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Authors: Greg Egan

Tags: #Ciencia Ficción

Luminoso (7 page)

BOOK: Luminoso
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—Como tener dos monedas que garantizan que siempre van a caer del mismo lado —sugirió ella—, siempre y cuando ambas sean lanzadas con la mano derecha. Pero si empiezas a lanzar la moneda de la Tierra con la mano izquierda, la correlación desaparece.

—Sí, es una analogía perfecta.

No se me había ocurrido pensar que probablemente ya habría oído todo esto antes —al fin y al cabo la mecánica cuántica y la teoría de la información eran los pilares de su propio campo—, pero me escuchaba con educación, así que continué:

—Pero incluso cuando las monedas coinciden siempre, como por arte de magia, en todas y cada una de las tiradas, están dando un número idéntico de caras y cruces, aleatoriamente. Por lo que no hay forma de introducir ningún mensaje en los datos. Desde Marte ni siquiera se puede decir cuándo empieza o termina la correlación a no ser que los datos de la Tierra se envíen para su comparación mediante un medio convencional como una transmisión de radio, lo que le quita todo el sentido al ejercicio. La EPR no comunica nada por sí misma.

Lena se quedó pensando un rato, aunque estaba claro que el veredicto no la había sorprendido lo más mínimo.

—No comunica nada entre átomos separados —dijo—, pero si en vez de eso los juntamos, siempre podrá decirte lo que han hecho en el pasado. Realizas un experimento de control, ¿no? ¿Haces las mismas mediciones en átomos que nunca se han emparejado?

—Sí, claro.

En la pantalla, le indiqué la tercera y la cuarta columna de datos. Mientras hablábamos el proceso seguía su curso en silencio, dentro de una cámara de vacío metida en una pequeña caja gris escondida detrás de todos los componentes electrónicos.

—Los resultados no tienen correlación alguna.

—Entonces, básicamente, ¿esta máquina puede decirte si dos átomos han estado o no enlazados?

—No de forma individual. Toda coincidencia individual podría ser sólo casualidad. Pero dado un número de átomos suficiente con una historia común... sí.

Lena sonreía como si tramara algo.

—¿Qué? —dije.

—Sólo... sigúeme el juego un rato. ¿Cuál es la siguiente fase? ¿Átomos más pesados?

—Sí, pero hay más. Dividiré una molécula de hidrógeno, dejaré que los dos átomos de hidrógeno separados se combinen con dos átomos de flúor (dos átomos antiguos, sin correlacionar) y luego dividiré ambas moléculas de fluoruro de hidrógeno y realizaré mediciones en los átomos de flúor para comprobar si puedo captar una correlación indirecta entre ellas: un efecto de segundo orden heredado de la molécula de hidrógeno original.

La verdad era que no esperaba conseguir financiación para llevar el trabajo tan lejos. Los hechos experimentales básicos de la EPR ya estaban definidos, así que no tenía mucho sentido mejorar la tecnología de medición.

—En teoría —Lena preguntó inocentemente—, ¿podrías hacer lo mismo con algo mucho más grande? ¿Algo como... el ADN?

—No. —Me reí.

—No quiero decir si podrías hacerlo aquí, dentro de una semana. Pero si dos fragmentos de ADN hubieran estado unidos, ¿existiría algún tipo de correlación?

La idea me echaba para atrás, pero confesé:

—Podría existir. No puedo darte la respuesta de memoria, tendría que pedirles algo de software a los bioquímicos y crear un modelo preciso de la interacción.

Lena asintió satisfecha.

—Creo que deberías hacerlo.

—¿Por qué? En la práctica nunca podré probarlo.

—Con este equipo sacado de la chatarra seguro que no.

—Entonces dime —dije resoplando—, ¿quién va a pagarme algo mejor?

Lena paseó la mirada por el lúgubre sótano, como si quisiera hacer una foto mental del punto más bajo de mi carrera antes de que todo cambiara completamente.

—¿Quién financiaría una investigación para detectar las huellas cuánticas de los enlaces del ADN? ¿Quién pagaría por ser capaz de calcular hace cuánto tiempo estuvieron en contacto dos plásmidos mitocondriales, no ya hasta el milenio más próximo, sino hasta la división celular más próxima?

Estaba escandalizado. ¿Era ésta la idealista que creía que los Hijos de Eva eran la última gran esperanza para la paz mundial?

—Nunca se lo tragarían —le dije.

Lena se me quedó mirando un segundo, ausente, luego negó con la cabeza, divertida.

—No te digo que engañes a nadie, que supliques por una beca de investigación con una falsa excusa.

—Bueno, vale. ¿Pero...?

—Te hablo de coger el dinero y hacer un trabajo que es necesario. La tecnología de secuenciación se ha llevado todo lo lejos que puede llegar, pero nuestros oponentes no dejan de encontrar motivos para quejarse: la tasa de mutación mitocondrial, el método de selección de puntos de bifurcación para el árbol más probable, los detalles sobre la pérdida y la supervivencia de linaje. Hasta los paleogenetistas que están de nuestra parte no dejan de cambiar de opinión acerca de todo. La edad de Eva sube y baja como la constante de Hubble. —Seguro que no es para tanto.

Lena me cogió del brazo. Su entusiasmo era electrizante, sentí cómo me invadía. O simplemente me había pinzado un nervio.

—Esto podría transformar el campo de arriba a abajo. Pondría fin a las suposiciones, no más conjeturas, no más presunciones. Sólo habría un árbol genealógico indiscutible que llegaría hasta hace 200.000 años.

—Puede no ser posible...

—¿Pero lo vas a averiguar? ¿Lo vas a comprobar?

Dudé, pero no se me ocurrió ninguna razón para negarme.

—Sí.

Lena sonrió.

—Con la paleogenética cuántica... serás capaz de darle al mundo una Eva que nadie antes había hecho posible.

Seis meses más tarde se acabaron los fondos para mi trabajo en la universidad: la investigación, las tutorías, todo. Lena se ofreció para ayudarme durante los tres meses que me iba a llevar preparar una propuesta para mandársela a los Hijos. Ya vivíamos juntos, ya compartíamos experiencias; de algún modo eso hacía que me resultara más fácil racionalizarlo. Y era un mal momento del año para buscar empleo, así que iba a estar en paro de todas formas...

Resultó que los modelos informáticos sugerían que se podía captar una correlación medible entre segmentos de ADN partiendo del ruido estadístico... siempre que se contara con un número suficiente de plásmidos para trabajar: algo así como unos cuantos litros de sangre por persona en vez de una sola gota. Pero ya entonces podía ver que se tardarían años en entender correctamente los problemas técnicos no digamos ya en resolverlos. Ponerlo todo sobre el papel fue un buen entrenamiento para futuras solicitudes de becas corporativas, pero nunca pensé en serio que fuera a conseguir nada.

Lena me acompañó a la reunión con William Sachs, el director de investigaciones de los Hijos del Pacífico oeste. Tenía cincuenta y muchos años y llevaba una ropa muy conservadora, no le faltaba ni la clásica camiseta de Benetton con el eslogan EL SIDA NO ES AGRADABLE, ni los pantalones cortos de Mambo Paz Mundial con el motivo de la paloma surfista. Una versión de sí mismo algo más joven nos sonreía desde una portada enmarcada de
Wired.
Había sido gurú del mes en abril de 2005.

—Se contratará al departamento de física de la universidad para supervisar el proyecto en su totalidad —expliqué nervioso—. Se comprobará la calidad científica del trabajo de forma independiente cada seis meses, de este modo se evitará que la investigación se salga de lo establecido.

—La correlación EPR —dijo Sachs pensativo— demuestra que toda la vida está vinculada holísticamente en un gran meta-organismo unificado, ¿verdad?

—No.

Lena me dio una patada por debajo de la mesa.

Pero Sachs no parecía haberme oído.

—Escuchará el ritmo theta de la mismísima Gaia. La armonía secreta que subyace a todas las cosas: sincronicidad, resonancia mórfica, transmigración... —Suspiró soñador—. Adoro la mecánica cuántica. ¿Sabe que mi maestro de tai chi escribió un libro sobre el tema?
El loto de Schródinger
, seguro que lo ha leído. ¡Menuda paranoia! Y está trabajando en una secuela,
El marídala de Heisenberg...

Lena intervino antes de que pudiera volver a abrir la boca.

—Tal vez... generaciones posteriores sean capaces de llevar la correlación incluso hasta otras especies. Pero en el futuro inmediato, sólo llegar hasta Eva supondrá un reto técnico muy grande.

Primo William pareció volver al planeta Tierra. Cogió la copia impresa de la solicitud y se puso a mirar los detalles presupuestarios del final, que en su mayoría eran obra de Lena.

—Cinco millones de dólares es mucho dinero.

—En diez años —dijo Lena con tono suave—. Y no olvide que este año fiscal hay una deducción de impuestos del 125% en gastos de I+D. Para cuando incluya los derechos de patente que se podrían generar...

—¿De verdad cree que los productos derivados valdrán tanto?

—Fíjese en el teflón.

—Tendré que consultarlo con la junta directiva.

Cuando a los quince días llegaron las buenas noticias por correo electrónico, casi me entraron náuseas.

Me dirigí a Lena
:

—¿Qué he hecho? ¿Y si dedico diez años a esto y al final no saco nada en claro?

Se encogió de hombros, sorprendida.

—No hay garantías de éxito, pero lo has dejado claro, no les has mentido. Toda gran tarea está plagada de incertidumbres, pero los Hijos han decidido aceptar los riesgos.

De hecho no me había comido mucho la cabeza pensando en la moralidad de quitarles grandes sumas de dinero a unos estúpidos ricachones con una fijación por la maternidad global, y lo más probable que a cambio de nada. Me preocupaba más lo que significaría para mi carrera si la investigación resultaba ser un callejón sin salida y no obtenía resultados dignos de publicación.

—Todo va a salir perfectamente —dijo Lena—. Tengo fe en ti, Paul.

Y eso era lo peor de todo. Ella creía en mí.

Nos queríamos y los dos nos utilizábamos mutuamente. Pero yo era el único que seguía mintiendo sobre lo que muy pronto se convertiría en el centro de nuestras vidas.

En el invierno de 2010, Lena se tomó tres meses de vacaciones para viajar a Nigeria en nombre de la trasferencia de tecnología. Oficialmente tenía que aconsejar al nuevo gobierno sobre la modernización de la infraestructura de comunicaciones, pero también iba a formar a unos cuantos cientos de operadores locales en las artes del último secuenciador de bajo coste de los Hijos. Mi técnica EPR estaba aún en pañales —apenas era capaz de distinguir a unos gemelos idénticos de unos perfectos desconocidos—, pero los analizadores de ADN mitocondrial originales ahora eran extremadamente pequeños, resistentes y baratos.

En el pasado África se había mostrado bastante reticente a los Hijos, pero parecía que por fin el movimiento había logrado establecerse. Cada vez que Lena me llamaba desde Lagos —los ojos brillantes con entusiasmo misionero— iba y le echaba un vistazo al Gran Árbol, intentando decidir si la codificación de las nociones tradicionales de proximidad familiar haría que los excombatientes de la reciente guerra civil se sintieran más o menos unidos en caso de que la moda de la secuenciación llegara a calar hondo.

Sin embargo, las etnias de las facciones ya estaban tan mezcladas entre sí que era imposible llegar a un veredicto definitivo; hasta donde podía saber, en la guerra se habían enfrentado alianzas forjadas tanto por algunos de los actos de patrocinio político del siglo XX como por la invocación de antiguas lealtades tribales.

Hacia el final de su estancia, Lena me llamó un día muy temprano (para mi horario) tan enfadada que casi se le caían las lágrimas.

—Vuelo directamente a Londres, Paul. Estaré allí en tres horas.

Entorné los ojos ante el brillo de la pantalla, aturdido por la luz del sol tropical a su espalda.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Tuve una visión en la que los Hijos habían quebrantado el frágil alto el fuego, induciendo un holocausto étnico innombrable; y a continuación habían huido para que los mejores microcirujanos del mundo les curasen las heridas, mientras que en la distancia el país se sumergía en el caos.

Lena sacó una mano fuera de cámara y pulsó un botón. Parte de un reportaje se incrustó en una esquina de la transmisión. El titular decía: ¡EL ADÁN DEL CROMOSOMA Y CONTRAATACA! La foto de debajo del titular mostraba a un hombre blanco, rubio, musculoso y semidesnudo (curiosamente no tenía vello: muy parecido al
David
de Miguel Ángel con un taparrabos de visón), que apuntaba al lector con una lanza. Lo hacía con la apropiada gracilidad de un bailarín.

Gruñí suavemente. Sólo había sido cuestión de tiempo. En la división celular que precede a la producción del esperma, la mayor parte del ADN del cromosoma Y experimentaba una recombinación con el cromosoma X, pero una parte de él permanecía distante, sin mezclarse, y se transmitía únicamente por vía paterna con la misma fidelidad que el ADN mitocondrial se transmitía de madre a hija. De hecho, lo hacía con más fidelidad: las mutaciones en el ADN nuclear eran mucho menos frecuentes, lo que lo convertían en un reloj molecular mucho menos útil.

—Dicen que han encontrado un único antepasado masculino para todos los europeos. ¡De hace sólo 20.000 años! ¡Y mañana van a presentar esta mierda en una conferencia de paleogenetistas en Cambridge!

Le eché un vistazo al artículo con las quejas de Lena de fondo. El reportaje no era más que autobombo populachero. No era fácil saber qué era lo que afirmaban los investigadores en realidad. Pero algunos grupos de derechas que desde hacía tiempo se oponían a los Hijos de Eva habían recibido los resultados con obvia alegría.

—¿Y por qué tienes que estar allí? —dije.

—¡Para defender a Eva, claro! ¡No podemos permitir que esto siga adelante!

Me empezó a doler la cabeza.

—Si es mala ciencia, deja que los expertos la refuten. No es tu problema.

Lena se quedó callada un rato y luego protestó con rencor:

—Tú sabes que los linajes masculinos se pierden más rápido que los femeninos. Gracias a la poliginia una sola línea paterna puede llegar a dominar una población en muchas menos generaciones que una materna.

—¿Entonces lo que dicen podría ser cierto? ¿Podría haber existido un Adán reciente en el norte de Europa?

—Quizás —admitió Lena a regañadientes—. Pero... ¿qué más da? ¿Qué demuestra eso? ¡Ni siquiera se han molestado en buscar un Adán que sea un padre para toda la especie!

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