Entre tanto Doc y sus hombres volvieron a meterse en un taxi y se hicieron llevar a una fonda modesta del barrio de los franceses.
Espiándoles desde la calle Bugs les oyó pedir hospedaje y después que ascendieron al piso alto echó a andar detrás de ellos.
Subió la escalera revólver en mano. Una vez en el hall del primer piso oyó ruido de pasos. El fondista regresaba de instalar en sus habitaciones a los recién llegados.
Entonces se ocultó detrás de unas cortinas y levantó el revólver.
Confiaba en no ser visto, pues además de taparle la cortina estaba el hall algo oscuro y, efectivamente, así fue.
El fondista pasó junto a él sin soñar que hubiera oculto un hombre tras las cortinas.
Bugs dejó pasar un minuto y después echó a andar corredor abajo.
Percibió el sonido de unas voces familiares, en particular una de ellas, atronadora, como piedra que rodara sobre un tambor.
Él la recordaba muy bien: pertenecía a aquél Leviatán de forma humana que derribaba las puertas con el puño.
El corredor estaba alfombrado. De puntillas se acercó Bugs a una puerta.
Algo crujió bajo sus pies, probablemente un pedazo de galleta o una corteza de pan, por lo que no hizo caso. Se inclinó y aplicó el oído al ojo de la llave.
¡Percibía claramente lo que se hablaba al otro lado de la puerta!
—El bribón que se llama a sí propio el Araña Gris —decía en aquel instante Doc Savage— es astuto en grado sumo y para llegar hasta él debemos madurar antes un plan.
—¡Ansío entrar en acción! —cloqueó Monk—. ¿Qué debo hacer? ¿Coger a puñados hombres como los que nos han asaltado hoy? ¡Eso es tan sencillo como entablar batalla con los mosquitos!
—No. Esta vez no se trata de eso —replicó Doc—. Por lo contrario, deseo que utilices la inteligencia que Dios te ha dado y que nadie te atribuiría. Vas a ser un famoso químico alemán especializado en la fabricación de gases ponzoñosos. Hace poco vendiste una de tus fórmulas secretas a una nación enemiga, te descubrieron y desde entonces huyes de los agentes secretos de tu país. Temes que estos le maten, ¿comprendes?
—Tú lo dices —los ojillos de Monk relucían de contento.
—Bien —Doc sonrió—. Entrarás en la región de los pantanos como hombre que busca un lugar donde esconderse. Tu verdadero propósito será, en el fondo, conseguir que el Araña Gris te afilie a su banda, manera de que descubras algo si antes no mueres de resultas de la mordedura de un reptil, si no eres comido por los caimanes, te acribillan a balazos los hombres-mono o te manda asesinar el Araña Gris una vez le inspires sospechas.
Monk no dejó una vez sola de sonreír.
—¡Tú estás de broma, Doc! —observó al cabo.
—Renny —continuó Savage, encarándose con el ingeniero de los duros puños—. Esta tarde volarás en aeroplano a Baton Rouge y allí visitarás al Gobernador de la Luisiana. Antes sostendré con él una conferencia telefónica y espero que te nombrará batidor de bosque en comisión especial. Tu educación te capacita de sobras para este cargo. Penetra en las marismas y al igual que Monk procura descubrir algo definitivo respecto al Araña Gris.
—Conque me conviertes en espía,¿eh? —dijo con una mueca Renny.
—Sí. Confío en que nos dé un excelente resultado.
Las doradas pupilas de Doc se clavaron en Long Tom, el mago de la electricidad.
—Tú colocaras líneas adicionales a las grandes líneas telefónicas de las compañías madereras del país y procurarás captar toda conversación importante sostenida a través de ellas. Naturalmente esto traerá consigo el alquiler de un ejército de taquígrafos expertos, pues ya se supone que un hombre sólo no puede atender simultáneamente a veinte o treinta teléfonos.
Long Tom hizo un gesto de asentimiento.
—Claro está —repuso—. Ante todo procuraré captar la conversación sostenida por las líneas telefónicas de las compañías que pertenecen hoy al Araña Gris o sea las pertenecientes a la Worldwide, la Bayon, Sash y Door, etcétera.
—Esta es mi idea, precisamente.
Sobre Johnny se posó entonces la mirada de Doc. El mago geólogo y arqueólogo se sonrió como un niño.
—¿Cuál es mi papel en la busca y captura del Araña? —inquirió.
—El más duro de todos, Johnny —repuso gravemente el jefe—. Tan peligroso, que si no me conociera el Araña por descripción lo asumiría sin vacilar. Si se me exceptúa, tú eres el único que puede desempeñarlo a la perfección gracias a tu conocimiento de los pueblos primitivos, de sus supersticiones y creencias religiosas.
—¿Lo cual significa…?
—¡Que penetraras en la marisma en calidad de Gran Sacerdote de la secta vudú! —replicó Doc.
Johnny demostró una ansiedad manifiesta.
—¡No podías haberme buscado papel que mejor me cuadrara! —exclamó—. Pues he hecho un extenso estudio del vuduismo en el mediodía de nuestro país, en Haití y en el África.
—¡Ten presente que es peligrosísimo! —le advirtió Savage.
Johnny se serenó al instante.
—Ya lo sé, pero puedo desempeñarlo —manifestó.
—¿Dominas bien el idioma defectuoso empleado por los hombres-mono?
—No del todo, pero ya me arreglaré, no te preocupes. Hablo con facilidad el patois francés de Haití y fingiré haber nacido en este país.
—¡O.K.! —Doc se puso en pie, aproximose rápidamente a la puerta y la abrió—. Delante de ella vio tendido un hombre, dormido, a juzgar por su respiración acompasada.
—¡Anda! Y nosotros que hablábamos en voz alta —observó Monk—.¿Quién es él?
—Un tal Bugs —explicó Doc, ex-detective de la compañía maderera Danielsen y Haas.
—¿Qué ha sucedido?
—Nada —replicó suavemente Doc Savage—. Se ha quedado dormido, como veis, mientras nos escuchaba.
Monk emitió un bufido.
—¡No nos engañes! —advirtió—. ¿Qué es lo que le obliga a dormir así?
Doc le señaló con el dedo varios tubitos de cristal que había en el suelo, del tamaño de una uva y llenos de un líquido incoloro.
—Un poderoso anestésico —explicó—. Por vía de precaución los dejé caer donde se encuentran al entrar en el cuarto, y Bugs ha tenido la desgracia de pisarlos.
Eran dichos tubitos lo que Bugs había confundido, pues, al pisarlos, con una corteza de pan; sin embargo, jamás supo esta verdad.
Encuentro en la marisma
Monk partió para transformarse en un ser fuera de la ley, en el químico que huía de los espías de una nación extranjera; Renny para recibir de manos de un gobernador de la Luisiana el nombramiento de batidor de bosque en comisión especial; Long Tom convertida su cabeza en un hervidero de ideas respecto a la campaña que pensaban emprender y que jamás sería igualada por ningún otro mortal.
Entre tanto, Johnny y Doc agregaban al detective a la colección de durmientes alojados en la habitación del hotel.
Tan numerosa era aquélla, que hubo que alquilar otro dormitorio y después Doc se aseguró de que cada uno de ellos continuaba sometido a la influencia del narcótico que les libraba de todo mal y al propio tiempo les inutilizaba.
—Doce, trece, ¡catorce!— contó Johnny—. Si esto continúa así tendrán que pedir un tren especial. ¡Menudo gasto y no pocas molestias van a ocasionarle!
—Olvidas que saldrán del Reformatorio convertidos en dignísimos ciudadanos y por ello vale la pena de atenderlos —replicó Doc.
—Todavía no comprendo cómo se lleva a cabo su reforma —observó riendo el arqueólogo—. Me sorprende que estos pillos varíen hasta el punto de ser hombres honrados… quieran o no quieran.
—La explicación de este hecho es muy compleja para que entremos en detalles —le dijo Doc—. Basta saber que se emplean varios métodos para conseguir la regeneración de un malvado. En general se procura borrar en su mente el recuerdo del pasado mediante intrincadas operaciones del cerebro y después se les proporciona un medio de vida que les capacita para ser dignos ciudadanos.
«Dicho de otro modo: se hace le vacío en su inteligencia y se les enseña la moral de que carecen. Una vez en libertad no se les ocurre volver a ser criminales sencillamente porque han olvidado que lo fueron alguna vez.»
Así hablando los dos amigos salieron del hotel y se dirigieron al aeródromo donde había dejado Doc su aeroplano.
De él sacó una caja de metal parecida a las que usaban nuestros abuelos para guardar los telescopios, se retiró a una residencia particular y allí alquiló una habitación.
—¡Desnúdate! —ordenó una vez dentro de ella a Johnny.
Este obedeció. Doc abrió la caja que era un estuche de aseo completo y con los ingredientes que sacó de él tiñó la piel de su amigo, de pies a cabeza, de un color amarillo terroso.
Hecho esto aplicó un tinte negro a sus ralos cabellos y les sometió a un rizo permanente.
—Ni la pintura ni el rizo se van con el agua —le advirtió.
—¡Humo sagrado! —exclamó Johnny—. ¿Quieres decir que tendré que andar así por la calle mientras no se me caiga la pintura?
—Eso es —cloqueó Doc—. Esto será de aquí unos seis meses, sobre poco más o menos.
Una vez hubo concluido de arreglar a Johnny se apartó de él unos pasos.
—¡Ya te tengo, cara negra! —dijo en broma.
En el lugar ocupado antes por Johnny había un hombre sentado con las piernas abiertas, flaco y huesoso, de gruesos labios y nariz aplastada.
Varias cicatrices daban carácter a sus ojos.
—¡Bien! —dijo, imitando el dialecto conglomerado de los habitantes de la marisma—. Acabaste, ¿non?
—Sí. ¡Estás estupendo! —repuso Doc—. ¿Cómo te llamas, hombre de los pantanos?
—Nombre mío es: Pete. ¿Qué?
—Bueno. Lo malo es tu estatura. Lo menos aventajas a los hombres-mono era un palmo. ¡Quiera Dios que no reparen en ello!
Los dos hombres se separaron.
Doc volvió al edificio de la Danielsen y Haas para custodiar a Eric el Gordo y su hija y aguardar en él noticias de sus hombres.
Johnny penetró en el barrio de los franceses. Doc le había provisto de un collar de amuletos y jugueteaba con él cuando reparaba que le observaba algún transeúnte que por su aspecto le parecía pertenecer al culto del Mocasín.
El resultado de esto fue perder toda una tarde inútilmente. Por el aspecto de las cosas de Nueva Orleans jamás había oído hablar del vudú y muchísimo menos del culto del Mocasín a cuya cabeza figuraba el malvado Araña Gris.
—Pues, señor: tendré que ir a la marisma —murmuró. Dándose cuenta entonces de que hablaba en su lengua normal, añadió—: Mi no siente una gran predilección por ella. ¡Whew! ¡Tengo incluso que pensar en este lenguaje infernal para estar seguro!
Se metió en un teléfono público y llamó a Doc Savage.
—No he hecho nada bueno, te lo participo. Me parece que ya no volveré a comunicar contigo en algún tiempo —dijo.
—Antes ve junto al lago Pouchartrain, cerca del antiguo fuerte español —ordenó Doc.
—¿Eh? —hizo sorprendido Johnny.
—Estaré allí poco después del anochecer.
—¡Ah! ¡O.K.! —sonrió Johnny—. No faltes.
Con el advenimiento de las tinieblas ascendió de la ciudad y sus alrededores un vaho pegajoso. Transparente, caliginosa, aquella tiniebla atenuaba el fulgor de la luna, era agitada por la brisa del Golfo de modo tal, que la atmósfera aparecía cubierta de finísimas partículas semejantes a cenizas; la cárdena luz de los relámpagos surcaba el horizonte en todas direcciones.
Convertido en un caballero de color, de aspecto un tanto siniestro cruzó Johnny el City Park anejo al antiguo fuerte español.
En aquel punto el San Juan, largo, estrecho brazo de río, vertía sus aguas en el plácido lago Pouchartrain.
Johnny se instaló tras de un aromático magnolio y prestó oído. Los automóviles hacían sonar sus claxons allá, en la distante Gentil Road y más cerca en las avenidas del parque.
Detrás de él, hacia el Sur, las luces de la parte comercial de la ciudad se reflejaban con nebuloso fulgor en las nubes.
De pronto percibió Johnny una serie de sonidos broncos. Era como si alguien próximo a él tuviera en la mano una abeja y la dejara agitar sus alas con intervalos de un minuto. Al aumentar en intensidad los identificó el geólogo.
—¡Es un hidroplano! —exclamó en voz alta—, y va a amarar en el lago.
Entonces el motor dejó de zumbar. Sus sonidos broncos se convirtieron en sibilantes. Su escape era ahogado.
—¡Es la nave de Doc! —concluyó Johnny—. No conozco ninguna otra que esté dotada de amortiguadores.
Se sonrió. ¡Doc iba a conducirle a la marisma en avión! Esto lo simplificaba todo.
Durante la tarde debió substituir por flotadores el tren de aterrizaje de que estaba dotada la nave y debió hacerlo muy de prisa porque aquellos no faltaban en su equipo.
Atrevidamente avanzó hasta la orilla del lago.
No temía la asechanza de un peligro, pues sabía positivamente que nadie le había seguido hasta allí, de modo que no se molestó en ahogar el ruido de sus pasos ni en ocultarse en la sombra.
Esto fue una equivocación.
—¡Psi-i-i!
Algo salió de la sombra proyectada por un árbol cercano, se enroscó al cuello de Johnny, tiró de él, le obligó a tambalearse.
Johnny le echó la zarpa. Era un lazo de metal semejante a la cuerda de un piano.
De un nuevo tirón se lo introdujeron en la carne de la garganta y después le asaltaron tres hombres-mono que salieron del cono de sombra proyectado por el árbol. Uno de ellos blandió un cuchillo afilado como hoja de afeitar.
Un compañero detuvo su mano.
—¡Non! —le grito—. El Araña Gris quiere hablarle.
Johnny le asestó un puntapié y tal energía puso en el ataque, que el tacón de su bota empujó el estómago del enemigo y tropezó en una de sus costillas. El agredido cayó pesadamente de espaldas.
Pero entonces Johnny recibió un bastonazo en la cabeza. Luces multicolores brillaron súbitamente ante sus ojos mezclándose con ellas vivas llamaradas.
Esto y el lazo de alambre, que cada vez ceñía el cuello con más fuerza, debilitaron su energía. Decayeron sus fuerzas, sus movimientos se tornaron más pausados. Era como un reloj al que se le acaba la cuerda.
—Bien —comentó uno de los hombres-mono—. Esto se acaba.
Y se acaba, realmente, mas no como el hombre esperaba.
Súbitamente sonó en el lugar de la lucha una nota escalofriante por lo inesperada. Era y no era un silbido.