Amanecer contigo (20 page)

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Authors: Linda Howard

Tags: #Romántico

BOOK: Amanecer contigo
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—No, Blake —gimió—. No puedo…

—Sí puedes. Tienes que hacerlo. ¿Por eso te divorciaste? ¿Porque tu marido no fue capaz de afrontar lo que te había ocurrido? —sus preguntas caían sobre ella como rocas, lastimándola, y se retorció en sus brazos. Blake la agarró de la barbilla y le hizo girar la cabeza para descifrar los matices de su expresión—. ¿Qué clase de canalla era para darte la espalda cuando más lo necesitabas? ¿Creía que era culpa tuya?

Una carcajada aguda y crispada escapó de ella. La atajó bruscamente tapándose la boca con la mano, temiendo la reacción histérica que sentía agitarse en ella.

—Él… Tiene gracia. No tuvo ningún problema para afrontar lo que me ocurrió. Fue él. Mi marido fue quien me violó.

Blake se quedó rígido, atónito tanto por sus palabras como por el modo en que comenzó a reírse, soltando chillonas risotadas que volvió a atajar envarándose por completo en un esfuerzo por recuperar el dominio sobre sí misma. Lo consiguió, pero tuvo que echar mano de todas sus fuerzas, y mientras yacía en brazos de Blake sintió que la emoción se disipaba, dejándola abotargada y exhausta.

—Cuéntamelo —insistió él con voz tan ronca que Dione no la reconoció.

El latido de su corazón había pasado de un martilleo frenético a un ritmo pesado y parsimonioso. Se preguntó vagamente por qué, pero ¿qué importaba en realidad? ¿Qué importaba nada de todo aquello? Ya había sufrido todo lo que podía soportar por una noche…

—Dione —insistió de nuevo Blake.

—No sé por qué me casé con él —dijo sin inflexión alguna—. Creo que nunca le quise. Pero era guapo y tenía dinero, algo que yo nunca había tenido. Me deslumbró. Me compraba cosas, me llevaba a sitios, me decía lo mucho que me quería. Creo que fue eso; me dijo que me quería. Verás, nadie me lo había dicho antes. Pero yo seguía mostrándome distante, y él no podía soportarlo. Creo que nadie la había dicho nunca que no. Así que se casó conmigo.

Blake esperó un momento a que prosiguiera y al ver que no lo hacía dijo suavemente:

—Continúa.

Ella levantó los párpados lentamente. Lo miró con los ojos velados a medias; la sombra de sus pestañas oscurecía sus iris dorados, brillantes y misteriosos, dándoles el color del ámbar.

—La noche de bodas me hizo daño —dijo con sencillez—. Fue tan brutal que… empecé a forcejear. Ya entonces era fuerte, y conseguí quitármelo de encima. Pero se volvió loco. Me obligó a mantener relaciones sexuales con él, y no con delicadeza. Era mi primera vez, y creí que iba a morir. Comprendí entonces que casarme había sido un terrible error, que quería escapar, pero él no me dejaba marchar. Cada noche me resistía y él volvía a forzarme. Iba a enseñarme a portarme como una mujer aunque tuviera que romperme todos los huesos del cuerpo, me decía. Yo no podía dejar de resistirme —masculló para sí misma—. No podía quedarme allí tendida y dejar que se saliera con la suya. Tenía que enfrentarme a él, o sentía que algo moría dentro de mí. Así que luchaba, y cuanto más luchaba yo, más violento se volvía él. Empezó a… pegarme.

Blake maldijo violentamente y ella se sobresaltó y levantó un brazo para cubrirse la cara. Estaba tan inmersa en sus amargos recuerdos que reaccionó como entonces, defendiéndose. El exabrupto de Blake se convirtió en un gruñido, y la abrazó, intentando persuadirla para que bajara el brazo.

—Lo siento, cariño, no quería asustarte —dijo en voz baja—. Cuando empezó a pegarte, ¿por qué no lo denunciaste a la policía?

—No sabía que no podía pegarme —dijo cansinamente—. Estaba tan confusa… Después leí muchas cosas sobre ese tema, pero en aquel momento creía que tenía derecho legal a hacer lo que quisiera conmigo, menos matarme. Era cada vez peor. Casi dejó de interesarle el sexo. Empezaba a pegarme sin más. A veces seguía hasta el final y me violaba lo más brutalmente que podía, pero ya casi nunca lo hacía.

—¿Estuviste con él tres meses? ¿No fue eso lo que me dijiste que duró tu matrimonio?

—Ni siquiera viví con él tanto tiempo. No lo recuerdo bien… Una noche me tiró por las escaleras, y acabé en el hospital con un brazo roto y una conmoción cerebral. Estuve allí varios días, y una enfermera adivinó que no me había tropezado mientras bajaba las escaleras. Habló conmigo. Ella, y también un psicólogo. No volví con Scott. Cuando salí del hospital, la enfermera dejó que me quedara en su casa.

Estaba ya más calmada, los recuerdos le resultaban más fáciles de soportar.

Con su voz normal dijo:

—La familia de Scott estaba horrorizada por lo que había pasado. Eran buena gente, y cuando pedí el divorcio obligaron a Scott a aceptar. Me apoyaron mucho, pagaron mi formación como fisioterapeuta, mantuvieron alejado de mí a Scott y hasta lo llevaron al psiquiatra. Parece que funcionó; volvió a casarse, y parecen muy felices. Tiene dos hijas.

—¿Te has mantenido en contacto con él? —preguntó Blake, asombrado.

—Claro que no —contestó, meneando la cabeza—, pero mientras vivió, su madre me siguió la pista, velaba por mí como una especie de ángel guardián. Nunca superó lo que me había ocurrido, como si fuera culpa suya porque Scott era su hijo. Fue ella quien me avisó cuando volvió a casarse y cuando nacieron sus hijas. Murió hace un par de años.

—Así que él tuvo un final feliz, y tú has ido arrastrando tu bola y tu cadena por el mundo todos estos años —dijo Blake, enojado—. Temiendo que alguien te tocara, manteniendo a los demás a una distancia prudencial… ¡sólo viva a medias!

—No he sido infeliz —dijo ella cansinamente, bajando los párpados.

Estaba tan cansada… Blake ya lo sabía todo, y ella se sentía vacía, como si el horror que la había llenado durante tanto tiempo se hubiera disipado, dejándola hueca y perdida. El calor del cuerpo de Blake era tan agradable en la habitación helada… El firme golpeteo de su corazón en el pecho fornido era tan tranquilizador… Sentía el hierro de sus brazos envolviéndola, sentía la seguridad de su fortaleza; era justo que se apoyara en ella. Giró la cabeza hacia él, inhaló y saboreó con la lengua el olor embriagador de su cuerpo. Olía a hombre, a sudor, un olor limpio y herbal que la eludía cuando intentaba apoderarse de él. Blake poseía el olor almizclado del sexo, recordatorio de una noche increíble. Con un lento y suave suspiro, se quedó dormida, sus sentidos colmados por él.

Cuando despertó estaba sola en la cama y dedujo por la luz que inundaba la habitación que la mañana casi había acabado. No tuvo la suerte de olvidar, ni siquiera por un instante, los acontecimientos de esa noche. Dirigió los ojos hacia la galería, pero la silla de ruedas no estaba, y se preguntó cómo habría salido Blake de la cama y se habría llevado la silla sin despertarla. Normalmente tenía el sueño muy ligero, se despertaba al menor ruido. Pero estaba tan cansada… Seguía estándolo, sentía el cuerpo pesado y torpe, y los reflejos entumecidos. Al salir de la cama sintió un extraño dolor e hizo una mueca. ¿Cómo podía haber cometido la estupidez de dejar que Blake le hiciera el amor? Estaba intentando pasar aquellos últimos días con él sufriendo lo menos posible, y al final había acabado complicando las cosas inexorablemente. No debería haber intentado suscitar su deseo; no sabía cómo tratar a los hombres, ni cómo comportarse si llegaba el caso. Él había dicho «Te necesito» y ella se había derretido. Como un auténtico pelele, se dijo desdeñosamente. Blake debía de haberlo intuido a una milla de distancia. Y luego, para colmo, le había contado lo de Scott.

Se retorció por dentro, avergonzada. Había logrado dominarse durante años, evitando zozobrar en el turbio estanque del pasado. Sí, no se sentía a gusto con los hombres, ¿y qué? Muchas mujeres se las arreglaban perfectamente sin ellos. Cuando pensaba en cómo se había aferrado a él, en cómo había llorado y gemido, sentía tanta vergüenza que le daban ganas de morirse. Su carácter solitario odiaba la idea de exponerse demasiado ante los demás, incluso ante el hombre que durante tanto tiempo había ocupado sus días y noches.

La fuerza de voluntad tenía mucho que decir por sí sola; aplacó sus nervios y le dio el valor necesario para encogerse de hombros y meterse en la ducha como si fuera una mañana cualquiera. Se vistió como todos los días y se fue derecha al gimnasio, donde sabía que encontraría a Blake. No tenía sentido postergar su encuentro porque el tiempo no lo haría más fácil. Lo mejor era dar la cara y acabar de una vez.

Cuando abrió la puerta, él la miró pero no dijo nada. Estaba tumbado boca abajo, levantando pesas con las piernas y contando. Parecía enfrascado en las exigencias que le hacía a su cuerpo. Levantaba alternativamente las piernas con un ritmo lento, pero constante.

—¿Cuánto tiempo llevas con eso? —preguntó Dione muy seria, olvidándose de su malestar a medida que afloraba su interés profesional.

—Media… hora —respondió él con esfuerzo.

—Ya es suficiente. Déjalo ya —le ordenó—. Te estás pasando. No me extraña que te den calambres. ¿Qué pretendes? ¿Castigar a tus piernas por los años que no han funcionado?

Él se relajó con un gruñido.

—Intento dejar el andador —respondió con irritación—. Quiero andar solo, sin apoyarme en nada.

—Si te desgarras un músculo vas a necesitar apoyo mucho más tiempo del necesario —le replicó Dione—. Te he visto esforzarte mucho más de lo que aconseja el sentido común, pero eso se acabó. Soy fisioterapeuta, no espectadora. Si no vas a seguir mis instrucciones, no tiene sentido que siga aquí.

Él giró la cabeza bruscamente y sus ojos se oscurecieron hasta adquirir un color tormentoso.

—¿Insinúas que vas a dejarme?

—Eso depende de ti —repuso ella con severidad—. Si haces lo que te digo y sigues el programa de entrenamiento, me quedaré. Si vas a ignorar todo lo que te digo y a hacer lo que quieras, es absurdo que pierda el tiempo aquí.

Blake se puso muy colorado, y Dione se dio cuenta de que seguía sin acostumbrarse a dar su brazo a torcer. Por un momento creyó que iba a decirle que hiciera las maletas, y se preparó para oír las palabras que pondrían fin a su vida con él. Luego Blake apretó la mandíbula y le espetó:

—Está bien, tú mandas. ¿Se puede saber qué te pasa hoy? Estás más susceptible que una serpiente de cascabel.

Un absurdo alivio embargó a Dione, tanto por el aplazamiento de su exilio como por la naturalidad con que parecía hablar él. Podía enfrentarse a aquello; pero no le cabía duda alguna de que no habría podido encarar la situación si él hubiera hecho alguna referencia a la intimidad que habían compartido la noche anterior, si hubiera intentado besarla o comportarse como un amante.

Estaba tan decidida a recuperar su relación terapeuta-paciente que durante todo el día se resistió a sus provocaciones y a sus esfuerzos por bromear, poniendo mala cara a sus ojos risueños. Cuando acabaron los ejercicios, se gruñían el uno al otro como perros callejeros. Dione, que no había comido en todo el día, tenía tanta hambre que casi se sentía enferma, lo cual sólo contribuía a aumentar su mal humor.

Su cuerpo empezaba a rebelarse contra su negligencia cuando por fin llegó la hora de la cena. Bajó las escaleras con piernas temblorosas. La cabeza le daba vueltas, sentía náuseas y tuvo que agarrarse al pasamanos. Estaba tan concentrada en la tarea de bajar las escaleras de una pieza que no oyó a Blake detrás de ella ni sintió su mirada azul clavada en su espalda.

Llegó al comedor y se derrumbó en la silla, aliviada por no haberse caído. Al cabo de un momento Blake pasó a su lado y entró en la cocina; Dione se sentía tan mal que no le dio importancia, a pesar de que era la primera vez que le veía entrar en la cocina desde que vivía allí.

Alberta salió al instante con un plato humeante de sopa que colocó delante de ella.

—Cómaselo enseguida —le ordenó con voz de pocos amigos.

Dione comenzó a comer lentamente. No se fiaba de su estómago revuelto. A medida que comía, sin embargo, se le asentó el estómago y fue sintiéndose mejor; al acabar la sopa, el temblor de su mano había remitido y ya no estaba tan mareada. Levantó la vista y vio a Blake sentado frente a ella, observándola comer en silencio. Una oleada de rubor cubrió su cara, y dejó la cuchara, avergonzada por haber empezado a comer sin él.

—Nena —dijo él con firmeza—, tú le das a la palabra «tozudez» una nueva dimensión.

Ella bajó los ojos y no respondió; no estaba segura de si se refería a lo hambrienta que estaba o a otra cosa. Temía que fuera a otra cosa, y no se sentía con fuerzas para hablar con calma de lo sucedido entre ellos.

Se esforzó por concederle una tregua, aunque sin bajar la guardia ni un ápice. No podía reírse con él; tenía los nervios de punta y las emociones a flor de piel. Pero sonreía y hablaba, y por lo general evitaba mirarlo a los ojos. De ese modo logró pasar la velada hasta que llegó la hora de irse a la cama y pudo retirarse.

Estaba ya acostada, mirando el techo, cuando lo oyó llamarla. Era una repetición de la noche anterior y se quedó paralizada mientras una película de sudor cubría su cuerpo. No podía entrar en su cuarto tras lo sucedido la última vez. Blake no podía tener calambres en las piernas porque le había oído subir hacía menos de cinco minutos. Ni siquiera se había acostado aún.

Se quedó allí tumbada, diciéndose con vehemencia que no debía entrar. Luego él volvió a llamarla y sus muchos años de formación se rebelaron contra ella. Blake era su paciente, y la estaba llamando. Podía echar un vistazo y asegurarse de que estaba bien, y volver a marcharse si no pasaba nada.

Salió de la cama a regañadientes, recogió la bata y se la ató con fuerza. No volvería a entrar en su cuarto llevando sólo el camisón. El recuerdo de las manos de Blake sobre sus pechos alteró el ritmo de su respiración, y una extraña tirantez se apoderó de la carne que él había acariciado.

Cuando abrió la puerta le sorprendió ver que ya estaba en la cama.

—¿Qué querías? —preguntó con frialdad, sin apartarse de la puerta.

Blake suspiró, se sentó y ahuecó las almohadas detrás de su espalda.

—Tenemos que hablar —dijo.

Ella no se movió.

—Si tanto te gusta hablar, deberías apuntarte a un grupo de debate —replicó.

—Anoche hicimos el amor —dijo él con franqueza, yendo derecho al grano mientras la veía dar un respingo junto a la puerta—. Lo pasaste muy mal con tu ex marido, y entiendo que desconfíes, pero lo de anoche no fue un completo desastre. Me besaste, respondiste a mis caricias. Así que ¿por qué actúas como si te hubiera violado?

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