Así habló Zaratustra (17 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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Y cuando realicé mi empresa más dificil y celebraba la vic­toria de mis superaciones: entonces hicisteis gritar a quienes me amaban que yo era quien más daño les hacía.

En verdad, ése fue siempre vuestro obrar: transformasteis en hiel mi mejor miel y la laboriosidad de mis mejores abejas.

A mi benevolencia enviasteis siempre los mendigos más insolentes; en torno a mi compasión amontonasteis siempre a aquellos cuya desvergüenza no tenía curación. Así heristeis a mi virtud en su fe.

Y si yo llevaba al sacrificio lo más santo de mí: al instante vuestra «piedad» añadía sus dones más grasientos: de tal ma­nera que en el vaho de vuestra grasa quedaba sofocado hasta lo más santo de mí.

Y en otro tiempo quise bailar como jamás había bailado yo hasta entonces: más allá de todos los cielos quise bailar. En­tonces persuadisteis a mi cantor más amado.

Y éste entonó una horrenda y pesada melodía; ¡ay, la tocó a mis oídos como un tétrico cuerno!

¡Cantor asesino, instrumento de la maldad, inocentísimo! Ya estaba yo dispuesto para el mejor baile: ¡entonces asesinas­te con tus sones mi éxtasis!

Sólo en el baile sé yo decir el símbolo de las cosas supremas: ¡y ahora mi símbolo supremo se me ha quedado inexpreso en mis miembros!

¡Inexpresa y no liberada quedó en mí la suprema espe­ranza! ¡Y se me murieron todas las visiones y consuelos de mi juventud!

¿Cómo soporté aquello? ¿Cómo vencí y superé tales heri­das?
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¿Cómo volvió mi alma a resurgir de esos sepulcros?

Sí, algo invulnerable, insepultable hay en mí, algo que hace saltar las rocas: se llama mi voluntad. Silenciosa e incambiada avanza a través de los años.

Su camino quiere recorrerlo con mis pies mi vieja voluntad; duro de corazón e invulnerable es para ella el sentido.

Invulnerable soy únicamente en mi talón.
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¡Todavía si­gues viviendo ahí y eres idéntica a ti misma, pacientísima! ¡Siempre conseguiste atravesar todos los sepulcros!

En ti vive todavía lo irredento de mi juventud; y como vida y juventud estás tú ahí sentada, llena de esperanzas, sobre amarillas ruinas de sepulcros.

Sí, todavía eres tú para mí la que reduce a escombros todos los sepulcros: ¡salud a ti, voluntad mía! Y sólo donde hay se­pulcros hay resurrecciones.

Así cantó Zaratustra.

* * *

De la superación de sí mismo
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Voluntad de verdad» llamáis vosotros sapientísimos> a lo que os impulsa y os pone ardorosos?

Voluntad de volver pensable todo lo que existe: ¡así llamo yo a vuestra voluntad!

Ante todo queréis hacer pensable todo lo que existe: pues dudáis, con justificada desconfianza, de que sea pensable.

¡Pero debe amoldarse y plegarse a vosotros! Así lo quiere vuestra voluntad. Debe volverse liso y someterse al espíritu, como su espejo y su imagen reflejada.

Ésa es toda vuestra voluntad, sapientísimos, una voluntad de poder; y ello aunque habléis del bien y del mal y de las va­loraciones.

Queréis crear el mundo ante el que podáis arrodillaros: ésa es vuestra última esperanza y vuestra última ebriedad.

Los no sabios, ciertamente, el pueblo, son como el río so­bre el que avanza flotando una barca:
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y en la barca se asien­tan solemnes y embozadas las valoraciones.

Vuestra voluntad yvuestros valores los habéis colocado so­bre el río del devenir; lo que es creído por el pueblo como bueno y como malvado me revela a mí una vieja voluntad de poder.

Habéis sido vosotros, sapientísimos, quienes habéis colo­cado en esa barca a tales pasajeros y quienes les habéis dado pompa y orgullosos nombres, ¡vosotros y vuestra voluntad dominadora!

Ahora el río lleva vuestra barca: tiene que llevarla. ¡Poco importa que la ola rota eche espuma y que colérica se oponga a la quilla!

No es el río vuestro peligro y el final de vuestro bien y vuestro mal, sapientísimos: sino aquella voluntad misma, la voluntad de poder, la inexhausta y fecunda voluntad de vida.

Mas para que vosotros entendáis mi palabra acerca del bien y del mal:
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voy a deciros todavía mi palabra acerca de la vida y acerca de la índole de todo lo viviente.

Yo he seguido las huellas de lo vivo, he recorrido los cami­nos más grandes y los más pequeños, para conocer su índole.

Con centuplicado espejo he captado su mirada cuando te­nía cerrada la boca: para que fuesen sus ojos los que me habla­sen. Y sus ojos me han hablado.

Pero en todo lugar en que encontré seres vivientes oí ha­blar también de obediencia. Todo ser viviente es un ser obediente.

Y esto es lo segundo: Se le dan órdenes al que no sabe obe­decerse a sí mismo. Así es la índole de los vivientes.

Pero esto es lo tercero que oí: que mandar es más difícil que obedecer. Y no sólo porque el que manda lleva el peso de to­dos los que obedecen, y ese peso fácilmente lo aplasta:

Un ensayo y un riesgo advertí en todo mandar; y siempre que el ser vivo manda se arriesga a sí mismo al hacerlo.

Aún más, también cuando se manda a sí mismo tiene que expiar su mandar. Tiene que ser juez y vengador y víctima de su propia ley.

¡Cómo ocurre esto!, me preguntaba. ¿Qué es lo que persuade a lo viviente a obedecer y a mandar y a ejercer obedien­cia incluso cuando manda?

¡Escuchad, pues, mi palabra, sapientísimos! ¡Examinad se­riamente si yo me he deslizado hasta el corazón de la vida y hasta las raíces de su corazón!

En todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve en­contré voluntad de ser señor.

A servir al más fuerte, a eso persuádele al más débil su vo­luntad, la cual quiere ser dueña de lo que es más débil todavía: a ese solo placer no le gusta renunciar.

Y así como lo más pequeño se entrega a lo más grande, para disfrutar de placer y poder sobre lo mínimo: así también lo máximo se entrega y por amor al poder - expone la vida.

Ésta es la entrega de lo máximo, el ser riesgo y peligro y un juego de dados con la muerte.

Y donde hay inmolación y servicios y miradas de amor: allí hay también voluntad de ser señor. Por caminos tortuosos se desliza lo más débil hasta el castillo y hasta el corazón del más poderoso - y le roba poder.

Y este misterio me ha confiado la vida misma. «Mira, dijo, yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo.

En verdad, vosotros llamáis a esto voluntad de engendrar o instinto de finalidad, de algo más alto, más lejano, más vario: pero todo eso es una única cosa y un único misterio.

Prefiero hundirme en mi ocaso antes que renunciar a esa única cosa; y, en verdad, donde hay ocaso y caer de hojas, mira, allí la vida se inmola a sí misma - ¡por el poder!

Pues yo tengo que ser lucha y devenir y finalidad y contra­dicción de las finalidades: ¡ay, quien adivina mi voluntad, ése adivina sin duda también por qué caminos torcidos tiene él que caminar!

Sea cual sea lo que yo crea, y el modo como lo ame, pron­to tengo que ser adversario de ello y de mi amor: así lo quiere mi voluntad.

Y también tú, hombre del conocimiento, eras tan sólo un sendero y una huella de mi voluntad: ¡en verdad, mi voluntad de poder camina también con los pies de tu voluntad de ver­dad!

No ha dado ciertamente en el blanco de la verdad quien disparó hacia ella la frase de la `voluntad de existir:
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¡esa vo­luntad - no existe!

Pues: lo que no es, eso no puede querer; mas lo que está en la existencia, ¡cómo podría seguir queriendo la existencia!

Sólo donde hay vida hay también voluntad: pero no volun­tad de vida, sino - así te lo enseño yo - ¡voluntad de poder!

Muchas cosas tiene el viviente en más alto aprecio que la vida misma; pero en el apreciar mismo habla - ¡la voluntad de poder!»

Esto fue lo que en otro tiempo me enseñó la vida: y con ello os resuelvo yo, sapientísimos, incluso el enigma de vuestro corazón.

En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que sean impere­cederos - no existen! Por sí mismos deben una y otra vez su­perarse a sí mismos.

Con vuestros valores y vuestras palabras del bien y del mal ejercéis violencia, valoradores: y ése es vuestro oculto amor, y el brillo, el temblor y el desbordamiento de vuestra propia alma.

Pero una violencia más fuerte surge de vuestros valores, y una nueva superación: al chocar con ella se rompen el huevo y la cáscara.

Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal:
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en verdad, ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores.

Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: mas ésta es la bondad creadora.

Hablemos de esto, sapientísimos, aunque sea desagrada­ble. Callar es peor; todas las verdades silenciadas se vuelven venenosas.

¡Y que caiga hecho pedazos todo lo que en nuestras verda­des - pueda caer hecho pedazos! ¡Hay muchas casas que construir todavía!

Así habló Zaratustra.

* * *

De los sublimes

Silencioso es el fondo de mi mar: ¡quién adivinaría que esconde monstruos juguetones!

Imperturbable es mi profundidad: mas resplandece de enigmas y risas flotantes.

Hoy he visto un sublime, un solemne, un penitente del es­píritu:
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¡oh, cómo se rió mi alma de su fealdad!

Con el pecho levantado, y semejante a quienes están aspi­rando aire: así estaba él, el sublime, y callaba:

Guarnecido de feas verdades, su botín de caza, y con mu­chos vestidos desgarrados; también pendían de él muchas es­pinas - pero no vi ninguna rosa.

Aún no había aprendido la risa ni la belleza. Sombrío vol­vía este cazador del bosque del conocimiento.

De luchar con animales salvajes volvía a casa: mas desde su seriedad continúa mirando un animal salvaje - ¡un animal no vencido aún!

Ahí continúa estando, como un tigre que quiere saltar; pero a mí no me agradan esas almas tensas, a mi gusto le re­pugnan todos esos contraídos.

¿Y vosotros me decís, amigos, que no se ha de disputar so­bre el gusto y el sabor? ¡Pero toda vida es una disputa por el gusto y por el sabor!
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Gusto: es el peso y, a la vez, la balanza y el que pesa; ¡y ay de todo ser vivo que quisiera vivir sin disputar por el peso y por la balanza y por los que pesan!

Si este sublime se fatigase de su sublimidad: entonces co­menzaría su belleza, sólo entonces quiero yo gustarlo y en­contrarlo sabroso.

Y sólo cuando se aparte de sí mismo saltará por encima de su propia sombra - y, ¡en verdad!, penetrará en su sol. Demasiado tiempo ha estado sentado en la sombra, pálidas se le han puesto las mejillas al penitente del espíritu; casi mu­rió de hambre a causa de sus esperas.

Desprecio hay todavía en sus ojos; y náusea se esconde en su boca.
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Ahora reposa, ciertamente, pero su reposo no se ha tendido todavía al sol.

Debería hacer como el toro; y su felicidad debería oler a tierra y no a desprecio de la tierra.

Como un toro blanco quisiera yo verlo, resoplando y mu­giendo mientras marcha delante del arado: ¡y su mugido de­bería alabar además todo lo terreno!

Oscuro es todavía su rostro; la sombra de la mano juega so­bre él. Ensombrecido está todavía el sentido de sus ojos.

Su acción misma es todavía la sombra sobre él: la mano os­curece al que actúa. Aún no ha superado su acción.

Es verdad que yo amo en él la nuca de toro: mas ahora quiero ver también incluso los ojos de ángel.

También su voluntad de héroe tiene todavía que olvidarla: un elevado debe ser él para mí, y no sólo un sublime: ¡el éter mismo debería elevarlo a él, el falto de voluntad!

Él ha domeñado monstruos, ha resuelto enigmas: pero aún debería redimir a sus propios monstruos y enigmas, en hijos celestes debería aún transformarlos.

Su conocimiento no ha aprendido todavía a sonreír y a no tener celos; aún no se ha vuelto tranquila en la belleza su cau­dalosa pasión.

En verdad, no en la saciedad debería callar y sumergirse su ansia, ¡sino en la belleza! El encanto forma parte de la magna­nimidad de los magnánimos.

Con el brazo apoyado sobre la cabeza: así debería reposar el héroe, así debería superar incluso su reposo.

Pero cabalmente al héroe lo bello le resulta la más dificil de todas las cosas. Inconquistable es lo bello para toda voluntad violenta.

Un poco más, un poco menos: justo eso es aquí mucho, es aquí lo más.

Estar en pie con los músculos relajados y con la voluntad desuncida: ¡eso es lo más difícil para todos vosotros, los su­blimes!

Cuando el poder se vuelve clemente y desciende hasta lo vi­sible: belleza llamo yo a tal descender.

Y de nadie quiero yo belleza tanto como precisamente de ti, violento: sea tu bondad tu última superación de ti mismo.

De todo mal te creo capaz: por ello quiero yo de ti el bien. ¡En verdad, a menudo me he reído de los debiluchos que se creen buenos porque tienen zarpas tullidas!

A la virtud de la columna debes aspirar: más bella y más de­licada se va tornando, pero en lo interior más dura y más ro­busta, cuanto más asciende.

Sí, sublime, alguna vez también tú debes ser bello y presen­tar el espejo a tu propia belleza.

Entonces tu alma se estremecerá de ardientes deseos divi­nos; ¡y habrá adoración incluso en tu vanidad!

Éste es, en efecto, el misterio del alma: sólo cuando el héroe la ha abandonado acércase a ella, en sueños, el super-héroe.

Así habló Zaratustra.

* * *

Del país de la cultura
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Demasiado me había adentrado yo volando en el futuro: un estremecimiento de horror se apoderó de mí.

Y cuando miré a mi alrededor, he aquí que el tiempo era mi único contemporáneo.

Entonces huí hacia atrás, hacia el hogar - y cada vez más aprisa: así llegué a vosotros, hombres del presente, y al país de la cultura.

Por vez primera llevaba yo conmigo unos ojos para veros, y buenos deseos: en verdad, con anhelo en el corazón llegué.

Mas, ¿qué me ocurrió? A pesar de mi angustia - ¡tuve que echarme a reír! ¡Nunca habían visto mis ojos algo tan abiga­rrado!

Yo reía y reía mientras el pie aún me temblaba, así como el corazón: «¡Ésta es sin duda la patria de todos los tarros de co­lores!» - dije.

Con cincuenta chafarrinones teníais pintados el rostro y los miembros: ¡así estabais sentados, para mi asombro, hom­bres del presente!

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