B-10279 Sobreviviente de Auschwitz (9 page)

BOOK: B-10279 Sobreviviente de Auschwitz
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Llegó el día de iniciar mi tarea como minero. El espeluznante frío de la madrugada, congelaba las extremidades. Después del conteo, comenzamos a marchar como soldados siempre de a cinco. Caminamos por medio de la calle vigilados de costado por los SS bien armados. Había que andar un buen trecho, pasar por un poblado, hasta llegar al establecimiento carbonífero. Por orden de los alemanes, había que caminar agarrados de los brazos. A cada rato nos hacían acordar a gritos: ¡Einhaken! Engancharse.

Nos estábamos acercando, se podía divisar a lo alto dos ruedas gigantescas girando. Estas ruedas eran parte de los ascensores.

Una vez ubicados en uno de ellos, bajamos a velocidad para llegar al recinto principal. Había gran movimiento de gente y trenes eléctricos. Cuando nosotros ingresamos nos tropezamos con la gente que terminaba el turno de la noche. La mayoría eran prisioneros rusos. Estos usaban su vestimenta militar. Estaban bajo vigilancia del ejército alemán "Wehrmacht". Recibían un trato mucho mejor que nosotros. Todos parecían ser tipos fuertes, de buen físico. Solían hablar en ruso con nosotros, pero muy poco les podíamos comprender. La frase que pude entender era: "Manténgase fuertes muchachos, los nuestros ya están por llegar".

En el gran hall había que buscar un lugar en un vagoncito de la línea que nos iba a conducir hacia el sector Nº 3. El trayecto era bastante largo. Se viajaba por corredores subterráneos muy oscuros, hasta llegar a la terminal. Cada minero recibía un farol a batería, muy pesado. Con el farol en la mano había que emprender una caminata por los pasillos, para llegar al lugar de la excavación. Por lo menos en ese sector se podía caminar sin necesidad de agacharse. Eso ya era un privilegio. A medida que nos internábamos, el calor se hacía sentir más sofocante, se notaba en el ambiente que faltaba el aire, aunque habla ductos que tenían una ventilación continua. A nuestro costado, cintas transportadoras de casi un metro de ancho estaban en constante movimiento. El conjunto de máquinas enlazadas con esas cintas de tela y goma, llevaba el carbón hacia los vagoncitos. Por el carril, éstos eran arrastrados ¡lacia el ascensor y luego vaciados en la superficie de la mina carbonífera.

Me asignaron para recoger con una pala el carbón que se había caído de la cinta transportadora. Cuando los prisioneros rusos terminaban el turno, encontrábamos gran cantidad del mineral que se había caído por los costados al piso. Muy distinto era cuando les tocaba el turno a los internados judíos. La cinta trasladaba algún trozo de carbón que otro. Además de estar desnutridos y no aptos para tareas tan duras, también había de parte nuestra un acto de resistencia, para que el rendimiento fuese menor. Sólo cuando aparecía de improviso el "Steiger" (supervisor), la cinta llevaba más cantidad. Este se distinguía por el tipo de linterna, que tenía en su gorro. Pobre de aquel individuo que fuera sorprendido no haciendo riada, él lo deshacía a latigazos. Dentro del establecimiento minero trabajaban muchos civiles. Estos eran polacos de la zona. Se les entendía más en alemán que en polaco. Eran agricultores, y para evitar que los alemanes les confiscaran los bienes, fueron obligados a trabajar de seis a ocho horas diarias en la mina de carbón. Después de ocho horas duras con la pala, quedé cansado y sentía todo el cuerpo dolorido.

Finalizado el turno, la gente abandonaba el sector y se encaminaba hacia donde estaban los vagoncitos. Una vez ubicados, fuimos llevados de retorno al ascensor. Arriba ya nos estaban esperando los guardias SS. Después de emprender la caminata, volvíamos al campo. Nos mirábamos unos a los otros, todos estábamos ennegrecidos por el polvillo del carbón. En el campo sacudíamos la ropa, no había otra para cambiarse. Algunos nos duchábamos, pero eso no nos quitaba nada de mugre, no teníamos jabón ni toalla. Luego había que formar fila para obtener la ración diaria, una sopa y un trozo de pan.

Una vez consumida esa ración, sentíamos más el hambre que antes. Presuroso subía a la cucheta para dejar caer mi cuerpo cansado y dolorido.

Pasaron algunos días, desde que había comenzado a trabajar como minero. Fui cambiado de tarea y designado con otro muchacho amigo para ayudar a un civil polaco. El habitante de la zona se desempeñaba en reparar las bandas transportadoras. El carbón de piedra las gastaba y deterioraba. Habla que cambiar los trozos de cinta en mal estado, por otros nuevos. Eso se lograba por medio de grampas metálicas. El polaco era amable para con sus dos ayudantes. Todas las mañanas nos traía trozos de pan con manteca y una botella de leche. Esta generosidad era para nosotros de gran ayuda y de enorme valor. Al lado de él aprendimos rápidamente la tarea de recambio y mantenimiento de las cintas transportadoras de carbón.

La amistad entre el yugoslavo Branco y yo, se afirmaba cada día más. Nos entendíamos cada vez mejor.

Había entre nosotros un verdadero sentimiento de hermandad. Branco no probaba un bocado si no lo compartía conmigo. Lo único que me molestaba era que maltrataba al grupo que a tenia bajo su mando. Le hice una observaci6n al respecto y realmente cambió su actitud. Solía hablar de su Yugoslavia natal, de su familia, de la hacienda de gran extensión. Ya de hecho le tuve que prometer viajar a Yugoslavia, siempre y cuando lográramos sobrevivir. Por medio de Branco pude conocer a un gitano alemán, que era el encargado de un bloque vecino. Era de baja estatura y hablaba un alemán claro. Yo tenía curiosidad por saber cual era la causa por la que él estaba confinado en ese campo de concentración. Me contó que se dedicaba a robar autos en Berlin y en otras ciudades. Fue descubierto cuando choco con un vehículo robado y fue a parar en este campo. El gitano me proporcionaba de vez en cuando algún alimento que me ayudaba a paliar el hambre.

EN EL AÑO 1945

Estábamos en pleno invierno con heladas bajo cero. Nevaba casi de continuo. En la mina de carbón se trabajaba normalmente, pero en la mitad de enero, el polaco a quien ayudábamos en la reparación de las cintas, trajo a la mina el diario local en alemán. Con grandes titulares en la primera hoja, se comunicaba que el ejército soviético había lanzado una gran ofensiva en la región de Cracovia. La zona minera donde nosotros trabajábamos, se encontraba a unos doscientos kilómetros. Una vez finalizada la tarea diaria, una reforzada guardia nos acompañó al recinto del campo. Apenas llegados nos enteramos que íbamos a ser evacuados. Efectivamente al día siguiente de madrugada tuvimos que formar, con una helada que cortaba la respiración. Los hospitalizados se iban a quedar. En total éramos unos dos mil. El conteo se prolongó; había ya pasado dos horas y nada. No coincidía, faltaba uno, Guardias y capos comenzaron a dispersarse por todos lados para ir en la búsqueda del individuo. Después de una hora más, lo encontraron. Estaba en una zanja debajo de unos tablones que servían de pequeño puente. Era judeo-húngaro. Recibió una dura paliza. Llovían los latigazos de todos lados; horrorizaba verlo.

Al fin comenzó la marcha, abandonamos el lugar para dirigirnos hacia otro destino. Pudimos saber por parte de los SS que íbamos a tener que caminar unos 200 kilómetros. Los viejos guardias de los SS nos decían: "ustedes son jóvenes, pero pobre de nosotros los viejos".

El destino era otro campo de concentración dentro de Alemania. Íbamos caminando rodeados de guardias armados. Todo alrededor nuestro estaba cubierto de nieve. El hielo crujía debajo de las pisadas ¡pobre del preso-esclavo que tenía que movilizar el intestino! Permitían hacerlo al costado del camino, prácticamente en movimiento, porque no podíamos retrasarnos. Los primeros veinte kilómetros no pesaron, pero después se empezó a sentir el cansancio.

Los SS cuando vieron que la masa se estaba enlentenciendo, empezaron a exigir más rapidez a gritos y latigazos. Alrededor nuestro no se veía ni un alma; hasta donde llegaba la vista todo estaba cubierto por una manta blanca de nieve. Caminábamos arrastrando las piernas. Cuando ya habíamos hecho cerca de cuarenta kilómetros, divisarnos un establecimiento rural. Efectivamente, hasta allí fuimos conducidos. Nos dejaron dentro de unos galpones. Eran depósitos de pasto seco. No pensábamos en otra cosa, sino en tirarnos sobre e] pasto. Todos estaban rendidos por el cansancio. En esos galpones pernoctamos.

Al día siguiente después del conteo, repartieron algún alimento y de nuevo había que emprender la marcha. Fuimos alcanzados por un vehículo militar, después de haber hecho unos diez kilómetros más.

Del vehículo salieron algunos altos oficiales SS para reunirse Con los que conducían a nuestro grupo. La conversación que mantuvieron terminó a carcajadas Poco después. Cuando el auto (le los jerarcas nazis se alejó, nos dieron la noticia: había que volver al mismo campo de concentración donde habíamos estado. Significaba (fue está barrios condenados a hacer a pie los 50 kilómetros de nuevo. La orden fue impartida y empezamos la marcha faltando tan largo trecho para llegar al destino.

Resultó que el ejército soviético ya se adelantaba a la zona hacia donde nos estábamos dirigiendo. Nos detuvieron, por desgracia para nosotros, porque querían evitar que fuéramos liberados por patrullas de los soldados rusos. Nos llevó todo el día llegar de vuelta al campo de concentración, donde habíamos habitado.

Caímos en las cuchetas extenuados, medios muertos. Pernoctamos y quedarnos algo repuestos.

Al día siguiente nos llegó la noticia mientras estábamos formando, sólo se iba a hacer una caminata de unos diez kilómetros y luego seríamos transportados por ferrocarril. Los enfermos también serían evacuados. Efectivamente, emprendimos de nuevo una marcha hacia la localidad de un importante centro ferroviario Cuando llegamos al lugar indicado, ya era de noche. Fuimos ubicados en vagones de carga. Teníamos que hacer un compás de espera, pues hacia ese lugar llegaba un gran contingente de presos.

Los que estaban confinados en el campo de concentración de Auschwitz, estaban próximos a llegar después de haber hecho una caminata de casi 100 kilómetros. Llegaron agotados; nos contaron que centenares fueron muertos por los SS. A los que no podían seguir los mataban a tiros. Los dejaron tirados en las cunetas que bordeaban el camino. El contingente de Auschwitz formado de varias decenas de miles, también fue ubicado en los vagones. El convoy estaba compuesto de una fila de interminables vagones de carga. El destino era MAUTHAUSEN, un gran campo de concentración ubicado en Austria.

EN LA FORTALEZA DE MAUTHAUSEN

Para el mando soviético era de vital importancia capturar intactos los establecimientos carboníferos. De manera que permitieron salir a los alemanes que se encontraban en la región por una estrecha garganta. Los nazis hicieron los máximos esfuerzos para llevar con ellos a los que tenían confinados. No estaban dispuestos a soltar a sus presos, todavía podíamos serles útiles. Aunque los alemanes se encontraban en una situación apremiante, la actitud hacia nosotros no cambiaba. Más bien el trato de ellos era más severo.

El vagón al cual fui designado no era techado. Apenas había un espacio para estar sentado en el piso. En uno de los rincones nos ubicamos conjuntamente con Branco el Yugoslavo. Cerca nuestro se encontraba el gitano con su amigo Willy, un alemán también preso. Este Willy siendo alemán, tenía cierto mando interno, pero no maltrataba a nadie. Los SS mantenían una vigilancia bien distribuida. Se encontraban en posición de tiro con ametralladoras.

Por fin el tren empezó a moverse lentamente, hasta tomar una velocidad entre 30.40 kilómetros por hora. Menos mal que nos permitieron llevar las frazadas, si no hubiésemos quedado congelados. Del gran cansancio todos nos quedamos dormidos, mientras el ferrocarril se desplazaba por las vías semitapadas por la nieve. Viajamos toda la noche, nevaba, nos cubrimos con las frazadas, hasta que amaneció. El tren se detuvo en una población chica. En el trayecto murió mucha gente de frío. De todos los vagones tuvieron que retirar hombres que estaban sin vida. Era gente que ya había agotado su límite de resistencia.

Algunos SS fueron al poblado y consiguieron traer a un lugareño con un trineo tirado por un par de caballos. Sobre el trineo fueron ubicados una gran cantidad de cadáveres.

Posteriormente efectuaron un conteo en cada vagón, luego fueron llamados dos individuos para traer la ración de pan. De nuestro vagón fue el gitano y el yugoslavo con una frazada para traerla. El gitano repartió a todos la porción correspondiente y le sobraron algunos panes. Le pregunté cómo había hecho y me contestó que eso era su especialidad. El siempre se las ingeniaba, era muy ligero de manos.

Después de varias lloras de estar estacionado, el tren empezó de nuevo su marcha. En el trayecto sólo se pudieron ver densos bosques de ambos lados de las vías cubiertas de nieve. Sabíamos que el ferrocarril entraba en territorio checo. Seguíamos avanzando sin encontrar obstáculo alguno. No me animaba a sugerir a los que me rodeaban tirarse cuando el tren se encontraba en marcha. Estaba a la espera que la idea surgiera de alguno de ellos. Del gitano, a lo mejor, que era muy hábil. Pero no, siendo alemanes tenían dentro del campo de concentración un estatus, y no las pasaban del todo mal. Era una lástima no haberme fugado, podía haber evitado los posteriores sufrimientos. Me enteré después de la guerra, que muchos saltaron de otros vagones en territorio checo y sobrevivieron.

El tren seguía su marcha hasta que llegó a un lugar donde había un nudo de vías. En ese lugar empezó a maniobrar para tomar otra vía. Seguimos toda la noche viajando. Al día siguiente paramos en una pequeña ciudad. Era todavía de madrugada, pero ya se veía alguna gente del lugar circulando por el puente que estaba sobre nuestro tren. Algunos checos se detuvieron y pudieron ver el lastimoso espectáculo de gente moribunda dentro de los vagones abiertos sin techo, Tiraban pan desde el puente, pero los guardias no se lo permitieron, los dispersaban. Un hombre ya mayor pasaba por allí, se detuvo y pude ver que se le caían las lágrimas. Un SS le ordenó que se alejara, pero él no obedeció. El nazi apuntó y disparó con su rifle. Estoy casi seguro que lo mató.

Apilaron de nuevo un cargamento de cadáveres para enterrarlos en el cementerio local El gitano fue de nuevo a traer la ración diaria. Después de repartir siempre le sobraba una cierta cantidad, tenía una habilidad increíble. Convidaba después a los que estábamos alrededor suyo. En esa estación vimos por primera vez una gran cantidad de tropas alemanas al lado de las vías con sus mochilas. El ferrocarril partió de nuevo y siguió sin detenerse hasta llegar a territorio austriaco. Nos acercábamos al destino. Llegamos a la estación de "Mauthausen''. Era una localidad chica, en Austria. No recuerdo cuantos días pasamos viajando en el tren de carga, cuando nos ordenaron descender. De nuevo había que emprender una marcha de varios kilómetros a pie. La caminata se hizo cada vez más pesada, porque era una subida. Miles de presos caminábamos, para ser concentrados luego en el campo de "Mauthausen". Todo el transporte de gente fue ubicado en un amplio patio abierto. Llegarnos exhaustos y no había donde sentarse. El aspecto del gran campo de concentración era el de una antigua fortaleza amurallada. El piso estaba cubierto por una capa de nieve de medio metro de altura. Ese espacio abierto rodeado de alambrados de púas electrificados, era la parte exterior del campo amurallado. Después de varias horas llamaron primero a los presos alemanes, luego a los de otras nacionalidades y a los judíos recién al día siguiente. Era allí donde nos separamos de Branco el yugoslavo y de otros.

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