Alí en el país de las maravillas (20 page)

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Authors: Alberto Vázquez-Figueroa

Tags: #Comedia, Aventuras

BOOK: Alí en el país de las maravillas
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Podía pasarse largas horas hablando con Liz, aunque no desde luego de una forma demasiado fluida, pero lo cierto era que se entendían a la perfección ya que aunque el acento, la gramática o la forma de construir las frases no se ajustara a los cánones al uso, la firme voluntad que cada uno de ellos tenía de comprender la forma de sentir y pensar del otro les permitía llegar hasta lo más profundo de sus más íntimos pensamientos.

Lo que había empezado como una simple aventura en la que lo que en verdad importaba era la mera atracción física, se había ido transformando, sin perder un ápice de su componente sexual, en la firme relación de dos seres que parecían haber nacido el uno para el otro.

Alí Bahar había encontrado en Liz Turner a una mujer capaz de transformar su gran defecto en virtud, y la solitaria Liz Turner, que había pasado la mayor parte de su vida intentando compartir esa soledad con esporádicos maridos y amantes, parecía haber encontrado en Alí Bahar al hombre que sabía protegerla y al niño que necesitaba protección.

Dos veces por semana se alejaban poco más de un centenar de kilómetros con el fin de que el beduino pudiera telefonear a los suyos para decirles que se encontraba bien y no tenían que preocuparse por él, pero en tales casos la actriz se mostraba inflexible y no le permitía hablar más de un par de minutos para que ni a los más modernos y sofisticados detectores les resultara posible determinar con exactitud desde dónde había sido hecha la llamada.

Las «palomas mensajeras centinela 17» se mantenían por lo tanto inactivas en sus nidos secretos.

Los hombres del coronel Vandal se aburrían en sus cuarteles.

La última semana de su estancia en el rancho coincidieron a la hora de visitarles Dino Ferrara y Stand Hard, puesto que ambos, como ex amantes, conocían el escondite secreto de la actriz, y ambos, como ex amantes, sentían por ella un profundo afecto.

El primero se había dedicado durante aquellos últimos días a vagar de un lado a otro en su casa rodante a la espera de que los ánimos se calmaran y el ofendido Bola de Grasa y sus dos maltrechos esbirros llegaran a la conclusión de que resultaba absurdo ejecutar a un antiguo compinche que ningún daño les había hecho en vida, pero podía causarles muchísimo daño una vez muerto.

—Les he escrito una carta a cada uno advirtiéndoles que he depositado en la caja fuerte de un banco una relación completa, con pruebas fehacientes incluidas, de todas nuestras actividades juntos —fue lo primero que dijo—. Señalando además que un abogado desconocido para ellos tiene orden de entregar esa declaración jurada a la policía en el momento mismo de mi muerte.

—¡Menuda putada!

—¡Y tanto! Con lo que cuento pueden caerles la perpetua, y por ello confío en que sean lo suficientemente inteligentes como para comprender que les conviene que yo llegue a viejo y me muera en mi cama.

—Muy astuto —reconoció Liz Turner—. No cabe duda de que en ciertos casos los crímenes compartidos pueden acabar por convertirse en un magnífico seguro de vida.

—Jamás cometí un crimen en el que corriera sangre —le hizo notar su amigo extrañamente serio—. Pero sí un auténtico rosario de atracos a mano armada, asaltos y extorsiones de los que confieso que estoy arrepentido, pero por los que supongo que me tocaría pasarme una larga temporada a la sombra.

—Pues creo que empieza a ser hora de que sientes la cabeza —le hizo notar ella—. Si no eres tan estúpido como pareces, lo que te ha ocurrido debería obligarte a reflexionar. Cuando se anda con esa clase de gente estás siempre expuesto a que te vuelen los sesos y te entierren como a un perro.

—Lo sé —admitió su interlocutor al que se le advertía más sincero que nunca—. Estos días, y sobre todo estas noches de vagabundear a solas y con el miedo en el cuerpo, me han abierto los ojos. Creo que empiezo a estar demasiado viejo para andar corriendo como un loco ante la policía o buceando entre las piernas de viejas millonarias aburridas.

—¿Y qué piensas hacer?

—De momento no tengo problemas, puesto que en este tiempo he conseguido ahorrar algún dinero, y más adelante, sin prisas, procuraré buscarme un trabajo tranquilo.

—¿Y qué sabes hacer?

—Nada.

—¿Y eso, qué tal se paga?

—Mal.

—Era de suponer.

—Mi padre se empeñó en que estudiara ingeniería, pero cuando apenas me faltaba un año para terminar descubrí que se vivía mejor del juego y las mujeres...

—Y de atracar bancos.

—Eso fue mucho más tarde, cuando descubrí que los dados y las cartas me traicionaban y supuse que muy pronto las mujeres también lo harían... —Se inclinó levemente hacia delante para rogar—: ¿Por qué no le pides a Stand que me meta en su nueva película? Los papeles de gángster se me dan muy bien.

—¡Práctica tienes!

—Ni siquiera necesitaré actuar. ¿Se lo dirás?

Ella asintió con un leve ademán de cabeza.

—Se lo diré —dijo—. Aunque en la próxima película que vamos a rodar no creo que haya gángster. Se trata de una especie de Romeo y Julieta que se desarrolla en Roma durante la última guerra mundial entre una muchacha italiana y un oficial alemán.

—Mi abuelo era romano.

—Eso puede que ayude.

Pero al exigente Stand Hard el hecho de que Dino Ferrara contara con un abuelo romano no le pareció mérito suficiente como para figurar en una película ambientada en Roma, por lo que al final de la agradable cena que la actriz había preparado en el porche comentó:

—Si a tu edad empiezas haciendo papelitos te morirás haciendo papelitos. Pero si con tus conocimientos de ingeniería, por muy olvidados que estén, te pongo a trabajar con mi director de fotografía, que tiene muy mala leche pero mucho talento, dentro de un par de meses puedes ser ayudante de cámara, más tarde cameraman y tal vez, algún día, si te esfuerzas, director de fotografía.

—¿Y eso sí que tiene futuro en esta profesión?

—Más que un actor maduro, a no ser que fueras un nuevo Marlon Brando, cosa que dudo.

—Será cuestión de pensárselo.

—La decisión es tuya. —Stand Hard se llevó ambas manos a la cabeza para rascarse descaradamente la cabellera de color zanahoria en un gesto que solía hacer cada vez que se veía obligado a rodar una escena especialmente complicada, y tras dirigir una larga mirada a Alí Bahar, que se limitaba a comer, al parecer ajeno a cuanto allí se discutía, añadió—: Y ahora lo que me gustaría es que alguien me aclarara de una vez por todas algo me que tiene confundido: ¿Este tipo que casi nunca abre la boca, pero que al parecer os tiene idiotizados, quién diablos es en realidad?

—El primo hermano de Osama Bin Laden —replicó con absoluta calma Liz Turner.

—¡La madre que lo parió!

—No. Esa era la tía de Bin Laden —fue la sencilla aclaración—. Es decir, la hermana del padre.

—¿Y qué coño hace aquí un primo hermano del terrorista más buscado del planeta? —quiso saber el asombrado director.

—Eso es lo que a él le gustaría saber. A él y a todos. Su historia es muy curiosa. Y en cierto modo divertida.

—¿Y por qué no le pides que me la cuente?

En menos de veinte minutos, en su pintoresco y casi ininteligible inglés, y convenientemente ayudado por su solícita amante, Alí Bahar puso al corriente a Stand Hard del sinnúmero de sorprendentes aventuras que le habían acaecido desde el momento mismo en que su lejano pariente Salam-Salam se presentó en su campamento en compañía de dos extranjeros, hasta la tarde en que llegó de la mano de Dino Fontana a la mansión de Liz Turner.

Al final de tan singular relato el melenudo realizador pelirrojo no pudo por menos que permitir que se le escapara un largo silbido de admiración.

—¡La leche! —exclamó—. Esta sí que es una auténtica historia de alienígenas. Un terrestre, que a mi modo de ver más bien parece un extraterrestre, aterriza sin saber cómo en su propio planeta, que se le antoja otro muy diferente puesto que no entiende nada de lo que ocurre en él. Es lo más descabellado que he oído nunca.

—Se podría hacer una película con esa historia —le hizo notar Dino Ferrara.

—¿Y quién se la iba a creer?

—Los mismos que se creen que el monstruo de metal de tu última película intentaba hacerme un hijo —replicó con una leve sonrisa pero con marcada mala intención Liz Turner.

—¡Escucha, querida! —fue la sincera respuesta—. A comienzos del siglo XXI, para el espectador que se sienta en su butaca resulta mucho más creíble que exista una horrenda bestia del espacio empeñada en comerse a la gente o hacerle un hijo a alguien como tú, a que exista un sencillo nómada del desierto que no tiene idea de lo que es un aparato de televisión, o no acaba de aceptar que las calles puedan estar repletas de prostitutas, travestis y mendigos a los que dejamos morir sin dedicarles tan sólo una mirada. Por desgracia el público acepta mejor la más estúpida fantasía que la más dolorosa realidad.

—Tal vez por eso el público se distancia cada vez más de lo que hacemos —replicó la actriz—. Hubo un tiempo en el que el cine, al igual que la literatura o la pintura, reflejaban la vida, los problemas y las necesidades de la gente, pero en la actualidad triunfa una pintura «no figurativa» que casi nadie entiende, mientras que la literatura y el cine tan sólo buscan beneficios rápidos.

—Eso es muy cierto, jamás me atrevería a negarlo.

—Puede que la historia de Alí pueda parecer estrafalaria y descabellada, pero yo, que he estado meditando largamente sobre ella y le observo incluso mientras duerme, he llegado a la conclusión de que en el fondo no es más que el esperpéntico reflejo del mundo que nos ha tocado vivir.

—¿Qué pretendes decir con eso? —quiso saber Dino Ferrara.

—Que el abismo que nos separa de seres como Alí cada día se ensancha más, y cada día nos esforzamos por hacer que resulte más infranqueable. Nos gastamos fortunas en enviar a un puñado de científicos al espacio para que mueran en busca de una absurda quimera, mientras abandonamos a su suerte a millones de infelices que con un poco de ayuda podrían conseguir grandes cosas para el bien de todos.

Stand Hard hizo un leve gesto con la cabeza señalando al beduino:

—¿Te refieres a él?

—Llevamos el suficiente tiempo juntos como para que haya podido darme cuenta de que posee una notable inteligencia desaprovechada porque el lugar en el que vivía no le dio la menor oportunidad de desarrollarla. De igual modo, millones de otros Alí Bahar nacen y mueren sin acceder a los beneficios de una cultura a la que podrían aportar mucho y que haría su vida más soportable. Y eso me entristece.

—¿No me digas que has llegado a la conciencia social a través del sexo? —señaló en un tono levemente divertido el gángster—. Resultaría una experiencia en verdad llamativa y digna de ser imitada.

—No creo que sea algo como para tomárselo a broma —fue la respuesta que rezumaba una cierta acritud—. Y no he llegado a ella por el sexo, sino porque quizá por primera vez en mi vida un hombre me interesa lo suficiente como para preocuparme por ver cómo se desarrolla no sólo lo que tiene entre las piernas, sino lo que tiene en la cabeza.

—¿O sea que nunca te interesó lo que yo pensara?

—¡En absoluto!

—No cabe duda de que siempre has sido una hija de puta puñeteramente sincera, y es algo que siempre me atrajo de ti. Si no es bajo las sábanas, nunca tienes pelos en la lengua y en esos momentos no sueles hablar.

—Eso es una grosería y sabes que me molestan las groserías. Sobre todo si Alí se encuentra delante.

—¡Disculpa! Eres la última persona de este mundo a la que quisiera ofender. Lo que ocurre es que me desconcierta descubrir cómo has cambiado en tan poco tiempo.

—No ha cambiado —intervino Stand Hard convencido de lo que decía—. Liz siempre ha sido así, lo que ocurre que ella es la primera interesada en intentar ocultarlo tras una absurda máscara de frivolidad.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sabe porque en el fondo es igual que yo —replicó ella evitando que fuera el pelirrojo el que contestara—. Me ha dirigido en siete películas y hemos compartido algunas cosas más que no vienen al caso, y eso son cientos de horas de buenos y malos momentos en los que acabas por conocer a fondo a una persona. Por suerte o por desgracia Stand no es únicamente un jodido cabrón al que al parecer tan sólo le importa rodar una escena de acción trepidante en la que además de a los muertos se me vean las tetas. Aunque cueste creerlo tiene inquietudes de tipo político y social.

Dino Ferrara observó alternativamente a sus dos interlocutores, dirigió luego una larga mirada a Alí Bahar como si esperase que le ayudara, pero al llegar a la conclusión de que los conocimientos del idioma del beduino no llegaban aún al punto de comprender de qué se estaba hablando exactamente, masculló:

—Pues no es que sea mi intención molestar a nadie, pero si alguno de vosotros tiene inquietudes de tipo político o social lo disimula muy bien. En estos momentos una larga lista de actores, directores y guionistas se manifiestan en contra de la guerra y si la memoria no me falla vuestros nombres no figuran en ellas.

—Ni nunca figurarán —le hizo notar Stand Hard—. Por lo menos el mío.

—¿Y eso? —quiso saber el otro—. ¿Acaso tienes miedo?

—Miedo no. Tengo memoria. Hubo un tiempo en el que el cine perdió para siempre algunos de los más brillantes talentos porque no supieron mantener la boca cerrada. Y por desgracia, George W. Bush y esa sucia camarilla texana que le aupó ilegalmente al poder burlándose descaradamente de nuestras más sagradas instituciones, parecen dispuestos a que el diabólico maccartismo sea considerado casi una especie de juego de niños en comparación con lo que piensan lanzarnos encima al menor asomo de disidencia.

—En eso puede que tengas razón.

—Sé que la tengo. Sé de compañeros, no sólo del cine, sino de casi todos los medios de comunicación, que están sufriendo toda clase de presiones e incluso amenazas por el solo hecho de que se les pase por la cabeza la idea de hacer o decir algo que no sea del total agrado de una «administración» que en la actualidad posee sofisticados sistemas de información, control y espionaje de los que se carecían en tiempos de la Caza de Brujas. Hace un par de días la prensa traía la noticia de que el FBI, la CIA y algunas otras agencias clandestinas están controlando los teléfonos y los ordenadores personales de destacados políticos extranjeros. Y lo hacen incluso en sus propios países.

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