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Authors: Gemma Lienas

Anoche soñé contigo (24 page)

BOOK: Anoche soñé contigo
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—¿Susana?

No obtuvo respuesta. Por la escalera de madera clara y tubo de acero, subió a la zona de estar. Estaba la radio puesta, sintonizada en una emisora de revival. Sonaba una canción de sus parties adolescentes.

—¿Susana?

De lejos, llegó la voz de su amiga.

—Ponte cómoda —le gritó—. En seguida estoy contigo.

Olga se quitó la chaqueta y la dejó sobre una de las butacas
art déco
tapizadas de blanco que daban la espalda a una gran cristalera. Abrió la puerta corredera y salió a la terraza, que más parecía un jardín o un invernadero. Plantas altas, casi arbustos, lozanas y verdes, formaban, a ambos lados, una barrera natural para impedir miradas curiosas. Olga sorteó macetas, tumbonas, la mesa de teka oscura y las butacas de mimbre, y se acercó hasta la barandilla frontal, para complacerse en la visión del tráfico intenso, a sus pies, en contraste con la placidez del mar, a lo lejos, delante de ella.

—¡Sorpresa!

Sobresaltada por el inesperado grito, Olga se dio la vuelta.

—¡Susana! ¡Pero ¿qué has hecho?! —reprochó con voz alarmada.

—Olga, no empieces... Anda, dime algo agradable en lugar de echarme una bronca. ¿Te gusto o no?

Susana esperaba el veredicto de espaldas al mar. Los últimos rayos del sol poniente le iluminaban el rostro. Sus ojos recogían la luz y parecían más verdes, más cristalinos... ¡Eran del mismo color que los de Jorge!

Olga se sintió arrollada por un deseo intenso y una nostalgia que casi le dobló las piernas. Pero bueno ¿estaba perdiendo el juicio o qué?

—¿Has perdido el juicio, Susana?

—Anda, Olga, no te pongas borde, sólo es un corte de pelo y un tinte. Nada dramático. No tienes por qué tomártelo tan a la tremeda. El pelo crece, ¿sabes?

Tiene razón, Monegal, no seas pejiguera.

—Pero este color... Susana, hija. Pareces, pareces...

—Una pelandusca.

—Mira, me lo has quitado de la boca. ¿Cómo se te ha ocurrido teñirte de rubio platino? Y, además, tan corto...

—Por puro sentido lúdico. ¿Comprendes? ¡No! Tú, qué vas a comprender las ganas de jugar..., siempre tan puesta, tan
comme il faut
. Si hasta cuando éramos pequeñas te reprimías de todo...

—¿Reprimirme yo?

—No, yo. Bueno, dejémoslo, que no te he dicho de venir a mi casa para que nos tiremos los platos por la cabeza. —Susana se acercó a Olga y le pasó un brazo por encima de los hombros atrayéndola hacia sí. Le besó la cabeza—. Aunque tengas un espíritu algo marcial o conventual (todavía no sé cuál te corresponde más), te quiero.

Se dirigieron al salón enlazadas. Al llegar a la altura de la puerta, Susana se contempló en el cristal. Se atusó ligeramente los cortísimos pelos rubios.

—¡Pues a mí me encanta! No quería morirme sin teñirme una vez de rubio platino, joder.

—Yo te prefiero con tu melena castaña y lisa, de puntas hacia fuera.

—De buena niña, ¿no?

—Quizás. La verdad, en tu peluquería te dejan o te animan a hacer muchas burradas. ¿Sigues yendo a la de siempre?

—Sí, ya sabes, aunque trasladé mi domicilio a este barrio, la peluquería, no la he cambiado. ¡Le soy fiel! Tú deberías probarla porque estoy segura de que sacarían partido a tu hermoso cabello, te lo he repetido millones de veces. Anda, siéntate. Voy a buscar... —repentinamente, Susana oscureció la voz, jugando—, un té bien cargado para que olvides mi aspecto poco fino, poco señorial...

—¡Qué petarda eres, Susana!

En fin, esa locuela... Debía reconocer que le quedaba bien ese corte de reclusa. Apurando, la favorecía incluso el color, que resaltaba sus ojos verdes —¿cómo no se había dado cuenta hasta ahora del parecido con los de Jorge?— y su cutis, bronceado por los deportes de exterior. También destacaba su boca grande y risueña, sus labios, de grosor natural sin necesidad de implantes de silicona, y sus dientes, muy blancos. Quizás no era una belleza, pero resultaba muy atractiva. Bueno, definitivamente, incluso con una alcachofa en la cabeza hubiera resultado estupenda.

Pronto estuvo de vuelta.

—Solo, ¿verdad? Ni leche ni azúcar...

—Eso es.

Sirvió la infusión y, antes de sentarse en otra de las butacas
art déco
, junto a Olga, cogió un montón de papeles de la mesita baja.

—¿Les has echado un vistazo? —preguntó. Pero, antes de que Olga pudiera responder, riéndose dijo—: ¡No! ¿Cómo ibas tú a fisgar en algo que no fuera tuyo, aunque probablemente sólo se tratara de papeles de la revista? Efectivamente, son las pruebas de color de
Mujer Diez
. A ver qué te parece el próximo número.

—¿Qué significa esto? —preguntó Olga.

—¿Esta señal? Indica que el cielo de esta foto precisa un retoque. Demasiado gris, ¿sabes? Modificándolo queda más bonito y sugestivo.

—¡Tramposos!

—¡Huy, cariño, esto no es nada! Mira la foto de la página treinta y ocho. Observa a esta chica tan mona, de caderas demasiado anchas. Mírala bien porque, cuando te regale la revista, habrá perdido unos cuantos centímetros. ¡Ah!, y de paso le habremos dado un poco más de brillo en el pelo.

—¿Construís las mujeres a la carta? Pero eso es una mala jugada porque, luego, nos comparamos con ellas y nunca nos sentimos satisfechas...

—Pues sí, es una putada.

—¡Qué poco respeto por la condición femenina...! Ya no recuerdas nuestras luchas juveniles... y no tan juveniles.

—Sí, claro que sí. Pero trabajo para la empresa privada, ¿comprendes? Y el mercado es el mercado. Lo he discutido bastantes veces con el director, pero no se baja del burro. Yo insisto en que quizás venderíamos más si pusiéramos a mujeres de las de verdad, de las que van por la calle. Pero él dice que, por si acaso, se arriesguen antes nuestros competidores.

Susana hizo una pausa para beber un sorbo de té y encender un cigarrillo. Luego le guiñó un ojo y prosiguió:

—También le he propuesto otros cambios, acordes con los tiempos, por ejemplo, introducir fotos de tíos cachas desnudos o, por lo menos, medio vestidos...

—¿Y?

—¡Nada! El memo de mi director cree que las mujeres somos seres angelicales carentes de libido, incapaces de excitación sexual. Piensa que las señoras sólo somos pura emotividad, puro sentimiento. ¿De qué nos serviría, pues, la visión de una espalda masculina?, por poner un ejemplo inocente. A ellos sí les sirven las tías en pelota picada. Mi jefe es tonto, oye, ¿aún no se ha dado cuenta de que las paradas de autobuses están siendo invadidas por fotos
grandeur nature
de muchachos estupendos con slips pequeñísimos? Por algo será, ¿no...? Bueno, volviendo a las putadas que con el retoque de fotos les hago a las mujeres, te diré que trato de compensarlo introduciendo en la revista artículos como éste. —Susana buscó en las pruebas de
Mujer Diez
, y leyó—: Relaciones tóxicas.

—¿Relaciones tóxicas? ¿Y eso qué es?

—Todo lo contrario de esas relaciones en las que el trato con la otra persona aumenta nuestra vitalidad. Es una relación muy parecida a la que se mantiene con la droga: perjudica y produce adicción. Puede tratarse de relaciones profesionales, sentimentales, familiares... Por la educación recibida, las mujeres somos más propensas que los hombres a caer en ellas, aunque a cualquiera le puede ocurrir. En una relación sentimental tóxica, normalmente la mujer se ha erigido en salvadora de la persona tóxica, o sea, de él, que es quien tiene problemas.

—Quizás. No lo sé.

—Yo sí lo sé. Aparte de incluir algunos testimonios y una explicación psiquiátrica del problema, hemos integrado un test para que la lectora evalúe si está viviendo una relación tóxica, y algunos consejos para librarse de ella. Te voy a leer algunas de las preguntas del test. Te pueden parecer ingenuas, lo sé; pero no sabes cómo lo más simple, a veces, ayuda a abrir los ojos.

Olga escuchaba la voz enérgica de su amiga, que leía:

—¿Te sientes de mal humor, nerviosa, tensa, enfadada o irritable después de estar con esa persona? ¿Llegas a sentirte minusvalorada, sucia, menos inteligente, menos atractiva y falta de energía cuando estás con ella? ¿Esa persona te humilla, te desprecia, te traiciona, te hace blanco de sus bromas? ¿Después de haber estado con ella fumas, comes o bebes alcohol bastante más de lo que tienes por costumbre? ¿Te duele la cabeza, lloras con frecuencia, tienes dificultad para respirar, sientes dolor en la espalda cuando estás con ella? ¿Notas que te habla agresivamente o te hace comentarios desagradables o sarcásticos seguidos de un «era broma; sólo quería ver tu reacción»...? No sigo. Lo podrás leer cuando te dé la revista, si te apetece. ¿Qué te ha parecido?

—Una simplificación, claro, pero quizás sí puede ayudar. En realidad, a medida que ibas leyendo, pensaba en mi suegra.

—Pues, ya sabes, si es tóxica, quítatela de encima. Hay relaciones que nunca podrán funcionar. No tienes más remedio que dejarla atrás para salvarte a ti misma, aunque se trate de la madre de tu marido, tu mejor amiga o, incluso, tu marido, y aunque lleves años tratando de reparar esa relación.

—¿Quitármela de encima?

—Exacto: no verla más, eliminarla de tu vida. Eso es lo que debería hacer Teresa con Carlos.

—Mmmm.

Olga no tenía interés en hablar de Teresa. Si no contestaba, quizás Susana se olvidaría.

Fue inútil, por supuesto.

—¿Qué te pareció la confesión de Teresa? Te sorprendió, ¿no?

Olga se encogió de hombros y miró fíjamente el resto de té de su taza.

—A mí, no. Ya me figuraba que Teresa tenía un lío con alguien. La veía distinta, no sé... De otro humor. ¿No te parece?

—Quizás...

—A mí me parece genial. Lo extraño es que haya tardado tanto en buscarse un amante. Porque con un cretino como Carlos al lado...

—Ya no tiene un amante, ¿recuerdas? Nos dijo que cortó la relación.

—¡Bah!, no sé si lo acabo de creer. Oye ¿y tú? ¿Vas a contarme algo de ese tal Jorge?

Olga hizo un gesto de fastidio.

—Bueno, vale, olvídalo. En fin, volviendo a Teresa, lo mejor para ella sería dejar a Carlos. —Susana respiró profundamente, bebió otro trago y siguió—: Tú no sabes quién es él exactamente...

—Mujer...

—No. Te lo digo en serio. Tú lo conoces como marido de Teresa, de nuestras cenas, de ir a su casa, pero no te figuras quién es Carlos, el predador. Yo lo conozco muchísimo mejor y en un contexto distinto por sus colaboraciones con
Mujer Diez
.

Ahora sí Olga se mostró interesada; por lo menos, si hablaban de Carlos, evitaban hacerlo sobre Teresa.

—Casi no hay ninguna mujer de la redacción o vinculada de algún modo a nosotros con quien no haya tenido algún asunto. Y me atrevería a decir que incluso algún hombre ha caído...

Olga rió suavemente:

—Anda, Susana, eso son infundios.

—No sé, chica, como Carlos necesita enamorar a sus modelos...

Olga pensó en alguno de aquellos rostros, no necesariamente bellos, que el objetivo de Carlos era capaz de transformar en una obra de arte. Como el de esa mujer que Susana tenía colgado en la sala, sobre la cómoda de cubierta de mármol blanco y junto al espejo modernista. Era un retrato en blanco y negro. Las manos largas y finas de la mujer se apoyaban, una a cada lado de la cabeza, sujetando el pelo hacia atrás. Aunque era un rostro sin mirada —la mujer tenía los ojos cerrados—, se intuía todo el dolor que podía contener, quizás a través de la mueca muy leve en que se doblaban sus labios, quizás a través de la ligera distensión de las aletas de la nariz, quizás, precisamente, porque el único maquillaje de aquel rostro era una sombra muy oscura sobre los párpados.

—Y eso ¿qué importancia tiene? No me refiero a Teresa, que, por supuesto, sufre con su comportamiento. Me refiero a él o a las mujeres con quienes se relaciona. Son libres de hacerlo, ¿o no? Me sorprendes, Susana, tú, siempre tan liberal, juzgas a Carlos con una intransigencia insólita.

—A mí me parece estupendo que la gente lo pase bien, siempre que no putee al personal. Y eso es exactamente lo que hace Carlos. Vamos, me cabrea porque es un cínico, sin el más mínimo interés por las personas a las que seduce, sin curiosidad real por conocer a la otra persona, incapaz de pasión. ¿Cómo podría ser apasionado o curioso un predador? Lo único que le interesa es capturar a su posible presa, es decir, medirse consigo mismo una vez más. Él va de caza, simplemente.

Olga celebró la imagen con una sonrisa.

—Te cuento su técnica. Al principio, es el hombre más encantador, simpático, educado y generoso del mundo: llamadas, regalos, sonrisas... El cazador tiende trampas para apresar a la víctima. Lógico, todos actuamos así.

Olga asintió.

—Segundo paso: cuenta lo muy desgraciado que es con su mujer, una señora dominante, fría, perversa. La víctima se ablanda, pero aún es capaz de juicios acertados. ¿Por qué no la dejas, pues? Su respuesta es: no me pertenezco. Dicho de otro modo, su legal no sobreviviría sin él, ¡pobrecilla! La víctima está a punto de caramelo. Se funde. Todo va bien siempre que se respeten las reglas del juego que él marca: los contactos y las demandas las decide él; él puede llamar a casa de ella, pero, al revés, está prohibido...

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