Al Mando De Una Corbeta (21 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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Bolitho intentó gritar varias veces para impedir que sus hombres aullaran y vitorearan, y hacerles entender así que corrían el mismo peligro.

—¡Cambie el rumbo cinco puntos a estribor! —se enjugó el sudor sobre los ojos para contemplar la aguja, con la mente aturdida por el crujido de los palos y las cuadernas que aullaban—. ¡Timón al sur sureste!

Con su trinquete rasgado y sus pocos juanetes, el
Sparrow
giró lentamente, como si también estuviera al límite de su resistencia. Los aparejos flamearon y golpearon, y los hombres escalaron los destrozados escombros, como animales aturdidos, en sus esfuerzos por obedecer las órdenes de popa. Bolitho hizo bocina con sus manos.

—¡Señor Graves! —gritó—. ¡Sáquelos!

Las troneras se abrieron, y los cañones que podían ser manejados fueron arrastrados en sus carros a la luz del sol. Con la corbeta ladeada sobre su nueva posición cada cañón se movió rápidamente hacia el costado.

—¡Todos fuera!

Graves miró una vez más hacia Bolitho, que observaba atentamente su mano estirada, mientras se obligaba a considerar al otro barco como un blanco y no como un ser viviente que se debatía en agonía.

—¡Como usted considere, señor Graves! ¡Disparen a lo alto!

Vio cómo la desmantelada y escorada fragata aparecía junto a la amura de estribor del
Sparrow
.

Su mano descendió.

—¡Fuego!

El casco retembló y avanzó cuando, cañón tras cañón, las cargas dobles volaron sobre las olas para incrustarse en el enemigo indefenso. Unos cuantos disparos desde los cañones giratorios respondieron a la primera descarga, pero cuando las balas pesadas, acompañadas de una carga entera de metralla, impactaron en su costado y en sus cubiertas, aquellos también callaron. Bolitho levantó la mano.

—¡Detengan el fuego! ¡Aseguren los cañones! —añadió dirigiéndose a Buckle—. Viraremos directamente. Nor-noreste —miró hacia la popa, hacia la ruina humeante—. Permanecerá ahí hasta que alguien venga; amigo o enemigo, eso ya le importará poco.

Tyrrell le observó seriamente.

—Sí, señor.

Parecía estar esperando algo más. Bolitho caminó hasta la batayola y estudió a los hombres que estaban a su cargo. Trincaban de nuevo los cañones, trabajaban para reparar los daños y sortear la maraña de cabos y jarcias; en todas partes se trabajaba para preparar al
Sparrow
para su próximo reto. No hubo vítores; en realidad apenas se escucharon voces; apenas aparecieron unas pocas sonrisas cuando los marineros descubrieron que aún vivían algunos de sus buenos amigos. Un gesto aquí, un movimiento casual de los hombros allá, todo, en conjunto, eran más que palabras.

—Han aprendido bien la lección, señor Tyrrell —vio que Dalkeith se acercaba de nuevo a la popa y hacía de tripas corazón para confeccionar la lista de muertos y de moribundos—. Después de esto estarán preparados para todo.

Tendió su espada a Stockdale, que había permanecido junto a él todo el tiempo, aunque no recordaba haberlo visto.

—Y yo también.

VIII
Una decisión del capitán

La estancia del
Sparrow
en Nueva York resultó ser la época más frustrante y de prueba que Bolitho podía recordar. En lugar de unas pocas semanas, como él había calculado, para llevar a cabo las reparaciones y reemplazar mercancías, se vio forzado a esperar y a observar con creciente impaciencia cómo el resto de los barcos tenían prioridad, o eso parecía.

Cuando el tiempo se convirtió en un mes, y luego en dos, se encontró preparado para suplicar antes que demandar, y para pedir en lugar de esperar la ayuda a la que tenía derecho por parte de las autoridades de la costa, y por lo que podía observar a su alrededor, parecía que la mayor parte de los veleros pequeños se encontraban en la misma situación.

El trabajo a bordo continuó sin pausa, y el
Sparrow
ya había adoptado la apariencia de un veterano experimentado. Las velas habían sido cuidadosamente remendadas, y no reemplazadas sin pensar en el precio. Nadie parecía saber cuándo llegarían nuevos repuestos de Inglaterra, y los que ya estaban en Nueva York se guardaban celosamente, o, sospechaba él, se reservaban para algún provechoso soborno. El juanete de mayor ya había sido fijado, y desde la cubierta parecía como si fuera nuevo. Por la mente de Bolitho rondaba la duda de cómo soportaría una auténtica tormenta, o una persecución tras un burlador del bloqueo, pero esa misma mente se encontraba también ocupada en el interminable reguero de informes que debían ser entregados, las listas de pedidos y de avituallamiento que debían ser revisadas y discusiones con el astillero, hasta que comenzó a pensar que ni él ni su barco volverían a moverse jamás. Parte del orgullo y de la emoción de haber hundido la fragata francesa, de ver a los soldados rescatados a salvo en tierra, había dejado paso a una melancolía resignada.

Día tras día la tripulación de barco soportó el dolor y el trabajo, sabiendo que no habría oportunidad de poner el pie en tierra a menos que fuera bajo una cuidadosa supervisión, y aun entonces sólo por motivos de trabajo. Bolitho sabía que la razón de ser de esta regla era lógica hasta cierto punto. Todos los veleros que arribaban y partían de Sandy Hook andaban cortos de mano de obra, y se sabía que algunos capitanes sin escrúpulos robaban marineros de los otros barcos si se les ofrecía la menor oportunidad.

Desde que había asumido el mando, él también necesitaba quince hombres para sustituir a aquellos muertos o malheridos que habían quedado inutilizados para el servicio. Y las noticias no resultaban alentadoras. En cualquier lugar de tierra firme, las fuerzas británicas tenían problemas. En junio, un ejército entero se vio forzado a retirarse ante el ataque del general Washington en la batalla de Monmouth, y los informes que se filtraban a los barcos fondeados mostraban poca esperanza de que la situación mejorara.

Como un problema añadido a los de la flota, el primer huracán de la temporada había arribado arrasando desde el Caribe, como una guadaña en medio del maíz; había destrozado varios barcos en su ruta, y había maltratado tanto otros que quedaron inutilizados cuando más se les necesitaba. Bolitho era capaz de apreciar la preocupación del almirante por sus fragatas, que patrullaban y rondaban en busca de presas, porque el entero desarrollo de la estrategia a lo largo de la costa americana dependía de su vigilancia, y de su habilidad para actuar como si fueran sus ojos y una extensión de su cerebro.

Bolitho estaba agradecido por una sola cosa: que su barco no había resultado tan dañado bajo la línea de flotación como había pensado.

—Es como una pequeña fortaleza, señor —había dicho Garby, el carpintero.

Durante sus inspecciones regulares bajo cubierta para presenciar el progreso del trabajo, Bolitho había comprendido el orgullo del carpintero. El
Sparrow
había sido construido como una corbeta de guerra, al contrario que la mayor parte de sus contemporáneos, que habían sido adquiridos por la marina, y que se habían dedicado a las tareas menos exigentes del servicio mercante. Incluso sus sólidas formas habían adquirido las proporciones correctas, sin ser recortadas por un hacha, de modo que el casco mantenía la seguridad añadida de la fuerza natural. El hecho de que, salvo por unos pocos agujeros de bala bajo la cubierta que precisaban la ayuda y herramientas de los carpinteros de Nueva York, su barco podía navegar y luchar como antes, hacía el retraso aún más insoportable.

Había acudido al encuentro del contraalmirante Christie a bordo del buque insignia, pero no había conseguido saber cuándo repararían los daños.

—Si se hubiera comportado mejor, eh…, difícil con el general Blundell —dijo el almirante con ironía— las cosas podrían ser distintas.

Cuando Bolitho había intentado que se explicara más, lanzó un puñetazo sobre la mesa.

—Sé que el general se equivocó al actuar como lo hizo. A estas alturas toda Nueva York lo sabe. Puede que incluso reciba un castigo cuando regrese a Inglaterra, aunque lo dudo, conociendo su influencia en ciertos estratos —se encogió de hombros con desgana—. Usted, Bolitho, tuvo que humillarle. Actuó correctamente, y ya he escrito un informe que demuestra mi confianza en usted. De todos modos, el buen camino no es siempre el más popular.

Una nueva noticia se cernió sobre Bolitho como una nube y pareció atormentarle cuando día tras día intentaba preparar el barco para salir a la mar. Un bergantín trajo noticias del corsario
Bonaventure, había
, llevado a cabo varias acciones contra veleros de refuerzo y barcos de guerra. Había capturado dos presas y destrozado una corbeta de escolta, tal y como había predicho, como había temido; pero, para él, la peor parte fue saber que el pirata había regresado a la misma zona donde habían cruzado el fuego y había encontrado a la maltratada fragata
Miranda
.

Un puñado de supervivientes había sido descubierto flotando en un pequeño bote, algunos heridos o enloquecidos por la sed, el resto atónitos por el súbito fin de su barco, cuando habían trabajado tan duramente para repararlo y salvarlo. Una y otra vez Bolitho examinó sus propias acciones, para descubrir qué más podría o debería haber hecho. Por obedecer sus órdenes, por anteponer el deber a su sincero deseo de ayudar a la fragata afectada, la había dejado como a un animal indefenso frente a un tigre.

En lo más íntimo de su ser creía que no podía haber tomado otra decisión, pero sabía también que si hubiera sabido que ya no necesitaban tanto los dos transportes, hubiera actuado de otro modo.

—Entonces, su
Sparrow
estaría también en el fondo del mar —replicó el capitán del bergantín cuando él le confesó sus pensamientos—, porque el
Bonaventure
es demasiado enemigo para cualquier barco que no sea un navío de guerra.

Aparte de por estas cuestiones de trabajo, y de recados en los que intentaba imponerse con su presencia o su dinero a los abogados del astillero, Bolitho se abstenía de acercarse a tierra. En parte porque lo creía injusto cuando sus hombres se encontraban pegados a su barco, que parecía encoger cada día que pasaba, y en parte por lo que veía allí. Los preparativos militares eran los comunes: ejercicios y estrategias de artillería, con los armones de artillería portados a lomos de caballo con todas sus fuerzas, para las delicias de vagos y de niños que chillaban. Había contemplado a soldados de infantería en sus maniobras, sudando bajo el insoportable calor, e incluso había visto a la caballería en varias ocasiones.

No, su malestar iba más allá. Las peores noticias que provenían de tierra adentro parecían llegar hasta allí, explotar y luego frenarse. Era rara la noche en la que no se daba un gran baile o una recepción en las magníficas casas: oficiales y ricos mercaderes, señoras vestidas de gala con joyas brillantes… resultaba difícil de creer que estuvieran tan cerca de una guerra a gran escala. También sabía que su disgusto provenía de su propia falta de habilidad para desenvolverse en esos círculos. En su ciudad natal de Falmouth, su familia siempre había sido respetada, pero más como marinos que como residentes. Había partido al mar a la edad de doce años, y su educación había tratado de enseñarle navegación y los misterios de cada abrazadera y de cada gaza, de cada pie de cabuyería que era preciso para hacer que el barco navegara en cualquier condición, más que del arte de conversación social y de alternar con algunos de los
dandys
empelucados que había visto en Nueva York. Las mujeres también parecían diferentes, inalcanzables. No eran como las francas campesinas de Cornualles, o las mujeres o las hijas de los oficiales navales; parecían ostentar un poder propio, cierta altanería, cierto desprecio risueño que le irritaban y le confundían cada vez que entraba en contacto con su mundo perfumado y privilegiado.

Dio permiso a Tyrrell para que se acercara a tierra siempre que le fuera posible, y se había sorprendido al observar el gran cambio que se había producido en él. En lugar de mostrar la emoción o alivio al encontrarse entre hombres que eran sus iguales, en lugares que había visitado tantas veces en los barcos de su padre, se volvió cada vez más reservado, hasta que finalmente evitó abandonar el barco a menos que fuera por obligación; Bolitho sabía que había estado indagando acerca del paradero de su familia, cualquier casa que pudiera darle una pista de si se encontraban a salvo o no. También creía que Tyrrell se lo contaría a su debido tiempo, si eso era lo que deseaba.

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