Alí en el país de las maravillas (17 page)

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Authors: Alberto Vázquez-Figueroa

Tags: #Comedia, Aventuras

BOOK: Alí en el país de las maravillas
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—¡De acuerdo! —admitió Mohamed al-Mansur—. ¡Olvida el Beverly ese! ¿Cómo piensas atrapar vivo, y recalco mucho lo de «vivo», porque así lo exige Osama, a alguien a quien el resto del mundo quiere muerto?

—Con la ayuda de Alá.

Su interlocutor se detuvo en su tarea de masticar palomitas de maíz y se volvió para dirigirle una mirada que tenía algo de asombro y bastante de desprecio.

—¿Con la ayuda de Alá? —repitió con innegable ironía—. En ese caso devuélveme el millón de dólares que te he dado para que pagues a tu gente, porque, que yo sepa, Alá no cobra tan caro.

—¡No! Ya sé que no cobra tan caro —fue la hábil respuesta—. Pero ese dinero lo estoy empleando en facilitarle el trabajo permitiendo que le proporcione a uno de mis hombres las pistas que nos lleven hasta el impostor. Como comprenderás, por muy dispuesto a ayudarnos que estuviera, no creo que viniera a contarme personalmente, dónde demonios se oculta.

De pronto, ante un soberbio batazo, todo el público se puso en pie gritando de entusiasmo visto que la bola volaba y volaba hasta abandonar el estadio.

—¿Has visto eso? —inquirió un fascinado Malik el-Fasi—. ¡Ese dominicano es un auténtico fenómeno!

Alí Bahar temblaba y estornudaba sentado en un escalón de la piscina con el agua al cuello.

Al poco, en la puerta que conducía al interior de la mansión hizo su aparición Liz Turner, siempre con un habano en la boca, que le observó con gesto de profundo desagrado y cierta preocupación.

—¡Anda, sal! —señaló al poco—. Supongo que los piojos y las pulgas ya se habrán ahogado... —Ante la pasiva actitud del otro insistió—: ¡Sal, te he dicho! A ver si vas a coger una pulmonía...

Como resultaba evidente que Alí Bahar se mostraba reticente debido sin duda a que se sabía desnudo, le tendió afectuosamente la mano.

—¡Venga! —dijo—. No seas tímido... ¿Acaso te imaginas que eres el primer hombre que veo en pelotas...?

Tras una nueva duda Alí Bahar comenzó a ascender tímidamente por las escaleras; Liz Turner le observó con mayor detenimiento, su vista descendió unos centímetros y casi al instante su rostro mostró la magnitud de su asombro:

—¡Pues sí que lo es...! —admitió convencida—. ¡Jamás había visto a un hombre desnudo!

Como consecuencia, en cierto modo lógica, de tan sorprendente descubrimiento, cuando a la mañana siguiente sonó de modo insistente el timbre de su puerta, en lo alto de la gran escalera semicircular de su preciosa residencia hizo su aparición una Liz Turner cubierta apenas con un vaporoso salto de cama negro, que descendió sin prisas y se mostró desagradablemente sorprendida al enfrentarse al preocupado rostro de Dino Ferrara.

—¿Qué haces tú aquí? —quiso saber.

El recién llegado se desconcertó un instante, pero de inmediato se volvió para mostrar la enorme roulotte que había aparcado frente a la entrada de la lujosa mansión.

—La he alquilado para llevarme a México a Alí Bahar.

—Será pasando por encima de mi cadáver —fue la tranquila respuesta—. Mientras yo tenga fuerzas, Aladino no vuelve a salir de esta casa.

El otro cerró a sus espaldas y se enfrentó a ella cada vez más perplejo.

—¿Es que te has vuelto loca? —inquirió alzando levemente la voz—. ¿Y qué significa eso de Aladino?

—Significa que tu amigo posee una especie de lámpara maravillosa que en cuanto la frotas se convierte en un genio que te traslada al paraíso... Y como comprenderás, para una vez en la vida que una encuentra un genio, no va a dejarlo escapar así como así. ¡Me lo quedo!

—¡No puedo creerlo...! —replicó su ex amante dejándose caer en la butaca más cercana—. ¿Piensas arriesgarte escondiendo en tu casa a un fugitivo al que todo el país anda buscando? Recuerda que medio mundo le odia.

—¡No hay problema...! —señaló la actriz con una leve sonrisa y segura de sí misma—. Y nadie le odia, puesto que como tú mismo me hiciste comprender ayer no es Osama Bin Laden.

—¿Cómo que «no hay problema»? —se escandalizó el otro—. ¿Qué piensas hacer con él? ¿Encerrarlo en el sótano como si fuera el monstruo de Frankenstein?

—¡En absoluto!

—¿Acaso se te ha ocurrido la absurda idea de cambiarle la cara? Ningún cirujano plástico en su sano juicio aceptará la idea de operarle. Ese tipo es una bomba andante.

—No creo que sea necesario... —señaló la dueña de la casa con absoluta naturalidad—. Es mucho más fácil que todo eso... —Le hizo un leve gesto para que permaneciera donde estaba y a continuación alzó la voz—: ¡Alí...! —llamó hacia lo alto—. ¡Alí, querido, baja, por favor! ¡Ven a saludar a Dino!

A los pocos instantes, en lo alto de la escalera hizo su aparición Alí Bahar, pero ahora se trataba de un Alí Bahar muy diferente, puesto que se había afeitado la barba y depilado las cejas, llevaba el pelo corto y engominado, portaba gafas oscuras, lucía un fino bigote perfectamente recortado y vestía impecablemente de blanco, con blancos zapatos y camisa roja.

En realidad parecía una estrella de cine de los años treinta en la que ni remotamente resultaba posible reconocer a un andrajoso pastor de cabras que jamás hubiera abandonado su desierto natal.

Mientras descendía, parsimonioso y sonriente, Dino Ferrara le observaba estupefacto y al fin no pudo por menos que exclamar:

—¡Dios bendito! Si no lo veo no lo creo.

—¿Verdad que parece otro?

—¡Y tanto! ¡Pero ese traje es mío!

—«Era» tuyo, aunque lo pagué yo —fue la tranquila respuesta de la estrella—. Mis ex maridos y ex amantes me han dejado aquí tanta ropa que podría vestir a todos los figurantes de "Lo que el viento se llevó" y creo que aún me sobrarían calzoncillos. Estarás de acuerdo conmigo que en estos momentos ni su propia madre lo reconocería.

Al llegar abajo, Alí Bahar abrazó con fuerza y con indudable afecto al cada vez más aturdido Dino Ferrara.

—¡Dino, amigo! —exclamó en un inglés macarrónico y casi ininteligible—. ¡Gran amigo! ¡Gracias, gracias! Yo doce veces contento...

—No le entiendo. ¿Qué ha querido decir con eso? —quiso saber el aludido volviéndose a su ex amante.

—Que se pone muy contento cada vez que hacemos el amor —fue la tranquila respuesta de la interrogada.

—¿Doce veces en una noche...? —se escandalizó el otro—. ¡No puede ser!

Ella se limitó a encogerse de hombros con fingida indiferencia al replicar sin perder la sempiterna sonrisa que iluminaba aún más su ya de por sí luminoso rostro.

—¡Eso, contando por lo bajo...! —dijo—. ¿Entiendes ahora por qué no puedo permitir que semejante diamante en bruto salga de esta casa?

—¡Naturalmente que lo entiendo! —admitió el otro—. Y cuenta conmigo para guardarte el secreto, porque si una cosa así saliera a la luz pública mi prestigio personal se iría al garete...

—¡Y que lo digas...! —reconoció ella con casi brutal sinceridad—. Siempre te consideré un fuera de serie, pero lo cierto es que a partir de ahora tu cotización sexual en bolsa ha caído en picado, aunque en compensación tu cotización como amigo y como persona decente ha alcanzado cotas insospechadas.

—¡Triste consuelo! —se lamentó el otro—. Pero algo es algo... —Hizo un leve gesto hacia Alí Bahar que había tomado asiento frente a él para inquirir—: ¿Y qué piensas decir cuando te pregunten de dónde lo has sacado?

—De momento nadie va a preguntar nada porque he telefoneado al servicio indicándole que se tome unas vacaciones hasta nuevo aviso. No se han sorprendido, porque saben que suelo hacerlo cuando tengo un nuevo romance y me gusta disfrutarlo sin testigos. Luego ya se me ocurrirá algo.

—¿Como qué? —insistió Dino Ferrara—. Un personaje así no crece en el jardín como si fuera un tomate. Recuerda que eres un sex-symbol y que los periodistas intentarán averiguar quién es, cómo se llama, a qué se dedica y cuál es su nacionalidad.

—¡Lo pensaré mañana!

—¡Oh, vamos querida! —se impacientó su interlocutor—. Ni eres Scarlett O'Hara ni estás interpretando un papel. Eres Liz Turner, una estrella que se puede estrellar si llegara a descubrirse que estás protegiendo a alguien a quien tus admiradores odian con razón o sin ella. ¡Piensa en tu carrera!

Ella tardó en responder, se aproximó a Alí Bahar acomodándose en el brazo de su butaca, y tras acariciarle dulcemente el cabello, acabó por replicar con sorprendente naturalidad:

—Que yo recuerde, casi desde que tengo uso de razón lo único que he hecho ha sido pensar en mi carrera, lo cual me obligó a pasar en su día por demasiadas camas ajenas y malos tragos, aunque no niego que también me ha proporcionado mucho dinero, ese Oscar que está sobre la repisa de la chimenea, y muchas satisfacciones. —Le guiñó un ojo con picardía—. Sin embargo, esta mañana me veo obligada a admitir que nada de lo que conseguí vale lo que ahora tengo, y por lo tanto, si me viera obligada a elegir entre una noche como la que he pasado o cinco Oscar a la mejor actriz, los miembros de la Academia se podían ir metiendo su querida estatuilla por donde tú sabes. Y a más de uno se le alegraría el cuerpo.

10. En el momento en que sonó el teléfono

En el momento en que sonó el teléfono Alí Bahar disfrutaba del suave sol de media tarde tumbado en una hamaca completamente desnudo mientras una Liz Turner que nadaba en la piscina igualmente desnuda le lanzaba de tanto en tanto provocativas y apasionadas miradas.

—¡Buenas noches, padre! —dijo en cuanto tomó el aparato—. Porque supongo que ahí es de noche.

—Lo es, hijo, lo es, aunque alguna vez me gustaría poder decirte lo contrario puesto que ello significaría que los vientos vuelven a soplar del noroeste. ¿Cómo te encuentras hoy?

—¡Maravillosamente, padre, te lo juro! Y tenías tú razón; no sé si estoy vivo o muerto, pero lo cierto es que éste es el auténtico paraíso que prometió Mahoma. —Se observó significativamente la entrepierna para añadir con una leve sonrisa—: ¡Por cierto! El gran defecto que tanto molestaba a mi difunta esposa, y que hizo que ninguna otra mujer de la tribu quisiera casarse conmigo, aquí no parece que se considere un defecto, sino todo lo contrario.

—¿Estás seguro?

—¡Naturalmente! Lo que allí era motivo de quejas y denuestos, aquí se ha convertido en motivo de risas y alabanzas. Con decirte que a veces incluso me lo adornan con flores.

—¿Flores? —se asombró el anciano— Aquí sólo se le ponen flores a los muertos. ¿No se te habrá muerto?

—¡No, padre, descuida! —le tranquilizó su vástago—. Está más vivo y más activo que nunca.

—Pues recordando lo que solía decir tu pobre esposa, eso ya debe ser como para salir corriendo. ¿No te repudian las mujeres?

—¡En absoluto! Sólo tengo una, pero jamás se cansa.

—¿Una sola? ¿Y jamás se cansa? Ciertamente debe tratarse de una de las auténticas huríes que nos prometió el Profeta. —El viejo Kabul dejó escapar un profundo suspiro al señalar—: Si realmente el paraíso es así, no me importará que me lleven a él lo más pronto posible.

—No tengas prisa —le recomendó su hijo—. No tengas prisa. Las huríes pueden esperarte un poco más. Dile a Talila que no me he olvidado de sus zarcillos. ¡Os quiero mucho! ¡Buenas noches!

Colgó, dejó el aparato bajo la toalla para que no le diese el sol y continuó tomando plácidamente ese sol hasta que Liz Turner surgió del agua y acudió a su lado para comenzar a untarle aceite protector con innegable sensualidad no exenta de un provocativo erotismo.

A continuación encendió un habano, le encendió de igual modo a Alí Bahar la vieja cachimba, y permanecieron así los dos, abrazados y fumando relajadamente hasta que la puerta que conducía al exterior se abrió con estruendo para que hicieran su aparición tres amenazadores comandos vestidos de negro y armados hasta los dientes.

Seis o siete más saltaron el muro cayendo sobre la hierba para rodar acrobáticamente apuntándoles con sus metralletas, al tiempo que otros cuatro descendían con cuerdas por la fachada de la casa.

Todo fue confusión, amenazas y órdenes de alzar los brazos, hasta que los intrusos repararon en el hecho de que quien tenían ante ellos, totalmente desnuda y con las manos sobre la cabeza, era la estrella cinematográfica del momento.

—¡La madre que me parió! —exclamó el primero en caer en la cuenta—. ¡Pero si es Liz Turner! ¡Y en pelotas!

—¡Cómo está la tía! —masculló entre dientes quien tenía a su derecha.

—¿No les parece que están llevando demasiado lejos eso de perseguir a los fumadores? —le espetó la indignada actriz—. ¿Es que ya no puedo fumar ni en mi propia casa?

El sempiterno coronel Vandal, que acababa de irrumpir con un arma en la mano, tardó unos segundos en captar cuál era la auténtica situación y al fin optó por avanzar cuadrándose respetuosamente pese a que resultaba evidente que se veía obligado a tragar saliva para mantener la necesaria compostura ante tan insólita situación.

—Perdone que hayamos invadido su casa, señorita —balbuceó apenas—. No se trata de la campaña antitabaco. Es que estamos buscando a un peligroso terrorista.

—¿Pretende insinuar que tenemos aspecto de terroristas?— quiso saber fingiendo perfectamente su indignación la sin duda excelente actriz Liz Turner.

Fue en ese justo momento cuando Alí Bahar se puso en pie, por lo que los ojos de todos los presentes no pudieron evitar clavarse en un punto muy concreto de su anatomía.

Uno de los recién llegados, que pese a ser una bestia con aspecto de armario exhibía unos ademanes claramente amanerados, comentó en tono de profunda admiración:

—¡Santo cielo! ¡Qué maravilla! ¿Tú has visto eso?

Quien se encontraba a su lado no pudo por menos que entreabrir la boca en un claro gesto de incredulidad.

—Pues si eso es lo que hay que tener para ligarse a una estrella de cine vamos de culo. ¡Qué bestia de tío!

Aprovechando el momentáneo desconcierto que el «gran defecto» de su acompañante había conseguido provocar entre los presentes, Liz Turner insistió en su demanda.

—Aún no ha respondido a mi pregunta, coronel —masculló echando fuego por los ojos—. ¿Acaso parecemos terroristas?

—¡No, señorita! —se disculpó el otro cuya vista iba alternativamente de los erguidos pechos de la mujer a la desmoralizadora entrepierna del hombre—. Naturalmente que no. Lo que ocurre es que el terrorista al que andamos persiguiendo se comunica con sus cómplices a través de un teléfono móvil cuya señal nos indica su posición.

—¿Y eso cómo es posible?

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