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Authors: Nele Neuhaus

Tags: #Intriga, #Policíaco

Amigos hasta la muerte (23 page)

BOOK: Amigos hasta la muerte
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No dijo más, y Antonia abrazó a su amiga para consolarla, aunque luchaba por no perder el control. Lo cierto es que Pia quería ahorrarles los terribles detalles de la muerte de Jonas, pero no podía permitir que Svenja pensara que había empujado a su novio al suicidio.

—No, Svenja —aseguró—, tú no tienes nada que ver. Jonas no se quitó la vida, lo asesinaron.

En la cocina se oía la voz alegre de un presentador de radio, que hablaba de fútbol. Aquellos días muy rara vez se hablaba de otra cosa.

—Tengo que irme a casa.

Svenja se levantó de un salto. Respiraba entrecortadamente y parecía un alma en pena. Antonia se levantó para sujetarla por la muñeca, pero ella se zafó con resolución y echó a correr por la casa. La puerta se cerró con un golpe sordo cuando salió, y Antonia miró a Pia con desconcierto.

—Deja que se vaya —aconsejó la inspectora—. Es un golpe tremendo para ella, tendrá que asimilarlo.

Antonia volvió al sofá y se sentó. Luego enterró un instante el rostro en las manos y sacudió la cabeza. La terrible noticia también era dura para ella.

—Svenja ha cambiado tanto… —comentó abatida—. Antes no teníamos secretos, pero ahora…

—Está embarazada, ¿no?

Pia observaba a la chica, que titubeó un momento.

—Sí —admitió—. Se enteró la semana pasada, cuando fue al ginecólogo para que le hiciera una receta para la píldora.

—¿Por casualidad fue el martes? —quiso saber Pia.

—Sí. —Antonia estaba asombrada—. ¿Cómo lo sabe?

El gato blanco que antes miraba los peces de la pecera salió al invernadero, se metió entre las piernas de Antonia y se le subió al regazo de un salto. La chica hundió los dedos en el suave pelaje del animal y comenzó a acariciarlo maquinalmente.

—Tenía que haber un motivo para que fuera a ver a Pauly esa tarde —prosiguió Pia—. Esa sería una explicación: quería que la aconsejara o la consolara.

—Puede. —De pronto la voz de Antonia era amarga—. A mí ni siquiera me dijo que había ido a verlo, pero Svenja estaba como loca con Pauly. Cuando lo conoció, dejó de comer carne y empezó a criticar los coches, la contaminación y todas esas cosas. Antes no le interesaban lo más mínimo.

—¿Por qué discutieron Jo y Svenja el sábado en el castillo?

—Svenja no me lo contó.

Antonia estaba dolida, porque era evidente que su mejor amiga tenía secretos para ella.

—¿Cómo era Jonas? —quiso saber Pia—. ¿Te caía bien?

La chica reflexionó un momento.

—La verdad es que sí —replicó—, aunque también él cambió un montón. Todo cambió desde que…, bah, da lo mismo.

—¿Desde cuándo? —preguntó Pia. Antonia no pudo seguir hablando, ya que se echó a llorar. Pia esperó pacientemente a que se le pasara—. ¿Cómo reaccionó Jo cuando Svenja le dijo que estaba embarazada? —inquirió.

—Creo que se lo tomó bastante mal. —La muchacha se secó las lágrimas—. Svenja vino a verme el martes con la ecografía y estaba fuera de sí. Después le envió la foto a Jo, y él le mandó un
sms
. Cuando lo leyó, Svenja se echó a llorar y se fue. Quería ir a verlo para hablar con él.

—Quizá debiera haberlo hecho antes —apuntó Pia.

—Sí, puede. —Antonia se encogió de hombros—. Esa tarde también se peleó con él. Después me llamó llorando.

La muchacha calló cuando el gato blanco levantó la cabeza y se bajó de su regazo. A Pia el corazón le dio un vuelco de repente al ver a Christoph Sander y a Lukas en los escalones que llevaban al invernadero. El gato se paseó entre las piernas de Sander, maullando y reclamando atención. Antonia se puso de pie y se refugió en los brazos de su padre.

—Papá —sollozó, abrazándolo con fuerza—, Jo ha muerto.

—¿Qué? —Lukas palideció y miró a Pia con incredulidad—. ¡No! No es verdad, ¿no?

—Por desgracia, sí. —Pia se levantó también y se acercó a los dos hombres—. Lo encontré ayer.

Norbert Zacharias estuvo cinco minutos luchando consigo mismo; dio la impresión de que envejecía aceleradamente delante de Bodenstein.

—Me di cuenta demasiado tarde —murmuró por último—. Creía que me querían de consultor porque conozco el reglamento de la evaluación de impacto territorial y el proceso de planificación, pero no era así. En realidad, lo que necesitaban era un chivo expiatorio. Igual que antes… —Cerró los ojos e hizo esfuerzos en vano por no llorar—. A mí no se me compra —afirmó—. Puede que sencillamente tenga demasiada buena fe.

—¿Qué ocurrió antes? —se interesó Bodenstein.

—Tuvo que ver con los planes de edificación del área metropolitana de Kelkheim —contestó Zacharias con voz inexpresiva—. La Mancomunidad de Planificación Territorial había convertido suelo rústico en terreno urbanizable en Ruppertshain, Fischbach y Münster. Entonces, Funke y Schwarz cayeron en la cuenta de que sus terrenos de Münster se hallaban fuera de la zona urbanizable por muy poco. Los dos habían hecho sus planes y querían venderle los terrenos a la constructora de mi yerno. Para ellos era una catástrofe. Me insultaron, me acusaron de haber malinterpretado los planos y me preguntaron por qué se iba a construir en Ruppertshain. En suma, me obligaron a conseguir que la mancomunidad efectuara una modificación, cosa que, como es natural, levantó un gran revuelo entre la población. Los vecinos de Ruppertshain protestaron cuando se enteraron de que solo sería urbanizada una estrecha franja situada por debajo del centro cultural Zauberberg. Pero el ayuntamiento autorizó los planes de edificación modificados, Funke, Schwarz y Conradi le vendieron sus terrenos del centro por mucho dinero a mi yerno, y mi yerno edificó en ellos a lo grande. La oposición logró que se llevara a cabo una inspección, se descubrió que yo había intervenido y, claro está, mi relación con Bock… El caso es que se armó el escándalo. Funke me aconsejó que me jubilara alegando motivos de salud antes de que se abriera un expediente disciplinario y me prometió que no irían a por mí.

—¿Es verdad que en el pasado las empresas de su yerno siempre hacían las ofertas más bajas en los concursos públicos y obtenían regularmente contratas de la ciudad? —preguntó Bodenstein.

—Sí —asintió el hombre—, es verdad. Se construya lo que se construya en Kelkheim y sus alrededores, casi siempre se encarga una empresa de mi yerno. A cambio de que los responsables le den a conocer las ofertas de la competencia, él les paga algo.

—Entonces Pauly tampoco se equivocaba tanto cuando habló de «mafia» —observó el inspector.

—Pues no, la verdad —Zacharias asintió con cansancio—. Tenía razón en todo.

—Si no he entendido mal, Pauly podía darle muchos quebraderos de cabeza a su yerno —resumió Bodenstein—. Naturalmente, todos aquellos que adquirieron terrenos baratos dentro del trazado previsto se habrían puesto furiosos si no recibían dinero del Estado, pero el señor Bock habría perdido algo más que un contrato lucrativo. Entonces, ¿cómo podía estar seguro de que se haría con la contrata de la construcción de la carretera? Porque esa decisión no corresponde a las ciudades de Kelkheim y Königstein, ¿o acaso sí?

—No —corroboró Zacharias—, la decisión la tomaría la Consejería de Fomento de Hesse, pero mi yerno mantiene buenas relaciones con los responsables en cuestión. Sus contactos llegan hasta Berlín.

—¿Cómo sabía todo esto Pauly? —quiso saber Bodenstein—. ¿Por Jonas?

Zacharias torció el gesto, parecía ir a echarse a llorar.

—Me temo que sí —asintió con voz ahogada—. No hace mucho Jonas y su amigo Tarek estuvieron en mi finca. Me echaban una mano de vez en cuando; al fin y al cabo, el amigo de Jonas trabaja de paisajista. Ese día no me encontraba bien. Mi yerno me había amenazado: si decía algo de esas cifras falseadas lo lamentaría, y mucho. Mi hija firmó un acuerdo prenupcial según el cual en caso de divorcio renunciaría a todo, y Carsten amenazó con dejarla morir de hambre si yo no permitía que la cosa llegara hasta el final.

—De manera que lo chantajeó. —Al inspector no le sorprendió mucho. Pia no se equivocaba cuando caló a Bock.

—Sí —afirmó Zacharias—. Esa tarde había bebido mucho, y acabé contándoselo a Jonas y a su amigo. Me llevé una gran decepción cuando me enteré de que incluso mi propio yerno me había utilizado y de que, en caso de que todo se descubriera, yo sería nuevamente la víctima.

—¿Cómo reaccionó su nieto? —quiso saber Bodenstein.

—Estalló —recordó Zacharias—. Odia a su padre. Tendría que haber sabido que mi nieto no dejaría correr las cosas sin más. Jonas le proporcionó a Pauly la información pertinente, y ahora no solo ha muerto Pauly, sino también Jonas. Y yo tendré que vivir con dos muertos sobre mi conciencia.

—Todavía no se ha demostrado que Pauly o Jonas murieran por eso. —Bodenstein intentó tranquilizar al hombre—. ¿Para qué fue a casa de Pauly el martes por la noche?

—Quería decirle que lo apoyaría —respondió Zacharias, cada vez más fatigado—; pero también quería advertirle y pedirle que hiciera las cosas metiendo menos ruido. Para desbaratar los proyectos de mi yerno, tendríamos que llegar hasta la gente a la que sobornó. Pero después de la escena que protagonizó Pauly eso era impensable, pues toda esa gente está sobre aviso.

—¿Habló usted con Pauly? —inquirió Bodenstein.

—No —Zacharias sacudió la cabeza—. Al ver a la chica me entró miedo. Oficialmente yo era enemigo de Pauly. No quería que me vieran en su casa o con él.

Bodenstein miró fijamente al hombre. Lo creía.

—Le dejaremos marchar —dijo.

—No —rechazó Zacharias para sorpresa de Bodenstein—; por favor, no.

—¿Cómo dice?

—Aquí estoy seguro. —El detenido bajó la cabeza—. ¿Por qué cree que quería hablar con usted sin abogado?

—Dígamelo usted —pidió Bodenstein—. La verdad es que me extrañó.

—El abogado que se supone que me representa trabaja para mi yerno.

Sander le acariciaba el pelo a su hija; su mirada intranquila se cruzó con la de Pia.

—¿Lo sabe ya Svenja? —preguntó bajando la voz.

Pia asintió en silencio. Por su parte, Lukas profirió un sonido, una mezcla de sollozo y gemido, se sentó en la escalera y hundió la cara en las manos. Pia reparó en una venda inmaculada que tenía en la mano derecha y le llegaba por encima del codo. Antonia se separó de su padre, se sentó junto a Lukas y lo abrazó. El muchacho pegó su rostro al de ella, y Pia vio que las lágrimas le corrían por las mejillas. Sander bajó los dos escalones que conducían al invernadero. Estaba sudoroso, exhausto y agitado.

—Vayamos al jardín —propuso, y salió al aire libre por la puerta de cristal.

Pia lo siguió. Junto a la pared crecían tomates en grandes jardineras, en los arriates florecían unas hortensias, y los rosales trepadores desprendían un embriagador aroma dulzón.

—¡Menudo día de mierda! —exclamó Sander—. Ahora mismo vengo del hospital: un dromedario ha atacado a Lukas y le ha destrozado el brazo, y para colmo, delante de un grupo de niños. Ha tenido suerte, dentro de lo que cabe. De no haber llegado el cuidador y los pedagogos, la cosa habría podido acabar peor aún.

Pia miró hacia el invernadero, donde Lukas y Antonia estaban estrechamente abrazados en los escalones y lloraban juntos la muerte de su amigo. Sander se sentó en el murete que separaba la terraza del jardín.

—¿Qué le pasó a Jonas? —preguntó, mirando a Pia.

—Lo encontramos ahorcado —contestó ella—. Antes debió de haber una buena pelea, durante la cual Jonas mordió al que sería su asesino. Encontramos tejido humano entre sus dientes.

Sander hizo una mueca de disgusto.

—Dios mío —exclamó—. ¿Cómo ha reaccionado Svenja?

—Se ha ido corriendo —contó Pia—. Yo la veo muy tocada.

—Sí, esa chica está fatal —confirmó Sander—. Desde que entró a formar parte del grupo del dichoso Pauly, cambió por completo. Empieza a preocuparme seriamente.

—No me extraña —convino Pia con gravedad—. Dos asesinatos en su círculo más íntimo; y además, Svenja estuvo en casa de Pauly poco antes o después de que lo mataran. Por desgracia, no quiere hablar de ello.

Sander se pasó las dos manos por su oscuro pelo rizado y a continuación apoyó los codos en las rodillas.

—¿Qué voy a hacer? —dijo sombrío, más para sí que a Pia—. No puedo prohibirle a Toni que deje de ver a sus amigos, aunque es lo que me gustaría. Pero entonces los vería a escondidas y empezaría a mentirme.

Mientras hablaba, Pia fue consciente de que de pronto sus pensamientos giraban en torno a algo que nada tenía que ver con la investigación. La presencia de Christoph Sander le aceleraba el corazón, y eso la desconcertaba. Hacía mucho tiempo que un hombre no despertaba en ella esas sensaciones, demasiado. De repente, y de forma totalmente inesperada, supo por qué ya no podía darle otra oportunidad a Henning. No quería segundos platos ni segundas partes. No; deseaba empezar de nuevo, sentir el corazón desbocado y flojera en las piernas, pasión y aventura. Se había mentido durante años, se llegó a convencer de que estaba satisfecha con la rutina carente de emociones de su vida. Y no era así. O ya no lo era.

—… todo en mí se opone a que Antonia se relacione con gente como Jonas —oyó decir a Sander, y se dominó.

—¿Qué quiere decir exactamente con lo de «gente como Jonas»? —inquirió.

—Niños mimados, egoístas. Irrespetuosos, sin sentimientos, que solo buscan el último «subidón». —La voz de Sander sonaba sarcástica—. Sus padres les compran de todo para acallar su mala conciencia.

—¿Conocía usted bien al chico?

—Venía bastante por casa con Svenja.

—¿Y?

—¿Y qué? —La miró, alerta y en tensión, una mirada que a Pia le llegó hasta los tuétanos.

—¿Qué opinión tenía de él?

—Una que a todas luces era errónea. Jamás lo habría creído capaz de hacer lo de esos correos electrónicos y las fotos en internet. Eso demuestra la clase de persona que era en realidad. Esos chicos ya no saben lo que está bien y lo que está mal, no respetan los sentimientos, se pasan de la raya y no tienen valores.

—Sin embargo, Jonas tenía unos valores que le importaban —objetó Pia—. Se comprometió en contra de la ampliación de esa carretera, defendía la naturaleza y el medio ambiente.

—¿Cómo lo sabe?

Pia le habló de la simulación por ordenador que diseñó Jonas, y Sander la miró con escepticismo.

—¿Sabía usted que Svenja está embarazada? —le preguntó ella.

—¿Cómo dice? —Sander puso cara de asombro.

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