Authors: Frédéric Beigbeder
Han pasado unos días sin que los hayas visto. Jean-François importa su depresión a tu despacho.
—Tengo un mal feedback con el anunciante. Alfred Duler ha vuelto a llamar después de ver el vídeo del «Grind» diciendo que salía demasiada gente de color. Ha declarado, cito textualmente: soy racista pero los negros segmentan demasiado el concepto, y nosotros debemos poner el énfasis en la
francesidad del
producto. No es culpa mía si nuestro producto es blanco, y que, en consecuencia, para vender tengan que salir blancos: decir esto no es racista, mierda, ¡no fabricamos un yogur negro! ¡Contrataremos negros cuando saquemos la línea Delgadín sabor chocolate!»
Parece ser que, al oír esto, sus ayudantes se partían el pecho de la risa. Pero cuando amenazó con sacar la cuenta a concurso, ya no les hizo tanta gracia.
—Mira, lo mejor es dejarlo, abandona. Ese facha es la viva encarnación de la mediocridad. Deberías haberle recordado que ya fabrica un Delgadín con sabor a dioxina… Entonces debería contratar a modelos deformes, contaminados por las radiaciones, desfigurados y purulentos.
En el fondo, estás disfrutando: perder uno de los mayores clientes de la agencia constituye la vía más rápida para que tus oraciones sean atendidas, el paraíso de la ociosidad remunerada, un largo periodo de holganza financiado por la colectividad… Pero Jean-François ya se está viendo en la calle. Para él, la situación no es la misma que para ti: ha sido programado para una vida segura. Estudió en una pequeña escuela de comercio privada para hijos de papá, se casó con una impoluta pelmaza, aceptó ser insultado y humillado durante quince años por sus jefes y sus clientes para poder solicitar un crédito en la caja de ahorros con el objetivo de comprar un piso de tres habitaciones en Levallois-Perret. ¿Su única distracción? Escuchar la banda sonora de
Titanic
. Ignora que pueda existir otro tipo de vida. Nunca ha dejado nada al azar: su vida no puede bifurcarse. Si Madone abandonase la agencia, no lo superaría. Está a punto de echarse a llorar; esto no estaba previsto en el diseño de su carrera. Por primera vez desde su nacimiento, tiene dudas. Incluso podría llegar a convertirse en un ser humano.
—Ya sé que es un cabrón fascista —farfulla—, pero pesa 80 millones de francos…
Empiezas a quererle. Después de todo, te quitó el polvo de la nariz el otro día.
—No te preocupes —te oyes decirle—, Charlie y yo remataremos la faena, ¿verdad, Charlie?
—Sí, creo que ha llegado el momento de activar la alerta DefCon tres.
Marc Marronier asoma su cabeza por la puerta entreabierta.
—¡Qué pasa, chicos, menuda cara! Parecéis tres asalariados de Rosserys y Witchcraft… ¡Hostia!
Se golpea la frente con la palma de la mano.
—¡Anda! ¡Pero si eso es lo que sois!
—Menos cachondeo, Marc —se lamenta Jef—, estamos de mierda hasta el cuello con el asunto Delgadín.
—Ah… Hay que ver lo pesados que son los fabricantes de queso ligero…
Marronier te echa una mirada condescendiente (o descendiente a secas, ya que él está de pie y tú sentado).
—Octave, Charlie… —dice—, ¿no creéis que ya ha llegado el momento de activar al plan Orsec?
—¡Pero si ya están en alerta DefCon! —exclama Jef. Pero, bueno… ¿En qué consiste exactamente esta historia de DefCon?
Charlie hace entonces su gesto solemne. Levanta los brazos y la mirada hacia el cielo, inspira profundamente, espira ruidosamente, señal en él de que está a punto de tomar la palabra o de matar a un pequeño e inocente animal. Tras un largo silencio, mira a Marronier por última vez.
—¿Jefe? ¿Tenemos luz verde?
El jefe asiente con la cabeza antes de salir del despacho, que recupera entonces un instante de calma y de serenidad casi zen. Charlie se da lentamente la vuelta hacia ti y suelta la contraseña:
—La Boñiga del Último Minuto.
—Adelante.
Y allí mismo, delante de JF, en un minuto de reloj, Charlie y tú elaboráis el anuncio con el que sueñan todos los anunciantes: algo bonito, dulce, inofensivo y falaz destinado a un amplio público de terneros balantes (ya que, tras diversas manipulaciones genéticas, ahora ya se puede conseguir que el ganado vacuno bale).
Le lees la Boñiga en voz alta:
«Una encantadora mujer (ni vieja ni joven), DE PIEL BLANCA, pelo castaño (ni rubia ni morena), está sentada en la terraza de una hermosa casa de campo decorada al estilo «meridional» (calurosa sin ser llamativa), en una mecedora (ni demasiado cara ni demasiado barata). Mira a la cámara v, con una voz suave pero auténtica, exclama: «
¿Soy hermosa? Eso dicen. Pero yo ni siquiera me lo planteo. Soy yo misma, simplemente.
» Con un gesto tranquilo (ni sensual ni sofisticado), coge un envase de Delgadín y lo entreabre con delicadeza (ni demasiado rápidamente ni demasiado lentamente) antes de probar una cucharada (ni demasiado vacía ni demasiado llena). Cierra los ojos de placer al probar el producto (mínimo dos segundos). Luego prosigue con su texto mirando fijamente a los telespectadores: «
Mi secreto es… Delgadín. Un exquisito queso fresco sin nada de grasa. Con calcio, vitaminas, proteínas. Para una mente sana en un cuerpo sano, no existe nada mejor.
» Se levanta con elegancia (aunque no demasiada) y, con una sonrisa cómplice (pero no demasiado), concluye: «
Este es mi secreto. Pero ahora ya no lo es, porque os lo he dicho, ji, ji ¡i, ji.
» Esboza una carcajada traviesa (aunque no demasiado). Llega el primer plano del producto (mínimo cinco segundos) acompañado por la siguiente fiase sobreimpresionada: «DELGADÍN. DELGADEZ INTEGRAL MENOS EN LA MENTE».
En un abrir y cerrar de ojos, Jean-François pasa de estar hundido a estar eufórico: este tío podría ingresar en la Escuela de Arte Dramático, en la asignatura «mimo ciclotímico». Nos besa las manos, los pies, la boca.
—¡Amigos, acabáis de salvarme la vida!
—¡Eh, tranquilo! ¡Vale ya de familiaridades! —refunfuña Charlie intentando controlar en su ordenador una película en la que un hombre es sodomizado por una anguila.
Y tú te das cuenta de tu metedura de pata:
—Mierda, mi despido tendrá que esperar. Con semejante spot, Philippe me va a dejar en paz por lo menos durante diez años. ¡Vamos a dar por el culo a Madone!
Pero Charlie tiene la última palabra:
—Tú puedes ir diciendo que les vas a dar por el culo, pero, en el fondo, sabes perfectamente que ocurre exactamente lo contrario.
Y Jean-François se aleja encantado de la vida con su pestilente guión bajo el brazo. Esta escena transcurría hacia principios del tercer milenio después de J. C. (Jesucristo: excelente redactor-creativo, autor de numerosos títulos que siguen siendo célebres: «AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS», «TOMAD Y COMED PORQUE ÉSTE ES MI CUERPO», «PERDÓNALOS, SEÑOR, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN», «LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS», «EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO», ah, no, eso era de su padre).
La buena cocaína cuesta 100 euros el gramo. Es cara expresamente: para que sólo los ricos puedan mantenerse en forma mientras los pobres siguen embruteciéndose a base de Ricard.
Telefoneas a Tamara, tu chica de alterne favorita. Su contestador te responde con una voz suave: «Si deseas invitarme a tomar una copa, pulsa 1. Si deseas invitarme a cenar, pulsa 2. Y si deseas casarte conmigo, cuelga, por favor.» Le dejas tu número directo de la agencia: «Llámame, tus hombros parecen huevos pasados por agua, necesito desconectar, es urgente, quiero remojar mis bastoncitos de pan en tu vida. Octave.» Tiene un rostro del cual tu mirada no consigue apartarse.
Adivina adivinanza: ¿Qué tiene la piel de ámbar y un cuerpo de mexicana con ojos de euroasiática? Respuesta: Una morita cuyo verdadero nombre no es Tamara. Por la noche te visita a domicilio. Le has pedido que lleve Obsession, el perfume de Sophie.
Tiene la voz ronca, los dedos finos, la sangre mestiza. El cuerpo femenino se compone de numerosos elementos no exentos de encanto: bronceados tendones que unen tobillos y pantorrillas, uñas maquilladas de los dedos de los pies, hoyuelos dispersos (en la comisura de los labios, en el nacimiento de las nalgas), dientes cuya blancura contrasta con los labios púrpuras, curvas varías (plantas de los pies, parte inferior de la espalda), rubores diversos (mejillas, rodillas, talones, pezones), pero el interior de los brazos permanece siempre blanco como la nieve y tierno como la emoción que transmite.
Sí, era una época en la que incluso la ternura estaba en venta.
Tamara es la puta que no te follas. Sobre su minifalda puede leerse «LICK ME TILL I SCREAM», pero te conformas con lamerle la oreja (odia que le hagas eso). A cambio de 500 euros, pasa la noche en tu casa y duerme junto a ti. Antes, escucháis música juntos: el grupo «Il était une fois» (Érase una vez), los Moody Blues, Massive Attack. Estás dispuesto a pagar mucho dinero sólo por el momento en el que vuestros labios se atraen como imanes. No quieres acostarte con ella, sólo rozarla, someterte a su atracción extraterrestre. Los amantes son imanes. Te niegas a meter un preservativo dentro de Tamara. Por eso nunca hacéis el amor. Al principio, ella no comprendía a ese cliente que se conformaba con enrollar su lengua alrededor de la suya. Luego le fue encontrando el gusto, a los dientes que mordisquean la boca, a la nerviosa punta de saliva perfumada de vodka, y ahora es ella la que hunde su lengua en tu dulce boca, y el morreo es profundo, penetración bucal en la que tu lengua se convierte en pene, Jame sus mejillas, su cuello, sus ojos, sabor, gemido, aliento, cosquilleante deseo. Stop. Te detienes para sonreírle a un centímetro de su rostro, saber esperar, degustar, aminorar la marcha y volver a empezar. Hay que decir las cosas como son: a veces un beso es más hermoso que follar.
—Me encanta tu pelo.
—Es una peluca.
—Me encantan tus ojos azules.
—Son lentillas.
—Me encantan tus pechos.
—Es un wonderbra.
—Me encantan tus piernas.
—¡Ah, por fin un cumplido!
Tamara se echa a reír.
—Flipo contigo.
—¿Se trata de una expresión adolescente para decir que eres feliz?
—¿En este preciso instante? Sí.
—En este preciso instante
sé
perfectamente que estás fingiendo.
—En primer lugar, que no lo haga gratis no significa que esté fingiendo. No tiene nada que ver. En segundo lugar, sí, soy más bien feliz, teniendo en cuenta que gano cien de los grandes al mes en efectivo.
—¿El dinero da la felicidad, entonces?
—De ningún modo, pero estoy ahorrando para comprarme una casa y educar a mi bebé.
—Lástima. Me habría gustado tanto hacerte infeliz.
—Nunca soy infeliz cuando hago que me paguen.
—A mí me ocurre lo contrario: te pago para no ser infeliz.
—Bésame, esta noche te haré un descuento del diez por ciento.
Se quita la parte de arriba. Una finísima cadena de oro rodea su cintura. Sobre su pecho derecho, una rosa tatuada.
—¿Es un tatuaje auténtico o una calcomanía?
—Auténtico, puedes lamerlo, no se borrará.
Unas imantaciones más tarde, filmas a Tamara con tu cámara digital mientras la entrevistas:
—Dime, Tamara, ¿de verdad quieres ser actriz o era una broma?
—Es mi sueño, hacer este trabajo… además del otro.
—¿Y por qué no eres modelo?
—De día lo soy. Como muchas de las chicas que trabajan en el Bar Bitúrico. Me paso el día corriendo de un casting a otro. Pero hay tantas chicas para tan poco trabajo que una tiene que buscarse la vida para llegar a fin de mes…
—No…, te lo preguntaba porque…, bueno, escucha, mira: me gustaría proponerte en la próxima campaña de Delgadín.
—OK, esta noche me trago tu semen gratis.
—Ni hablar, ¿no te das cuenta de que soy el nuevo Robín de los Bosques?
—¿Y eso?
—Muy sencillo: robo a los ricos para dárselo a las chicas.
Sí, algunas noches desembolsabas 3.000 del ala sólo para besarla bajo la lluvia, y los valía. Maldita sea, los valía con creces.
Diez días más tarde, se celebra una PPM en la agencia (pronúnciese pipiem): «Pre-Production Meeting». La reunionitis llevada a su máxima expresión. No se oye ni el zumbido de una mosca: normal, saben que corren el riesgo de ser violentamente sodomizadas. Alfred Duler ha llegado acompañado de sus tres mosqueteros de la compañía Madone, también asisten dos comerciales de la Rosse, la productora-tv de la agencia, dos creativos (Charlie y tú), el, en principio, realizador, que se llama Enrique Badeculo, también está su productor parisino, su estilista depresiva, su decorador inglés y una controladora de gastos pasada por el lifting. Charlie ha cruzado una apuesta contigo: el primero de los dos que pronuncie las palabras «ansiógeno» y «minimizar» gana un almuerzo en el restaurante Apicius.
—Las modificaciones —abre el fuego la productora-tv— han sido incluidas de acuerdo con la reunión del día doce. Estamos a la espera de otros castings, pero Enrique aprueba la propuesta de la agencia. Sin más preámbulos, vamos a visionar la cinta.
Pero, como siempre en este tipo de reuniones, el magnetoscopio no funciona y nadie sabe
cómo
utilizarlo. Hay que llamar a un técnico, ya que entre las catorce personas asistentes, que representan una masa salarial anual de 6.720 kilofrancos (o sea, más de un millón de euros), nadie es capaz de hacer funcionar una máquina que un niño de seis años pone en marcha con la mano izquierda y los ojos vendados. Mientras esperan la llegada del salvador capaz de pulsar la tecla «play», el realizador vuelve a leer su declaración de intenciones.
—La chica no debe ser demasiado guapa, será una mujer refrescante, una joven adulta.
Enrique Badeculo empezó como fotógrafo de moda en la revista Glamour antes de convertirse en la estrella del cine publicitario estetizante con predominio de tonos anaranjados. Cultiva su acento venezolano, ya que esta nota exótica es la principal razón de su éxito (aproximadamente 500 realizadores en paro filman exactamente igual que él, o sea, desenfocado, con profusión de filtros y una banda sonora trip-hop, pero están sin trabajo porque no se llaman Enrique Badeculo).
—Personalmente, soy partidario de que la marca pueda leerse desde el primer plano. Es muy muy importante. Pero, en mi opinión, hay que conservar una parcela de creatividad.