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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (56 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Sentí un pequeño tirón en el
chi
cuando Trent invocó una línea.

—No quiero que me vean aquí. No te metas por el medio y pasaremos desapercibidos. Date prisa.

Mis ojos se negaban a obedecerme, pero oí salir a Jonathan y cerrar la puerta. Hubo otro golpe seco cuando se metió por la puerta del conductor y el coche se puso en movimiento con suavidad. Los brazos que me rodeaban se tensaron más y me di cuenta que estaba en el regazo de Trent, el calor de su cuerpo hacía bastante más que el aire por calentarme. Sentí la suavidad de una manta sobre mí. Debían de haberme envuelto en ella por completo porque no podía mover los brazos ni las piernas.

—Lo siento —murmuré, había renunciado a intentar abrir los ojos—. Te estoy mojando todo el traje. —Después lancé una risita al pensar en lo patético que sonaba aquello. Pero si ya estaba empapado—. Tu amuleto celta no vale una mierda —susurré—. Espero que todavía tengas el recibo.

—Cállate, Morgan —dijo Trent con voz distante y preocupada.

El coche aceleró y el sonido pareció arrullarme. Al fin podía relajarme, pensé cuando sentí el cosquilleo de la circulación en los brazos y las piernas. Estaba en el coche de Trent, envuelta en una manta y entre sus brazos. Ese elfo no dejaría que nada me hiciera daño.

Pero no está cantando
, cavilé. ¿
No debería estar cantando
?

27.

El agua caliente en la que estaba metida me sentaba bien. Llevaba en ella tiempo suficiente como para arrugarme como una pasa pero me daba igual. Ellasbeth tenía una bañera fabulosa, de esas hundidas en el suelo. Suspiré, eché la cabeza hacia atrás y me quedé mirando los techos de tres metros enmarcados por las macetas de orquídeas que rodeaban la bañera. No podía estar tan mal eso de ser un capo de la droga si podías tener una bañera como aquella. Yo llevaba allí metida más de una hora.

Trent había llamado a Ivy por mí incluso antes de llegar a los límites de la ciudad y poco después yo también había hablado con ella para decirle que estaba bien, que estaba metida en agua caliente y que no pensaba salir hasta que se helase el infierno. Me había colgado pero yo sabía que todo iba bien entre nosotras.

Arrastré los dedos entre las burbujas y me coloqué bien alrededor del cuello el amuleto para el dolor que me había prestado Trent. No sabía quién lo había invocado, ¿su secretaria, quizá? Todos mis amuletos estaban en el fondo del río Ohio. Me vaciló la sonrisa cuando recordé a las personas que no había podido salvar. No iba a sentirme culpable por poder respirar cuando ellas no lo hacían. Sus muertes eran responsabilidad de Saladan, no mía. O quizá de Kisten. Maldición. ¿Qué iba a hacer respecto a eso?

Cerré los ojos y recé por ellos pero los abrí de repente porque comenzó a resonar una grácil cadencia de pasos vivos que se fueron acercando a toda prisa. Me quedé de piedra al ver una mujer delgada y vestida con elegancia con un traje de chaqueta de color crema taconeando por las baldosas del baño sin previo aviso. Llevaba una bolsa de unos grandes almacenes en un brazo. Su mirada acerada se había clavado en la puerta que llevaba al vestidor y no me vio cuando se desvaneció en él.

Tenía que ser Ellasbeth. Mierda. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Limpiarme las burbujas de una mano y tendérsela? Inmóvil, me quedé mirando la puerta. Tenía la cazadora en una de las sillas y la bolsa de la ropa seguía colgada junto al biombo. Con el pulso acelerado, me pregunté si podría alcanzar la toalla verde antes de que Ellasbeth se diera cuenta de que no estaba sola.

Se detuvo el leve frufrú y yo me hundí en las burbujas cuando volvió a entrar a grandes zancadas y hecha un basilisco. Tenía entrecerrados de furia los ojos oscuros y los altos pómulos se le habían puesto rojos. Se detuvo con una postura rígida, al parecer se le había olvidado la bolsa que todavía llevaba en el brazo. Llevaba el cabello rubio, espeso y ondulado, sujeto en un moño que le daba a su estrecho rostro una belleza austera. Levantó la barbilla, apretó los labios y clavó los ojos en mí en cuanto pasó por el arco.

Así que eso es a lo que se refieren cuando dicen que se congeló el infierno
.

—¿Quién es usted? —dijo, tenía una voz fuerte, dominante y fría.

Esbocé una sonrisa pero sabía que era más bien enfermiza.

—Ah, soy Rachel Morgan. ¿De Encantamientos Vampíricos? —Iba a incorporarme pero cambié de opinión. Odiaba el tono interrogante que se había colado en mi voz pero allí estaba. Claro que quizá fuera porque estaba desnuda salvo por las burbujas y ella iba subida a unos tacones de diez centímetros y vestía un conjunto informal y de excelente gusto que bien podría elegirme Kisten si me llevara de compras a Nueva York.

—¿Qué está haciendo en mi bañera? —Miró con bastante desdén mi ojo morado, que ya empezaba a curarse.

Estiré el brazo para coger una toalla y la arrastré al agua conmigo para taparme.

—Intentando calentarme.

Se le crispó la boca.

—No me extraña —dijo con aspereza—. Es un cabrón de lo más frío.

Cuando salió, me senté de repente y provoqué un maremoto en la bañera.

—¡Trenton! —resonó su voz, dura entre la paz en la que yo me había estado regodeando.

Lancé un resoplido y miré la toalla empapada que se me pegaba al cuerpo. Suspiré, me levanté y quité el tapón con el pie. El agua que giraba alrededor de mis pantorrillas se asentó y empezó a escapar. Ellasbeth había tenido la consideración de dejar todas las puertas abiertas así que podía oírla gritándole a Trent. No estaba muy lejos. Quizá en la mismísima salita. Decidí que mientras la pudiera oír allí fuera, seguramente podría secarme sin interrupciones en el baño. Retorcí la toalla empapada para quitarle el exceso de agua y cogí otras dos secas del radiador.

—Por Dios, Trenton —resonó su voz, amarga y ofensiva—. ¿No podías esperar siquiera a que me hubiera ido para traerte a una de tus putas?

Me puse colorada y los movimientos que hacía para secarme los brazos se hicieron más bruscos.

—Creí que ya te habías ido —dijo Trent con calma, cosa que no ayudó mucho—. Y no es ninguna puta, es una socia mía.

—Me da igual cómo la llames, está en mis habitaciones, so cabrón.

—No había otro sitio para meterla.

—Hay ocho baños en este lado de la casa ¿y la metes en el mío?

Me alegré de tener el pelo ya casi seco y estaba encantada de la vida de que oliera al champú de Ellasbeth. Salté a la pata coja sin demasiado estilo para ponerme las bragas, por suerte solo llevaba las medias que me había llevado de casa cuando me caí al río. Tenía la piel todavía húmeda y se me pegaba todo. Estuve a punto de irme al suelo cuando se me enredó un pie al ponerme los vaqueros y tuve que lanzarme hacia delante para sujetarme a la encimera del baño.

—¡Maldito seas, Trenton! ¡No intentes siquiera decir que es trabajo! —gritaba Ellasbeth—. ¡Hay una bruja desnuda en mi bañera y tú estás ahí sentado con la bata puesta!

—No, escúchame tú a mí. —La voz de Trent era dura como el hierro y pude oír su frustración incluso a dos habitaciones de distancia—. He dicho que es una socia y eso es lo que es.

Ellasbeth lanzó una carcajada dura, casi un ladrido.

—¿De «Encantamientos Vampíricos»? ¡Pero si ella misma me dio el nombre de su burdel!

—Es cazarrecompensas, si es que es asunto tuyo —dijo Trent con tal frialdad que casi pude verle la mandíbula apretada—. Su socia es vampiresa. Es un juego de palabras, Ellasbeth. Rachel me acompañó esta noche en calidad de encargada de seguridad y se cayó al río al salvarme la vida. No iba a dejarla en su despacho medio muerta de hipotermia como un gato callejero. Me dijiste que ibas a coger el vuelo de las siete. Creí que te habías ido y no iba a ponerla en mis habitaciones.

Se produjo un momento de silencio y yo me puse la sudadera con un par de meneos. En algún lugar, en el fondo del río, había varios miles de dólares en suave hilo de oro del peinado de Randy y un pendiente. Al menos el collar había sobrevivido. Quizá el amuleto funcionaba solo para el collar.

—Estabas en el barco… El que estalló… —La voz era más suave pero no había ni una insinuación de disculpa en su repentina preocupación.

En medio del silencio me manoseé un poco el pelo e hice una mueca. Quizá, si tuviera media hora, podría hacer algo con él. De todos modos, a ver cómo me recuperaba de la primera impresión estelar que había hecho. Respiré hondo para tranquilizarme, cuadré los hombros y salí descalza, salvo por los calcetines, a la salita. Café. Olía a café. Con una taza de café todo iría mejor.

—Supongo que entiendes mi confusión —decía Ellasbeth cuando yo dudé junto a la puerta. Mi presencia pasaba desapercibida pero desde allí podía verlos. Ellasbeth se encontraba junto a la mesa redonda del rincón para el desayuno con gesto dócil, como un tigre cuando se da cuenta de que no puede comerse al tipo del látigo. Trent estaba sentado, vestido con una bata verde ribeteada de granate. Llevaba un vendaje de aspecto profesional en la frente. Parecía molesto, cosa lógica cuando tu prometida te acusa de ponerle los cuernos.

—Eso es lo más parecido a una disculpa que voy a oír, ¿no? —dijo Trent.

Ellasbeth dejó la bolsa de los grandes almacenes y se puso una mano en la cadera.

—La quiero fuera de mis habitaciones. Me da igual quién sea.

Los ojos de Trent se posaron en los míos como si los atrajeran y yo hice una mueca de disculpa.

—Quen la va a llevar a casa después de una cena ligera —le dijo—. Puedes acompañarnos si quieres. Como ya he dicho, creí que te habías ido.

—Cambié el billete a un vuelo vampírico para poder estar más tiempo de compras.

Trent volvió a mirarme una vez más para indicarle a Ellasbeth que no estaban solos.

—¿Te has pasado seis horas de tiendas y solo tienes una bolsa? —dijo, en su voz se ocultaba la más leve de las acusaciones.

Ellasbeth siguió la mirada de su novio y al fijarse en mí disimuló a toda prisa su cólera tras una expresión agradable. Pero yo le noté la frustración, solo quedaba por ver cómo iba a manifestarse. Yo apostaba por dardos envenenados ocultos y desaires disfrazados de cumplidos. Aunque yo estaba dispuesta a ser agradable siempre que ella lo fuera.

Salí con los vaqueros, la sudadera de los Howlers y una gran sonrisa.

—Eh, bueno, gracias por el amuleto para el dolor y por dejar que me aseara, señor Kalamack. —Me detuve junto a la mesa, se respiraba una incomodidad tan densa y asfixiante como una tarta de queso mal hecha—. No hace falta molestar a Quen. Puedo llamar a mi socia para que venga a recogerme. Seguro que ya está aporreando la verja a estas alturas.

Trent hizo un esfuerzo visible por purgar la cólera de su postura. Puso los codos en la mesa de modo que le cayeron las mangas de la bata y mostraron el vello rubio de los brazos.

—Preferiría que Quen la llevara a casa, señorita Morgan. No tengo un interés especial en hablar con la señorita Tamwood. —Miró entonces a Ellasbeth—. ¿Quieres que llame al aeropuerto por ti o vas a quedarte una noche más?

Una frase totalmente desprovista de cualquier invitación.

—Me quedo —dijo la joven con voz tensa. Dobló la cintura, recogió la bolsa y se dirigió a su puerta. Observé sus pasos rápidos y forzados y vi en ellos una peligrosa combinación de cruel indiferencia y ego.

—No es más que una niña, ¿verdad? —dije cuando el sonido de sus tacones se perdió en la moqueta.

Trent parpadeó y separó los labios.

—Sí, así es. —Después me invitó a sentarme con un gesto—. Por favor.

Sin saber muy bien si quería comer con aquellos dos, me senté con cautela en la silla que estaba enfrente de Trent. Mi mirada se posó en la ventana de imitación que se extendía por toda la pared que ocupaba la pequeña y hundida salita que teníamos al lado. Eran poco más de las once según los relojes que había visto y la noche era oscura, sin luna.

—Lo siento —dije mientras posaba la mirada en el arco que llevaba a las habitaciones de Ellasbeth.

Trent apretó la mandíbula por un instante y después se relajó.

—¿Puedo ofrecerte un poco de café?

—Claro. Estupendo. —Estaba a punto de desmayarme de hambre y el calor del baño me había dejado agotada. Levanté la cabeza y abrí mucho los ojos cuando una mujer madura y corpulenta con un delantal salió sin prisas de la pequeña cocina metida al fondo de la habitación. Se veía buena parte de la cocina desde la mesa pero yo no había advertido su presencia hasta entonces.

Me dedicó una sonrisa que envolvió todo su rostro y me puso delante una taza de aquel café de aroma celestial antes de rellenar la taza de té de Trent, más pequeña que la mía, con un brebaje de color ámbar. Creí oler a gardenias pero tampoco estaba segura.

—Bendita sea —dije mientras rodeaba la taza con las manos y aspiraba el vapor.

—No hay de qué —dijo con la calidez profesional de una buena camarera. Después se volvió hacia Trent con una sonrisa—. ¿Qué va a ser esta noche, señor Kalamack? Ya es casi demasiado tarde para una cena como es debido.

Mientras soplaba mi café, mis pensamientos recayeron en los diferentes horarios de bruj s y elfos, me pareció interesante que una de las especies estuviera despierta en todo momento y que, sin embargo, la cena fuera más o menos a la misma hora para los dos.

—Oh, que sea algo ligero —dijo Trent, que era obvio que intentaba relajar el ambiente—. Tengo litro y medio del río Ohio por digerir. ¿Qué tal un desayuno en lugar de la cena? Lo de siempre, Maggie.

La mujer asintió, el cabello blanco sujeto firmemente a la cabeza ni se movió.

—¿Y usted, querida? —me preguntó.

Yo miré a Trent y después a la mujer.

—¿Qué es «lo de siempre»?

—Cuatro huevos fritos muy hechos y tres tostadas de pan de centeno hechas solo por un lado.

Sentí que me ponía pálida.

—¿Y eso es una comida ligera? —dije antes de poder contenerme.

Trent se colocó el cuello del pijama, que asomaba debajo de la bata.

—Un gran metabolismo.

Recordé entonces que Ceri y él nunca parecían tener frío y que la temperatura del río tampoco le había afectado.

—Oh —dije cuando me di cuenta que la señora seguía esperando—. Lo de las tostadas suena bien pero creo que voy a rechazar los huevos.

Trent alzó las cejas, tomó un sorbo de té y me miró por encima del borde de la taza.

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