supuse que sería Gorrión en mi interior.

—No volverán —dije.

Sabía que estaba hablando de la tripulación de Gorrión y pareció algo sorprendido.

—¿Lo crees en serio?

—No volverán —repetí—. No a menos que regreses. —Cometí el error de creer que podía convencerle. Ya no era Gorrión, era su mejor amigo—. No puedes gobernar la nave tú solo, y sin los demás no puedes criar una nueva tripulación. Es hora de volver a casa, Mike.

No creo que me oyera. Se inclinó hacia delante en la hamaca, con los ojos brillantes de entusiasmo. Demasiado brillantes.

—No necesitamos una tripulación completa, Ray. Los tres podríamos lograrlo, tú, yo y Zorzal. Los tres tenemos un enlace con el ordenador; podemos sellar la mayor parte de la nave y dirigir Mantenimiento nosotros mismos.

El enlace con el ordenador era la clave... pero tenías que ser uno de los longevos para tenerlo. Entonces, en mi interior, Gorrión me advirtió de que el mejor jugador de ajedrez es aquel que consigue convencerte de que su siguiente jugada no será la que es evidente.

—Han pasado miles de años, Ray —dijo Mike—. ¿Qué tienes allá que merezca volver? No hubieras firmado si no quisieras ser un explorador.

La imagen de él, Zorzal y yo viajando para siempre hacia lo desconocido me puso enfermo. Bisbita, Cuervo, Ofelia y los demás no importaban. Eran efímeros.

Observó el desfile de emociones que recorría mi cara y su propia expresión se endureció.

—No puedo volver, Ray. Ya te lo he dicho... me recablearon.

Ninguno de los dos bandos había estado faroleando y eso me sorprendió. Los miembros de la nueva tripulación habían tomado su decisión de no continuar a menos que Mike volviera a casa. Y Mike no lo haría.

Ninguna amistad puede sobrevivir a una mentira si ésta es lo suficientemente grave. Y allí mismo vi cómo mi amistad con Mike se disolvía como un pañuelo de papel en la lluvia. La mentira era demasiado simple y brutal y no había querido mirarla directamente. Nadie excepto Mike había querido seguir adelante... él era el único que había sido programado. Tuvo que obligar a los demás a la fuerza.

—El motín había fracasado incluso antes de que me atraparas, ¿verdad, Mike? Fuiste tú el que desenchufó a la tripulación de regreso, ¿no? Nadie de tu tripulación viviría lo suficiente para regresar a la Tierra, así que no tuvieron más alternativa que criar a sus propios reemplazos y esperar que algún día sus hijos pudieran volver.

Su voz se volvió puro ácido.

—No creas que no aprovecharon la oportunidad.

Nos quedamos allí sentados, mirándonos. Con el tiempo, los amigos cambian. Y había pasado tiempo más que suficiente. Mike había tenido amigos entre las primeras tripulaciones, al menos al principio. Pero debieron contarles a sus hijos lo que había ocurrido. Y luego sus descendientes lo evitaron y se callaban cuando él se acercaba. Un hombre que ya estaba alienado se había vuelto más distante con cada generación hasta que las tripulaciones eran simplemente parte de la maquinaria, manteniendo la nave y explorando planetas hasta que fueran reemplazados por otra generación más.

El movimiento era tan lento que casi no lo vi, su mano se acercaba sigilosamente a la pistola de proyectiles. Podía sentir la mía contra mi cintura y me pregunté si había visto su silueta en mi faldellín.

De repente, Selma, Bobby Armijo, Lewis e Iris, Dave y Rich, y los otros ochocientos noventa que se habían presentado voluntarios para Congelación y que jamás despertarían eran recuerdos vívidos en mi memoria.

—¿Por qué simplemente no me mataste, Mike? ¿Por qué el numerito de la carta robada?

Pareció sorprendido.

—Tú eras el capitán para el viaje de regreso... si encontrábamos vida, tú serías el que llevaría a la
Astronomía
de vuelta. Si algo me ocurría, tú serías mi reemplazo. No podía matar a mi propio reemplazo, Ray, eso hubiera puesto en peligro la misión.

Nadie podía poner en peligro la misión, ni siquiera el capitán... Hace dos mil años, algún burócrata menor al frente de la programación de Mike me había salvado la vida., Y entonces, enfurecido, un Gorrión celoso cometió el error de decir lo que era obvio:

—Ya tienes un reemplazo, no necesitas dos.

La mano de Mike se cerró sobre la pistola y la apuntó a mi pecho. Ahora su tono de voz parecía indiferente, como cuando había condenado a Noé y a Tibaldo en sus juicios, pero al menos había resuelto el último misterio.

—Tienes razón. Zorzal puede actuar como mi reemplazo. Para eso lo engendré.

Disparó. Al mismo tiempo me tiré a un lado, tanteando en mi faldellín en busca de mi pistola. Jamás tuve oportunidad de usarla. Su pie me dio en el estómago y la pistola salió volando hacia el otro compartimento. Sentí la sangre que manaba allí donde el proyectil me había rozado; y luego estábamos enzarzados en el centro del habitáculo.

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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