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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (60 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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M
i primera prueba como capitán no fue algo repentino que me cogiera por sorpresa ni mucho menos. Empecé a ser consciente de ello poco a poco. Cada vez había menos tripulantes que llevaban puestos los antifaces, prefiriendo las consoladoras ilusiones de los atrezos de los compartimentos a la realidad de la nave tal y como era en la actualidad. También había una cierta hosquedad entre la tripulación, y muchos se callaban cuando yo pasaba.

—Es porque les has privado de su propósito —dijo Agachadiza en un período de sueño cuando estábamos acurrucados en la hamaca.

—No les he privado de ningún propósito —dije, confundido—. Se lo he dado. —Se quedó en silencio, acariciándome las piernas y enredando los dedos entre los pelos de mi pecho—. Eso duele.

—Lo siento —dijo ella sin sentirlo lo más mínimo. Y entonces me lo intentó explicar—: Tú has visto la Tierra, Gorrión. Ellos jamás lo harán. Antes, íbamos de planeta en planeta y si bien nunca encontramos nada, siempre quedaba la esperanza de poder hacerlo. Y nos manteníamos ocupados preparándonos.

Mike les había hecho promesas, y habían sido creíbles porque él mismo las creía. Si no es
aquí
, hubiera dicho, entonces será
allí
. Si no es en esta generación, será a la siguiente...

No podía prometerles nada durante veinte generaciones y ni siquiera estaba seguro de poder prometerles la Tierra llegado el día. Y lo sentían.

—¿Preferirían creer en fantasías?

—No hay mucha diferencia, Gorrión. No verán jamás lo que les prometes.

Tenía razón. También sabía que no podía vivir con una tripulación hosca. Llamé a Zorzal y le conté lo que quería, y entonces me aseguré de conseguirlo sugiriéndole que no sería capaz de hacerlo. Tras eso, escogí un momento en que casi todo el mundo estuviera dormido, me escabullí al puente y me deslicé en la silla del capitán.

Me llevó todo el período identificar todos los atrezos de los compartimentos así como los de los diferentes lugares de trabajo y reunión, y los puse bajo barreras de acceso restringido, y cuando la tripulación despertó, vieron la
Astron
como era en realidad: pequeña, sucia, con tubos luminiscentes rotos y compartimentos diminutos, maquinaria viejísima y mamparos grasientos. Momentos después fueron conscientes del sudor y el olor a cuerpos humanos hacinados que llenaban el aire.

Ofelia fue la primera en empujar a Cuervo a un lado y pedir explicaciones con la cara blanca de ira.

—¿Por qué? —exigió.

—Se han encariñado demasiado con las sombras —dije.

—Tú has visto la Tierra —protestó—. Ellos no.

—Saben dónde han estado pero no saben a dónde van, ¿es eso?

Yo era el Capitán, pero me había conocido durante demasiado tiempo como Gorrión para molestarse en disimular su sarcasmo.

—Bien dicho.

—Pues entonces ve a la cubierta hangar y echa un vistazo —dije.

Se volvió suspicaz.

—El acceso a la cubierta hangar ha estado restringido durante los últimos seis períodos.

Salí de la silla y floté hacia el corredor exterior.

—Pues ya no lo está, Ofelia.

Se detuvo a mitad de su diatriba, y luego me siguió hasta el pozo que comunicaba con la cubierta hangar. Ya se había corrido la voz y por fuera de la escotilla el corredor estaba atestado. En el interior, la tripulación miraba asombrada y boquiabierta la pradera que se extendía ante ellos. La vasta extensión era la ladera de una colina repleta de hierba y flores silvestres, mientras que al fondo había un arroyuelo cuya superficie era quebrada por los frecuentes coletazos de los peces. El agua hacía pequeños remolinos a lo largo del curso del arroyo y en las orillas había plantas que colgaban sobre el agua, actuando como cobertura para una docena de ranas que croaban.

En lo alto, el cielo era de un azul claro moteado de pequeñas nubecillas blancas. El toque de genio era el pájaro ocasional que Zorzal había programado que surcaba los aires aleteando hacia un distante campo de tierra labrada. Había una granja en la cima de una colina cercana; a lo lejos en la distancia, se veía la mancha de una ciudad.

Era la tercera vez que lo veía, pero seguía dejándome sin aliento.

—Volveré a activar todos los atrezos —le aseguré a Ofelia—, pero quería que la tripulación supiera a dónde vamos.

Las miradas hoscas desaparecieron después de aquello y hubo más charlas sobre cuándo llegaríamos a la órbita de la Tierra y qué encontraríamos. Le di todo el crédito a Zorzal; y él aceptó los halagos a regañadientes, pero en secreto, creo que estaba orgulloso.

Estaba apostando por una fantasía, pero me consolé pensando que los que admiraban el escenario no vivirían lo suficiente para quedar decepcionados por la realidad.

E
n cierto sentido, el parto es algo que es apreciado mejor por los padres y quizá por los doctores. Para alguien de fuera, es un asunto bárbaro, desagradable, sangriento y antiestético que nos recuerda que somos animales y las funciones básicas que compartimos en ellos.

Pero ése era el punto de vista de Raymond Stone y desde luego no reflejaba el de la tripulación de la
Astron
. Durante dos semanas los pasillos estuvieron abarrotados de tripulantes que observaban los partos en las pantallas de los monitores y que aclamaban enloquecidos el primer llanto de cada bebé. Apostaban por el sexo de cada criatura y la más hermosa era siempre la que acababa de nacer.

Las mujeres se identificaban con las madres; ninguno de los hombres reclamaba abiertamente la paterniadad pero cada uno sentía secretamente que el niño de la madre con quien había estado durante el ritual era suyo.

Zorzal fue eficiente y estoico, a veces atendiendo a las madres sin descanso. Un período, fui con él a la enfermería, repleta de madres y su rebaño de criaturas que balaban, y me quedé profundamente conmovido.

Miré a mi alrededor.

—¿Dónde está Bisbita?

—En su compartimento. No quiso que la atendiera tras el parto.

Su rostro no mostraba emoción alguna, pero su voz lo traicionaba.

—¿La criatura está sana? —pregunté neciamente.

—Un niño. Puede que lo reconozcas.

Era un comentario extraño. Unos pocos minutos después, pedí permiso y me fue concedido para entrar en el compartimento de Bisbita. Estaba amamantando al bebé; Cuervo estaba a su lado en la hamaca, haciendo ooh y aah y en general todo el número de la paternidad que ya había visto una docena de veces.

—Sostenlo un minuto —dijo Bisbita con orgullo.

Lo hice, y al instante me arrepentí. Pero para eso están los faldellines. Su piel era tan olivácea como la de Bisbita y sus ojos eran casi negros. Le hice cosquillas bajo la barbilla y me toleró durante un instante, con sus ojos oscuros fijos en los míos, antes de empezar a llorar por su madre.

Se lo entregué y felicité a Bisbita profusamente. Me las arreglé para controlar mis estremecimientos hasta que salí al pasillo, entonces dejé que se me pusiera la carne de gallina. Cuando los bebés te miran, a veces parecen más viejos de lo que son, y muy sabios, como si supieran algo importante que tú no. Desafortunadamente, para cuando aprenden a hablar ya han olvidado lo que querían decir al poco de nacer.

Es más fantasía que teoría, pero cuando miré en los ojos del niño de Bisbita, me imaginé que veía a Michael Kusaka devolviéndome la mirada.

Cuando la excitación de los nacimientos hubo pasado y la
Astron
volvió una vez más a su rutina, les pedí a Cuervo, Zorzal y Ofelia que se reunieran conmigo en los compartimentos privados del capitán. Todo estaba exactamente como cuando murió Mike. Las novecientas criptas silentes, las figuras del interior con su engañosa apariencia de naturalidad y vida, esperando pacientemente a que los técnicos los revivieran. Ofelia y Cuervo las inspeccionaron con inquietud, tomando nota de los nombres y las diferentes profesiones. El rostro de Zorzal estaba tan desprovisto de emociones como el mío. No sabía si había llorado a Mike, pero yo los loraba a todos ellos.

Esperé un momento, luego me aclaré la garganta y dije:

—La tripulación de regreso fue engañada... jamás tuvieron la oportunidad de ver el Exterior como lo tuvo la primera tripulación y tampoco tuvieron la oportunidad de regresar a la Tierra a vivir sus vidas y morir allí como creyeron que harían. Eran mi tripulación y mis amigos...

Las palabras murieron, pero tenía el control para no ponerme a llorar. Continué:

—Jamás recibieron mucho por participar en el viaje, pero nos han dejado un legado: ellos mismos. Gracias a ellos, regresaremos a la Tierra con una tripulación del mismo tamaño que tenemos ahora, puede que incluso mayor.

Sabían lo que quería decir. Los cuerpos de la tripulación de regreso irían a Reducción y compensarían con mucho las pérdidas de la
Astron
durante las siguientes veinte generaciones.

—Tú supervisarás el proceso, Zorzal. Elige un equipo. Pero haz el trabajo durante los períodos de sueño y cierra los pasillos que vayas a usar.

Asintió, pero Cuervo y Ofelia parecían confundidos, preguntándose por qué les había pedido que vinieran.

Volví a aclararme la garganta.

—Necesito testigos que me oigan leer el servicio funerario.

Había encontrado el librito en la biblioteca de Mike; lo abrí por la página apropiada y empecé a leer en voz baja. Era lo más que podía hacer por Selma, Bobby y los otros centenares.

Cuando acabé, despedí a Cuervo y Ofelia con un ademán, pero le pedí a Zorzal que se quedara.

—Mike está en la cripta que tiene mi nombre. Si quieres que te deje solo...

Negó con la cabeza y dijo con firmeza:

—No, no hará falta. —Luego miró a las criptas y murmuró—: Me sorprende que todavía estén aquí.

No dije nada. Nadie hubiera ayudado a Mike a llevar los cuerpos a Reducción, y él jamás lo hubiera pedido. Las pocas palabras que una vez le oí decir a escondidas volvieron a mí. Mike había vivido dos milenios con novecientos albatros colgados del cuello. En mi imaginación, podía verlo hablando con ellos cada período de sueño, implorándoles su perdón por diezmilésima vez.

Los siguientes períodos los pasé en la silla del capitán en el compartimento exterior, contemplando la simulación en la portilla. Me negué a ver a nadie, ni siquiera a Agachadiza. Al cuarto período de sueño que pasaba solo, Cuervo y Gavia atravesaron la pantalla de intimidad sin anunciarse. Con ellos había dos mujeres jóvenes, Gaviota y Estornino, a las que nunca había conocido demasiado bien, ni siquiera durante la temporada que Cuervo y yo nos acostamos con todo lo que se movía.

Los miré un instante y señalé con la mano la portilla.

—Ése es el sistema solar... Júpiter y sus lunas.

Las dos mujeres contemplaron la vista un instante y luego volvieron a mirarme. Soltaron una risilla y se me ocurrió que no habían venido a contemplar simulaciones del Exterior.

Oh, no, pensé, pero Cuervo me leyó, asintió con firmeza y dijo:

—Oh, sí, Gorrión.

No tenía ganas, pero habían traído algo para fumar y Gavia tocó una vieja melodía en su armónica. Media hora después nuestros faldellines volaban por el compartimento y descubrí que pese a todo lo que había ocurrido, seguía siendo humano, y podía sonreír y reír pese a todo.

En algún momento de ese período, Cuervo me murmuró al oído:

—Es la vida, Gorrión. —Cuervo había demostrado su argumento y no lo olvidaría jamás.

La vida es para los vivos.

33

S
egún pasaban los meses, me encontré lamentando más y más que ya no era un asistente técnico de deicisiete años. Los problemas de la nave eran relativamente fáciles de solucionar. Los problemas personales no. Cuando hablaba con Julda, ahora me resultaba difícil verla como la matriarca de la nave. En mi mente, la veía como era cuando yo era Aarón: muy joven y muy hermosa, con una piel libre de arrugas y enormes ojos oscuros que sonreían al verme. Como Aarón, había sido amigo de Noé y Abel, y los tres habíamos competido por Julda. Recuerdo el dolor que me produjo cuando Julda me rechazó finalmente, y lo callado que había estado con Noé y Abel después de aquello.

Extrañamente, seguía viendo a Julda más joven y más hermosa cada vez que nos encontrábamos, y seguía disculpándome por ello hasta que finalmente ella me paró.

—Gorrión, no me importa que me confundas con una persona más joven y guapa, es muy halagador... hasta que vas y te disculpas por ello.

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