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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (21 page)

BOOK: Área 7
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Una vez el helicóptero se hubo detenido, saltó del asiento del piloto y se dirigió a la trampilla, mientras Elvis corría a la puerta izquierda trasera y la abría para que Sex Machine pudiera entrar.

Sex Machine estaba en serios apuros.

A diferencia del
Marine One
, su vehículo tractor Volvo no era blindado y se estaba llevando golpes y balas por todos los flancos.

Chirridos de neumáticos, impactos de balas, cristales volando en añicos por los aires…

Y en esos momentos tenía que llegar hasta el
Marine One.

Su mayor problema, sin embargo, era que acababa de girar el vehículo para volver a pasar junto a los hombres del séptimo escuadrón apostados en el lado este de la plataforma cuando Schofield se había comunicado con ellos.

En esos momentos estaba al otro lado del hueco del elevador, lejos del
Marine One
, rumbo al norte, y ya no podía atajar por la plataforma elevadora, pues esta estaba descendiendo.

Tendría que girar de nuevo.

Más balas impactaron en su vehículo cuando tres soldados del escuadrón aparecieron justo delante de él y lo atacaron con una terrible ráfaga de fuego.

Las balas acribillaron la cabina del conductor.

Dos de las balas impactaron en el hombro izquierdo de Sex Machine, que empezó a sangrar.

Sex Machine gritó de dolor.

Otra ráfaga de disparos impactó en ambas ruedas delanteras y estas se pincharon con gran estruendo, y de repente la cucaracha estaba fuera de control, precipitándose hacia el borde del hueco del elevador y a una caída de (en ese momento) tres metros hasta la plataforma en lento descenso.

Pero, de algún modo, logró no caer. El vehículo rebotó en la esquina noreste del borde del hueco, pasando a gran velocidad junto a los hombres del séptimo escuadrón que lo habían acribillado a tiros, hasta darse de bruces con los restos del Nighthawk Dos, que seguía junto a la pared norte del hangar, unido a su vehículo tractor y con la cabina reventada. Justo donde Libro II lo había dejado hacía noventa minutos.

Elvis vio el choque desde el
Marine One
, vio que la cucaracha de Sex Machine se abalanzaba sobre el Nighthawk Dos hasta quedar encajada en un lateral del maltrecho helicóptero.

Y entonces vio que tres soldados corrían hacia ella.

—Oh, no —murmuró.

Mientras tanto, Schofield, Libro II, Juliet y el presidente (todavía vestidos con los uniformes negros del séptimo escuadrón) estaban librando su propia batalla.

La plataforma elevadora en descenso se había convertido en un foso rodeado por las cuatro paredes del hueco y, con los restos del AWACS desperdigados por el suelo de la plataforma, aquello parecía un laberinto de metal retorcido.

Siete miembros de la unidad Bravo avanzaban por entre los restos del avión, buscándolos, dándoles caza.

Schofield condujo a su gente al extremo este de la plataforma, encabezando la marcha, salvando los obstáculos, atento al enemigo, pero también buscando algo en el suelo, algo que había colocado antes…

Allí.

El trozo de ala rota seguía donde lo había dejado.

Schofield corrió hacia allí. Se hallaba sobre una esquina de la plataforma, entre las paredes norte y este. Con ayuda de Libro II, levantó la sección del ala. Había un agujero cuadrado de considerable tamaño en el suelo.

El agujero mediría tres metros cuadrados. Era esa parte de la plataforma que habitualmente albergaba el minielevador extraíble.

En esos momentos, la sección extraíble de la plataforma elevadora se encontraba a unos cuatro metros y medio por debajo de ellos, inmóvil, esperándolos.

Al colocar encima la sección rota del ala momentos antes, Schofield se había asegurado de que el séptimo escuadrón no supiera de la existencia de esa salida.

Era su vía de escape.

—Sex Machine, ¿sigues con vida? —gritó Elvis a su micro desde la cabina del
Marine One.

—Aggh, joder… —fue la respuesta.

—¿Puedes moverte?

—Sal de aquí, tío. Estoy acabado. Me han disparado y me he roto el tobillo en el choque…

—No dejaremos a nadie atrás —dijo otra voz con firmeza por la misma frecuencia.

Era la voz de Schofield.

—Elvis, usted y Zorro salgan de ahí. Estoy más cerca, yo me encargo de Sex Machine. Sex Machine, aguante. Voy a por usted.

En la plataforma elevadora, Schofield se volvió y miró hacia arriba.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Libro II.

—Voy a por Sex Machine —dijo Schofield mientras contemplaba los restos del fuselaje del AWACS. El avión seguía inclinado hacia arriba (morro abajo, cola arriba) y la sección trasera continuaba sobresaliendo por encima del borde del suelo del hangar. Pronto desaparecería por el hueco a medida que la plataforma siguiera descendiendo.

—Lleven al presidente abajo —les dijo a Libro II y a Juliet.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Juliet.

—Voy a rescatar a mi hombre —dijo Schofield—. Nos encontraremos abajo.

Y, tras decir eso, corrió hacia el bosque de metal entrelazado que los rodeaba.

Libro II y Juliet observaron cómo se marchaba. A continuación se dispusieron a bajar al minielevador que los esperaba bajo la plataforma.

Schofield corrió.

Subió por la empinada ala izquierda del AWACS destrozado.

Llegó al extremo del ala y a continuación se valió de algunas abolladuras en el lateral del fuselaje para trepar al techo del avión. Fue entonces cuando lo vieron dos hombres de la unidad Bravo desde la plataforma.

Sus P-90 cobraron vida.

Pero Schofield no paró de moverse. Siguió corriendo, ascendiendo por el techo inclinado del avión hacia el punto donde la sección trasera del avión estaba a punto de desaparecer del campo de visión del hangar principal.

Llegó al extremo posterior del techo del avión justo cuando este quedó por debajo del borde del hueco y saltó (hacia delante, con todas sus fuerzas). Aterrizó con un golpe sordo, de cabeza, alejado de la línea de fuego, sobre el reluciente suelo de hormigón del hangar, a seis metros de la cucaracha colisionada de Sex Machine.

Alzó la vista en el preciso instante en que tres soldados del séptimo escuadrón llegaban a la puerta de la cucaracha.

Sex Machine suspiró cuando vio el cañón de un subfusil P-90 a escasos centímetros de su cara.

Los rasgos del soldado del séptimo escuadrón que sostenía el arma quedaban ocultos por la máscara antigás, que le cubría medio rostro, pero no así sus ojos. Y estos brillaban de satisfacción.

Sex Machine cerró los ojos, esperando a que llegara el final.

¡Blam!

Seguía vivo.

Confuso, abrió los ojos de nuevo, y vio a su ejecutor con solo media cabeza, balanceándose inestable sobre sus pies. A continuación, el soldado cayó a cámara lenta al suelo.

Los otros dos soldados se giraron al momento y fueron abatidos por una feroz ráfaga de disparos. Desaparecieron de su campo de visión y entonces, para completa sorpresa de Sex Machine, en su lugar vio…

A Espantapájaros.

Vestido con el uniforme negro del séptimo escuadrón.

—Vamos —dijo Schofield—. Saquémosle de aquí.

* * *

Libro II aterrizó en la cubierta antideslizante del minielevador, junto a Juliet y al presidente, a dos metros y medio de la plataforma en descenso.

Ensombrecidos bajo la plataforma principal, estaban sumidos en la oscuridad más completa.

Tan pronto como todos estuvieron en el minielevador, Juliet pulsó un botón de una pequeña consola del suelo.

El minielevador extraíble comenzó a descender rápidamente por el lateral del hueco, sobre sus propios raíles dispuestos en la pared, a mayor velocidad que la gigantesca plataforma que se hallaba encima.

Alejándose del enemigo.

Schofield se dispuso a sacar a Sex Machine de la cucaracha.

Mientras lo hacía, vio varias armas desperdigadas por la cabina de mando reventada del Nighthawk Dos: un par de MP-10, algunas granadas, una pistola semiautomática Desert Eagle del calibre 44 y, para enorme gozo de Schofield, dos armas similares a pistolas que seguían en sus fundas de cuero negro. La explosión debía de haber reventado la armería del Nighthawk Dos.

Parecían unas Tommy de tecnología puntera; cada una de ellas constaba de un cañón corto y grueso y dos empuñaduras. Del cañón del arma, sin embargo, sobresalía un gancho de cromo con una cabeza magnética.

Era el famoso Armalite MH-12 Maghook, cuyo poderoso imán le permitía adherirse a superficies metálicas verticales.

—Oh, sí—dijo Schofield mientras cogía los Maghook y le pasaba uno a Sex Machine. También cogió el subfusil MP-10 y la Desert Eagle, que se metió tras el cinturón…

¡Ting!

En ese momento, las puertas del ascensor de personal se abrieron de repente…

¡Y de este salieron diez hombres del séptimo escuadrón fuertemente armados!

Pitón Willis y los hombres de la unidad Charlie.

A Pitón casi se le salen los ojos de sus órbitas al ver a Schofield tan cerca y vestido como ellos.

Sus hombres alzaron los P-90 al instante.

—Oh, mierda —dijo Schofield mientras metía de nuevo a Sex Machine en la cabina del conductor del vehículo y él también se encaramaba al interior cuando una ráfaga de disparos impactó en el armazón de la cucaracha.

Schofield metió la marcha atrás, rogando a Dios que siguiera funcionando, y pisó a fondo el acelerador.

La cucaracha chirrió y de sus neumáticos posteriores comenzó a salir humo. El vehículo salió disparado hacia atrás, separándose de los restos del Nighthawk Dos, levantando chispas del suelo.

La cucaracha siguió avanzando apresurada por el suelo del hangar, marcha atrás, y por poco no cayó por el hueco del elevador mientras se dirigía como un bólido hacia la barricada abandonada al este del hueco de la plataforma.

Schofield se volvió sobre su asiento mientras conducía y vio que la barricada se acercaba hacia ellos un segundo demasiado tarde.

Pisó el freno y el vehículo de tres toneladas dio un giro de ciento ochenta grados. El extremo delantero giró como un bate de béisbol y se llevó por delante la barricada. Las cajas y las maletas Samsonite salieron despedidas por el aire.

La cucaracha se detuvo.

En la cabina del conductor, Schofield se tambaleó hacia delante. Cuando levantó la vista para ver dónde se encontraba, se sorprendió al ver que, justo junto a su puerta, a menos de medio metro, se hallaba la silla sobre la que descansaba el maletín del presidente: el balón nuclear.

Joder.

El asa del maletín seguía unida al suelo por el cordón de titanio pero, como el presidente había logrado reiniciar la cuenta atrás de noventa minutos, los soldados del séptimo escuadrón lo habían dejado abandonado, dando por sentado que el único objetivo del presidente era salir de allí.

Y ahí, pues, estaba el balón nuclear, solo, sin vigilancia alguna.

Schofield vio la oportunidad y la aprovechó.

Salió de la cabina del conductor y se deslizó por el suelo hasta el balón.

Los hombres de la unidad Charlie estaban disparando desde el otro lado del hangar con sus armas en ristre, descargando miles de balas por minuto sobre la maltrecha cucaracha.

Parapetado tras el vehículo tractor, Schofield sacó uno de los diminutos revientacerrojos del séptimo escuadrón, lo colocó en el tachón que fijaba el balón al suelo, pulsó el botón y se apartó.

Uno…

Dos…

Tres…

La explosión fue breve y brusca.

Con un sonoro crujido, el tachón se soltó del suelo y, de repente, el balón (y el cordón de titanio, aún unido a él) quedó libre.

Schofield lo cogió y se metió de nuevo en la cabina del conductor, en el mismo y preciso momento en que llegaba el primero de los soldados del escuadrón.

Dos de ellos saltaron a la parte trasera de la cucaracha, aterrizando sobre esta en el mismo instante en que Schofield pisaba el acelerador. La cucaracha aceleró y tan brusco movimiento hizo que uno de los soldados se cayera del vehículo tractor.

El segundo soldado tuvo mejores reflejos. Soltó el P-90 para disponer de otra mano con la que agarrarse y logró asirse al techo del vehículo.

Schofield giró el vehículo y las ruedas chirriaron y el motor rugió. Y todo ello con un pasajero extra.

Vio el
Marine One
delante, al oeste del hueco del elevador. Sus palas seguían girando.

Allí era adonde quería ir. Llegar al
Marine One
, meterse en él y salir por la escotilla del suelo para escapar por el conducto de ventilación situado justo debajo.

Pero sus esperanzas se esfumaron cuando vio a los tres hombres de la unidad Alfa aparecer al otro lado del helicóptero presidencial con sus armas en ristre.

Listos para disparar.

Pero, por algún motivo, no abrieron fuego.

¿Por qué no dispa…?

Con sorprendente rapidez, la ventana trasera de la cabina del conductor (justo detrás de la cabeza de Schofield) estalló en añicos y un par de manos enguantadas aparecieron a ambos lados de la cabeza de Schofield, una de ellas blandiendo un cuchillo.

Era el soldado de la parte trasera de la cucaracha. Con la cabeza por encima de la cabina del conductor, estaba intentando ahogar a Schofield.

Por acto reflejo, Schofield cogió la mano del soldado que blandía el cuchillo mientras la otra mano se agarraba frenéticamente a su rostro.

Seguían yendo hacia el
Marine One
y la cucaracha (con las dos ruedas delanteras pinchadas y su conductor luchando por su vida) avanzaba temerariamente por el hangar.

Schofield, que seguía forcejeando con el soldado, vio el
Marine One
delante de ellos, vio el rotor de cola girando a gran velocidad, un círculo borroso y en movimiento a unos dos metros del suelo, unos centímetros por encima del techo de la cucaracha.

No había un instante que perder.

Schofield hizo que la cucaracha derrapara y esta comenzó a colear en zigzag, metiéndose debajo del rotor de cola del
Marine One
, de manera tal que sus hélices casi rozaron el techo del vehículo.

Entonces oyó el grito de terror del soldado y, de repente, el grito se apagó cuando el rotor de cola le seccionó la cabeza y una impactante cascada de sangre comenzó a caer desde el techo de la cabina del conductor.

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