Pasó Año Nuevo y, tal como había planeado, Blake comenzó a trabajar a jornada completa.
Dione notó que estaba siempre ansioso por marcharse y que había empezado a llevarse a casa un maletín lleno de papeles. Se preguntaba si se llevaba trabajo a casa a fin de tener una excusa para encerrarse en el despacho y huir de su compañía. Luego él mencionó de pasada que Richard había aceptado su sugerencia y se había ido un mes de vacaciones, y ella se sintió culpable. Sin Richard para quitarle aquel peso de encima, estaba realmente sepultado en papeleo.
Una noche se acostó pasada la medianoche y, al relajarse, dejó escapar un gruñido cansino. Dione se dio la vuelta y le tocó la mejilla. Pasó los dedos por su piel y sintió el cosquilleo de su barba.
—¿Necesitas un masaje para relajarte? —preguntó en voz baja.
—¿Te importaría? —suspiró él—. Tengo los hombros y el cuello agarrotados de estar inclinado sobre la mesa. Dios mío, no me extraña que Richard y Serena tengan problemas. Richard se ha pasado dos años así. Con eso bastaría para volver loco a cualquiera.
Se tumbó boca abajo y Dione se subió el camisón hasta los muslos, se sentó a horcajadas sobre su espalda y se inclinó para obrar su magia sobre sus músculos tensos. Cuando hundió los dedos en su carne, Blake dejó escapar un quejido sofocado, y luego suspiró, satisfecho, al sentir que la tensión le abandonaba.
—¿Has visto a Serena últimamente? —preguntó.
Sus dedos se detuvieron un instante y luego volvieron a moverse.
—No —contestó—. Ni siquiera ha llamado. ¿Has hablado con ella?
—No desde la noche que cenó aquí y nos dijo que Richard y ella se separaban. Creo que la llamaré mañana. Ahhh, qué maravilla. Ahí, justo ahí. Me siento como si me hubieran dado una paliza.
Ella hizo rodar los nudillos arriba y abajo sobre su columna, prestando particular atención al lugar que Blake le había indicado que necesitaba mayores cuidados. Él resoplaba un poco cada vez que tocaba la zona dolorida, y ella empezó a reírse.
—Pareces un cerdo —dijo en broma.
—¿Y qué más da? Estoy disfrutando. Echaba de menos los masajes. A veces se me ha ocurrido llamarte y pedirte que fueras a la fábrica a darme unas friegas, pero no me parecía buena idea, habiendo tanto trabajo.
—¿Por qué no? —preguntó ella con aspereza, un poco irritada porque la considerara una masajista ambulante, y un tanto enfadada porque no hubiera puesto en práctica su idea.
Blake se echó a reír y se dio la vuelta, manteniéndose hábilmente entre sus piernas.
—Porque —murmuró— esto es lo que suele pasar cuando me das un masaje. Déjame decirte que me costó horrores que no te dieras cuenta cuando creías que era impotente e intentabas excitarme con tanta dulzura para demostrarme que no lo era.
Ella se apartó como un cohete, sonrojándose por entero.
—¿Qué? —gritó, furiosa—. ¿Sabías lo que pretendía y me dejaste seguir adelante y ponerme en ridículo?
Él se rió con estruendo y estiró los brazos para abrazarla.
—No tardé mucho en darme cuenta —reconoció sin dejar de reírse—. Como si necesitaras ropa sexy para excitarme… Pero no podía decirte lo que sentía sin asustarte. Cariño, no me estabas seduciendo. Te estaba seduciendo yo a ti, pero tenía que dejarte creer que era al revés.
Ella ardía de vergüenza, pensando en las cosas que había hecho, en la ropa provocativa que se había puesto. Luego sintió la mano de Blake sobre su pecho y el calor se hizo más intenso, aunque ya no se debía a la vergüenza. Hacía varios días que no hacían el amor; Blake se acostaba muy tarde y se quedaba dormido en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada, y ella echaba de menos sus caricias.
—No te importa, ¿verdad? —preguntó él con suavidad mientras le sacaba el camisón por la cabeza—. ¿Qué haces con esto puesto?
—Tengo frío cuando no estás en la cama —explicó ella, y se estiró en sus brazos, gozando del roce áspero de su vello.
Con un gruñido, Blake la tumbó de espaldas y hundió la cara entre sus pechos.
—Ahora estoy aquí, así que no lo necesitas —dijo con la voz sofocada por su piel. La tomó rápidamente, impaciente tras varios días de abstinencia.
Dione siguió abrazándolo cuando se quedó dormido. La pasión de su encuentro había disipado momentáneamente sus dudas.
Serena llamó a la mañana siguiente.
—Acabo de hablar con Blake —dijo, riéndose un poco—. Prácticamente me ha ordenado que te saque a comer. Dice que te estás volviendo un poco loca porque trabaje tanto. ¿De veras pretende que me crea eso?
Dione se echó a reír.
—Piensa que estás ahí sola, hecha polvo, y quiere que salgas de casa un rato. ¿Le seguimos la corriente y salimos a comer?
—¿Por qué no? Te recojo a las doce.
Un par de horas después, mientras se comía un rábano crujiente, dijo con firmeza:
—No estoy hecha polvo. Richard quería pasar un tiempo solo, y se lo he dado. No discutimos ni nada parecido. Está en Aspen. Le encanta esquiar, y yo nunca he aprendido. No había vuelto a ir desde que nos casamos porque no quería hacer nada que a mí no me gustara. Yo no soy muy deportista —explicó con una sonrisa.
—¿No estás triste?
—Claro que sí, pero intento hacer como tú y mantenerlo todo bajo control —se encogió un poco de hombros—. Tuvimos una larga conversación antes de que se marchara, lo sacamos todo fuera. Para Richard era la primera vez. Se le da tan bien ocultar lo que piensa que a veces me dan ganas de gritar. Llegamos a la conclusión de que ha estado sometido a tanta presión que lo mejor era alejarnos un tiempo, dejar que se relajara y recuperara el sueño perdido antes de seguir hablando.
—¿Habéis hablado desde entonces?
—No. Era parte del trato. Cuando vuelva, arreglaremos las cosas de una vez por todas.
Serena había cambiado mucho desde que se habían conocido. Ahora era más segura de sí misma. Quizá no le salieran bien las cosas, pero estaba dispuesta a enfrentarse al futuro con la cabeza muy alta. Dione sólo confiaba en que ella pudiera hacer lo mismo. Mientras Blake le hacía el amor, podía olvidar que cada vez se distanciaba más de ella. Pero no podían pasarse la vida en la cama. El corazón de rubí descansaba cálidamente en el valle de sus pechos; Blake había dicho que era su corazón, y ella no podía ser egoísta. Le devolvería su corazón.
—Ya sé lo que podemos hacer —dijo Serena enérgicamente—. ¡Vámonos de compras! Podemos buscar tu vestido de novia.
Ir de compras era su cura para todo, y Dione aceptó, aunque no mostró ningún entusiasmo por los vestidos que veían. ¿Cómo iba a interesarse por un vestido para una boda que no iba a celebrarse?
Blake estaba tan cansado esa noche cuando llegó a casa que su cojera era más pronunciada, pero a pesar de todo la interrogó durante la cena, pidiéndole que le dijera palabra por palabra todo lo que le había dicho Serena, qué aspecto tenía y si parecía preocupada. Dione intentó tranquilizarle, pero notaba que estaba angustiado por su hermana.
La pasión de la noche anterior no se repitió; cuando por fin se acostó, Blake le pasó un brazo por encima, masculló un «buenas noches» y se quedó dormido en el acto. Ella se quedó largo rato escuchando su respiración acompasada. No tenía ganas de dormir y echaba de menos pasar un rato con él.
Al día siguiente, poseída por una serena resignación, hizo planes para el futuro. Contactó con el doctor Norwood y aceptó un caso. Luego reservó un vuelo a Milwaukee. Su siguiente paciente estaba aún hospitalizado, pero tres semanas después estaría listo para empezar la rehabilitación. Así pues, tenía tres semanas para estar con Blake.
Él se distanciaba de ella cada día más; enfrascado en su trabajo, la necesitaba cada vez menos. En sus momentos de debilidad, Dione intentaba convencerse de que era sólo porque tenía mucho trabajo, pero no lograba creérselo por mucho tiempo. Reaccionó haciendo lo que había hecho siempre: arrumbando su dolor y su tristeza en un rincón oscuro de su espíritu y construyendo a su alrededor un muro. Aunque ello la matara, dejaría a Blake con los hombros bien erguidos y no le avergonzaría echándose a llorar. A él no le gustaría, y de todos modos ella no era muy llorona. No le presentaría los hechos consumados; le diría que tenía dudas respecto a su matrimonio, y que creía que lo mejor era pasar un tiempo separados. Le diría que había aceptado otro caso, y que cuando acabara podrían discutir la situación. De ese modo, él no tendría mala conciencia. Se sentiría aliviado porque fuera idea de ella.
Se enteró de que Richard había vuelto cuando la llamó para pedirle hablar con ella en privado. Titubeó, y él dijo con acento irónico:
—Serena sabe que estoy aquí. Fue ella quien me sugirió que hablara contigo.
¿Por qué querría Serena que hablara con ella? ¿Qué podía decirle ella que no pudiera decirle su mujer? Pero a veces una tercera persona tiene una visión más lúcida que los implicados en una situación, de modo que aceptó.
Richard llegó en coche a primera hora de la tarde. Parecía haberse quitado años de encima, y las semanas que había pasado en Aspen le habían dejado moreno y mucho más relajado. Las arrugas de tensión que tenía en la cara habían desaparecido, sustituidas por una sonrisa.
—Estás incluso más guapa que antes —dijo inclinándose para darle un beso en la mejilla. Dione ya no le rehuía. Blake le había enseñado que no todos los hombres eran de temer. Ella le sonrió.
—Tú también estás guapísimo. Supongo que habrás visto a Serena.
—Anoche cenamos juntos. Me dijo que viniera a verte.
—Pero ¿por qué? —preguntó, desconcertada. Salieron al patio y se sentaron al sol. Las paredes de la casa impedían el paso del viento, el fresco día de enero era agradable, y Dione ni siquiera necesitaba un jersey.
Richard se apoyó en el respaldo de cemento del banco y cruzó las piernas. Ella se fijó vagamente en que llevaba vaqueros y un jersey azul que hacía que sus ojos grises parecieran azules. Era la primera vez que le veía con ropa tan informal.
—Porque es muy lista —dijo él—. Se dio cuenta desde el principio que me sentía atraído por ti, y nuestro matrimonio no puede funcionar si te interpones entre nosotros.
Los ojos de Dione se agrandaron.
—¿Qué? —preguntó débilmente—. Pero… pero Serena ha sido tan amable, tan abierta…
—Ya te he dicho que es muy lista. Sabía que el interés no era mutuo. Tú sólo tenías ojos para Blake. Tengo que resolver mis sentimientos hacia ti.
Ella sacudió la cabeza.
—Esto es ridículo. Tú no me quieres. Nunca me has querido. Estás enamorado de Serena.
—Sí, lo sé —reconoció él, y se echó a reír—. Pero estuve confuso un tiempo. A Serena no parecía importarle si estaba con ella o no, y ahí estabas tú, tan encantadora que dolía mirarte, tan fuerte y tan segura de ti misma. Sabías lo que querías y no dejabas que nada se interpusiera en tu camino. Era un contraste muy llamativo.
¿Así era como la veía? ¿Fuerte y confiada? ¿No se había dado cuenta de que sólo era así profesionalmente, que en privado era una lisiada, que le daba miedo dejar que los demás se acercaran a ella? Resultaba extraño que, siendo Richard tan perspicaz, no la hubiera visto como era en realidad.
—¿Y ahora? —preguntó.
Él se echó a reír.
—Siempre te admiraré. Pero he venido a verte sólo para que Serena se quede tranquila. Tenías razón desde el principio: la quiero, y he estado castigándola por dedicarse a Blake en vez de a mí. Reconozco que es ilógico, pero cuando uno está enamorado no se comporta lógicamente.
—Serena quería que estuvieras seguro antes de volver con ella.
—Sí. Y estoy seguro. Me encanta esquiar, pero me he pasado todo el tiempo que he estado en Aspen deseando que estuviera conmigo. Deberías colgar una placa como doctora en psicología —dijo, riendo, y le puso una mano sobre los hombros para abrazarla.
Dione lo acompañó hasta la puerta y se despidió de él contenta de que hubiera resuelto sus problemas. La deprimía, sin embargo, el haberse involucrado en sus asuntos, aunque hubiera sido de la manera más inocente. Regresó al patio y volvió a sentarse. Estaba cansada, agotada por tantos meses de tensión emocional. Cerró los ojos, levantó los ojos hacia el sol invernal y dejo vagar su pensamiento.
—¿Cuánto tiempo ha estado aquí?
Aquella voz áspera cortó el aire y Dione dio un respingo, se levantó y se giró para mirar a Blake.
—Llegas pronto —balbució.
—Sí —dijo él con una voz tan dura y fría como su semblante—. Últimamente no pasamos mucho tiempo juntos. Hoy he acabado temprano y he decidido darte una sorpresa. No pretendía interrumpir nada —concluyó con un bufido.
Dione sintió un malestar en el estómago y tuvo que tragar saliva antes de contestar.
—No has interrumpido nada —dijo secamente, levantando la barbilla. De pronto comprendió que había llegado el momento, que Blake utilizaría la visita de Richard como excusa para romper su compromiso, y pensó que no podía soportar escucharle decir cosas que le romperían el corazón. Se le rompería de todos modos cuando se marchara, pero no quería guardar el recuerdo de sus duras palabras.
—No ha estado aquí más de cinco minutos —dijo con expresión remota, y levantó la mano para interrumpirlo al ver que se disponía a hablar—. Serena y él han resuelto sus diferencias, y quería hablar conmigo. Lo mandó ella, de hecho. Pero puedes llamarla para preguntárselo, si no me crees.
Los ojos de Blake se aguzaron. Dio un paso hacia ella y le tendió la mano. Dione retrocedió. Tenía que ser enseguida, antes de que la tocara. Tal vez no la amara, pero ella sabía que la deseaba, y en su relación el contacto físico acababa inevitablemente en el sexo. Esa era otra cosa que no podía soportar, hacer el amor con él sabiendo que era la última vez.
—Ahora es tan buen momento como otro cualquier para decírtelo —dijo con aquella voz remota, la cara como una máscara inexpresiva—. He aceptado otro caso y me voy dentro de unos días. Al menos, eso era lo que tenía pensado, pero ahora pienso que será mejor que me vaya mañana mismo, ¿no crees?
A Blake se le tensó la piel de los pómulos.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó con fiereza.
—Que quiero romper nuestro compromiso —contestó, y se puso a toquetear con nerviosismo el delicado cierre del colgante, que llevaba en la nuca. Por fin lo abrió. Recogió el corazón de rubí y se lo tendió.
Él no lo aceptó. La miraba con la cara muy blanca.