Amigas entre fogones (41 page)

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Authors: Kate Jacobs

BOOK: Amigas entre fogones
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En total sólo les quedaban dos emisiones más —una de ellas, la boda entre Sabrina y Billy a principios de otoño— y entonces sabrían si finalmente Alan renovaba o no.

—Por que funcione —brindó Gus—. Por el futuro.

28

Priya llevaba dos días cocinando, y antes de eso planificando el menú, visitando el mercado indio para ver qué productos frescos tenía y para inspirarse. Había enviado una invitación formal a Hannah Joy Levine, pidiéndole que fuese la especialísima invitada a la mesa de la familia Patel.

—Hacía un montón que no te veía tan animada —dijo Raj, claramente contento, mientras ella machacaba granos de comino.

—Tú sólo quieres zampártelo todo —le contestó ella metiéndole un trozo de pepino en la boca.

—Cierto —respondió, y masticó con ganas—. Pero no sólo me alegro de verte cocinar. Estoy muy contento de verte tan animada.

Y así era. Todo era diferente ahora, después de haberle llevado a su médico los artículos de Hannah y contarle cómo se sentía. Unos cuantos análisis de sangre lo habían confirmado: Hannah Joy Levine podía haber sido médico. Bueno, tal vez no tanto, teniendo en cuenta que no había hecho estudios superiores. Pero había acertado en lo que le pasaba a Priya al apuntar que podía sufrir hipotiroidismo, y gracias a eso le había devuelto la alegría de vivir. Hasta en las facetas de su vida con Raj en las que definitivamente le había dicho a otras personas aquello de Métete En Tus Asuntos. Priya había dejado de sentirse abatida y cansada, de desear llorar sin motivo. El médico le había dicho que, con el tiempo, sus cabellos podrían volver a cobrar espesor y sus cejas volverían a poblarse por sí solas. Qué sencillo era todo cuando se observaba desde el otro lado.

Nunca habría imaginado lo rápido que la medicina había obrado el cambio en sólo unas semanas. Una tarde, mientras veía otra repetición del antiguo programa de Gus ¡Cocinar con gusto!, y mientras Kiran jugaba a escaleras y serpientes con Bina cerca de ella, reparó como si fuese por primera vez en la luz que entraba por la ventana y que brillaba en el suelo de madera. Le pareció tan apetecible acercarse, que se levantó y se quedó en la mancha de luz y calor con los ojos cerrados, imaginándose que todas las energías negativas se desvanecían. Y cuando volvió a abrir los ojos y miró su hogar, pudo ver que ciertamente era un hogar dichoso.

La comida que estaba preparando para Hannah era un thali tradicional, una bandeja variada compuesta de bhaat, farsan, dal, curry, verduras, pepinillos agridulces, mita, chutney y mucho pan de trigo tipo roti. Y como sabía cuánto le gustaba el dulce a su nueva amiga, también preparó un montón de delicias indias, además de una tarrina enorme de helado de vainilla al rico y viejo estilo americano, por encima de la cual tenía pensado rociar sirope de chocolate, tras añadirle pepitas de chocolate, cacahuetes, raspadura de coco y todos los caramelos que se le ocurriera echar.

Había encargado a los niños que recogiesen sus habitaciones —daba igual que Hannah quizá ni las viese— y Raj había colaborado comprando una nueva televisión de pantalla plana para poder ver todos el Open USA después de la cena. Si Hannah quería. Si le apetecía.

Su amigo Troy la acompañaría, pues Hannah había insistido en ir a Nueva Jersey en su coche rojo, pero aún no tenía el permiso de conducir. Y como ni Gus se atrevería a ir con ella en el coche, había explicado la joven cuando respondió a la invitación de Priya, le preguntó si podía ir con un amigo. Por supuesto, no había ningún problema. Un invitado era una fiesta; dos invitados, una gran ocasión.

Gus se reunió con Porter, Oliver y Carmen dos días después del día del Trabajo para planificar los últimos episodios de Comer, beber y ser. El capítulo de la boda fue el más fácil de organizar, aun cuando el programa pasaría a ocupar noventa minutos debido a que la mayoría de los platos iban a prepararse con antelación y serían servidos por un chef amigo de Gus.

—Yo soy la madre de la novia —dijo—. Bastante estresada estaré con llevarla por el pasillo. —Todos habían estado de acuerdo en que el equipo prepararía en directo solamente un puñado de entrantes sencillos durante los primeros cincuenta minutos, tras cual seguiría una breve ceremonia y a continuación varios minutos dedicados a mostrar el banquete.

—A todo el mundo le gustan las bodas —dijo Porter—. Los fans de SaTroy se han alzado en armas en relación con ese devenir de la situación, no han parado de mandar mensajes al foro y estamos generando mucha agitación. Una vez más.

—Menudo programa hemos hecho, Porter —comentó Gus.

—Ha sido lo mejor que has hecho en tu vida. Y un estupendo estreno en tu papel de bateadora, Carmen.

—Ahora sólo nos queda el penúltimo episodio —dijo Oliver—. Hemos hecho pulpo, brunch, menú vegetariano, recetas a la brasa, productos de la zona y remataremos con la boda. Pero ¿cómo planteamos el cierre?

—¿Qué tal nuestros platos favoritos de la infancia? —dijo Carmen—. ¿No era eso lo que teníamos que aprender en nuestro retiro de fin de semana? ¿Encontrarnos con los niños que fuimos?

—Sí —dijo Porter—. Suena bien.

—Podíamos titularlo «Platos favoritos de la familia» —dijo Gus—. Podemos hacer un plato por cada persona que ha participado en el programa.

—Eso es bastante ambicioso —dijo Oliver—. No creo que podamos meterlo todo en una sola emisión.

—Podemos intentarlo. Sólo mostraremos unas pistas rápidas para cada receta —dijo ella—. Por ejemplo, de niña mi abuela siempre hacía unos bollitos de pan deliciosos. No creo que podamos mostrarle a la gente todos los pasos para hacer pan casero, pero yo podría hablar de ello y luego mostrar el producto terminado.

—Y, como estamos en otoño, podemos trabajar un poco el tema de la cosecha —sugirió Oliver—. Podríamos preparar una macedonia de peras y manzanas en reconocimiento a la familia de Troy.

—A mí me pirra el pastel de carne —dijo Porter—. Nunca hemos hecho un buen pastel de carne a la antigua usanza en este canal.

—¿Cuál será nuestro toque español? —intervino Carmen con cierto tono de desdén—. Yo también quiero un plato que represente algo para mí.

—Si el pulpo es el plato favorito de tu familia, entonces no tienes más que decirlo y, por favor, no dejes de traerlo —dijo Gus—. Este programa va a ser para todo el mundo.

Después de la reunión, Gus acudió directamente a Bar 44, en el Royalton. Allí encontró a Sabrina y Billy aguardando ansiosos su llegada. Al haber pasado más tiempo con su hija y su prometido, se había sorprendido de la complicidad que compartían y de lo bien que él parecía saber interpretar los estados de ánimo de Sabrina. Seguía pareciéndole un Ken de Barbie, con sus rasgos de hombre convencionalmente guapo, pero era evidente que había mucho más en él aparte de eso. De hecho, era un hombre muy sensible y afectuoso.

—Acabamos de tener una importante conversación sobre la comida de la boda —les explicó ahora—. Bogavante, solomillo, langostinos y hasta un poco de trufa.

—Gracias, Gus —dijo Billy—. Estoy absolutamente abrumado. Sé que no empezamos con buen pie, pero estoy entusiasmado con la idea de entrar a formar parte de tu familia.

—Bueno, eso está bien, porque si la temporada no sale bien, podría verme buscando casa —respondió ella riéndose.

—Siempre eres bienvenida en la nuestra —dijo él.

Pidieron un buen cabernet y Sabrina les enseñó orgullosa el vestido que había elegido para Aimee, su dama de honor, así como las pajaritas que tenía pensado ponerles a Salt y Pepper, sí o sí.

—Tengo una idea —dijo Gus—. Aimee sabe que estamos tratando temas de la boda, ¿por qué no le pregunto si quiere venir a cenar con nosotros?

—Perfecto —dijo Billy—. Quiero comentarle un artículo que leí sobre la producción de mandioca en África Central. Es una maravilla hablar con ella.

—Bla, bla, bla —dijo Sabrina—. Vosotros dos podéis ser un verdadero tostón a veces.

Gus levantó una mano.

—Un momento, que ha cogido el teléfono —dijo. Le preguntó a Aimee si quería unirse a ellos. Al otro lado de la línea se produjo un largo silencio.

—Me encantaría, mamá, pero tengo planes.

—Dile que se deje de concursos de la tele y que se venga —dijo Sabrina, dirigiendo los comentarios al teléfono.

—¿Ah, sí? —preguntó Gus—. ¿Qué clase de planes?

—He conocido a un chico. Y eso es todo lo que voy a decir sobre el tema.

A Gus se le ocurrieron un sinfín de preguntas; tenía que saber más detalles. Pero se contuvo. Estaba aprendiendo.

—Muy bien —afirmó—. Estoy deseando que me lo cuentes todo, cuando estés preparada.

Era más bien tarde cuando Carmen regresó a la cocina de experimentación del estudio. Oliver se encontraba allí, organizando algunos de los platos de la siguiente emisión. Acababa de meter un recipiente en el horno y estaba incorporándose cuando ella se le acercó y le rodeó con los brazos.

—Eh —dijo, y se inclinó hacia él para plantarle un par de besos bien sonoros en cada mejilla—. ¿Quieres pasártelo bien un rato?

—Hola, Carmen. —Le apartó los brazos mientras la miraba con cariño—. Ya basta de eso, ¿de acuerdo?

—Se me ha ocurrido una idea —dijo ella—. Volvamos a salir.

—Carmen, apenas salimos juntos y fue hace años. Ahora tú estás con Alan. Además, estoy enamorado.

—Vale, vale—dijo ella en español, e hizo una mueca—. ¿Quién es?

—Una persona que se apellida Simpson.

—¿Aimee?

—Gus —la corrigió Oliver.

—¡Pero si es mayor que tú!

—Lo sé. Forma parte de su atractivo. Sabe quién es.

Carmen se cruzó de brazos. ¿Y ahora qué? En su fuero interno, siempre había considerado a Oliver su comodín, el chico al que podía acudir en busca de consuelo cuando la vida no le iba del todo bien.

—No puede tener hijos —dijo—. Eso sí te lo podría dar yo.

—Ah, no soy muy aficionado a los críos —respondió él—. Son un poco cargantes.

—Todo el mundo quiere tener niños, Oliver.

—Yo no. Me gustan los sobrinos. Que me llamen tío Oliver, ya sabes. Con eso me basta.

—¿Y si dejas de ser feliz? —preguntó ella—. Entonces, ¿qué?

El se encogió de hombros.

—Yo no soy feliz —admitió ella.

—Ah. Entonces estamos hablando realmente de ti, no de mí. Ahora lo entiendo.

—¿Por qué no soy feliz?

—Bueno, si tuviera que aventurar una conjetura, diría que te tomas a ti misma demasiado en serio —dijo—. Y además sospecho que tu relación con Alan es más bien un medio para conseguir un fin. ¿De verdad es eso lo que necesitas en tu vida?

—Todo es un medio para conseguir un fin, Oliver. No me parece justo que haya tenido que compartir programa con Gus.

—No lo es —dijo él—. Para ella.

—Me siento frustrada. ¿Es que no trabajo duro?

—¿Tú te sientes bien? Eso es lo que importa.

—¿Nunca te has planteado financiar un restaurante? —Apoyó las manos en las caderas y se echó hacia atrás, ladeando la cabeza para completar la pose—. Un restaurante Carmen Vega.

—Me habría encantado. Pero es que acabo de invertir un montón de pasta en otra cosa.

—¿Se la has dado a Gus? —Carmen jugueteó con una manopla de horno que Oliver acababa de quitarse de una mano.

—Demonios, no. Además, ella nunca habría aceptado que le diera dinero —dijo él—. Acabo de convertirme en el principal accionista de FarmFresh.

—¿La empresita de mala muerte de Troy?

—Ah, eso es lo bonito del asunto. No creo que vaya a seguir siendo pequeña durante mucho más tiempo.

—Todo el mundo consigue lo que se propone, menos yo. —Carmen tiró al suelo la manopla—. No lo comprendo, con todo lo que me he sacrificado…

—Date tiempo.

—A veces hago cosas de las que no estoy orgullosa, Oliver —reconoció, y echó la cabeza hacia atrás para mirar el techo—. Pero me digo a mí misma que está bien. Es que tengo tantas ganas de subir posiciones…

—La vida no es un ascenso en línea recta por una escala —dijo él mientras le servía un cuenco de sopa de pollo que acaba de preparar, y se lo tendió—. Puede que hagan falta unos cuantos resbalones para de verdad ver las cosas en perspectiva.

PLATOS DE TODA LA VIDA
29

El ambiente en la cocina de casa de Gus, mientras el equipo se preparaba para la emisión, era de efervescencia. Alan aún no había anunciado cuál sería el destino de Comer, beber y ser, pero había hecho saber a Porter que pensaba acudir personalmente al penúltimo programa como «público».

—Sabe que no tenemos aquí realmente ningún grupo de fans, ¿verdad? —preguntó Gus—. Va a terminar sentado en una caja del equipo técnico, apretujado entre Salt y Pepper.

—Me aseguraré de que disponga de una silla —dijo su productor ejecutivo en tono seco—. Cuando viene el jefe, me dejo la piel.

Alan Holt llegó con una rubia elegantemente vestida del brazo, que parecía una torre a su lado sobre sus tacones.

—Ésta es Melanie —dijo—. Es modelo.

—Encantada de conocerte —dijo Gus—. Encontrarás el «plato» al final de ese pasillo. Pero ¿te importa que hable un momento con Alan?

Ella y Alan entraron en el salón.

—¿Qué pasa con Carmen? —preguntó.

—¿Que pasa de qué?

—Es tu novia —susurró ella—. O lo era. Y vas y te traes a otro ligue a nuestro programa.

Alan se la quedó mirando como si se hubiese vuelto loca.

—Melanie —dijo— es mi novia. Desde hace ya un tiempo. Varios meses.

—¿Qué?

—Melanie, mi novia. Acabas de estrecharle la mano. —Alan le dio unas palmaditas en el hombro—. A lo mejor es verdad que te hago trabajar demasiado.

—¿Me estás diciendo que Carmen no es tu novia?

—Qué idea tan curiosa —dijo él—. Pero es una mujer un tanto imprevisible, incluso para mí.

—Bueno, todo el mundo lleva la temporada entera andándose con pies de plomo con ella, creyendo que erais pareja, la clásica relación entre hombre maduro forrado y mujer joven y ambiciosa. —El tono de voz de Gus iba en aumento.

—¿De dónde se han sacado esa idea?

—Tú dirás —respondió ella—. La trajiste a mi programa directamente de tu casa; luego ella le dijo a Porter que tú habías dado el visto bueno a lo del pulpo y, cada vez que alguien la señala por algo, ella suelta tu nombre.

Alan se rio entre dientes.

—Me ha tomado el pelo, ¿no? —Gus no se reía en absoluto.

—He de decir que Carmen es más lista de lo que pensaba —dijo él. Dio unas palmaditas más en el hombro a la furibunda Gus y echó a andar—. Todavía tienes que emitir un programa, querida. Estoy deseando verlo. —Y se marchó por la puerta para ir a sentarse cerca de Porter.

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