A barlovento (42 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: A barlovento
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Entonces empezaron a oírse rumores entre algunas de las naves refugiadas neutrales que huían de las hostilidades, hablaban de un grupo de flotas idiranas que se habían arremolinado alrededor de un volumen de espacio cerca de la ubicación de una incursión reciente en las mismísimas afueras de la galaxia, seguido por una batalla feroz que había culminado con una explosión aniquiladora gigantesca cuya signatura, cuando al fin se había recogido y analizado, era exactamente igual a la que producía un VGS militar asediado de la Cultura cuando había tenido tiempo de orquestar una secuencia de destrucción ajena máxima.

La noticia de la batalla, del éxito marcial del VGS y de su sacrificio final ocupó todos los titulares y fue el objetivo principal de todos los menús durante menos de un día. La guerra, como las flotas de batalla idiranas, continuó adelante, y florecieron las distracciones y las tretas, los incidentes y los estragos, el horror y el espectáculo.

Poco a poco, la Cultura implementó el cambio a una producción de guerra a gran escala; los idiranos (ya ralentizados por los compromisos que habían tenido que adquirir para controlar el colosal volumen de territorios recién conquistados) vieron cómo el ritmo de su avance titubeaba en algunos sitios, en un principio debido a su propia incapacidad para emplear los equipos de combate requeridos, pero cada vez más por la creciente capacidad de la Cultura para hacerlos retroceder; las fábricas de los orbitales de la Cultura, lejos de la guerra, habían comenzado a producir y enviar flotas enteras de naves de guerra nuevas.

Nuevas pruebas de la destrucción del VGS
Daño permanente
(y de los navíos de guerra idiranos que se había llevado con él) llegaron con una nave neutral de otra especie Implicada que había pasado cerca del lugar de la batalla. La personalidad almacenada de
Daño permanente
se resucitó como estaba previsto en la Mente en la que se había almacenado y se colocó en otra nave de la misma clase. Se unió (de nuevo) a la lucha que todo lo cercaba, se lanzó a batalla tras batalla, sin saber cuál podría ser la última para ella y conteniendo en su interior todos los recuerdos de su anterior encarnación intactos, hasta el instante en que se había deshecho de sus campos y había puesto rumbo con una trayectoria circular hacia el espacio idirano, todo un año antes.

Solo hubo una pequeña complicación.

La
Daño permanente,
la Mente de la nave original, no había quedado destruida. Como VGS había luchado hasta el final y había peleado hasta el último momento, con lealtad y determinación, y sin pensar en su propia seguridad, pero al final, como Mente individual, había escapado en una de sus cápsulas armamentísticas esclavas.

Tras haber sufrido su parte de las profundamente centradas atenciones no de una, sino de varias flotas de guerra idiranas, a aquellas alturas, la nave de guerra que no lo era del todo era poco más que un desecho, una nave de guerra que no lo era del todo...

Arrojada por el estallido de energía de la autodestrucción del VGS, expulsada del cuerpo principal de la galaxia con energía apenas suficiente para mantener su estructura, la nave se alejó volando por encima del plano de la galaxia, más parecida a un trozo gigante de metralla que a una nave, desarmada en su mayor parte, casi ciega y totalmente muda, sin atreverse a utilizar los motores, demasiado toscos y apenas listos para funcionar, por miedo a que la detectasen hasta que, al final, no le quedó más remedio. Incluso entonces conectó los motores solo durante el periodo de tiempo mínimo requerido para evitar chocar con la rejilla de energía que había entre los universos.

Si los idiranos hubieran tenido más tiempo, habrían buscado cualquier fragmento superviviente del VGS y es muy probable que hubieran encontrado a la náufraga. Pero el caso era que había habido asuntos más urgentes que atender. Para cuando a alguien se le ocurrió que había que comprobar otra vez que la destrucción del VGS había sido tan completa como había parecido en un principio, el navío medio destrozado, a un milenio de distancia ya del límite superior del gran disco de estrellas que era la galaxia, estaba lo bastante lejos como para evitar que lo detectaran.

Comenzó a repararse a sí misma poco a poco. Pasaron cientos de días. Con el tiempo, se arriesgó a utilizar sus muy trabajados motores para que la arrastraran hacia las regiones del espacio donde esperaba que la Cultura siguiera dominando. Sin saber muy bien quién estaba dónde, se abstuvo de enviar señales hasta que, al final, regresó a la galaxia en sí, en una región que estaba razonablemente segura de que todavía debía permanecer fuera del control idirano.

La señal que anunciaba su llegada causó alguna confusión al principio pero un VGS fue a su encuentro y la acogió a bordo. Le informaron que tenía una hermana gemela.

Fue la primera, pero no la última vez que iba a ocurrir algo parecido durante la guerra, a pesar del cuidado que tuvo la Cultura a la hora de confirmar las muertes de sus Mentes. La Mente original se volvió a colocar en otro VGS recién construido que tomó el nombre de
Daño permanente
I.
La nave sucesora se puso un nuevo nombre,
Daño permanente
II.

Se convirtieron en parte de la misma flota de batalla tras una solicitud conjunta y lucharon juntas durante otras cuatro décadas de guerra. Hacia el final, las dos estaban presentes cuando tuvo lugar la batalla de las Dos Novas, en la región del espacio conocida como Arma Uno-Seis.

Una sobrevivió, la otra pereció.

Habían intercambiado sus estados mentales antes de que comenzara la batalla. La superviviente incorporó el alma de la nave destruida a su propia personalidad, como habían acordado. Esta también estuvo a punto de ser aniquilada en la lucha y una vez más tuvo que coger una nave más pequeña para salvarse tanto ella como el alma rescatada de su gemela.

–¿Cuál murió? –preguntó Ziller–. ¿La I ó la II?

El avatar esbozó una sonrisa cohibida.

–Estábamos muy cerca en el momento en que ocurrió y fue todo muy confuso. Pude ocultar quién murió y quién sobrevivió durante muchos años, hasta que alguien hizo el trabajo policial relevante. Fue la II la que murió, la I la que vivió. –La criatura se encogió de hombros–. No importaba. Fue solo la estructura de la nave que albergaba el sustrato lo que quedó destruido, y el cuerpo de la nave superviviente sufrió el mismo destino. El resultado fue el mismo que si hubiera sido al revés. Ambas Mentes se convirtieron en una sola Mente, yo. –El avatar pareció dudar, después hizo una reverencia exquisita.

Ziller observó el orbital, que pasaba a toda velocidad sobre sus cabezas. Las hileras de vagones pasaban disparadas, casi demasiado rápido para poder seguirlas. Solo se veían las impresiones más vagas de los vagones, incluso en los trenes largos, a menos que se movieran en la misma dirección que parecía moverse el módulo. Luego parecían moverse más despacio durante un rato, antes de apartarse, adelantarse, quedarse atrás o dibujar una curva hacia alguno de los dos lados.

–Me imagino que la situación debía de ser muy confusa si pudiste ocultar quién había muerto –dijo Ziller.

–Era bastante mala –asintió el avatar con ligereza. Estaba observando la superficie inferior del orbital, que pasaba zumbando, con una sonrisa vaga en la cara–. Como suele ocurrir en la guerra.

–¿Qué hizo que quisieras convertirte en la Mente de un Centro?

–¿Quiere decir aparte de la necesidad de asentarme y hacer algo constructivo después de todas las décadas que me había pasado cruzando como un rayo la galaxia para destruir cosas?

–Sí.

El avatar se giró para mirarlo.

–He de suponer que ha hecho sus deberes, compositor Ziller.

–Sé algo de lo que ocurrió. Pero piensa en mí como alguien lo bastante anticuado, o lo bastante primitivo, como para querer oír las cosas directamente de la persona que estaba allí.

–Tuve que destruir un orbital, Ziller. De hecho, tuve que bombardear tres en un solo día.

–Bueno, la guerra es un infierno.

El avatar lo miró como si quisiera averiguar si el chelgriano se estaba esforzando demasiado para quitarle importancia a la situación.

–Como ya he dicho, los acontecimientos se encuentran todos en los archivos públicos.

–¿He de entender que no había alternativa?

–Así es. Ese fue el criterio con el que tuve que actuar.

–¿El tuyo?

–En parte. Formé parte del proceso de toma de decisiones, aunque si no hubiera estado de acuerdo, quizá hubiera actuado de todos modos como lo hice. Para eso está la planificación estratégica.

–Debe de ser una carga, no poder decir siquiera que solo estabas obedeciendo órdenes.

–Bueno, eso siempre es mentira, o señal de que se está luchando por una causa indigna, o que todavía le falta mucho para desarrollarse de una forma civilizada.

–Un desperdicio terrible, tres orbitales. Una responsabilidad.

El avatar se encogió de hombros.

–Un orbital no es más que materia inconsciente, aunque represente un gran esfuerzo y un gran empleo de energía. Sus Mentes ya estaban a salvo, hacía tiempo que se habían ido. Fueron las muertes humanas lo que me afectó.

–¿Murió mucha gente?

–Tres mil cuatrocientas noventa y dos.

–¿De cuántas?

–Trescientos diez millones.

–Una proporción pequeña.

–Siempre es el cien por cien para los individuos en cuestión.

–Con todo.

–No, no hay ningún «con todo» –dijo el avatar sacudiendo la cabeza. La luz se deslizó por su piel plateada.

–¿Cómo sobrevivieron esos cientos de millones?

–Los sacaron de allí, en su mayoría. Alrededor de un veinte por ciento fue evacuado en vagones de metro, funcionan como botes salvavidas. Hay muchas formas de sobrevivir, se pueden trasladar orbitales enteros si tienes tiempo, o puedes sacar a la gente, o (a corto plazo) utilizar vagones de metro u otros sistemas de transporte, o simples trajes. En unas cuantas ocasiones se evacuaron orbitales enteros por medio de la transmisión/almacenamiento; los cuerpos humanos quedaron inertes después de que se transmitieran sus estados mentales. Aunque eso no siempre te salva, si el sustrato de almacenamiento también se ha convertido en escoria antes de poder transmitir la información.

–¿Y los que no escaparon?

–Todos sabían lo que estaban eligiendo. Algunos habían perdido seres queridos, algunos estaban, supongo, locos, pero nadie estaba lo bastante seguro como para negarles la posibilidad; otros eran viejos o estaban cansados de la vida, y algunos esperaron demasiado para escapar, ya fuera de forma corpórea o enviando la información después de ver el espectáculo, o tuvieron algún problema con su transporte o con el archivo o la transmisión de su estado mental. Algunos tenían creencias que les hicieron quedarse. –El avatar clavó los ojos en los de Ziller.

»Salvo por los que experimentaron fallos en el equipo, grabé todas y cada una de esas muertes, Ziller. No quería que fueran seres anónimos, no quería ser capaz de olvidar.

–Un poco morboso, ¿no?

–Llámelo como quiera. Fue algo que sentí que tenía que hacer. La guerra puede alterar tu percepción, cambiar tus valores. Yo no quería sentir que lo que estaba haciendo era cualquier otra cosa que no fuera trascendental y horrendo, incluso, en cierto sentido primario, una barbarie. Envié drones, micromisiles, plataformas con cámaras y micrófonos ocultos a esos tres orbitales. Vi morir a cada una de esas personas. Algunas desaparecieron en menos de un abrir y cerrar de ojos, destruidas por mis propias armas de energía o aniquiladas por las cabezas nucleares que había desplazado. Algunas tardaron solo un poco más, incineradas por la radiación o destrozadas por los estallidos. Algunas murieron muy despacio, cayendo al espacio para toser sangre, que se convertía en hielo rosa delante de sus ojos congelados, o se encontraron de repente ingrávidas cuando el suelo desapareció bajo sus pies y la atmósfera que las rodeaba se alzó en el vacío como una tienda atrapada en una galerna, de modo que ellos se encontraron buscando aire hasta que murieron.

»A la mayoría los podría haber rescatado, los mismos desplazados que estaba usando para bombardear el sitio podrían haberlos absorbido y como último recurso mis efectores podrían haberles extraído los estados mentales de la cabeza al tiempo que los cuerpos se congelaban o ardían a su alrededor. Hubo tiempo de sobra.

–Pero las dejaste allí.

–Sí.

–Y las observaste.

–Sí.

–Con todo, la decisión de quedarse fue suya.

–Así es.

–¿Y les pediste permiso para grabar su agonía?

–No. Ya que me daban la responsabilidad de matarlos, al menos podían complacerme en eso. Sí que les dije antes a todos los interesados lo que iba a hacer. Esa información salvó a unos cuantos. Aunque atrajo bastantes críticas. Algunas personas pensaban que era un acto de insensibilidad.

–¿Y tú cómo te sentiste?

–Espeluznado. Compadecido. Desesperado. Distanciado. Eufórico. Endiosado. Culpable. Horrorizado. Miserable. Contento. Poderoso. Responsable. Manchado. Apenado.

–¿Eufórico? ¿Contento?

–Esas son las palabras que más se acercan. Hay una euforia innegable cuando se provoca el caos, cuando se produce una destrucción tan masiva. En cuanto a lo de sentirme contento, me satisfizo que algunos de los que murieron lo hicieran porque fueron lo bastante estúpidos como para creer en dioses o en un más allá que no existe, aunque sentí una pena terrible por ellos cuando murieron en la ignorancia y por culpa de sus disparates. Me sentí contento porque mis sistemas armamentísticos y sensoriales estaban funcionando como se suponía que debían funcionar. Me sentí contento porque, a pesar de mis recelos, fui capaz de cumplir con mi obligación y actuar como había determinado que debía hacerlo un agente moralmente responsable, dadas las circunstancias.

–¿Y eso te convierte en el ser más adecuado para regir un mundo de cincuenta mil millones de almas?

–Desde luego –dijo el avatar sin inmutarse–. He saboreado la muerte, Ziller. Cuando mi gemela y yo nos fusionamos, estábamos lo bastante cerca como para que la nave que estaba siendo destruida mantuviese un enlace en tiempo real con el substrato de la Mente de su interior al tiempo que la destrozaban las fuerzas mareomotrices producidas por un arma de línea. Todo terminó en un microsegundo, pero la sentimos morir poco a poco, zona por zona distorsionada, recuerdo por recuerdo desaparecido, todos continuaron adelante hasta el final amargo y absoluto gracias al ingenio del diseño de la Mente, todos retrocedieron, se replegaron, se cerraron, retiraron, reagruparon, comprimieron, abandonaron, abstrajeron y se hicieron valer de artificios, intentando siempre y por cualquier medio posible, mantener la personalidad de la nave, su alma intacta, hasta que ya no quedaba nada más que sacrificar, ningún otro sitio al que ir y ya no quedaban estrategias de supervivencia que aplicar.

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