Así habló Zaratustra (15 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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Dulzona y excesivamente blanda se pone en su mano la fruta: al árbol frutal su mirada lo vuelve fácil de desgajar por el viento y le seca el ramaje.

Y más de uno que se apartó de la vida, se apartó tan sólo de la chusma: no quería compartir pozo y llama y fruta con la chus­ma.

Y más de uno que se marchó al desierto y padeció sed con los animales rapaces, únicamente quería no sentarse con ca­melleros sucios en torno a la cisterna.

Y más de uno que vino como aniquilador y como graniza­da para todos los campos de frutos, sólo quería meter su pie en la boca de la chusma y así tapar su gaznate.

Y el bocado que más se me ha atragantado no es saber que la vida misma necesita enemistad y muerte y cruces de tortu­ra:

Sino que una vez pregunté, y casi me asfixié con mi pregun­ta: ¿Cómo? ¿La vida tiene necesidad también de la chusma? ¿Se necesitan pozos envenenados, y fuegos malolientes, y sueños ensuciados, y gusanos en el pan de la vida?

¡No mi odio, sino mi náusea es la que se ha cebado insacia­blemente en mi vida! ¡Ay, a menudo me cansé del espíritu cuando encontré que también la chusma es rica de espíritu!

Y a los que dominan les di la espalda cuando vi lo que ellos llaman ahora dominar: chalanear y regatear por el poder - ¡con la chusma!

Entre pueblos de lengua extraña he habitado con los oídos cerrados: para que la lengua de su chalaneo permaneciese ex­traña a mí, y su regatear por el poder.

Y tapándome la nariz he pasado con disgusto a través de todo ayer y todo hoy: ¡en verdad, todo ayer y todo hoy hiede a chusma que escribe!

Igual que un lisiado que se hubiera quedado sordo y ciego y mudo: así viví yo largo tiempo, para no vivir con la chusma del poder, de la pluma y de los placeres.

Fatigosamente subía escaleras mi espíritu, y con cautela; li­mosnas de placer fueron su alivio; apoyada en el bastón se arrastraba la vida para el ciego.

¿Qué me ocurrió, sin embargo? ¿Cómo me redimí de la náusea? ¿Quién rejuveneció mis ojos? ¿Cómo volé hasta la al­tura en la que ninguna chusma se sienta ya junto al pozo?

¿Mi propia náusea me proporcionó alas y me dio fuerzas que presienten las fuentes? ¡En verdad, hasta lo más alto tuve que volar para reencontrar el manantial del placer!

¡Oh, lo encontré, hermanos míos! ¡Aquí en lo más alto bro­ta para mí el manantial del placer! ¡Y hay una vida de la cual no bebe la chusma con los demás!

¡Casi demasiado violenta resulta tu corriente para mí, fuente del placer! ¡Y a menudo has vaciado de nuevo la copa queriendo llenarla!

Y todavía tengo que aprender a acercarme a ti con mayor modestia: con demasiada violencia corre aún mi corazón a tu encuentro:

Mi corazón, sobre el que arde mi verano, el breve, ardiente, melancólico, sobrebienaventurado: ¡cómo apetece mi cora­zón estival tu frescura!

¡Disipada se halla la titubeante tribulación de mi primavera! ¡Pasada está la maldad de mis copos de nieve de junio! ¡En vera­no me he transformado enteramente y en mediodía de verano!

Un verano en lo más alto, con fuentes frías y silencio biena­venturado: ¡oh, venid, amigos míos, para que el silencio resul­te aún más bienaventurado!

Pues ésta es nuestra altura y nuestra patria: en un lugar de­masiado alto y abrupto habitamos nosotros aquí para todos los impuros y para su sed.

¡Lanzad vuestros ojos puros en el manantial de mi placer, amigos míos! ¡Cómo habría él de enturbiarse por ello! ¡En respuesta os reirá con su pureza!

En el árbol Futuro construimos nosotros nuestro nido; ¡águilas deben traernos en sus picos alimento a nosotros los so­litarios!
{175}

¡En verdad, no un alimento del que también a los impuros les esté permitido comer! ¡Fuego creerían devorar y se abrasa­rían los hocicos!

¡En verdad, aquí no tenemos preparadas moradas para im­puros! ¡Una caverna de hielo significaría para sus cuerpos nuestra felicidad, y para sus espíritus!

Y cual vientos fuertes queremos vivir por encima de ellos, vecinos de las águilas, vecinos de la nieve, vecinos del sol: así es como viven los vientos fuertes.

E igual que un viento quiero yo soplar todavía alguna vez entre ellos, y con mi espíritu cortar la respiración a su espíri­tu: asílo quiere mi futuro.

En verdad, un viento fuerte es Zaratustra para todas las hondonadas; y este consejo da a sus enemigos y a todo lo que esputa y escupe: «¡Guardaos de escupir contra el viento!»
{176}

Así habló Zaratustra.

* * *

De las tarántulas
{177}

Mira, ésa es la caverna de la tarántula! ¿Quieres verla a ella misma? Aquí cuelga su tela; tócala, para que tiemble. Ahí viene dócilmente: ¡bien venida, tarántula! Negro se asienta sobre tu espalda tu triángulo y emblema; y yo conoz­co también lo que se asienta en tu alma.

Venganza se asienta en tu alma: allí donde tú muerdes, se forma una costra negra; ¡con la venganza produce tu veneno vértigos al alma!

Así os hablo en parábola a vosotros los que causáis vértigos a las almas, ¡vosotros los predicadores de la igualdad! ¡Tarán­tulas sois vosotros para mí, y vengativos escondidos!

Pero yo voy a sacar a luz vuestros escondrijos: por eso me río en vuestra cara con mi carcajada de la altura.

Por eso desgarro vuestra tela, para que vuestra rabia os in­duzca a salir de vuestras cavernas de mentiras, y vuestra ven­ganza destaque detrás de vuestra palabra «justicia».

Pues que el hombre sea redimido de la venganza: ése es para mí el puente hacia la suprema esperanza y un arco iris después de prolongadas tempestades.

Mas cosa distinta es, sin duda, lo que las tarántulas quieren. «Llámese para nosotras justicia precisamente esto, que el mundo se llene de las tempestades de nuestra venganza» - así hablan ellas entre sí.

«Venganza queremos ejercer, y burla de todos los que no son iguales a nosotros» - esto se juran a sí mismos los corazo­nes de tarántulas.

«Y “voluntad de igualdad” - éste debe llegar a ser en ade­lante el nombre de la virtud; ¡y contra todo lo que tiene poder queremos nosotros elevar nuestros gritos!»

Vosotros predicadores de la igualdad, la demencia tiránica de la impotencia es lo que en vosotros reclama a gritos «igual­dad»: ¡vuestras más secretas ansias tiránicas se disfrazan, pues, con palabras de virtud!

Presunción amargada, envidia reprimida, tal vez presun­ción y envidia de vuestros padres: de vosotros brota eso en forma de llama y de demencia de la venganza.

Lo que el padre calló, eso habla en el hijo; y a menudo he encontrado que el hijo era el desvelado secreto del padre.

A los entusiastas se asemejan: pero no es el corazón lo que los entusiasma, sino la venganza. Y cuando se vuelven suti­les y fríos, no es el espíritu, sino lo envidia lo que los hace su­tiles y fríos.

Sus celos los conducen también a los senderos de los pen­sadores; y éste es el signo característico de sus celos - van siempre demasiado lejos: hasta el punto de que su cansancio tiene finalmente que echarse a dormir incluso sobre nieve.

En cada una de sus quejas resuena la venganza, en cada uno de sus elogios hay un agravio; y ser jueces les parece la bienaventuranza.

Mas yo os aconsejo así a vosotros, amigos míos: ¡desconfiad de todos aquellos en quienes es poderosa la tendencia a impo­ner castigos!

Ése es pueblo de índole y origen malos; desde sus rostros miran el verdugo y el sabueso.

¡Desconfiad de todos aquellos que hablan mucho de su justi­cia! En verdad, a sus almas no es miel únicamente lo que les fal­ta.

Y si se llaman a sí mismos «los buenos y justos», no olvidéis que a ellos, para ser fariseos, no les falta nada más que - ¡po­der!

Amigos míos, no quiero que se me mezcle y confunda con otros.

Hay quienes predican mi doctrina acerca de la vida: y a la vez son predicadores de la igualdad, y tarántulas.

Su hablar en favor de la vida, aunque ellos están sentados en su caverna, esos arañas venenosas, y apartados de la vida: dé­bese a que ellos quieren así hacer daño.

Quieren así hacer daño a quienes ahora tienen el poder: pues entre éstos es donde mejor acogida sigue encontrando la predicación acerca de la muerte.

Si fuera de otro modo, los tarántulas enseñarían algo dis­tinto: y justamente ellos fueron en otro tiempo los que mejor calumniaron el mundo y quemaron herejes.

Con estos predicadores de la igualdad no quiero ser yo mezclado ni confundido. Pues a mí la justicia me dice así: «los hombres no son iguales»
{178}
.

¡Y tampoco deben llegar a serlo! ¿Qué sería mi amor al su­perhombre si yo hablase de otro modo?

Por mil puentes y veredas deben los hombres darse prisa a ir hacia el futuro, y débese implantar entre ellos cada vez más guerra y desigualdad: ¡así me hace hablar mi gran amor!

¡Inventores de imágenes y de fantasmas deben llegar a ser en sus hostilidades, y con sus imágenes y fantasmas deben combatir aún unos contra otros la batalla suprema!

Bueno y malo, y rico y pobre, y elevado y minúsculo, y to­dos los nombres de los valores: ¡armas deben ser, y signos rui­dosos de que la vida tiene que superarse continuamente a sí misma!

Hacia la altura quiere edificarse, con pilares y escalones, la vida misma: hacia vastas lejanías quiere mirar, y hacia biena­venturada belleza, ¡por eso necesita altura!

¡Y como necesita altura, por eso necesita escalones, y con­tradicción entre los escalones y los que suben! Subir quiere la vida, y subiendo, superarse a sí misma.

¡Y ved, amigos míos! Aquí, donde está la caverna de la ta­rántula, levántanse hacia arriba las ruinas de un viejo templo - ¡contempladlo con ojos iluminados!

¡En verdad, quien en otro tiempo elevó aquí en piedra sus pensamientos como una torre, ése sabía del misterio de toda vida tanto como el más sabio!

Que existen lucha y desigualdad incluso en la belleza, y guerra por el poder y por el sobrepoder: esto es lo que él nos enseña aquí con símbolo clarísimo
{179}
.

Igual que aquí bóvedas y arcos divinamente se derrumban, en lucha a brazo partido: igual que con luz y sombra ellos, los llenos de divinas aspiraciones, se oponen recíprocamente

¡Así, con igual seguridad y belleza, seamos tambien noso­tros enemigos, amigos míos! ¡Divinamente queremos opo­nernos unos a otros en nuestras aspiraciones!

¡Ay! ¡A mí mismo me ha picado la tarántula, mi vieja ene­miga! ¡Divinamente segura y bella me ha picado en el dedo! «Castigo tiene que haber, y justicia - así piensa ella: ¡no debe cantar él aquí de balde cánticos en honor de la enemis­tad!»

¡Sí, se ha vengado! Y ¡ay!, ¡ahora, con la venganza, produci­rá vértigo también a mi alma!

Mas para que yo no sufra vértigo, amigos míos, ¡atadme fuertemente aquí a esta columna!
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¡Prefiero ser un santo es­tilita que remolino de la venganza!

En verdad, no es Zaratustra un viento que dé vueltas, ni un remolino; y si es un bailarín, ¡nunca será un bailarín picado por la tarántula!
{181}

Así habló Zaratustra.

* * *

De los sabios famosos

Al pueblo habéis servido, y a la superstición del pueblo, todos vosotros, sabios famosos! - ¡y no a la verdad! Y precisa­mente por esto se os tributaba veneración.

Y también por esto se soportaba vuestra incredulidad, ya que ésta era un ardid y un camino indirecto para llegar al pueblo. Así deja el señor plena libertad a sus esclavos y se di­vierte además con la petulancia de éstos.

Mas quien al pueblo le resulta odioso, como se lo resulta un lobo a los perros: ése es el espíritu libre, el enemigo de las ca­denas, el que no adora, el que habita en los bosques.

Arrojarlo de su cobijo - eso es lo que ha significado siem­pre para el pueblo el «sentido de lo justo»: contra él continúa azuzando a sus perros de más afilados dientes.

«Pues la verdad está aquí: ¡ya que aquí está el pueblo! ¡Ay, ay de los que buscan!» - así se viene diciendo desde siempre.

A vuestro pueblo queríais darle razón en su veneración: ¡a eso lo llamasteis «voluntad de verdad» vosotros, sabios famosos! Y vuestro corazón se decía siempre a sí mismo: «del pueblo he venido: de allí me ha venido también la voz de Dios»
{182}
.

Duros de cerviz y prudentes, como el asno, habéis sido siempre vosotros en cuanto abogados del pueblo.

Y más de un poderoso que quería marchar bien con el pue­blo enganchó delante de sus corceles - un asnillo, un sabio fa­moso.

¡Y ahora yo quisiera, sabios famosos, que por fin arrojaseis totalmente de vosotros la piel de león!

¡La piel del animal de presa, de manchas multicolores, y las melenas del que investiga, busca, conquista!

¡Ay, para que yo aprendiera a creer en vuestra «veracidad» tendríais primero que hacer pedazos vuestra voluntad venera­dora!

Veraz - así llamo yo a quien se marcha a desiertos sin dio­ses y ha hecho pedazos su corazón venerador.

En medio de la arena amarilla, y quemado por el sol, cier­tamente mira a hurtadillas, sediento, hacia los oasis abun­dantes en fuentes, en donde seres vivos reposan bajo oscuros árboles.

Pero su sed no le persuade a hacerse igual a aquellos como­dones: pues donde hay oasis, allí hay también imágenes de ídolos.

Hambrienta, violenta, solitaria, sin dios: así es como se quiere a sí misma la voluntad leonina.

Emancipada de la felicidad de los siervos, redimida de dio­ses y adoraciones, impávida y pavorosa, grande y solitaria: así es la voluntad del veraz.

En el desierto han habitado desde siempre los veraces, los espíritus libres, como señores del desierto; pero en las ciuda­des habitan los bien alimentados y famosos sabios, los ani­males de tiro.

Siempre, en efecto, tiran ellos, como asnos, ¡del carro del pueblo!

No es que yo me enfade por esto con ellos: mas para mí si­guen siendo servidores, y uncidos, aunque brillen con arreos de oro.

Y a menudo han sido servidores buenos y dignos de ala­banza. Pues así habla la virtud: «¡Si tienes que ser servidor, busca a aquel a quien más aprovechen tus servicios!

El espíritu y la virtud de tu señor deben crecer por el hecho de ser tú su servidor: ¡así creces tú mismo junto con el espíri­tu y con la virtud de aquél!»

Y en verdad, ¡vosotros sabios famosos, vosotros servidores del pueblo! Vosotros mismos habéis crecido junto con el espí­ritu y con la virtud del pueblo - ¡y el pueblo mediante voso­tros! ¡En vuestro honor digo yo esto!

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