13 balas (35 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

BOOK: 13 balas
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Era un hombre menudo de facciones indias y con el pelo bien peinado. Tenía una mirada profunda. Parecía que nunca en la vida había sonreído.

—Soy el doctor Prabinder. Siéntese, por favor...

—¡Joder! ¡Dígame dónde está! ¿Es que nadie va a decirme dónde está?

—Surgió una complicación —dijo el doctor.

De pronto todo se volvió blando, como si fuera de goma. El suelo empezó a ondularse.

CAPÍTULO 47

Caxton estaba sentada en la morgue. El cuerpo de Deanna yacía sobre una camilla. Miró a su alrededor, pero no Vio ni al doctor Prabinder, ni a Clara. Estaba sola en aquella sala casi a oscuras y rodeada por varios tabiques móviles. No habría sabido explicar cómo había llegado hasta allí. Tenía la sensación de haberse desmayado, aunque no había sido así. El trayecto que había recorrido desde la cuarta planta hasta el sótano estaba almacenado en su memoria. Sin embargo, el recuerdo era tan irrelevante que Caxton ni siquiera se había molestado en prestarle atención.

Había surgido una complicación, se acordó de repente. Se levantó de la silla y empezó a deambular por la morgue. Palpó el cuerpo de Deanna en diferentes puntos. Apartó un poco la sábana que la cubría. Por lo menos en el rostro de Deanna había una expresión serena. Tenía los ojos cerrados y el pelo recién lavado. Sus labios estaban pálidos, pero en general presentaba un buen aspecto. Caxton apartó un poco más la sábana y al instante deseó no haberlo hecho. Los pezones de Deanna apuntaban en direcciones inverosímiles. Tenía el pecho abierto como una boca voraz y las costillas parecían dientes ansiosos ante un pedazo de carne. En el fondo de la caja torácica yacían los pulmones y el corazón, como una lengua inmóvil.

Había surgido una complicación. Deanna había perdido tanta sangre al romper la ventana de la cocina que había necesitado cinco transfusiones de plasma. También le habían inyectado sangre porque había empezado a tener síntomas de anemia aguda: frío en las extremidades a pesar de tener el tronco caliente y unas preocupantes dificultades respiratorias.

Había surgido una complicación. Se le había formado un coágulo de sangre, tal vez en una de las heridas, probablemente a causa de una reacción adversa a la sangre que le habían transfundido. El doctor Prabinder no había querido hacer especulaciones. El coágulo había pasado al torrente sanguíneo de Deanna y seguramente había estado circulando por su cuerpo durante un tiempo antes de alcanzarle el pulmón izquierdo.

Había surgido una complicación. Una embolia pulmonar, lo había llamado el doctor Prabinder. En cuanto se la hubieron detectado, la operaron de inmediato, por supuesto. Habían tratado de extirparle el coágulo, pero el cuerpo de Deanna estaba demasiado débil para aguantar tantas complicaciones.

—Insisto, señora Caxton —le dijo el doctor mientras apartaba uno de los tabiques móviles. Clara estaba junto a él—. No puede estar aquí, de verdad, los técnicos de la morgue consideran que no es apropiado que la vea en este estado...

—Está hablando con la agente Caxton —dijo Clara al tiempo que le mostraba su placa.

—Ah, no... no lo sabía —se excusó el doctor Prabinder.

—Estamos investigando el homicidio, doctor —continuó Clara al tiempo que volvía a guardar la placa. Lo que estaba haciendo era ilegal. El caso estaba completamente fuera de su jurisdicción y también de la de Caxton. Mentir acerca de una investigación criminal podía costarles el puesto.

Aunque Caxton no diría nada y Clara tampoco. Caxton volvió a cubrir el pecho de Deanna con la sábana. La sangre empapó la tela de forma casi instantánea.

—¿Cuándo...? —preguntó Caxton. No logró pronunciar ninguna palabra más para completar la frase.

—¿La hora oficial de la defunción? —preguntó Clara.

El doctor echó un vistazo a su PDA.

—La madrugada pasada, alrededor de las cuatro quince.

—Antes de que amaneciera —dijo Caxton.

Mientras ella luchaba contra los vampiros en una planta de laminación abandonada, Deanna se estaba muriendo lentamente y nadie se había dado cuenta. No debía de haber nadie con ella. Tal vez si alguien hubiera estado allí, aquello no habría sucedido. Tal vez si Caxton hubiera estado allí, tal vez si hubiera oído la respiración superficial de Deanna, se habría dado cuenta de que le estaba ocurriendo algo malo. Podría haber avisado al médico. Podrían haberla intervenido mucho antes.

O al menos podría haberle sujetado la mano.

—Y yo no estaba aquí —dijo Caxton.

—Vamos, no pienses en eso —la animó Clara.

—Disculpen, sé que éste no es un asunto de mi incumbencia, pero ¿es correcto que esta mujer investigue la muerte de alguien tan cercano? ¿No entrará en un conflicto de intereses?

—Estaba sola —dijo Caxton, ignorando por completo al doctor.

—¿Entró alguien en su habitación anoche? ¿Recibió la visita de alguien? —preguntó Clara.

El médico negó con la cabeza con una expresión de no estar entendiendo riada.

—No claro que no. No permitimos la entrada de visitas a partir de las siete y, además, la señora Caxton había solicitado que un vigilante custodiara la habitación —respondió el médico señalando a Clara con su PDA—. ¿No sabía lo del vigilante?

Clara miró a Caxton y luego a la puerta abierta que tenía a sus espaldas.

—Me acabo de incorporar al caso. Aún estoy un poco perdida.

—Ya... Ya entiendo. —El doctor Prabinder se enderezó y se cuadró—. A ver, vamos a aclarar algo. Yo estoy dispuesto a colaborar con la policía en todo lo que pueda, desde luego. Pero estamos en mi hospital y...

—Doctor —lo interrumpió Caxton al tiempo que se daba la vuelta por primera vez. Le dedicó al médico una mirada dura y autoritaria. Caxton no llevaba el uniforme ni la placa y su arma se había quedado en el maletero del Volkswagen de Clara, pero no importaba: un policía se reconocía por la mirada, una mirada perfectamente indiferente y violenta que dejaba a cualquiera helado—. Necesito saber si anoche ocurrió algo digno de mención. Necesito saber si alguien vio o escuchó algo extraño o fuera de lo común. Cualquier cosa.

—Claro, claro —dijo el médico, que clavó la vista en sus zapatos—. Pero estamos en un hospital situado en una zona urbana muy poblada que cuenta con una unidad de emergencias. Tiene que ser más específica, he visto muchas cosas extrañas... —sus palabras se fueron apagando.

—No me refiero a accidentes morbosos. Yo quiero saber si alguien ha visto a gente sin rostro paseándose por los pasillos. Le estoy preguntando por algún signo de actividad vampírica.

—¿Vampiros? ¿Aquí? —preguntó el doctor. Murmuró algo en hindi que parecía una breve plegaria—. Lo vi en las noticias... Algo he oído, sí, y los cuerpos ingresaron aquí... Pero no, por favor, no, ¡nada de vampiros! Lo juro.

—Bien —dijo Caxton. Entonces agarró la mano de Deanna. Estaba helada, pero la suya también—. Ahora necesito que alguien cosa el corte de esta mujer para que pueda enterrarla. ¿Será tan amable de velar por ello?

El doctor Prabinder asintió con la cabeza y sacó su teléfono móvil. —Necesitaré una firma, claro, si no es mucho pedir. —Desde luego —dijo Caxton.

Entonces la agente sacó su móvil. En su agenda telefónica tenía el número de Elvin, el hermano de Deanna. Esperaba que éste tuviera el teléfono de su madre. De pronto tenía muchas cosas que hacer.

—Lo siento, lo siento mucho —dijo Clara, y trató de abrazarla, pero Caxton ni se la quitó de encima.

—Ahora mismo no puedo sentir nada —intentó explicar Caxton.

No sabía si se trataba de un mecanismo de defensa para evitar que aquel dolor insoportable la afectara, o si Reyes estaba al mando de sus emociones. Para él la muerte de Deanna había sido una lástima por un solo motivo: se había desperdiciado un montón de sangre.

Caxton tenía que hacer muchas llamadas y aún quedaban muchas preguntas por responder. Mantenerse distraída la ayudaría. Alguien tenía que mantener la calma y ocuparse de todo.

Elvin no estaba en casa. Caxton le dejó un mensaje y le pidió que le devolviera la llamada. Alguien del hospital se le acercó y le preguntó qué quería hacer con los órganos. Caxton dijo que donaran lo que aún se pudiera aprovechar. Envolvieron a Deanna y acto seguido se la llevaron. Al cabo de un rato la trajeron de nuevo, no había nada en ella que estuviera en condiciones para donar, llevaba demasiado tiempo muerta y los órganos fundamentales se habían vuelto inservibles. Su piel y sus ojos no eran aptos. Caxton volvió a llamar a Elvin. Alguien del centro de trasplantes fue a buscar a Caxton y le espetó que quién se había creído que era para donar Los órganos de Deanna sin ser familiar directo. La conversación fue interminable. Fue tal vez la primera vez en que Caxton se arrepintió de no haberse molestado en contraer matrimonio. Eso no le habría conferido ningún derecho que ahora no tuviera, pero a lo mejor le habría ahorrado algunas situaciones muy incómodas. Finalmente consiguió contactar con Elvin, que le dijo que acudiría al hospital de inmediato. Llevaría a la madre de Deanna consigo. Caxton cerró la tapa de su móvil y lo guardó. Se dio la vuelta y vio a Clara.

—¿Cuánto tiempo llevo al teléfono? —preguntó.

Tenía la sensación de que habría pasado mucho más tiempo del que creía. Para empezar, ahora se encontraba en una sala de espera. Pero ¿no estaba en la morgue? Aunque no sabía muy bien cómo, la habían llevado a una sala con calefacción y un gran ventanal, donde había sillas cómodas y un montón de revistas viejas. Quizá había sido Clara quien la había acompañado hasta allí.

—Bueno, yo ya he comido. Te he traído un bocadillo.

Clara le tendió una bolsa, Caxton la cogió y la abrió. Atún, carne blanca, mayonesa blanca y pan blanco. No le apetecía nada. Ella quería rosbif. Se indignó y se sintió como una niña malcriada. ¿Por qué Clara no le había comprado un bocadillo de rosbif? ¿Por qué no iba ahora mismo a comprarle un bistec enorme y poco hecho, jugoso y lleno de, de... de sangre?

Puso fin de inmediato a esos pensamientos y empezó a comerse el bocadillo de atún. No iba a dejar que el vampiro viviera a través de ella.

—Oye, hay algo que nadie ha mencionado y que creo que es importante —dijo Clara. Entonces frunció el ceño y los labios, y finalmente lo soltó—. ¿No tendríamos que considerar... —dijo, pronunciando cada palabra por separado—, bueno, la incineración? Caxton parpadeó varias veces.

—¿Te refieres a Deanna? —preguntó—. Claro que te refieres a Deanna. Quiero decir, de momento no ha muerto nadie más. Sí. De acuerdo. Incineración. —No pensaba en lo que decía, más bien repetía lo que iba pasándole por la cabeza—. No.

—No —dijo Clara tímidamente.

—No. Ya has visto toda la sangre. Ningún vampiro dejaría tanta sangre en un cuerpo. Fue tan sólo un accidente, Clara. Un absurdo accidente de mierda. De los que aún suceden, ¿sabes? No a todo el mundo lo mata un monstruo.

Clara asintió con la cabeza, quería apoyarla. Entonces cogió aire para decir algo más, pero se detuvo al ver que la puerta de la sala se abría de golpe. Un hombre de dimensiones considerables y pelo liso y pelirrojo, que le caía por encima de lo hombros, irrumpió en la sala. Llevaba un abrigo de piel de borrego y tenía un aspecto totalmente embotado. Tras él entró una mujer con el pelo teñido a conjunto con el del chico, aunque se le veían las raíces canosas. Tenía la cara muy sonrojada, parecía que había estado llorando o bebiendo. Aunque era muy probable que hubiera hecho ambas cosas.

—¿Quién es ésta? ¿Tu nueva novia? —preguntó la madre de Deanna.

—Hola, Roxie —dijo Caxton. Entonces alzó la mirada hacia el hombre fornido y pelirrojo—. Oh, Elvin. Lo siento mucho.

Elvin asintió con su enorme cabeza.

—Sí, claro. Gracias. Muchas gracias —le dijo. Miró a su alrededor como si no estuviera seguro de dónde se encontraba.

—Será mejor que me vaya —dijo Clara.

—Por Dios, no te vayas por mí —dijo Roxie Purfleet. Acto seguido se giró hacia Caxton y le lanzó una mirada desdeñosa—. Veo que no pierdes el tiempo, ¿eh? La última aun no se ha enfriado y tú ya estás con la siguiente.

Clara pasó por delante de la señora Purfleet en dirección a la salida sin pronunciar palabra. Caxton les pidió a los Purfleet que se sentaran y empezó a contarles todo lo ocurrido.

CAPÍTULO 48

Deanna estaba muerta. No era difícil aceptarlo objetivamente. Caxton podía retener la información en su mente, darle vuelta y verla desde otro ángulo. Entendía las repercusiones y todo el papeleo que iba a suponerle. Tendría que cancelar las suscripciones de Deanna a varias revistas, por ejemplo. También iba a tener que cambiar las condiciones de SU seguro que, gracias a una treta legal, permitía que el seguro laboral de Caxton cubriera los gastos médicos de Deanna.

Pero todo eso no explicaba ni mucho menos cómo se sentía. Los detalles fundamentales de la vida de Deanna no servían para explicar lo sucedido. Deanna estaba muerta. Era como si el color azul hubiera dejado de existir, algo con lo que Caxton siempre había contado, el elemento alrededor del cual había construido su vida, había desaparecido para siempre.

Sin embargo, lo que más le preocupaba no eran ni el miedo a la soledad ni la pérdida de su compañera; era aquel vacío existencial en su visión del mundo. Deanna se había marchado, para siempre, y había sucedido sin más, en el tiempo que uno tardaba en ponerlo en palabras; Deanna estaba muerta.

Más tarde, mucho más tarde, se encontró a sí misma yendo en coche hacia casa. Roxie Purfleet la había relevado con muy malas maneras en el hospital, convencida de que sabía mucho mejor que ella lo que su hija habría querido que hicieran con sus restos mortales. Se había negado incluso a permitir que Caxton organizara el entierro. El cuerpo de Deanna iba a regresar a Boalsburg, el lugar donde había nacido. Caxton había oído a Deanna echar pestes contra aquel lugar un millón de veces, la había oído quejarse y repetir una y otra vez que había tenido ganas de largarse de allí desde que iba a la escuela. Y, sin embargo, ahora se quedaría allí para siempre.

Pero Caxton estaba conduciendo y tenía que concentrarse. Fijó la vista en las líneas amarillas de la carretera y pronto se dio cuenta de que era incapaz de apartarla. Se obligó a echar un vistazo a los retrovisores y a comprobar su ángulo muerto.

Deanna estaba muerta. Quería llamar a Deanna y charlar de lo que acababa de pasar. Quería sentarse con ella en el sofá un segundo, con la tele apagada, y discutir el significado de todo aquello. ¿Con quién más podía compartir un acontecimiento tan monumental? ¿A quién más podía acudir?

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