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Authors: Miguel Delibes

Los santos inocentes (9 page)

BOOK: Los santos inocentes
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dijo,

y el señorito Iván analizó atentamente al Azarías,

sí que tienes una familia apañada,

comentó,

pero el Azarías, como atraído por una fuerza magnética, se iba aproximando a la percha y miraba engolosinado hacia los palomos muertos y de pronto, los echó mano, y los examinaba uno por uno, los hurgaba en las patas y en el pico, para comprobar si eran nuevos, o viejos, machos o hembras, y, al cabo de un rato, levantó sus ojos adormilados y los posó en los del señorito Iván,

¿se los desplumo?

inquirió expectante,

y el señonto Iván,

¿es que sabes desplumar palomos?

y terció Paco, el Bajo,

anda, que si no fuera a saber, en la vida hizo otra cosa,

y, sin más explicaciones, el señorito Iván, tomó la percha de manos del Quirce y se la entregó al Azarías

ten,

dijo,

y, cuando los desplumes, se los llevas a doña Purita, de mi parte, ¿te recordarás?, en cuanto a ti, Paco, avíate, nos vamos a Cordovilla, donde el médico, no me gusta esa pierna y el 22 tenemos batida,

y entre el señorito Iván, el Quirce y la Régula, acomodaron a Paco, el Bajo, en el Land Rover y, una vez en Cordovílla, don Manuel, el doctor, le palpó el tobillo intentó moverlo, le hizo dos radiografías y, al acabar, enarcó las cejas,

ni necesito verlas, el peroné,

dijo,

y el señorito Iván,

¿qué?,

está tronzado,

pero el señorito Iván, se resistía a admitir las palabras del doctor,

no me jodas, Manolo, el 22 tenemos batida en la finca, yo no puedo prescindir de él, y don Manuel, que tenía los ojos muy negros, muy juntos y muy penetrantes, como los de un inquisidor, y el cogote recto, como si lo hubieran alisado con una llana, levantó los hombros,

yo te digo lo que hay, Iván, luego tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra

y el señorito Iván torció la boca, contrariado,

no es eso, Manolo,

y el doctor,

de momento no puedo hacer otra cosa que ponerle una férula, esto está muy inflamado y escayolando no adelantaríamos nada, dentro de una semana le vuelves a traer por aquí,

y Paco, el Bajo, callaba y miraba ladinamente a uno y a otro,

estas fracturas de maléolo no son graves, pero dan guerra, lo siento, Vancito, pero tendrás que agenciarte otro secretario,

y el señorito Iván, tras unos instantes de perplejidad,

menuda mariconada, oye, y el caso es que todavía estoy de suerte, cayó tal que ahí,

indicaba el borde de la alfombra,

el maricón no me ha desnucado de milagro,

y, al cabo de unos minutos de conversación, regresaron al cortijo y, transcurrida una semana, el señorito Iván pasó a recoger a Paco, el Bajo, en el Land Rover y volvieron a Cordovilla, y antes de que el doctor le quitase la férula, el señorito Iván le encareció,

¿no podrías ingeniártelas, Manolo, para que el 22 pudiera valerse?,

pero el doctor movía enérgicamente su aplanado cogote, denegando,

pero si el 22 es pasado mañana como quien dice, Iván, y este hombre debe estar cuarenta y cinco días con el yeso, eso sí, puedes mercarle un par de bastones para que dentro de una semana empiece a moverse dentro de casa,

y una vez concluyó de enyesarle, Paco, el Bajo, y el señorito Iván iniciaron el regreso al cortijo e iban en silencio, distanciados, como si algún lazo fundamental acabara de romperse entre ellos, y de cuando en cuando, Paco, el Bajo, suspiraba, sintiéndose responsable de aquella quiebra e intentaba diluir la tensión,

créame, que más lo siento yo, señorito Iván,

pero el señorito Iván, los ojos fijos más allá del cristal del parabrisas, conducía con el ceño fruncido, sin decir palabra, y Paco, el Bajo, sonreía, y hacía un esfrierzo por mover la pierna,

ya pesa este chisme, ya,

añadía,

mas el señorito Iván seguía inmóvil, pensativo, sorteando los baches, hasta que a la cuarta tentativa de Paco, el Bajo, se disparó,

mira, Paco, los médicos pueden decir misa, pero lo que tú tienes que hacer, es no dejarte, esforzarte, andar, mi abuela, que gloria haya, se dejó, y tú lo sabes, coja para los restos, en estos casos, con bastones o sin bastones, hay que moverse, salir al campo, aunque duela, si te dejas ya estás sentenciado, te lo digo yo,

y, al franquear el portón del cortijo, se toparon en el patio con el Azarías, la grajera al hombro, y el Azarías, al sentir el motor, se volvió hacia ellos y se aproximó a la ventanilla delantera del Land Rover y reía mostrando las encías, babeando,

no quiso irse con las milanas, ¿verdad, Quirce?

decía, acariciando a la grajeta,

pero el Quirce callaba, mirando al señorito Iván con sus pupilas oscuras, redondas y taciturnas, como las de una pitorra, y el señorito lvan se apeó del coche fascinado por el pájaro negro posado sobre el hombro del Azarías,

¿es que también sabes amaestrar pájaros?

Preguntó,

y extendió el brazo con el propósito de atrapar a la grajilla, pero el ave emitió un «quiá» atemorizado y voló hasta el alero de la capilla y el Azarías reía, moviendo hacia los lados la mandíbula,

se acobarda,

dijo,

y el señorito Iván,

natural, me extraña, no me conoce,

y elevaba los ojos hasta el pájaro,

y ¿ya no baja de ahí?

inquirió,

y el Azarías,

qué hacer no bajar, atienda,

y su garganta moduló un «quiá» aterciopelado, untuoso, y la grajera penduleó unos instantes, inquieta, sobre sus patas, oteó la corralada ladeando la cabeza y, finalmente, se lanzó al vacío, las alas abiertas, planeando, describió dos círculos en torno al automóvil, se posó sobre el hombro del Azarias, y se puso a escarbar en su cogote, metiendo el pico entre su pelo cano, como si le despiojase, y el señorito Iván, asombrado,

está chusco eso, vuela y no se larga,

y Paco, el Bajo se aproximó lentamente al grupo, descansando en las cachabas el peso de su cuerpo y dijo, dirigiéndose al señorito Iván,

a ver, la ha criado él y está enseñada, usted verá,

y el señorito Iván, cada vez más interesado

y ¿qué hace este bicho durante el día?

y Paco, el Bajo,

mire, lo de todos, descorteza alcornoques, busca cristales, se afila el pico en la piedra del abrevadero, echa una siesta en el sauce, el animal pasa el tiempo como puede,

y, conforme hablaba Paco, el señorito Iván observaha detenidamente al Azarías, y, al cabo de un rato, miró a Paco, el Bajo, y dijo a media voz, dejando resbalar las palabras por el hombro, como si hablara consigo mismo,

digo, Paco, que con estas mañas que se gasta, ¿no haría tu cuñado un buen secretario?

pero Paco, el Bajo, negó con la cabeza, descansó el cuerpo sobre el pie izquierdo para señalarse la frente con la mano derecha y dijo

con el palomo puede, para la perdiz es corto de entendederas,

y, a partir de ese día, el señorito Iván visitaba cada mañana a Paco, el Bajo y le incitaba,

Paco, muévere, coño, no te dejes, que más pareces un paralítico, no olvides lo que te dije,

pero Paco, el Bajo, le miraba con sus melancólicos ojos de perdiguero enfermo,

qué fácil se dice, señorito Iván,

y el señorito Iván,

mira que el 22 está encima,

y Paco, el Bajo,

y ¿qué vamos a hacerle?, más lo siento yo, señorito Iván,

y el señorito Iván,

más lo siento yo, más lo siento yo, mentira podrida, el hombre es voluntad, Paco, coño, que no quieres entenderlo y, donde no hay voluntad, no hay hombre, Paco, desengáñate, que has de esforzarte aunque te duela, si no no harás nunca vida de ti, te quedarás inútil para los restos, ¿oyes?,

y le instaba, le apremiaba, le urgía el señorito Iván, hasta que Paco, el Bajo, farfullaba entre sollozos,

de que poso el pie es como si me lo rebanaran por el empeine con un serrucho, no vea el dolor, señorito Iván,

y el señorito Iván,

aprensiones, Paco, aprensiones, ¿es que no puedes ayudarte con las muletas?

y Paco, el Bajo,

ya ve, a paso tardo y por lo llano,

pero amaneció el día 22 y el señorito Iván, erre que erre, se presentó con el alba a la puerta de Paco, el Bajo, en el Land Rover marrón,

venga, arriba, Paco, ya andaremos con cuidado, tú no te preocupes,

y Paco, el Bajo, que se acercó a él con cierta reticencia, en cuanto olió el sebo de las botas y el tomillo y el espliego de los bajos de los pantalones del señorito, se olvidó de su pierna y se subió al coche mientras la Régula lloriqueaba,

a ver si esto nos va a dar que sentir, señorito Iván,

y el señorito Iván,

tranquila, Régula, te lo devolveré entero,

y en la Casa Grande, exultaban los señoritos de Madrid con los preparativos, y el señor Ministro, y el señor Conde, y la señorita Miriam, que también gustaba del tiro en batida, y todos, fumaban y levantaban la voz mientras desayunaban café con migas y, conforme entró Paco en el comedor acreció la euforia, que Paco, el Bajo, parecía polarizar el interés de la batida, y cada uno por su lado,

¡hombre, Paco!

¿cómo fue para caerte, Paco, coño? claro que peor hubiera sido romperte las narices,

y el Embajador trataba de exponer a media voz al señor Ministro las virtudes cinegéticas de Paco, el Bajo, y Paco procuraba atender a unos y a otros y subrayaba adelantando las muletas, como poniéndolas por testigos,

disculpen que no me descubra,

y ellos,

faltaría más, Paco,

y la señorita Miriam, sonriendo con aquella su sonrisa abierta y luminosa,

¿tendremos buen día, Paco?

y ante la inminencia del vaticinio, se abrió un silencio entre los invitados y Paco, el Bajo, sentenció, dirigiéndose a todos

la mañana está rasa si las cosas no se tuercen yo me pienso que entrará ganado,

y, en éstas, el señorito Iván, sacó de un cajoncito de la arqueta florentina el estuche de cuero, ennegrecido por el manoseo y el tiempo, con las laminillas de nácar, como si fuera una pitillera y alguien dijo,

ha sonado la hora de la verdad,

y, uno a uno, ceremoniosamente, como cumpliendo un viejo rito cogieron una laminilla con el número oculto en el extremo,

rotaremos de dos en dos,

advirtió el señorito Iván,

y el señor Conde fue el primero en consultar su laminilla y exclamó a voz en cuello,

¡el nueve!

y, sin dar explicaciones, tontamente, empezó a palmotear, y con tanto entusiasmo se aplaudía y tanta satisfacción irradiaba su rostro, que el señor Ministro se llegó a él,

¿tan bueno es el 9, Conde?

y el señor Conde,

¿bueno?, tú me dirás, Ministro, un canchal, a la caída de un cerro, en la vaguada, se descuelgan como tontas y cuando se quieren ver ni tiempo las da de repullarse, 43 colgué el año pasado en ese puesto,

y, mientras tanto, el señorito Iván, iba anotando en una agenda los nombres de las escopetas con los números correspondientes, y una vez que apuntó el último, guardó la agenda en el bolsillo alto del chaleco-canana,

andando, que se hace tarde

apremió,

y cada cual se encaramó en su Land Rover con los secretarios y el juego de escopetas gemelas y los zurrones de los cartuchos, mientras Crespo, el Guarda Mayor, acomodaba a los batidores, los cornetines, y los abanderados, en los remolques de los tractores y, al fin, todos se pusieron en marcha, y el señorito Iván mostraba con Paco, el Bajo, toda serie de miramientos, que no es un decir, que le arrimaba a la pantalla en el jeep aunque no hubiera carril, a campo través, incluso, si fuera preciso, vadeando los arroyos en estiaje, con todo cuidado,

tú, Paco, aguarda aquí, no te muevas, voy a esconder el coche tras esas carrascas,

o sea, que todo iba bien, lo único la cobra, pues Paco se desenvolvía torpemente con los bastones, se demoraba, y los secretarios de los puestos vecinos, aprovechándose de su lentitud, le trincaban los pájaros muertos,

señorito Iván, el Ceferino se lleva dos pájaros perdices que no son suyos,

se lamentaba,

y el señorito Iván, enfurecido,

Ceferino, vengan esos dos pájaros, me cago en la madre que te parió, a ver si el pie de Paco va a servir para que os burléis de un pobre inútil,

voceaba,

pero, otras veces, era Facundo y, otras, Ezequiel, el Porquero, y el señorito Iván no podía contra todos, imposible luchar con eficacia en todos los frentes, y cada vez más harto, de peor humor,

¿no puedes moverte un poquito más vivo, Paco, coño? pareces una apisonadora, si te descuidas te van a robar hasta los calzones,

y Paco, el Bajo, procuraba hacer un esfuerzo, pero los cerros de los rastrojos dificultaban sus movimientos, no le permitían poner plano el pie, y, en una de éstas, ¡zas!, Paco, el Bajo, al suelo, como un sapo,

¡ay señorito Iván, que me se ha vuelto a tronzar el hueso, que le he sentido!,

y el señorito Iván, que por primera vez en la historia del cortijo, llevaba en la tercera batida cinco pájaros menos que el señor Conde, se llegó a él fuera de sí, echando pestes por la boca,

¿qué te pasa ahora, Paco, coño? ya es mucha mariconería esto, ¿no te parece?

pero Paco, el Bajo, insistía desde el suelo,

la pierna, señorito, se ha vuelto a tronzar el hueso,

y los juramentos del señorito Iván se oían en Cordovilla,

¿es que no puedes menearte? intenta, al menos, ponerte en pie, hombre,

pero Paco, el Bajo, ni lo intentaba, reclinado en el cembo, se sujetaba la pierna enferma con ambas manos, ajeno a los juramentos del señorito Iván, por lo que, al fin, el señorito Iván, claudicó,

de acuerdo, Paco, ahora te arrima Crespo a casa, te acuestas y, a la tarde, cuando terminemos, te llevaré donde don Manuel,

y, horas más tarde, don Manuel, el médico, se incomodó al verlo,

podría usted poner más cuidado,

y Paco, el Bajo, intentó justificarse,

yo...

pero el señorito Iván tenía prisa, le interrumpió,

aviva Manolo, tengo solo al Ministro,

y el doctor enojado,

ha vuelto a fracturar, lógico, una soldadura de tallo verde, inmovilidad absoluta,

y el señorito Iván,

¿y mañana? ¿qué voy a hacer mañana, Manolo? no es un capricho, te lo juro,

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