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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (59 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Idiotas con suerte.

Unas pocas horas después, estábamos reunidos en el puente. Me senté en la silla del Capitán y sentí que me conectaba a cada parte de la nave. La silla era una gigantesca terminal del ordenador. El Capitán gobernaba la nave no sólo con sus manos, sino con todo su cuerpo. La silla era cálida y flexible y pude sentir un cosquilleo en mis terminaciones nerviosas.

La última vez que me había sentado ahí había sido durante el vuelo de prueba y recordé la sensación de poder que me sobrecogió. Ahora me daba la misma sensación, pero esta vez no me deleité en ella. Había vivido un centenar de vidas y había terminado con una visión muy diferente de la vida y de mi lugar en ella.

Estaban todos allí: Ofelia, Agachadiza, Cuervo y Gavia, todos mirándome expectantes, mientras Somormujo parecía aprensiva y Catón fruncía el ceño. Incluso Escalus estaba allí, con los ojos enrojecidos por el pesar; sabía que tendría que vigilarlo el resto de su vida. Finalmente, allí estaba Zorzal, y su expresión, como siempre, era burlona.

Nadie iba a discutirme que yo era el capitán, pero todos se preguntaban qué haría a continuación. Ofelia, naturalmente, se nombró a sí misma portavoz de la mayoría.

—¿Cuáles son tus planes? —preguntó, pero la pregunta era una formalidad. Todos los presentes en el puente sabían lo que iba a hacer.

—Volvemos a casa —dije.

Pero no estaba seguro de que hubiera un hogar al que volver.

32

E
ncontraron a Pinzón cinco minutos antes de que se le acabara el aire, así que las únicas bajas fueron Gaviotín, Grulla, Escribano y un miembro de la vieja tripulación llamado Gower. Sólo lo recordaba vagamente, y eso me preocupaba. Tendría que obligarme a conocer mejor a la tripulación; no podía confiar solamente en los recuerdos de Gorrión acerca de amigos y conocidos.

Pero lo que más me preocupaba era Agachadiza. Me había convertido en alguien a quien ella nunca había conocido, alguien con quien se sentía incómoda viviendo. Podía leerme tan bien como antes, pero la persona que leía no era... Gorrión. Durante el siguiente período de sueño repetimos mecánicamente los gestos del amor y descubrimos que a ambos nos repelía. Tras eso, ambos nos encontrábamos incómodos con el otro y rar vez encontrábamos razón para hablar.

Hablamos del asunto en otro período de sueño, cuando accidentalmente rocé su cara y descubrí que su mejilla estaba húmeda por las lágrimas.

—¿Qué pasa, Agachadiza?

—Echo de menos a Gorrión —murmuró.

Le acaricié el pelo y le rocé la nuca con los labios, un poco de Raymond Stone se apartó y luego más y más. «Gorrión» había vivido como mucho un año; Raymond Stone había vivido treinta y tenía por delante... ¿cuánto? ¿Mil años? ¿Dos mil años? «Gorrión» moriría cuando su generación de a bordo muriera. Hasta entonces, se merecía su propia vida.

En ese período de sueño, Raymond Stone le dio mentalmente una palmadita en la espalda a Gorrión, le deseó buena suerte, y se retiró discretamente. No completamente; había partes de Stone que Gorrión necesitaba. Pero fue Gorrión quien le hizo el amor a Agachadiza, sufrió la pequeña muerte del orgasmo y durmió el sueño de los justos.

Entrar en el papel de Mike como capitán era más fácil de lo que hubiera creído. El ordenador no suponía ningún problema y puse rumbo a la Tierra. A partir de ahora sería un viaje en línea recta sin ninguna visita a ningún sistema planetario a menos que recibiéramos señales inequívocas en las frecuencias que rastreábamos. Llevábamos fuera cien generaciones cuando tuvo lugar el motín y calculé que nos llevaría veinte regresar. Nadie de la tripulación, excepto Zorzal y yo, vería la Tierra, aunque los tripulantes sabían que sus descendientes sí lo harían.

Los hombres del antiguo Capitán suponían un problema. Fui directo en mi advertencia a Catón. Se quedó resentido, pero eso ya me lo esperaba. Él y sus hombres hacían bien su trabajo y hasta el momento en que dejaran de hacerlo, yo no interferiría.

Zorzal era un asunto completamente diferente.

Llevábamos un mes en el rumbo de regreso antes de que sintiera que tenía las riendas de la autoridad firmemente sujetas en mis manos. Una vez que lo estuvieron, envié a buscar a Zorzal. Cuervo lo hizo entrar, y luego se quedó discretamente a un lado de la escotilla.

En ese momento era Gorrión en la mayor parte, justo con lo suficiente de Raymond Stone para permitir a Gorrión distanciarse de sus propios sentimientos.

Zorzal había cambiado muy poco. Pálido, arrogante, suspicaz... examinando mi cara detenidamente para ver cuánto de mí era Gorrión y cuánto Raymond Stone. Vio lo suficiente de Gorrión para sentirse seguro y justo lo suficiente de Raymond Stone para cogerlo desprevenido.

Nos quedamos mirándonos en silencio. Esperé mientras Zorzal se encontraba cada vez más incómodo; hasta que finalmente estalló:

—¿Cuándo está previsto que me envíen?

—¿Enviar a dónde? —pregunté, confundido.

—A Reducción. —Su sonrisa era sardónica—. Has ganado tu motín, pero estoy seguro de que te preocupa la posibilidad de otros.

—Los motines también se componen de seguidores —dije quedamente—. No sólo de líderes. ¿Quién te seguiría a ti, Zorzal? —Enrojeció y negué con la cabeza, descartando sus fantasías—. Si vas a Reducción, será porque quieres ir, no porque yo te envíe.

Yo era el responsable de la muerte de Mike, y eso sería difícil de olvidar.

—¿Durante todo el tiempo supiste que yo era el capitán de regreso? —dije con curiosidad—. ¿Cómo?

Parecía perplejo.

—Ser un icono parecía demasiado... romántico. E incluso teniendo en cuenta la cantidad de horas que pasabas practicando con el ordenador, eras demasiado bueno. —Se encogió de hombros y por primera vez oí amargura en su tono—. El Capitán debió enviarte a Reducción media docena de veces y jamás lo hizo. La única explicación que tenía sentido era...

Le interrumpí.

—Estás pensando arrastrado por las emociones, y eso no es propio de ti, Zorzal. ¿Cuáles eran las verdaderas razones?

Parecía impresionado y un poco inquieto. Estaba acostumbrado a tratar con Gorrión. Raymond Stone era impredecible... y una amenaza potencial.

—Tanto tú como el Capitán erais longevos y los pepeles que representabais eran apropiados para una nave generacional. Pero la
Astron
no tenía la verdadera redundancia que hubiera tenido una nave generacional; se devoraba a sí misma y a la tripulación. Tenía que haber otra explicación para ti y el Capitán.

Noé y Abel sin duda habían llegado a la misma conclusión.

—Querías ser el capitán —dije.

Se encogió de hombros con indiferencia.

—Quizá en algún momento. ¿Y qué otra cosa podría ser?

—¿Y te hubieras ido con Kusaka?

—Tenía curiosidad. —Un destello de su antigua arrogancia regresó—. Es un universo muy grande.

Mike hubiera seguido adelante porque estaba programado. Zorzal hubiera ido por fría curiosidad.

—Hubieras vivido siglos de soledad.

Su rostro se oscureció.

—Ya estoy solo ahora.

Había un cierto tono de autoconmiseración en esa frase, pero también era cierta. Me pregunté si la alienación también se transmitía por los genes.

—¿Sabías que eras hijo de Kusaka?

—Mucho antes de que me lo contara. —Una breve mueca—. Nunca me identifiqué con nadie de la tripulación, y como tú, sanaba demasiado rápido.

Había accedido al ordenador por la misma razón que yo: intentar averiguar quién era. Eso explicaba muchas cosas. Lo que había descubierto lo convertía en el príncipe heredero y a mí en la competencia indeseada.

Era un momento perturbador de identificación con Zorzal; no podía olvidar que había intentado matarme. Yo no podía permitírmelo, pero la
Astron
no podía permitirse seguir sin él. Era el único científico de verdad a bordo.

—En la lanzadera, Zorzal... dijiste que ojalá me muriera.

Pareció sorprendido.

—Eras Hamlet —dijo—. Y no tenía ningún motivo para que me cayeras bien.

De algún lugar de mi interior me llegó la confirmación.

—La ampolla de bebida en la enfermería —dije—. ¿Eso fuiste tú o Garza?

Su pálida faz resplandeció súbitamente de sudor.

—Sabía que Noé y Abel te harían preguntas. Yo también quería conocer las respuestas. Pero jamás me las hubieras dicho.

Sonreí para mis adentros. Había sido un simple suero de la verdad, pero ¿cómo iba a saberlo Gorrión?

—¿Y el cable de sujeción?

Se encogió de hombros.

—Alguien hizo un trabajo chapucero al asegurarlo.

Si decía la verdad, Gorrión había sido un idiota. Pero considerando todo lo ocurrido, Gorrión tenía derecho a serlo. Y Zorzal no era precisamente inocente.

—¿Y en Aquinas II? Eso fue idea tuya, no de Garza.

Pareció preocupado, sus pálidos labios se entreabrieron revelando sus dientes demasiado blancos.

—Sí —estalló—, fue idea mía. Pero tú intentaste matarme en la cubierta hangar. ¡Casi me cortas la garganta!

Había estado tan cerca de hacerlo...

—Tú fuiste el primero en derramar sangre, Zorzal.

Sacudió la cabeza con vehemencia.

—Quería marcarte, no matarte. ¿Qué clase de imbécil crees que soy? ¿Matar al reemplazo del Capitán? ¿Al icono de la tripulación? Hubiera acabado en Reducción a la hora.

Continué, implacable.

—En Aquinas II, habías decidido que era demasiado peligroso para seguir vivo e intentaste matarme mediante un tercero. De todos los miembros de la tripulación, Garza era el único que te amaba, Zorzal. El único que hubiera hecho cualquier cosa por ti.

Dejó caer la cabeza hacia delante y no dijo nada.

—Y no olvidemos a Bisbita —murmuré.

No se atrevía a mirarme a la cara.

—¿Quieres que reconozca que merezco ir a Reducción? Pues me lo merezco.

Tomé una decisión.

—La
Astron
necesita un médico y tú eras el asistente de Abel. No le caías bien, Zorzal pero cuando se trataba de ciencia, hablaba muy bien de ti.

—Lo que tú digas —susurró.

Era un comentario demasiado humilde y eso me irritó.

—¿Quieres ver la Tierra? Aparte de mí, eres el único que lo hará.

Se volvió a encoger de hombros con indiferencia.

—No significa nada para mí.

Pensé en el atrezo de su compartimento y supe que mentía.

—Conozco la Tierra de primera mano, Zorzal. He visto pájaros cuyo aleteo es tan rápido que pueden levitar sin necesidad de corrientes y he oído a otros pájaros imitar la voz humana. Hay animales que crían a sus jóvenes en bolsas, babosas que segregan pegamento para cubrir la tierra por donde pasan, y gusanos que viven en profundidades oceánicas a presiones que aplastarían a un submarino... —Me callé. Sonaba como Michael Kusaka.

El viejo Zorzal reapareció.

—Pues has visto un montón —dijo sarcásticamente.

La
Astron
lo necesitaba, pero lo necesitaba en los términos de la nave, no en los suyos.

—Un volcán de hielo no es el mayor logro del universo —dijo pausadamente—. Ni tampoco unos anillos planetarios ni una roca en medio de una planicie lunar. Tú y yo somos sus mayores logors, Zorzal, podemos pensar, sentir, correr, jugar y meternos el dedo en la nariz. No hay nada más en el universo que pueda hacer todo eso.

Entonces cedió, aunque tenía que demostrar que en realidad le importaba bien poco.

—Si quieres que sea el médico de a bordo...

Lo interrumpí bruscamente, dejando que algo de la autoridad de Raymond Stone se filtrara en mi voz:

—Lo harás porque yo te lo ordeno, Zorzal. Y porque no hay nadie más cualificado. —Y entonces lo suavicé, pero sólo un poquito—: Y también espero que lo hagas porque quieres hacerlo.

Cuando Zorzal estaba a punto de llegar a la escotilla, dije:

—Siento lo de... tu padre. Hubo una época en la que fue mi mejor amigo.

—Mi padre te dejó ganar —dijo Zorzal con orgullo—. Sabía todo respecto al motín, podía haberlo detenido en cualquier momento. Pero incluso después de saber que yo podía servirle como reemplazo, no lo hizo. —Apartó la mirada—. El Capitán Kusaka se suicidó.

Ésa fue una de las pocas veces en las que vi al Zorzal de verdad. No hizo que me cayera mejor, pero sí que lo entendiera algo mejor. Todo el mundo a bordo necesita a alguien que «mostrara interés» por él. El Capitán no lo había hecho hasta que supo con seguridad que Zorzal viviría para siempre. Para entonces ya era demasiado tarde...

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