A barlovento (50 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: A barlovento
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Un niño irrumpió por la pantalla de plantas, miraba hacia atrás y estuvo a punto de tropezar. Miró alrededor, a los adultos de ese extremo del vagón. Parecía a punto de volver a lanzarse entre las plantas cuando vio a Quilan. Abrió mucho los ojos y se acercó para sentarse junto a él. La criatura tenía el rostro pálido arrebolado y jadeaba con fuerza. El sudor le aplastaba sobre la frente el cabello liso y oscuro.

–Hola –dijo–. ¿Eres Ziller?

–No –dijo Quilan–. Me llamo Quilan.

–Geldri T'Chuese –dijo el niño extendiendo la mano–. Encantado.

–Encantado.

–¿Vas al festival?

–No, voy a un concierto.

–Ah, ¿el del estadio Stullien?

–Sí. ¿Y tú? ¿También vas al concierto?

El niño lanzó una risa desdeñosa.

–No. Somos un montón, vamos a dar vueltas al orbital en metro hasta que nos aburramos. Quern quiere dar por lo menos tres vueltas seguidas porque Xiddy dio dos con su primo, pero yo creo que con dos ya basta.

–¿Por qué queréis dar vueltas al orbital?

Geldri T'Chuese miró con expresión extraña a Quilan.

–Pues para echarnos unas risas –dijo como si fuera lo más obvio.

Un vendaval de carcajadas irrumpió entre la pantalla de plantas que había al otro lado del vagón.

–Parece muy ruidoso –dijo Quilan.

–Estamos haciendo lucha libre –explicó el niño–. Y antes hicimos un concurso de pedos.

–Bueno, no siento habérmelo perdido.

Otra sarta de carcajadas agudas resonaron por el vagón.

–Será mejor que vuelva –dijo Geldri T'Chuese. Le dio a Quilan unos golpecitos en el hombro antes de añadir:– Un placer conocerte. Espero que disfrutes del concierto.

–Gracias. Adiós.

El niño echó una carrera hasta la pantalla de plantas y la atravesó de un salto entre dos matojos. Se oyeron más gritos y risas.

~
Lo sé.

~
¿Sabes qué?

~
Adivino lo que estás pensando.

~ ¿Ah, sí?

~
Que es muy probable que sigan en el sistema de transporte subterráneo cuando el Centro quede destruido.

~ ¿Es eso lo que estaba pensando?

~
Es lo que estaría pensando yo. Es duro.

~
Bueno, pues gracias.

~
Lo siento.

~
Como todos.

El trayecto llevó un poco más de tiempo del habitual, había mucha gente y los vagones se acumulaban para descargar a sus pasajeros en los puntos subterráneos de acceso del estadio. En el ascensor, Quilan saludó con la cabeza a unas cuantas personas que lo reconocieron de los programas de noticias en los que había intervenido. Vio que uno o dos lo miraban con el ceño fruncido y supuso que sabían que, al ir, era muy probable que impidiera que asistiera Ziller. Cambió de postura en el asiento e inspeccionó un cuadro abstracto que colgaba cerca.

El ascensor llegó a la superficie y todo el mundo salió a la amplia explanada abierta que había bajo una columnata de árboles altos y rectos. Unas luces suaves brillaban sobre el azul oscuro del cielo vespertino. El olor a comida llenaba el aire y la gente atestaba los cafés, los bares y los restaurantes que flanqueaban la explanada. El estadio llenaba el cielo al otro extremo de la amplia avenida, tachonado de luces.

–¡Comandante Quilan! –le gritó un hombre alto y atractivo con un abrigo brillante mientras se precipitaba hacia él. Le tendió la mano y Quilan se la estrechó–. Chongon Lisser. Noticias Lisser; las filiaciones habituales, demanda del cuarenta por ciento y subiendo.

–¿Cómo está usted? –Quilan siguió caminando, el varón alto caminaba a su lado, un poco por delante, había girado la cabeza hacia Quilan para mantener el contacto visual.

–Estoy muy bien, comandante, espero que usted también. Comandante, ¿es cierto que mahrai Ziller, el compositor de la sinfonía de esta noche, aquí en el estadio Stullien, plataforma Guerno, Masaq, le ha dicho que si usted asiste al concierto esta noche, él no lo hará?

–No.

–¿No es cierto?

–No me ha dicho nada directamente.

–¿Pero sería correcto decir que usted habrá oído que él no asistiría si usted lo hacía?

–Es correcto.

–Y sin embargo, usted ha decidido asistir.

–Sí.

–Comandante Quilan, ¿cuál es la naturaleza de la disputa entre usted y mahrai Ziller?

–Tendría que preguntarle a él. Yo no tengo ninguna disputa con él.

–¿No le molesta que lo haya puesto en esta ingrata posición?

–No me parece que sea una posición ingrata.

–¿Diría usted que mahrai Ziller se está mostrando mezquino o vengativo de alguna forma?

–No.

–¿Entonces diría que se está comportando de una forma perfectamente razonable?

–No soy ningún experto en el comportamiento de mahrai Ziller.

–¿Entiende a la gente que dice que usted se está comportando de un modo muy egoísta al venir aquí esta noche, ya que eso significa que mahrai Ziller no va a estar aquí para dirigir la primera representación de su nueva obra, lo que degrada la experiencia para todos los interesados?

–Sí, la entiendo.

A esas alturas ya estaban cerca del final de la amplia explanada, donde lo que parecía un muro alto y ancho de cristal reluciente que se extendía sobre la acera iba iluminándose y apagándose poco a poco. La multitud menguaba un poco detrás del muro; la barrera era una pared de campo, instalada para dejar entrar solo aquellos que habían ganado en la lotería de las entradas.

–Así que usted no cree...

Quilan se había llevado la entrada con él aunque le habían dicho que no era más que un recuerdo y que no se requería para entrar. Era obvio que Chongon Lisser no tenía entrada, rebotó con suavidad contra la pared reluciente y Quilan lo rodeó y continuó adelante con un asentimiento y una sonrisa.

–Buenas noches –dijo.

Había más periodistas dentro, el chelgriano siguió contestando con cortesía, pero sin extenderse y se limitó a seguir caminando, siguiendo las instrucciones de su terminal, que lo llevaron a su asiento.

Ziller observó los pases de noticias que seguían a Quilan con la boca abierta.

–¡Ese hijo de puta! ¡Va de verdad! ¡No va de farol! ¡Será capaz de sentarse de verdad y evitar que vaya yo! ¡No voy a ir a mi propio puto concierto! ¡Ese botarate hijo de perra de presa!

Ziller, Kabe y el avatar observaron a los varios controles remotos que seguían a Quilan hasta su asiento, un colchón ahuecado especialmente preparado para el chelgriano. Al lado había un asiento homomdano, un espacio para Tersono y unos cuantos asientos y sofás más. La plataforma de la cámara mostró a Quilan sentándose y mirando a su alrededor, el estadio se llenaba poco a poco, después pidió un servicio por su terminal que creó una pantalla plana delante de él que contenía las notas del programa del concierto.

–Creo que veo mi asiento –dijo Kabe con tono pensativo.

–Y yo el mío –dijo Tersono. Su aura parecía agitada. La máquina se volvió para mirar a Ziller, pareció a punto de decir algo, pero luego no lo hizo. El avatar no se movió, pero Kabe tuvo la sensación de que había habido algún tipo de comunicación entre la Mente Central y el dron de la sección de Contacto.

El avatar se cruzó de brazos y cruzó la habitación para ir a mirar la ciudad. Un cielo frío y despejado de color cobalto se arqueaba sobre el marco irregular de las montañas. La máquina veía la burbuja que era la plaza de la Cúpula de Aquime. Allí había una pantalla gigante que retransmitía las escenas del estadio Stullien a una multitud creciente.

–Confieso que pensé que no iría –dijo el avatar.

–¡No te jode, pues lo ha hecho! –dijo Ziller escupiendo–. ¡Ese arrastrahuevos con ojos de gato!

–Yo tenía la impresión de que también le iba a ahorrar esto –dijo Kabe agachándose en el suelo, cerca de Ziller–. Ziller, lo siento muchísimo si le he dado alguna idea equivocada, aunque fuera sin darme cuenta. Sigo convencido de que Quilan insinuó de forma bastante decidida que no iba a ir. Solo puedo suponer que algo le ha hecho cambiar de opinión.

Una vez más, Tersono pareció a punto de decir algo, se le alteró el aura y el armazón se alzó un poco en el aire, pero de nuevo pareció contenerse en el último momento. Tenía el campo gris de frustración.

El avatar le dio la espalda a la ventana con los brazos todavía cruzados.

–Bueno, si no me necesita, Ziller, creo que voy a volver al estadio. Nunca hay suficientes acomodadores y ayudantes en general en este tipo de eventos. Siempre hay algún cretino que ha olvidado cómo funciona un dispensador automático de bebidas. ¿Kabe, Tersono? ¿Puedo ofrecerles un desplazamiento para volver?


¿
Un desplazamiento? –dijo Tersono–. ¡Desde luego que no! Cogeré un metro.


Mmm
–dijo el avatar–. Deberías llegar a tiempo, de todos modos. Pero yo no me entretendría mucho.

–Bueno –dijo Tersono con aire dubitativo, los campos le parpadeaban–. A menos que el compositor Ziller quiera que me quede, por supuesto.

Todos miraron a Ziller, que seguía mirando la pared de pantallas.

–No –dijo con voz débil al tiempo que agitaba una mano–. Vete. Vete, por supuesto.

–No, creo que debería quedarme –dijo el dron, acercándose flotando al chelgriano.

–Y yo creo que deberías irse –dijo Ziller con aspereza.

El dron se detuvo como si hubiese chocado contra un muro. Su aura destelló con un arco iris cremoso de sorpresa y vergüenza, después se inclinó en el aire y dijo:

–Está bien. Bueno, nos vemos allí. Ah... Sí. Adiós. –Atravesó el aire zumbando hasta las puertas, las abrió volando y después las cerró a toda prisa, pero sin ruido tras él.

El avatar miró con expresión interrogante al homomdano.

–¿Kabe?

–El viaje instantáneo parece sentarme bien. Será un placer aceptar. –Hizo una pausa y miró a Ziller–. También sería un placer quedarme aquí, Ziller. No tenemos que ver el concierto. Podríamos...

Ziller se levantó de un salto.

–¡Y una mierda! –dijo entre dientes–. ¡Pienso ir! Ese pedazo de vómito con patas no me va dejar fuera de mi propia puta sinfonía. Voy a ir. Voy a ir y voy a dirigir, e incluso pienso quedarme después y estar de cháchara y dejar que me den la tabarra, pero si ese mierdecilla de Tersono, o cualquier otro, intenta presentarme a ese pequeño cabrón de mierda egoísta de Quilan, juro que le arranco la garganta a ese cabeza de bolsa de basura.

El avatar contuvo la mayor parte de una sonrisa. Le brillaban los ojos cuando miró a Kabe.

–Bueno, a mí me parece una postura de lo más razonable, ¿no cree, Kabe?

–Desde luego.

–Voy a vestirme –dijo Ziller alejándose de un salto hacia las puertas del interior–. No tardo nada.

–¡Tendremos que desplazarnos para tener tiempo suficiente! –chilló el avatar.

–¡Bien! –exclamó Ziller.

–Hay una posibilidad en sesen...

–¡Sí, sí, ya lo sé! Habrá que arriesgarse, ¿no?

Kabe miró al sonriente avatar y asintió. El avatar extendió los brazos e hizo una pequeña reverencia. Kabe fingió aplaudir.

~
Te has equivocado.

~
¿Sobre qué?

~
Al decir que Ziller se rajaría. Va a venir, después de todo.

~ ¿Ah, sí?

Al mismo tiempo que pensaba la pregunta, Quilan comenzó a ser consciente de que a su alrededor la gente empezaba a murmurar y oyó la palabra «Ziller» susurrada unas cuantas veces a medida que se extendía la noticia. El estadio ya casi estaba lleno, un recipiente gigante de zumbidos, sonido, luz, personas y máquinas. El centro bien iluminado, el escenario vacío donde resplandecían los instrumentos, parecía tranquilo y callado, expectante, como el ojo de una tormenta.

Quilan intentó no pensar mucho en nada. Se pasó algún tiempo jugueteando con el campo de aumento incorporado a su asiento, lo ajustó para que la zona del escenario pareciera hincharse frente a él. Cuando estuvo contento con los resultados (como todos los demás salvo los auténticos puristas que rechazaban los campos de aumento) y obtuvo lo que parecía un asiento de primera fila, volvió a acomodarse.

~
¿
Viene de camino, seguro?

~
Ya está aquí, se ha desplazado.

~ Bueno, yo lo he intentado.

~
Lo más probable es que te estés preocupando sin necesidad. Dudo que aquí vaya a pasar algo tan grave como para que alguien corra un auténtico peligro.

Quilan miró al cielo, sobre el estadio. Probablemente era de color azul o violeta, pero parecía tan negro como la boca de un lobo tras la vaga calima de luces que bordeaban el estadio.

~ Hay varios cientos de miles de trozos de roca y hielo dirigiéndose hacia aquí. Reuniéndose en el cielo sobre este lugar. Yo no estaría tan seguro de que estamos a salvo.

~
Oh, vamos. Ya sabes cómo son. Seguro que tienen copias de seguridad de las copias de seguridad y un factor de redundancia óctuple, una seguridad que llega a la paranoia.

~ Ya veremos. Se me ha ocurrido otra cosa.

~
¿Qué?

~ Supongamos que nuestros aliados, sean quienes sean, han hecho sus propios planes para lo que va a pasar de verdad cuando disparen su sorpresita.

~
Continúa.

~
Por lo que he entendido, no hay límite a lo que se puede meter por la boca del agujero de gusano. Supongamos que en lugar de energía suficiente para destruir al Centro, meten la suficiente para aniquilarlo, ¿supongamos que disparan una masa equivalente de antimateria por el agujero? ¿Cuánto pesa la unidad del Centro?

~
Más o menos un millón de toneladas.

~ Una explosión de materia/antimateria de dos millones de toneladas mataría a todo el mundo en el orbital, ¿no?

~
Supongo que sí. ¿Pero por qué iban a querer nuestros aliados, sean quienes sean, como tú dices, matar a todo el mundo?

~
No lo sé. El caso es que sería posible. Tú y yo no tenemos ni idea de qué es lo que han acordado nuestros jefes y por lo que nos han dicho, quizá también los han engañado a ellos. Estamos a merced de esos aliados alienígenas.

~
Te preocupas demasiado, Quil.

Quilan observó a la orquesta, que comenzaba a ocupar el escenario. El aire se llenó de aplausos. No era toda la orquesta y Ziller todavía tardaría en aparecer porque la primera obra no era suya; en cualquier caso, el recibimiento fue tumultuoso.

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