Read Amigas entre fogones Online
Authors: Kate Jacobs
—Mi vida entera es un desastre. —Hannah hizo una respiración profunda, luego otra—. Saldría en tu programa, si necesitaras que saliera. Pero no es así. Realmente lo pasé mal después de la emisión del baloncesto. Por favor, no me lo pidas.
—Jamás obligaría a nadie a hacer nada —dijo Gus—. Sabrina y Aimee son buena prueba de ello.
Se echó en la cama al lado de Hannah y rememoró mentalmente todo lo sucedido en la última semana. Las reuniones con Porter, Carmen y Oliver para rematar el menú para el programa que iba a emitirse en media hora. La llamada de Sabrina de la noche anterior, exigiéndole que pidiese a Troy que abandonara el programa. No le pedía no aparecer ella, Gus se dio cuenta de ello. Y pensó también en Aimee. La única conversación que había mantenido con ella desde la desastrosa tarde en el estudio había sido tensa y superficial. En poco tiempo, al parecer, su mundo, erigido tan cuidadosamente, estaba viniéndose abajo, a trompicones, y todo gracias al nuevo programa.
No todas las decisiones resultan ser acertadas, Gus lo sabía. Le había parecido divertido ofrecer aquel menú de March Madness y llevar a su programa a los astros del baloncesto. Y ahora, gracias a un temporal de nieve, a la repentina aparición de Carmen y a la idea de juntar de nuevo a dos novios que habían roto, se las había ingeniado para liar a todos sus seres queridos y meterlos en un mundo que no era el suyo. No todo el mundo, a decir verdad, deseaba salir en la tele; sólo creían que sí.
Lo más sencillo habría sido ser un poco menos intrusiva. Un montón menos, más bien. Decirle a Hannah que no hacía falta que bajase a la cocina, pedirle a Troy que abandonase el programa para que Sabrina se sintiera más a gusto. Pero no era lo que necesitaban, creía Gus. Había llegado la hora de azuzar un poco a sus adorados chicos para que saliesen de la zona de confort.
—Ven abajo, aunque sólo sea para mirar —le dijo a Hannah, quien la siguió dócilmente. Justo cuando estaba a punto de entrar en la cocina, Oliver se acercó a ella.
—Gus, necesito un minuto —dijo con tono de urgencia en la voz.
—¡Gus! —gritó Porter desde la habitación contigua—. Haz el favor de venir ya.
Levantó un dedo hacia Oliver.
—Retén la idea —le dijo—. Será mejor que nos pongamos delante de la cámara. Puedes contármela en la pausa.
Porter le hacía extrañas señas. Con la mano derecha sostenía el teléfono móvil cerca de la cara y con la izquierda se tapaba el oído para no oír el barullo de fondo. Debía de haberse dado cuenta de que llevaba el pelo algo despeinado, pensó Gus. Sacudió un poco la cabeza y se encogió de hombros. Mejor ser optimista.
—No te preocupes por eso —medio voceó—. Estamos todos bien, Porter.
—¡Todo el mundo a sus puestos! —exclamó uno de los integrantes del equipo de cámaras—. Salimos en un minuto.
Gus avanzó sinuosamente hasta colocarse en posición, detrás de la isla central, fijándose en que todos los demás estaban colocados por zonas, tal como habían planeado. Todo parecía mucho más organizado que la vez anterior. Troy estaba en el fregadero, lavando las judías; Sabrina había sido colocada cerca de una esquina de la encimera de granito, con un cuenco de patatas nuevas listas para ser cortadas en tacos y con un guante de goma en la mano izquierda (tapándole el anillo, que era lo más importante). Gus levantó una ceja cuando cruzó la mirada con su hija menor, y a continuación dedicó un rápido vistazo a Aimee, que cortaba en rodajas, lenta y metódicamente, unos limones y unas naranjas para la sangría.
Hannah, sintiéndose culpable por no querer salir, se había sentado fuera de cámara, alicaída y deseando marcharse, pero a la vez demasiado fiel a Gus como para abandonarla sin proporcionarle apoyo moral. La saludó con un gesto de la mano. Carmen, al parecer dando por hecho que el gesto iba dirigido a ella, le devolvió el saludo.
Oliver, con cara de estresado, se colocó junto al fogón Aga. Había estado trabajando como un loco para preparar la cocina, primero disponiendo de manera presentable la sal, la pimienta, las especias y el aceite de oliva, y luego organizando los alimentos, los cuchillos, los recipientes. Su cometido consistía en asegurarse de que la cocina contara con todo lo necesario para elaborar el menú del día.
Gus y Carmen estaban juntas, una al lado de la otra, detrás de la isla principal, dándose los últimos retoques de pintalabios. Porter se acercó como una flecha, con un trozo de papel doblado en la mano, y se lo tendió a Gus.
—Estás en todo —dijo Carmen, cogiéndole el papel y eliminando con él el exceso de carmín—. Muchas gracias, Porter. Se lo diré a Alan, descuida.
Comenzó la cuenta atrás y escondieron las cosas del maquillaje en un estante oculto de la isla. Y cuando se iluminó la luz roja, empezó la emisión en vivo.
—Hola a todos —dijo Gus—. Me alegro mucho de que hayan podido unirse a nosotros en este día para otro programa en directo de Comer, beber y ser. Nuestro objetivo es mostrarles cómo celebrar la vida con comida y bebida. Estoy aquí junto a mi compañera Carmen Vega y nuestro maravilloso grupo de amigos y familiares, y hoy vamos a preparar un menú delicioso y fácil con ciertas influencias españolas. —Trazó con el brazo un arco en el aire—. En honor a Carmen, por supuesto.
—Vaya, gracias, Gus —dijo la ex Miss, arrimándose a ella de manera casi imperceptible para que su melena, recogida de manera informal en lo alto de la cabeza, tapase un poco a Gus frente a la cámara. Ésta se movió unos centímetros a la derecha para alejarse de Carmen y luego caminó hacia la cámara mientras volvía a tomar la palabra.
—Bueno, dejen que les prepare alguna cosilla —dijo, y se agachó hacia una balda de la isla—. Tenemos aquí un hermoso fletan, muy fresco, que ya hemos limpiado y que hemos pedido a Oliver que nos lo preparase un poco.
Sacó una bandeja que era un revoltijo de largos tentáculos. Sin que se le desdibujase la sonrisa, comprobó, buscando el pilotito rojo, que las cámaras seguían grabando.
—Bueno, santo cielo —dijo. Miró a cámara con absoluta serenidad—. Imagínese que da usted por hecho que ha pagado medio kilo de pescado y al llegar a casa abre el envoltorio de papel y descubre ¡que se trataba de pulpo! —Se echó a reír como si aquello le resultara realmente divertido—. Nos ha pasado a todos alguna vez, estoy segura.
Se volvió hacia su compañera de programa y dijo con toda tranquilidad:
—¿Se te ocurre alguna idea de cómo deberíamos cocinar nuestro pulpo hoy, Carmen?
—Bien, gracias por preguntar, Gus —respondió ella—. ¿Qué tal si preparamos una ensalada tibia de pulpo? En la cocina española nuestra meta es elevar los sabores de los productos del mar y poder paladear cada componente de un plato. Destacar al máximo cada sabor, simplemente.
—Fantástico —dijo Gus, que notó que Sabrina se giraba hacia ellas.
—Yo no voy a tocar esa cosa —informó su hija pequeña.
—Yo siempre he querido comer pulpo —intervino Troy.
—Espero que tengamos todos los ingredientes necesarios —dijo Gus, que podía ver a Porter haciéndole gestos para indicarle que había llegado el momento de la pausa. Gracias a Dios, pensó—. Vamos a echar un rápido vistazo a la nevera para reunir unas cuantas cosas y enseguida volvemos para preparar la ensalada de Carmen —anunció, mirando aún hacia la cámara—. Estoy segura de que, juntos, pasaremos una hora de lo más emocionante.
Y salieron de antena.
Porter tomó una buena bocanada de aire y a continuación fue soltándolo lentamente.
—Has estado genial, Gus —le dijo desde su posición.
—Esto no es Iron chef—replicó ella—. No me gusta que me sorprendan con los ingredientes.
—No es para tanto —dijo Carmen.
—Oh, no pienses que no me he dado cuenta de que la aparición de don Pulpo no te ha sorprendido lo más mínimo —dijo Gus. Y, sin darse la vuelta, se dirigió a Oliver, que estaba detrás de ella, ante el fogón Aga—: Imagino que habrás preparado esto, ¿no?
—Sólo le he pasado un poco de agua —respondió él—. Lo han traído justo antes de la emisión.
Gus no dijo nada, se limitó a castañetear los dientes mientras sopesaba diferentes maneras de asesinar a alguien.
—Bien, volvemos en dos minutos, chicos —dijo Porter—. Y recordad: quiero asegurarme de que se mencione varias veces lo del concurso. Un afortunado espectador va a convertirse en un participante de Comer, beber y ser. Hablad de lo bien que se lo va a pasar con todos vosotros.
—Oh, qué pasada —chilló Sabrina—. A lo mejor podemos invitar también a su ex novio o ex novia a que venga al programa.
—Deja de quejarte y de lloriquear —le espetó Aimee—. ¿Por qué tienes que comportarte siempre como un bebé?
Porter aguardó un segundo, dando por hecho que Gus intervendría para poner calma. Pero no dijo ni pío.
Se acercó.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja—. Traté de pasarte una notita.
El semblante de Gus era adusto.
—¿A estas alturas no te has enterado de que siempre estoy bien, Porter? —dijo ella en tono lúgubre—. Me he llevado peores sorpresas en la vida que una bandeja de pulpo.
Se fueron a un rincón de la habitación, lo más lejos posible del equipo de grabación.
—Lo estás haciendo genial —le dijo él, repitiendo para sí ese mismo mantra de productor que usaba para mantener serena a la estrella—. ¿Te has hecho algo en el pelo?
—No cambies de tema —le cortó—. ¿Cuál es la historia?
—Carmen trajo el pulpo y dijo que Alan quería que fuese una sorpresa.
—Eso es absurdo —dijo Gus—. ¿A ti te parece que es propio de Alan?
—No lo sé —suspiró él—. Lleva un tiempo atosigando a todo el mundo con lo de los índices de audiencia. A mí me parece que está un pelín desesperado.
—¿Y por qué no te habría llamado a ti directamente?
—Esta tarde tenía una llamada perdida suya, pero cuando le llamé, no le localicé. No obstante, todos sabemos que Carmen y él están juntos. Es el secreto peor guardado de Canal-Cocina.
—¡En fin, nunca habíamos trabajado así!
—Y tampoco hemos hecho nunca programas en directo —añadió él—. Todas las normas están cambiando.
Comprobó la hora en su reloj, le dio unas palmaditas en la mano y la condujo de nuevo a la isla central.
—Llegó la hora.
Con una floritura, Gus extendió las manos y se dirigió al elenco y al equipo:
—¡Fingid que lo estáis pasando genial y, por el amor de Dios, sonreíd!
En el transcurso de la siguiente hora de emisión en directo, Oliver coció el pulpo y luego Carmen mostró cómo había que limpiarlo. Era un procedimiento laborioso e implicaba mucha habilidad con el cuchillo, además de saber extraerle los ojos.
—Oh, Dios mío, eso es asqueroso —exclamó Sabrina, mirando por encima del hombro de Carmen y a continuación tapándose y destapándose los ojos con las manos—. ¡Parece una escena sacada de Buscando a Nemo!
Hasta Aimee, siempre tan estoica, parecía un tanto horrorizada.
—¿Qué clase de programa de cocina es éste cuando a todos nos da miedo tocar la comida? —susurró a Troy, no del todo consciente de que el micrófono captaba cada palabra que decía—. Ya sabes, a mí sólo me gusta la proteína que viene en celofán, cortadita ya en rectángulos anónimos. Nunca se me había pasado por la cabeza que íbamos a destripar animales.
—¿Por qué me toca a mí ocuparme de las judías? —murmuró Troy—. Dejadme hacer alguna tarea de matarife. No me vendría mal liberar ciertas frustraciones.
Entretanto, Gus iba paseándose alegremente de un lado a otro, describiendo lo que hacía cada persona y hablando directamente al espectador como si de un viejo amigo se tratase. Además, al no tener que ejecutar ella misma las tareas de trocear, hervir, rebanar o cortar en cubitos, se las arregló para transmitir la sensación de que era la directora del programa y de que todos los demás, incluida Carmen, estaban ahí para asistirla.
Probar la comida resultó ser una lucha. Aimee y Sabrina se dedicaron a beber sangría a sorbitos y se negaron a probar el pulpo. Troy, por el contrario, cogió una buena cantidad con el tenedor y se lo llevó a la boca muy entusiasmado.
—Está correoso —empezó a decir, y entonces tragó rápidamente cuando Carmen le lanzó una mirada—. Correofantástico.
Gus le sonrió con agrado.
—Ya habéis visto, el menú de esta noche ha resultado un poquitín complicado. No se puede decir que fuese la cena típica de un día de entre semana —dijo a cámara cuando Porter dio la señal de ir terminando—. Pero a veces es divertido probar cosas nuevas, cuando dispones de un domingo ocioso como nosotros. La próxima vez, sin embargo, vamos a hacer las cosas de una manera un poco más fácil y preparemos algunas de las recetas que más gustan para organizar un brunch. ¿A quién no le chifla un brunch los domingos? Bueno, hasta la próxima. Y, entretanto, recordad: Comer, beber y ser. ¿Verdad, Carmen?
Ésta, cansada y cubierta de algo más que de una fina película de sudor, dedicó una desfallecida sonrisa a la cámara. El programa había terminado, al menos hasta la semana siguiente. Gus no había probado ni un solo bocado.
—No recuerdo que nadie me consultase sobre el próximo menú —dijo Carmen, dándose unos golpecitos con el dedo en la sien, mientras el equipo empezaba a recoger cables y mangueras.
—Nadie lo ha hecho —replicó Gus secamente.
—La cuestión de quién fregaba los platos y rascaba las ollas después de cualquiera de los programas de Gus era algo que ni Sabrina ni Aimee se habían planteado nunca. Seguro que tenía que haber gente en el equipo cuya función fuese ocuparse de ese tipo de tareas, ¿verdad? Y los instantes que siguieron a su primera aparición en televisión, para aquel programa dedicado al baloncesto, estuvieron tan dominados por el alivio y la euforia que apenas se habían parado a pensar en que había que recoger y limpiar la cocina.
—Dado que estáis ahí todos sentados diseccionando una y otra vez los pros y los contras del programa de esta noche —dijo ahora Gus—, espero que echéis una mano. Al fin y al cabo, ésta es mi casa.
—No creo que eso forme parte del trato —dijo Sabrina.
—¿Ah, no? ¿Te has leído la letra pequeña?
Su hija guardó silencio unos segundos, pues no estaba del todo segura de si había firmado alguna cláusula sobre fregar platos con sus propias manos. Sí que había habido cierto trajín de documentos, pero nada que realmente se hubiese tomado la molestia de leer.