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Authors: Pat Frank

Tags: #Ciencia Ficción

Ay, Babilonia (19 page)

BOOK: Ay, Babilonia
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En El Día en sí, cualquier otra cosa que él pudiese estar haciendo, jamás se encontraba más allá del sonido de alguna radio, esperando las noticias que debían acompañar a la guerra —noticias de victorias o derrotas, movilización, proclamaciones, declaraciones, algún mensaje del Presidente, palabras de la jefatura, dando ánimos, fomentando la unidad. En total habían varios receptores de radio en la casa: Todos estaban conectados, sintonizados, excepto el que a la vez era reloj despertador del cuarto de Peyton, en donde la niña con los ojos lubricados y vendados, dormía ayudada por los sedantes de Dan Gunn.

Incluso cuando subía o bajaba la escalera, o descubría deberes imperativos en el exterior, Randy se llevaba su pequeño transistor portátil. Dos veces abandonó los jardines. Una para una misión de compras en la ciudad, otra para visitar brevemente a los MacGovern. El ventanal panorámico del lado del río de la casa se rajó durante la concusión y esto, más otras implicaciones mayormente terribles Del Día tuvieron un efecto traumático en Labinia. La dieron comprimidos para dormir y la acostaron. Lib y su padre se portaban bien, hasta valientemente. Randy sintió alivio. No podía eludir su primer deber, que era atender a su propia familia, la esposa de su hermano y sus sobrinos. No podía dedicar su mente y su energía a la protección de dos casas al mismo tiempo.

Hasta mitad de la tarde Randy sólo oyó el murmullo y los poco informativos treinta segundos de las emisiones de la WSMF.

Ahora estaba en el piso bajo, en el comedor con Helen. Ella había hecho un inventario de las cosas necesarias en la casa, descubriendo un sorprendente número de mercancías que se consideraban esenciales, con guerra o sin guerra, pero que a Randy le habían pasado por alto completamente. Ahora él comía un filete con verduras —Helen; desaprobando sus bocadillos caníbales, insistió en cocinar— y ayudaba a tragarlo con un vaso de jugo de naranja. Arrellado en el imponente y maltrecho sillón del capitán se relajó por primera vez desde el alba. Un cansancio le subió desde las doloridas piernas. Había dormido dos o tres horas solamente en el pasado día y medio y sabía que cuando terminara de comer la fatiga se apoderaría de todo su cuerpo y se vería en la necesidad de tumbarse de nuevo. A la otra parte de la mesa circular y pulimentada, con aspecto fresco y competente, Helen tomaba un poco de whisky con agua y revisaba lo que ella llamaba su lista imprescindible.

Uno de nosotros —decía—, tiene que hacer otro viaje a la ciudad. Necesito detergentes para la máquina lavaplatos y la de lavar ropa, jabón en polvo, servilletas de papel, rollos de papel higiénico. Necesitaríamos tener más velas y quisiera poder echar mano a una de esas antiguas y viejas lámparas de petróleo. Y, Randy, ¿qué hay de municiones? No quisiera asustarte, pero...

La radio, en un intervalo de silencio entre las emisiones locales Conelrad, gritó de repente con una onda extraña y potente. Oyeron una voz nueva.

—Aquí el Cuartel General de la Defensa Civil... Las patas delanteras del sillón de Randy chocaron contra el suelo. De nuevo estaba despierto completamente. La voz era familiar, era la voz de un noticiario radiado, uno de los más conocidos de Nueva York o Washington, pero aún famoso. Una voz fuerte y bien venida que conectaba con ellos mientras el mundo más allá de la frontera del condado de Timucuan parecía no existir. El locutor prosiguió:


"Todas las estaciones locales Conelrad, por favor que salgan del aire ahora y cualquiera que oiga esta señal que haga lo mismo. Se trata de una llamada clara de emergencia por el canal también de emergencia. Si la señal sale errante, no cambien de estación. Es porque la señal gira entre un número de transmü sores en orden de impedir el bombardeo de cualquier euronave enemiga. La próxima voz que oirán será la del Jefe ejecutivo en Activo de los Estados Unidos, la señora Josephine Vanbrucker-Browm
.

Randy apenas podía creerlo. La señora Van Bruuker-Brown era Secretaria de Salud, Educación y Conducta en el Gobierno del Presidente o lo había sido hasta hoy.

Luego oyeron su voz con el peculiar acento educado de Boston. Era sin duda, la señora Van Bruuker-Brown. Decía:

"Amigos conciudadanos como todos sabréis ahora, al amanecer de la mañana de hoy este país y nuestros aliados en el mundo libre fueron atacados sin aniso con armas atómicas y termonucleares. Muchas de nuestras grandes ciudades han quedado destruidas. Otras están contaminadas y su evacuación en proceso. La siega de víctimas inocentes hecha en este nuevo y sombrío día de infamia no puede todavía calcularse."

Estas primeras frases se oyeron claras y valientemente dichas. Ahora su voz se quebró, como si encontrase difícil decir lo que era necesario anunciar.

"El hecho mismo de que os hable como Jefe ejecutivo de la nación ya debe significaros mucho."

La oyeron sollozar.

—No hay presidente —murmuró Helen. —No hay Washington —dijo Randy—. Me imagino que estaba en su casa, fuera de Washington, o que habla desde alguna otra parte en que vive...

Randy se calló. La señora Van Bruuker-Brown volvía a hablar:

"Nuestra acción de represalia fue rápida y, según los informes que nos han llegado a este puesto de mando, efectiva. El enemigo ha recibido un castigo terrible. Varios centenares de sus proyectiles dirigidos y sus bases aéreas, desde la península Chukchial Báltico y de Vladivostok y Mar Negro, ciertamente, han sido destruidas. La Marina ha hundido o averiado por lo menos a cien submarinos en las aguas norteamericanas
.

"Los Estados
Unidos han sido gravemente afectar dos, pero bajo ningún concepto derrotados
.

"La batalla sigue, nuestras represalias continúan
.

"Sin embargo, debemos esperar más ataques enemigos. Hay razón de creer que las fuerzas aéreas enemigas todavía no han sido destrozadas totalmente
.

Debemos prepararnos a soportar pesados golpes. Como Jefe ejecutivo de la Defensa de los Estados Unidos y Comandante en Jefe de las fuerzas aéreas declaro un estado de emergencia nocional ilimitada hasta que se proceda a una nueva elección y se renueve él Congreso."

"Si las zonas devastadas y en otras áreas en donde las funciones normales del gobierno no pueden ser llevadas a cabo, yo declaro la Ley marcial, que será administrada por el Ejército. Nombro al teniente general George Hunnker, Jefe de Estado Mayor del Ejército y Director de la Ley Marcial en la zona del interior lo que significa dentro de los cuarenta y nueve estados
.

"Han habido grandes dislocaciones de comunicaciones, de las funciones industriales, económica y financiera. Declaro, desde este momento, una moratoria en él pago de todas las deudas, alquileres, impuestos, intereses, hipotecas, demandas de seguros y bonos y premios, y de todas y cualquier otra funcional obligación durante la duración de esta emergencia
.

"De vez en cuando, Dios mediante, utilizaré estos poderes y facilidades para llevarles más información, tal y como se reciba, y para impartir más decretos a medida que se hagan necesarios. Llamo a todos para que obedezcan las órdenes de sus directores locales de la Defensa Civil, autoridades del estado y municipales, y del ejército. Que na cunda el pánico
.

"Algunos de ustedes han debido imaginarse cómo ha sucedido todo. Yo, a la cabeza del Gobierno, en sus devartamentos más jóvenes y mujer, me he visto obligada a asumir los deberes y responsabilidades del Jefe ejecutivo del Estado en este día de la historia, el más terrible de cuantos conocimos
.

"Uno de los primeros blancos del enemigo fue Washington
.

"Hasta ahora hemos sido capaces de descubrir con pesar que ni el presidente, ni el vicepresidente, ni ningún otro miembro del Gobierno, ni los presidentes del Senado o de la Cámara han sobrevivido. Parece seguro que sólo un porcentaje pequeño de los miembros del Congreso escaparon. Yo sobreviví sólo por casualidad, porque esta mañana me encontraba en otra ciudad en un viaje de inspección. Ahora estoy en el puesto de mando militar en relativa seguridad. He designado este puesto de mando como Cuartel General de la Defensa Civil, al igual que sede temporal del Gobierno."

La señora Van Bruuker-Brown tosió y pareció sofocarse, se recobró y continuó:

"Con dolor de corazón, pero con la decisión de dirigir a la nación hasta la victoria y la paz, les dejo a ustedes durante unas horas "

La radio zumbó durante un segundo, la onda portadora se cortó y se produjo un silencio.

—Lo que yo me esperaba, pero resulta terrible oírlo —dijo Randy.

—Sin embargo, hay gobierno —afirmó Helen.

—Me imagino aue éso consuela algo. Me pregunto aué ha quedado. Quiero decir, qué ciudades aún existen.

Helen miró a Randy. Miró más allá de a lo lejos, con la vista perdida y distante. Sus manos se unieron en la mesa y sus dedos se entrelazaron; cuando habló fue en su suave voz femenina, casi inaudible, como si sus pensamientos fueran tan frágiles que temieran verse destrozados por algo más que un susurro.

¿Crees aue es posible... aue el puesto de mando militar desde el aue ella habló fuese Offutt Fleld?

¿Crees aue tniede estar en lo avie llamamos el Agujero en el Cuartel General del C.E.A.? Si ella está en el C.EA... ya sabes lo que quiere decir, ¿verdad?

—Sí. Que Mark se encuentra bien. Pero. Helen...

Randy no creyó probable que la señora Van Bruuker-Brown hablase desde Omaha. Tenia las probabilidades en contra. Habían muchos cuarteles generales y el primero que el enemigo trataría de destruir, después del propio Washington, era el del C.EA. Mark así se lo temió y él también.

—No creo que debiéramos confiar, mucho en eso —dijo.

—No confío. Rezo. Si Mark... esté vivo... ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que tengamos noticias suyas?

—No me lo puedo ni imaginar. Pero sé que podemos hacer un cálculo aproximado. Mejor, dicho, quien puede hacérnoslo. El almirante Hazzard. Vive al otro lado de casa de Henri. Escucha la onda corta y se mantiene al corriente con todo lo que sucede. Sirvió en la O.N.I. y más tarde estuvo en el Estado Mayor de Inteligencia y en la junta de jefes... creo que fue su última misión antes de retirarse. Así que si alguien de los alrededores sabe los que está ocurriendo, ese alguien tiene que ser el viejo Sam Hazzard.

—¿Podríamos verle?

—Pues claro que sí. Cuando queramos. Queda sólo a unos cuatrocientos metros. Pero no podemos dejar sola Peyton y yo no tengo idea de cuándo llegará Dan Gunn —tenía los brazos como de madera y doloridos, la cabeza demasiado pesada para que la sostuviese su cuello. Notó cómo la barbilla caía sobre su pecho—. Y estoy condenadamente cansado, Helen. Creo que si no duermo un par de horas, perderé el juicio. Si no descanso no serviré de mucho aquí y Dios sabe lo que ocurrirá esta noche.

—Lo siento, Randy —contestó Helen—. Naturalmente que estás cansado. Sube y duerme. Yo iré a la ciudad. No tenemos muchos cosas de las que nos hacen falta.

—¿Y si Peyton llama? No me despertaré...

—Ben Franklin estará aquí. Le diré que te despierte si ocurre algo grave.

—Está bien. Ten cuidado. No te detengas por nadie, camino a la ciudad —Randy subió al piso alto, cada paso le costó un esfuerzo. Era verdad, pensó, que las mujeres tenían más resistencia que los hombres.

Randy decidió no desnudarse ni meterse en la cama porque una vez se hubiese tapado se sentiría incapaz de levantarse. En su lugar, se quitó los zapatos y se dejó caer sobre el diván de la sala de estar. Miró al armero de la pared opuesta. Hasta años muy recientes las armas formaron una parte muy importante en la vida del Timucuan. Randy se imaginó que podrían volver a ser importantes de nuevo. Tenía todo el arsenal. Allí estaba el largo y anticuado 3040 Krag, con punto de mira deportivo; la carabina que llevó en Corea, desmantelada, desmontada y traída a casa, de contrabando; dos rifles 22, uno equipado con visor telescópico; un automático calibre doce y otro ligero, mejor dicho, escopeta, del 20, perfectamente equilibrada, de doble cañón. En el cajón de la mesita de noche había un automático 45 y una pistola del 22 de tiro al blanco colgada en su funda armario.

Munición. Tenía más de la que jamás necesitaría para el gran rifle, la carabina y las escopetas. Pero sólo le quedaban un par de cajas del 22 y deducía que ese calibre podía ser el más útil de todas las armas que poseía, si el caos económico duraba largo tiempo, se producía escasez de carne y era necesario salir de caza para comer. Se levantó y fue al pasillo y gritó por el hueco de la escalera:

—¡Helen!

—¿Sí? —su cuñada contestó desde la puerta de la calle.

—Si tienes ocasión déjate caer por la ferretería los hábitos de compras de los americanos tenía una de Beck y compra unas cuantas cajas de cartuchos del calibre 22.

—Aguarda un momento. Lo apuntaré en mi lista. Cartuchos del calibre 22. ¿Cuántos?

—Diez cajas, si es que las tienen.

—Lo intentaré —contestó Helen—. Ahora, Randy, a dormir.

Volviendo al diván, cerró los ojos, pensando en las armas y en la caza. En la juventud de su padre, aquella parte de Florida fue un paraiso de los cazadores, con codorniz, paloma, pato y ciervo en abundancia e incluso osos negros y una especie rara de panteras. Ahora la codorniz era escasísima, tres bandadas recorrían los setos y la maleza de detrás de casa de Henrri. Randy no había disparado contra la codorniz durante los últimos doce años. Cuando los visitantes advertían su armero y preguntaban por la caza de dicha ave siempre se reía y decía:

—Esas escopetas son para matar a la gente que trate de acabar con mis codornices.

Las codornices eran algo más que pájaros favoritos. Eran amigos y maravillosos para contemplarlos desfilando por el césped y la carretera a primeras horas de la mañana.

Sólo había abundancia, en esta zona, de patos y estaban protegidos por la ley federal. De vez en cuando disparaba contra alguna víbora en el seto, o a una serpiente mocasín cerca del muelle. Esa era toda su cacería. Sin embargo, habían conejos y ardillas y así la munición del 22 podía ser útil. Hacía muchísimo tiempo —no podía tener él más que catorce o quince años— recordaba cazar el ciervo con su padre y haber disparado a su primer venado con perdigones del doble-20. Su primero y su último, porque el ciervo no murió al instante y le inspiró compasión y lástima verlo retorcerse entre las palmas, hasta que su padre lo remató con la pistola. Aún se lo imaginaba y veía aquellos lunares redondos, de rojo brillante, en las verdes frondas. Se estremeció y se durmió.

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