¡Acabad ya con esta crisis! (6 page)

BOOK: ¡Acabad ya con esta crisis!
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Y he aquí la trampa de la liquidez: es lo que sucede cuando ni siquiera el cero es lo suficientemente bajo; cuando la Reserva Federal ha saturado la economía con liquidez hasta el punto en que tener más efectivo ya no supone ningún coste, pero la demanda general sigue siendo demasiado escasa.

Déjenme volver una última vez a la cooperativa de canguros, para ofrecer lo que espero que sea una analogía útil. Supongamos que, por alguna razón, todos los miembros de la cooperativa (o al menos la gran mayoría) deciden que este año quieren lograr un superávit: dedicarán más tiempo a atender a los niños de otras personas que el total de canguros que reciban a cambio, de modo que el año siguiente puedan hacerlo a la inversa. En ese caso, la cooperativa habría tenido un problema, sin que importara la cantidad de cupones que la junta directiva hubiera repartido. Cualquier pareja, de forma individual, podría acumular cupones y guardarlos para el año siguiente; pero la cooperativa en su conjunto no podría hacerlo, puesto que el tiempo de cuidar a los niños no se puede almacenar. Por tanto, se habría dado una contradicción fundamental entre lo que las parejas querían hacer a nivel individual y lo que se podía hacer a nivel de toda la cooperativa: a nivel colectivo, los miembros de la cooperativa no podían gastar menos de lo que ingresaban. Esto nos lleva de nuevo al punto clave ya indicado de que mi gasto es tu ingreso y tu gasto es mi ingreso. El resultado de que las parejas tratasen de hacer a nivel individual algo que no podían emprender como grupo habría sido, realmente, una cooperativa en depresión (y probable quiebra), sin que importase lo liberal que fuera la política sobre los cupones.

Esto es, más o menos, lo que ha pasado en Estados Unidos y en la economía mundial en su conjunto. Cuando, de repente, todos decidieron que los niveles de deuda eran demasiado altos, los deudores se vieron obligados a gastar menos; pero los acreedores no estaban dispuestos a gastar más, y el resultado de ello ha sido una depresión; no una Gran Depresión, pero sí una depresión, sin lugar a dudas.

Ahora bien, seguro que hay formas de arreglarlo. No puede tener sentido que una parte tan grande de la capacidad productiva del mundo se quede ociosa y que tanta gente que ansia trabajar no pueda encontrar un empleo. Y sí, desde luego, hay formas de salir de aquí. Pero antes de ocuparnos del tema, hablemos un poco sobre los puntos de vista de aquellos que no dan ninguna credibilidad a lo que acabo de decir.

¿ES UNA CUESTIÓN ESTRUCTURAL?

Creo que a nuestra actual oferta de mano de obra le falta adaptabilidad y capacitación. No puede responder a las oportunidades que la industria podría ofrecer. Esto genera una situación de gran desigualdad: pleno empleo, muchas horas extraordinarias, sueldos elevados y una prosperidad notoria para determinados grupos favorecidos, en compañía de sueldos bajos, pocas horas de trabajo, desempleo y, posiblemente, la miseria para otros.

Ewan Clague

Esta cita pertenece a un artículo del
Journal ofthe American Statistical Association
. Es un comentario que podemos oír hoy mismo en muchos lugares: que nuestros problemas esenciales van más allá de la mera falta de demanda; que demasiados trabajadores carecen de la preparación que requiere la economía del siglo xxi; que hay demasiados que siguen atascados en posiciones o industrias equivocadas.

Ahora tengo que reconocer que he hecho un poco de trampa: el artículo en cuestión se publicó en 1935. El autor afirmaba que, aunque algo provocase un gran incremento en la demanda de trabajadores estadounidenses, el desempleo seguiría por las nubes, porque aquellos candidatos no estaban a la altura del trabajo. Pero se equivocaba del todo: cuando por fin llegó ese incremento de la demanda, gracias a la carrera militar que precedió a la entrada de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, todos aquellos millones de trabajadores desempleados resultaron estar perfectamente capacitados para reanudar un papel productivo.

Solo que ahora, como entonces, parece que hay una tendencia incontenible —que no se limita a un solo bando de la divisoria política— a considerar que nuestros problemas son «estructurales» y no se resolverán fácilmente con un aumento de la demanda. Si se-güimos con la analogía de los «problemas del magneto», lo que defienden muchas personas influyentes es que sustituir la batería no va a funcionar, porque seguro que también hay grandes problemas con el motor y la transmisión.

En ocasiones, este argumento se describe como una ausencia general de las aptitudes precisas. Por ejemplo, el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton (ya les dije que no era nada específico de un bando de la divisoria política) afirmó en el programa de televisión
60 minutes
que el desempleo seguía siendo elevado «porque la gente carecía de las aptitudes laborales necesarias para los puestos disponibles». En ocasiones, se explica aduciendo que es una simple cuestión de tecnología, lo que ha hecho innecesario al trabajador; todo esto es lo que parecía decir el presidente Obama cuando afirmó en el
Today Show
:

En nuestra economía, hay algunas cuestiones estructurales en las que
muchas empresas han aprendido a ser mucho más eficientes con menos trabajadores. Se ve en los bancos, cuando usamos el cajero; no nos hace falta acudir a la ventanilla
. O cuando en los aeropuertos usamos los terminales automatizados, en lugar de la puerta. (La cursiva es mía.)

Más habitual es la afirmación de que no podemos esperar pleno empleo a corto plazo, porque antes de transferir a otros puestos a los trabajadores del sector de la vivienda, hinchado en exceso, se requiere formarlos de nuevo. Veamos lo que dice Charles Plosser, presidente del Banco de la Reserva Federal de Richmond, una de las voces contrarias a las políticas de ampliación de la demanda:

No se puede convertir fácilmente a un carpintero en un enfermero, ni a un corredor de hipotecas en el experto en ordenadores de una planta de producción
. Al final, este personal acabará ordenándose solo. La gente recibirá nueva formación y encontrará trabajo en otras industrias.
Pero la política monetaria no puede dar una nueva formación a las personas
. La política monetaria no puede arreglar esos problemas. (La cursiva es mía.)

Bien, pues ¿cómo sabemos que todo esto es un error?

Parte de la respuesta es que el panorama implícito del desempleo, según lo plantea Plosser —que el típico desempleado es alguien que pertenecía al sector de la construcción y no se ha adaptado al mundo después de la burbuja inmobiliaria— constituye una equivocación. De los 13 millones de estadounidenses sin empleo en octubre de 2011, solo 1,1 millón —esto es, solo el 8 por 100— había trabajado antes en la construcción.

En líneas más generales, si el problema es que muchos trabajadores cuentan con una formación inadecuada o están en el lugar equivocado, entonces a los trabajadores con aptitudes adecuadas y en el lugar idóneo debería irles bien. Tendrían que contar con pleno empleo y sueldos al alza. Pero ¿dónde está esta gente?

Para ser justos, hay pleno empleo, e incluso escasez de mano de obra, en las Llanuras Altas: Nebraska y las dos Dakota tienen una tasa de desempleo baja, desde el punto de vista histórico, en gran medida gracias a un aumento en la extracción de gas. Pero si sumamos la población de estos tres estados, estamos tan solo un poco por encima de la de Brooklyn; y el desempleo es elevado en el resto de lugares.

Y no hay trabajos o colectivos cualificados importantes a los que les vaya bien. Entre 2007 y 2010, el desempleo se duplicó, aproximadamente, en casi todas las categorías: obreros o trabajadores de camisa y corbata, producción o servicios, personas con estudios superiores o sin formación. Nadie conseguía grandes aumentos de sueldo; de hecho, como ya hemos visto en el capítulo 1, los licenciados superiores sufrieron recortes de sueldo fuera de lo habitual, porque se vieron obligados a aceptar trabajos en los que no se valoraba su formación.

En pocas palabras: si tuviéramos una tasa de desempleo colosal porque demasiados trabajadores carecieran de la formación adecuada, tendríamos que poder encontrar a un número significativo de trabajadores que

estuvieran gozando de prosperidad; y no podemos. Lo que nos encontramos, en su lugar, es un empobrecimiento general: lo que sucede cuando la economía sufre de una demanda inadecuada.

Así pues, nos encontramos con una economía mutilada por la escasez de la demanda; el sector privado, a nivel colectivo, intenta gastar menos de lo que gana, y la consecuencia es que los ingresos han caído. Pero estamos en una trampa de liquidez: la Reserva Federal ya no puede convencer al sector privado de que gaste más solo con aumentar la cantidad de dinero en circulación. ¿Qué solución hay? La respuesta es obvia… El problema es que haya tantas personas influyentes que se nieguen a ver esta respuesta obvia.

EL GASTO, NUESTRO CAMINO HACIA LA PROSPERIDAD

Mediado 1939, la economía de Estados Unidos había superado ya la peor parte de la Gran Depresión, pero la depresión no se había terminado, en absoluto. El gobierno aún no recogía datos exhaustivos sobre el empleo y el desempleo, pero podemos decir que, en el mejor de los casos, la tasa de desempleo, tal como la definimos hoy, estaba por encima del 11 por 100. Y a muchas personas aquello les parecía un estado permanente: el optimismo de los primeros años del New Deal había sufrido un fuerte revés en 1937, cuando la economía se vio afectada por una segunda recesión grave.

Pero al cabo de dos años, la economía estaba en auge y el desempleo descendía. ¿Qué pasó?

La respuesta es que, por fin, alguien empezó a gastar lo suficiente como para que la economía se animase otra vez. Y ese «alguien», por supuesto, fue el gobierno.

El objetivo de aquel gasto era, básicamente, destruir más que construir; tal como lo formularon los economistas Robert Gordon y Robert Krenn, en el verano de 1940 la economía de Estados Unidos «fue a la guerra». Bastante antes de Pearl Harbor, el gasto militar se elevó mientras Estados Unidos corría a sustituir los barcos y otro armamento enviado a Gran Bretaña como parte del programa de Préstamo y Arriendo; y se construían a toda prisa campamentos militares para albergar a los millones de reclutas nuevos incorporados tras el llamamiento a filas. Cuando el gasto militar empezó a crear empleos y aumentaron los ingresos familiares, también se recuperó el gasto de los consumidores (que a la postre se vería reducido por el racionamiento, pero eso llegaría más tarde). Cuando las empresas vieron que subían las ventas, respondieron a su vez aumentando también el gasto.

Y así fue como terminó la Depresión, y todos aquellos trabajadores con tan poca «adaptabilidad y capacitación» volvieron a trabajar.

¿Qué importancia tenía que el gasto fuera para programas de Defensa, y no nacionales? En términos económicos, no importó en absoluto: el gasto crea demanda, sea para lo que sea. En términos políticos, por supuesto que importaba, y muchísimo: durante la Depresión, muchas voces influyentes advirtieron sobre los peligros de un gasto gubernamental excesivo y, en consecuencia, todos los programas de creación de empleo del New Deal fueron siempre demasiado pequeños, dado el calado de la crisis. Lo que se consiguió con la amenaza de guerra fue silenciar por fin las voces del conservadurismo fiscal y abrir la puerta a la recuperación; y por eso bromeaba yo, en el verano de 2011, y decía que lo que necesitamos de verdad es un amago de invasión alienígena que provoque un gasto masivo en la defensa antialienígena.

Pero la cuestión fundamental es que lo que ahora necesitamos para salir de la depresión actual es otro arranque de gasto gubernamental.

¿De verdad es tan sencillo? ¿Sería, de verdad, tan fácil? Pues sí; básicamente, sí. Es muy necesario hablar del papel de la política monetaria, de las implicaciones del endeudamiento gubernamental y de lo que hay que hacer para asegurar que la economía no vuelva a recaer en una depresión cuando se pare el gasto del gobierno. Tenemos que hablar sobre las formas de reducir el exceso de deuda privada, que posiblemente se encuentra en la raíz de nuestra crisis. También tenemos que hablar sobre cuestiones internacionales; en especial, de la peculiar trampa que Europa se ha tendido a sí misma. De todo esto me ocuparé a lo largo de este libro. Pero la noción clave —que lo que el mundo necesita ahora es que los gobiernos aumenten el gasto para sacarnos de esta depresión— sigue siendo la misma. Terminar con esta depresión debería ser, y puede ser, casi increíblemente fácil.

¿Por qué no lo hacemos, entonces? Para responder a esta pregunta, tenemos que fijarnos en ciertos aspectos de la historia económica y, aún más importante, la historia política. Pero antes, ocupémonos un poco más de la crisis de 2008, que nos metió en esta depresión.

El momento de Minsky

Desde que nos golpeó este colosal hundimiento del crédito, no tardamos mucho en hallarnos en recesión. La recesión, a su vez, profundizó en el hundimiento del crédito, debido a la caída de la demanda y el empleo; y las pérdidas crediticias de las instituciones financieras se elevaron mucho. De hecho, llevamos más de un año atrapados precisamente en esta forma de retroalimentación adversa. En casi todos los sectores de la economía se ha vivido un proceso de desapalancamien-to de los balances. Los consumidores cancelan compras, sobre todo de bienes perdurables, para reforzar sus ahorros. Las empresas cancelan inversiones planeadas y despiden a trabajadores para preservar el efectivo. Y las instituciones financieras reducen sus activos para aumentar el capital y mejorar sus oportunidades de capear la tormenta actual. De nuevo, Minsky comprendió esta dinámica. Habló de la paradoja del desapalancamiento, por la cual ciertas precauciones que podrían ser inteligentes para una persona o empresa —y que, de hecho, resultan esenciales para que la economía vuelva a su estado normal—, sin embargo solo consiguen magnificar las dificultades de la economía en su conjunto.

JANET YELLEN, vicepresidenta de la Reserva Federal, en un discurso titulado: «Una debacle a lo Minsky: lecciones para la banca central», 16 de abril de 2009

E
n abril de 2011, el Instituto para un Nuevo Pensamiento Económico —una organización fundada después de la crisis financiera de 2008 con la intención de promover… bien, el nuevo pensamiento económico— organizó una conferencia en Bretton Woods (Nuevo Hampshire), lugar de una famosa reunión que, en 1944, sentó las bases del sistema monetario mundial de la posguerra.

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