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Authors: Pat Frank

Tags: #Ciencia Ficción

Ay, Babilonia (44 page)

BOOK: Ay, Babilonia
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Bajó lentamente, parecía inmovilizarse.

—¡Está aterrizando! —exclamó Randy. Se puso en pie para recibirlo.

Sus ruedas tocaron el suelo, los motores se pararon y las palas bajaron y disminuyeron su velocidad. Peyton bajó corriendo los escalones y Randy la cogió.

—¡No te acerques hasta que las palas paren! —Te arrancarían la cabeza!

Ahora que estaba en el suelo el helicóptero, parecía enorme y feo. Lo tríbulabah cinco hombres.

Las palas se detuvieron. Esperaron en silencio tan completo que podían oír los crujidos de goznes cuando se abrió la portezuela. Una escalera de metal cayó de un lado y dos hombres bajaron. Cascos de plástico les cubrían las cabezas y vestían también un plástico plateado y transparente, con tanques de oxígeno a la espalda. Como buzos, pensó Randy, o quizás como hombres del espacio. Peyton y Ben Franklin, habían salido corriendo al césped. Ahora se echaron atrás. Uno de los hombres, riendo en silencio dentro de su casco, extendió la mano en un gesto de «Esperad».

Los dos hombres llevaban máquinas que parecían aspiradores en miniatura, un morro cilindrico en una mano, una caja negra en la otra. Dejaron que las boquillas olisqueasen la tierra y la hierba.

—Contadores Geiger —dijo a Sam Hazzard—. Quizás estemos contaminados. Uno de los hombres se les acercó, dudó y eligió a Randy. Se inclinó y dejó que la boquilla olisqueara el último par de botas de Randy, el dedo gordo saliendo por la punta, las suelas reforzadas con piel de cerdo. La boquilla investigó los deshilacliados pantalones cortos, el cinturón y, por.último, el pelo de Randy. En cada punto, la cabeza dentro del casco llevaba el manómetro de la caja. Fue todo muy eficiente.

El hombre se quitó el casco, dio una palmada en el hombro de Randy como felicitándole y se volvió a llamar al helicóptero.

—Está bien, coronel. El suelo está limpio y ellos también. Ya puede bajar. Dándole la espalda, un hombre descendió. Llevaba traje de vuelo con cremallera azul de la Fuerza Aérea con las águilas de coronel en las hombreras.

Cuando se dio la vuelta y avanzó, Randy no le reconoció de inmediato, de tan cambiado que estaba.

Hasta que el hombre extendió la mano y habló, Randy no se dio cuenta de que era Paul Hart, que había sido coronel provisional, de pelo pajizo en vez de gris, de rostro animoso y pecoso en vez de envejecido y surcado de arrugas, cuando le vio por última vez. Randy no pudo decir otra cosa que:

—Entra, Paul y trae a tu gente. Estábamos a punto de sentarnos para comer.

—¡La codorniz! —gritó Lib, echó a correr hacia la casa, dejando que la puerta se cerrase con estrépito.

—Mi mujer —explicó Randy—. Le toca hacer la comida hoy.

—¿Tu mujer? Felicidades. Mi esposa... bueno, te lo diré más tarde.

Randy advirtió que los hombres de los contadores Geiger se habían quitado sus trajes plásticos.

—¿Quieren tomar una copa antes de almorzar! —sugirió, pensando que era lo más adecuado para decir, hacía mucho tiempo, y que aún seguiría siendo lo más conveniente.

—¡Oh, estaré encantado! —exclamó Paul—. No he tomado una copa desde... —hizo la pregunta—: ¿Vosotros no habréis estado ahorrando licor todo este tiempo, verdad?

—Oh, no. Es género nuevo. Bueno, un poco envejecido. En un barril con carbón. Creemos que es buenísimo.

Les condujo hasta su apartamento y mezcló jugo de pomelo con el whisky de maíz. Luego llegaron las presentaciones. Allí estaba un tal capitán Bayliss, un teniente Smith, el primer piloto y el segundo radiólogo en jefe, y los dos sargentos técnicos. Todos consideraron el licor muy bueno y Paul dijo:

—Es imposible encontrar nada, que beber, ni siquiera en Bember. No hay ni cerveza. Escasez de granos ya se sabe. Nadie se atrevería a fabricar su propio whisky en las aonas limpias. Le meterían en la cárcel. La gente mayor dice que es peor que durante la prohibición.

Habían mil preguntas que Randy quería formular, pero en aquel momento sólo tuvo tiempo para una, porque Lib les llamó desde abajo. La comida estaba servida. Todos los hombres llevaban brazaletes con las letras D. C. en el brazo derecho.

—¿Qué es eso? —preguntó Randy, tocando el brazalete de Paul—. ¿Distrito de Columbia?

—Oh, no —contestó Paul—. Ya no hay ningún distrito de Columbia. Bember es la capital si se quiere decir así. Comando de descontaminación. Es el comando mayor, actualmente y en realidad el único que importa. La primavera pasada me designaron al D. C. Pedí que me destinasen a una Zona Contaminada, en seguida, y solicité que esta fuese Florida, la alegre.

Paul Hart pensó que la sopa era maravillosa y dijo que nunca había probado nada igual antes y Randy replicó que no le sorprendía. Siempre mantenían un gran cacharro de sopa junto al fuego y todo iba dentro.

—Esta sopa particular —explicó—, es una especie de combinación de armadillo, ardilla terrera y hueso de pavo.

Lib trajo una docena de codornices y habían más cociéndose y colocó jarros de jugo de naranja delante de ellos y todos bebieron el zumo con ansia. El capitán Bayliss permaneció murmurando que se sentía como si estuviese imponiendo su presencia y que todos tenían raciones alimenticias en el helicóptero y que esperaba encontrar a la gente de la Zona Contaminada muerta de hambre, porque en otras partes del país, muchísimos lo estaban. Pero también siguió comiendo.

—¿Cómo sucedió que nos encontraron? —preguntó Randy a Hart.

—¿No has tenido noticias de mi esposa, Marta, verdad? —contrapreguntó Hart.

Randy sacudió la cabeza, con un no, comprendiendo la tragedia de Paul.

—Claro que por eso pedí que me destinasen a esta zona contaminada. Quería saber lo que le pasó a Marta y a los niños —alzó la vista—. Fue hace un año, ¿verdad? cuando te conocí en Operaciones McCoy. ¿No fue el día antes al Día H?

—¿Día H? Nosotros le llamamos simplemente El Día.

—Día del infierno, o Día del Hidrógeno o El Día, es lo mismo.

—Sí. Esa fue la última vez que te vi.

—También fue la última vez que vi a Marta, excepto para darla un beso de despedida a la mañana siguiente. Después del ataque nos fuimos a Kenya, en Africa. Cuando volví a este país me enteré de inmediato, claro, que McCoy recibió un ataque. Pero no fue hasta que volé sobre Orlando la semana pasada cuando abandoné toda esperanza. Supongo que saben lo que le pasó a Orlando.

—¡Oh, no! —contestó Randy—. ¡Nadie ha ido tan lejos!

—Es como si nadie hubiera vivido allí. Incluso.las formas de los lagos han cambiado y hay un yaur de lagos que no existían antes. ¿Encontrar a mi egposa? Ni siquiera podría decir dónde se alzaba mi casa. Creo que deben haber dejado caer un proyectil de cinco megatones en McCoy.yotíó en el municipio dé Orlando. No hay nada en pié Todo se incendió y sigue radioactivo. Es el maldito C-14 el Que lo mantiene así.

—¿C-14?

—Carbono radioactivo. Su vida media se extiende más allá de los cinco mil años. Eso y el U-238, el cobalto y el estroncio, eso es lo que hace imposible la reconstrucción en las ciudades C. D... totalmente destruídas. Se han de empezar en otra parte, aquí por ejemplo. ¿No saben que están viviendo en el centro de la Zona Limpia mayor de toda el área contaminada?

—No, no lo sabía, pero me alegro de enterarme.

Helen había estado aguardando, tenía, para hacer la pregunta que debía, conociendo sin embargo, la respuesta antes de formularla; porque de haber habido otra contestación, Paul se la hubiese dado antes.

—Paul —dijo ella—, supongo que no hay nada sobre Mark.

—Lo siento, Helen. Nada. Hubieron unos cuantos supervivientes de Omaha, pero Mark no era uno de ellos. Después de todo, era la zona un blanco primario, con el Cuartel General del C.E.A., Offut Field en sí mismo más importante, y el mayor complejo ferroviario entre Chicago y la costa, todo junto. No creo que descubramos nunca exactamente lo que pasó.

Helen asintió.

—Por lo menos ahora estoy segura. Eso es importante... el saberlo —ninguna lágrima, pensó Randy. Miró de reojo a los niños. Ben Franklin seguía firme, la barbilla saliente, los músculos tensos, conteniendo sus emociones. Pero Peyton, los ojos bajos, se escabulló a la otra habitación.

Luego, durante largo rato, Hart y el teniente radiólogo interrogaron a Randy y a Sam Hazzard, sobre los acontecimientos en Fort Repose, tomando notas y mostrando notable interés en los detalles de cómo se solucionaron las emergencias.

—Naturalmente, nos hace falta todo —dijo Randy—, pero la ciudad podría marchar estupendamente si al menos tuviésemos electricidad, porque si tuviese energía, tendría agua. No sería necesario hervirla ni acarrearla desde los manantiales, como hacen ahora.

—Pasará mucho tiempo, muchísimo tiempo —dijo Hart—. Incluso las ciudades mayores que no fueron tocadas... ciudades de las zonas limpias, perdieron su electricidad después del Día H y todavía no la han recobrado. Las únicas poblaciones que han tenido energía sin interrupción eran aquellas suministradas por plantas hidroeléctricas, siempre y cuando dichas plantas no hubiesen sufrido daños y los acueductos permaneciesen intactos. No son muchas.

—¿Qué hay de las demás ciudades en las zonas limpias? —preguntó Randy. Advirtió lo rápidamente que uno captaba la jerga de la época por El Día. Era como entrar en un medio ambiente totalmente nuevo, como alistarse en el ejército.

—Para tener luz —contestó Paul—, es preciso tener o agua o combustible. La mayor parte de las ciudades tenían suministros para un mes poco más o menos. Después de eso, oscuridad. Algunos de nuestros mayores campos.petroleros siguen ardiendo todavía. Las regiones carboneras de Pensilvania y Virginia Occidental fueron saturadas con la lluvia radioactiva. Pero el problema de transporte es lo que realmente más nos apabulla. Piensa en lo que pasó con las conducciones petroleras, los ferrocarriles, los puertos, nuestra gran esperanza es la energía atómica. Gracias al cielo que tenemos una gran existencia de combustible nuclear.

El radiólogo y los dos sargentos técnicos se excusaron. Iban al río para tomar muestras del agua.

Randy dijo que si el río estaba contaminado, todos tendrían que estarlo porque desde El Día habían estado viviendo de la bondad del río.

Hart dijo que aparentemente el río estaba bien y esto resultaba esperanzador.

—Si tenemos que poner esta zona contaminada otra vez en marcha, creo que se podrá empezar por esta comarca. Claro, comprende, Randy, que antes que podamos ser de mucha ayuda para las zonas contaminadas, tendremos que dejar el país en una forma decente —se sacudió la cabeza—. Algunos de núes— tros científicos piensan que se necesitarán mil años para restaurar las zonas contaminadas más saturadas, como Florida y Nueva Jersey, y llevarlas algo próximas a lo normal, y eso descontando las ciudades totalmente destruidas.

Habló de las urbes que quedaban en pie y de las escaseces y epidemias y la suerte que habían tenido viviendo en Fort Repose. Durante el siguiente año el gobierno iba a efectuar un censo, incluyendo si era posible las zonas contaminadas.

—Es inútil tratar de engañarnos —prosiguió—. Ahora somos una potencia de segunda clase. De tercera, sería mucho más indicado. Dudo que tengamos la población de Francia... O mejor, una población tan numerosa como Francia solía tener.

Habló de Zonas granjeras improductivas durante un período indefinido, de cómo las naciones sudamericanas habían empezado a enviar embarques de préstamos y arriendos al continente del norte, de cómo Thailandia a Indonesia, contribuían con arroz. Even— tualmente, se esperaba que el petróleo venezolano aliviase la escasez de combustible para el transporte, aunque dudaba que durante toda su vida volvería a ver la gasolina a la venta para los ciudadanos particulares.

Le escucharon, los ojos vidriosos como si estuviesen impresionados.

II

Los técnicos volvieron del río. Paul Hart miró su reloj y dijo que tenían que despegar. Era necesario que se dejasen caer a un campo pequeño cerca de Brunswick, Georgia, antes de oscurecer. Actualmente era su cuartel general pero en pocos años planeaba reconstruir la base de la Fuerza Aérea en Patrik, Cabo Cañaveral, y trasladarla allí. El enemigo se había pasado por alto Patrck, quizás deliberadamente puesto que era una base de pruebas y no de operaciones, quizás porque el proyectil destinado se perdiese en otro rumbo. Nunca lo sabrían. Hart se quedó pensativo durante un momento. Luego habló a Randy:

—Tú sabes que vosotros y toda la gente vuestra no contaminada puede salir si quiere. Claro que tendría que sufrir un reconocimiento físico y médico muy estricto y oficial, pero me parece que no tendríais ninguna dificultad en pasarlo. Volveré dentro de una semana. Estamos ahora escasos de helicópteros, pero podría sacarte a ti y a los tuyos, dos o tres, cada vez.

Esta era la ciudad de Randy y aquellos eran sus paisanos y sabía que nunca les dejaría. Y sin embargo, no tenía derecho a tomar a solas aquella decisión. Miró a Lib sin encontrar necesario tener que hablar. Ella, sabiendo lo que él pensaba, simplemente sonrió y parpadeó.

—Creo que me quedaré, Paul —dijo Randy.

—¿Y los demás?

Randy deseó que Dan estuviese con ellos y sin embargo, tenía la seguridad que podría hablar por el doctor.

—Aquí tenemos nuestro médico, Dan Gunn. Si no fuese por Dan, me parece que ninguno de nosotros podría haber sobrevivido. Salvó esta ciudad y estoy seguro de que no querrá marcharse ahora —se volvió a Helen—. ¿Crees que querría?

—Ni yo ni él tampoco —contestó Helen, con tranquilidad.

—Pero hay algo que debes hacer, Paul. Traer suministros para nuestro médico.

—¿Qué necesita?

—Todo. Todo lo que necesita un hospital. Pero más que nada necesita un nuevo par de gafas.

—Eso se lo podría requisar y traer, creo, si tuviese su receta.

—Sé donde está —dijo Helen—. ¡No te marches, Paul! ¡No te atrevas a irte! —dejó la estancia y subió escaleras arriba corriendo.

—¿Y usted, Almirante Hazzard? —preguntó Paul—. ¿Qué hay de los niños? ¿Qué hay de las dos mujeres que viven a la otra parte de la carretera... la bibliotecaria y la telegrafista?

Sam Hazzard soltó una carcajada.

Coronel, tengo una flota a mi mando. Si el departamento de marina me diese una flota, le acompañaría. De otro modo, no.

—Ya no tenemos flota —contestó Paul Hart—. Todo lo que nos queda son los submarinos nucleares. Esos nos salvaron, me imagino. Ltís submarinos y los cohetes de combustible sólido y algunos de los proyectiles dirigidos lanzados desde el aire.

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