B-10279 Sobreviviente de Auschwitz (6 page)

BOOK: B-10279 Sobreviviente de Auschwitz
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Afuera ya anochecía. Los ayudantes del capo empezaron a extender una especie de alfombras sobre el piso de tierra dentro del bloque. Llegaba la hora de acomodar a la gente en el suelo como sardinas. Los zapatos había que dejarlos en el muro. Uno de los ayudantes notó que yo escondía mis botines debajo de la cabeza y me los quitó, aparentemente para llevarlos al muro. Me encontraba aprisionado entre otros cuerpos y por el cansancio me quedé dormido.

El tumulto de la gente me despertó, cuando todavía acostado en el piso noté que los demás ya estaban levantados. Me quedé algunos instantes sin recordar donde me encontraba. La barraca estaba alumbrada con una luz muy tenue. El ambiente era grisáceo por el polvillo; estaba envuelto en una neblina. Me levanté de un salto en busca de mis zapatos, pero no había ningún par. Afuera estaba todavía muy oscuro. El capo polaco y sus ayudantes ya estaban corriendo a la gente hacia el exterior del bloque para el "appel" (conteo). No era el único que no había encontrado los zapatos, éramos unos cuantos y nos dirigimos al capo polaco, pero no nos quiso escuchar. Nos mostró en un rincón algunas holandesas de madera. Afuera el suelo era barroso y yo no estaba acostumbrado a andar descalzo. Sentí una gran desesperación. Recorrí toda la barraca y tuve suerte, encontré un solo zapato. Después de seguir buscando encontré una bota. La suela de la bota estaba despegada, pero era mejor que andar descalzo. Afuera estaba bastante fresco y había que formar de a cinco.

Después de varias horas apareció uno de los SS y contó a los "presos". Terminado el conteo, busqué donde sentarme, pero el piso estaba fangoso, había que permanecer parado. Cuando ya el día aclaró, eché una ojeada a mi alrededor y exclamé: ¡Dios mío! ¡En qué lugar horrendo me tocó caer! Vi las torres de vigilancia ocupadas por los guardias de la SS. Hasta donde alcanzó mi vista todo era divisiones por interminables postes y alambrados de púas. Lo que más quería saber era dónde diablos me encontraba, también quise saber la suerte de la gente que fue seleccionada para el lado izquierdo porque entre ellos se encontraba mi papá.

Del otro lado del alambrado había un campo de concentración similar y pegado al nuestro, pero los que se encontraban allí estaban presos desde hacía tiempo. Entramos en contacto con ellos a través del alambrado y nos enteramos de todo lo que más nos inquietaba. Los del otro lado buscaban parientes entre los recién llegados. Se pudo saber que este lugar era Auschwitz-Birkenau y que donde nos encontrábamos había sido habitado por gitanos. El campo en que fuimos internados lo llamaron "Ziegeuner Lager" campo gitano. Nos dijeron que ninguno de ellos quedó con vida. Miles habían sido exterminados. Nos señalaron algunos edificios donde se encontraban las cámaras de gas y las humeantes chimeneas de los crematorios que funcionaban día y noche. También nos contaron que estaban llegando transportes con judíos de Francia, Bélgica, Holanda y Hungría todos los días y que las fábricas de muertos no daban abasto. Nos informaron que desde que Auschwitz había sido construido, perecieron millones de seres humanos. Queríamos saber qué destino habían tenido nuestros familiares que habían sido separados de nosotros cuando habíamos llegado. Nos contestaron que habían pasado a otra vida. Además nos dijeron que habíamos tenido suerte, porque a un transporte anterior al nuestro que había llegado desde Grecia, castraron a todos los hombres. No queríamos dar crédito a esas horribles revelaciones. Quedamos atónitos y conmovidos.

En varios tachos trajeron sopa bien caliente; ya era mediodía y todos estábamos muertos de hambre. De los gitanos habían quedado algunos recipientes, pero cucharas no había. Cuando logré obtener mi porción de sopa, tuve que emplear los dedos como hacían los demás. Era un martirio, pero no había otra alternativa, había que acostumbrarse a la horrible vida de un campo de concentración.

Al día siguiente fuimos trasladados a otro barracón. Previamente los capos separaron a los jóvenes de entre 14-17 años. Logré escurrirme y pasé con el grupo de mayores. Fui trasladado al bloque Nº 27. En este barracón ya había una gran cantidad de gente. Eran judíos provenientes de Hungría. Estos tenían un aspecto saludable en comparación con nosotros que parecíamos esqueléticos. El capo que tenía el mando era un alemán convicto por algún hecho criminal. Era de estatura baja y de complexión fuerte. Se movía con un bastón y se hizo respetar repartiendo bastonazos; tenía alma de asesino. Con los húngaros no me podía entender, pues ellos no hablaban el idish.

El menú diario consistía en una sopa al mediodía, un trozo de pan negro de 250 grs. y una cuchara de carne en conserva en la tarde. Dos veces al día, a primera llora de la mañana y en la tarde había que formar para el "appel".

Los alemanes mantenían ese lugar muy en secreto para que no se divulgara lo que estaba sucediendo en ese gran campo de concentración y de exterminio. Allí en ese horrendo lugar perdí la esperanza de sobrevivir. Si hubiese tenido a alguien más de mi familia para no estar solo. . . Esa sensación de estar solo, entre gente desconocida, debilitaba la moral, parecía que el triste desenlace final estaba cerca. Pero sucedió algo inesperado que elevó de nuevo mi espíritu de lucha. Oleadas de aviones aparecieron en el cielo despejado. Cientos de aviones. Podían ser norteamericanos, volaban muy alto y lanzaban tras ellos estelas blancas. La artillería antiaérea alemana disparaba sin cesar, pero no alcanzaban sus objetivos. Por primera vez vi un espectáculo tan sorprendente, parecía que ya estábamos a salvo. Si los pilotos de esos aviones hubiesen tenido una idea de lo que estaba sucediendo allí...! Por mi mente pasó una vaga ilusión; tal vez podrían lanzarse en paracaídas y liberarnos. Pero los aviones hicieron sólo una pasada por el cielo de Auschwitz. Igual me dio una gran satisfacción y me renovó la esperanza. Pensé que en los días sucesivos se podría ver de nuevo el poder aéreo aliado, pero no sucedió y todo seguía sin cambio alguno.

El bloque Nº 27 al que fui asignado estaba ubicado casi al fondo de este campo. Desde allí a través del alambrado pude observar la Llegada de los nuevos transportes con gente. Llegaban trenes repletos de hombres y mujeres elegantemente vestidos. Probablemente eran judíos de Francia, Bélgica y Holanda. No fueron seleccionados y se encaminaban directamente hacia las cámaras de gas. Ellos no lo sospechaban. Les hubiera querido gritar, advertirles, pero estaba demasiado lejos. Me sentía impotente desde ese lugar para poder hacer algo para salvar de la muerte a esos seres humanos. En ese momento en mis íntimos sentimientos hervía un odio tremendo y un deseo de venganza contra los asesinos nazis. A esa altura de los acontecimientos mundiales, la victoria alemana ya era dudosa. Pero los nazis tío se querían dar cuenta todavía que estaban al borde de la derrota y proseguían en forma más acelerada con el plan de aniquilamiento del pueblo judío. El gigantesco campo de concentración de Auschwitz fue construido no sólo para aniquilar a nuestro pueblo, si hubiera obtenido la victoria la Alemania de Hitler, la misma suerte le hubiese tocado a los pueblos eslavos y a otros. Nosotros éramos el pueblo más desamparado y fuimos los primeros en ser sacrificados. Auschwitz fue ideado para devorar decenas de millones de seres humanos según la ideología nazi, sólo a la raza aria alemana le pertenecía ser amo del inundo.

A las tres de la madrugada, el capo y sus ayudantes ya nos empezaron a desalojar del barracón. En poco tiempo, a latigazos todos fuimos corridos hacia afuera. Los "presos" se agrupaban y formaban una masa compacta para protegerse del frío otoñal, que se hacía sentir. Cuando los capos notaron que nos agrupábamos, empezaron a repartir bastonazos con furia. Si llovía, igual había que permanecer a la intemperie. Después del riguroso "appel" de la mañana, llegó un grupo de médicos con túnicas blancas. Nos ordenaron desvestirnos y había que desfilar desnudos frente a ellos. Los que no poseían un físico suficientemente apto, fueron apartados. El aspecto de los húngaros era notoriamente mejor, pues ellos no venían de un ghetto. Fui apartado para una posterior revisación. Muy preocupado me acerqué al jefe médico y le dije que era experto en el ramo metalúrgico. Me contestó:

- Si no te retiras inmediatamente, te mato.

Un capo del bloque me hizo luego una observación, me dijo que tuviera más precaución porque a los presos no les era permitido hablar y el jefe médico a quien me había dirigido era Mengele. (Después de la guerra fue afanosamente buscado por todo el inundo por haber hecho terribles experimentos con seres humanos en Auschwitz). Luego nos enteramos que esa selección era para llevar a los presos que iban a trabajar en un establecimiento industrial en Alemania, cerca de la frontera francesa, pero todo quedó anulado.

La noticia que circuló posteriormente fue que aquella zona había sido destruida por un bombardeo de la aviación aliada.

El tiempo pasaba muy lentamente. Sobrevivir un día parecía una eternidad. El aspecto de los prisioneros era deplorable. Las condiciones en que estaban los presos los hacían sentir como inútiles.

Cuando aparecían los corpulentos capos, había que abrirles paso. Se divertían repartiendo bofetadas a los que estaban distraídos. También solían aplicar un fuerte golpe con la mano abierta al mentón de su víctima, para derribarlo al suelo, que siempre estaba barroso.

Los trenes seguían llegando, traían vagones llenos de gente casi todos los días. Me llamó la atención en especial la llegada de un transporte que desde lejos pude identificar que era del ghetto de Lodz. En ese tren vinieron los dirigentes y también la policía del ghetto con su vestimenta y gorros con una cinta anaranjada. Estos confiaron demasiado en los alemanes y cayeron en la trampa. En el ghetto los policías eran una "secta" privilegiada. Creyeron que iban a seguir en lo mismo, pero al bajar de los vagones, los "canadienses" embistieron contra ellos y los gorros volaron por el aire. Las mujeres lanzaban horripilantes gritos por la paliza que recibían sus esposos. Se pudo saber que en ese tren había llegado también el presidente del ghetto, Rumkowski con sus colaboradores. Era portador de un certificado o "credencial" de Hans Biebow. Este era allegado de Himmler y tenía el alto cargo de ser el enlace entre el ghetto de Lodz y los alemanes. Rumkowski llegó a Auschwitz seguro de seguir en su cargo. Hubo una versión que presentó la credencial al oficial nazi y éste la rompió en pedazos.

Jaime Rumkowski, el ex “rey" del ghetto fue llevado a dar un paseo. Le mostraron los campos de concentración de Auschwitz, luego las cámaras de muerte, al final los crematorios. En uno de esos hornos fue introducido vivo. Pereció devorado por las llamas.

Los "canadienses" o grupo "canadá" así fueron llamados, eran los primeros muchachos judíos que llegaron a Auschwitz, Esto sucedió entre 1942-43 y muy pocos pudieron sobrevivir los severos e inhumanos tratos de aquellos años. Los que quedaban con vida eran sumamente fuertes. Muchos de ellos eran de Lodz. Llamaba la atención su estado físico, eran altos y corpulentos, parecían superhombres. Después de un tiempo consiguieron ubicarse en lugares de privilegio. Fueron utilizados por los alemanes de la SS en la terminal ferroviaria para sacar la gran cantidad de valijas o bolsos que la gente traía y que habían quedado al lado de la vía férrea.

Cuando llegaba un nuevo transporte, no podían quedar vestigios del anterior. La tarea de los "canadienses" era limpiar el terreno.

Otros grupos canadienses fueron utilizados para tareas en las fábricas de muerte. En las cámaras de gas retiraban a los ya sacrificados, y también los utilizaban en los crematorios. El límite de vida de los que hacían estos trabajos ingratos, era relativamente corto, sólo de algunos meses. Los alemanes los eliminaban para que no hubiera testigos. Vivían del otro lado del alambrado.

En muchas oportunidades nos trataron de ayudar. Por encima del alambrado electrificado tiraban trozos de pan o nos pasaban recipientes con comida. Había que tener mucha pericia para no recibir una descarga o para no ser visto por el vigilante desde lo alto cuidando que no se le ocurriera disparar. Pero se arriesgaban y nos ayudaban, también nos pasaban información. Se pudo saber que hubo un levantamiento y que no cristalizó con éxito.

Al lado del bloque 27 estaban los barracones vecinos Nº 25 y 23. En esos bloques fueron ubicados jóvenes que oscilaban entre 1217 años, la mayoría era de Lodz. Casi a diario iba a ver a algunos que eran amigos de la infancia. En una oportunidad pude presenciar el momento en que se repartía la sopa. El que estaba a cargo de hacerlo era un hombre conocido en Lodz. Los traviesos muchachos se acercaban en una fila muy desordenada. Al hombre se le hizo cada vez más difícil el reparto. Los chicos hambrientos empujaban con sus recipientes para llegar primero y él ya se había puesto nervioso. Sin querer golpeó a un chico con el cucharón grande y lo lesionó en la ceja. Inmediatamente dejó de repartir para atender al muchacho. Se notaba que se le partía el corazón por el hecho.

Exclamaba: ¡Dios mío dónde podrá estar la madre de este chico! Era un chiquilín de facciones delicadas de unos 12 años.

A medida que pasaban los días se notaba que disminuía la actividad ferroviaria. Ya no llegaban tan-tos transportes con gente. De nuestra ciudad de Lodz ya habían sido evacuados prácticamente todos. De los 70 mil que llegaron a Auschwitz más de la mitad fueron destinados a las cámaras de gas. Los otros se encontraban en los barracones de ese campo "gitano" y las mujeres en algún otro recinto. Los alemanes comenzaron a formar grupos que desde Auschwitz fueron como esclavos trasladados hacia otras latitudes. Los presos fueron llevados en los mismos trenes bajo estricta vigilancia para trabajos forzados en otros centros de reclusión. Todos los que estaban confinados, tenían deseos inmensos de salir de allí. Se tenía la certeza que una vez afuera habría mejores posibilidades para sobrevivir.

Despertamos con una noticia que nos provocó estupor y nos horrorizó a todos, cuando supimos que los dos barracones vecinos donde estaban ubicados los jóvenes, quedaron vacíos. Los SS en plena noche asaltaron los bloques y evacuaron en camiones a todos los menores de edad. Se ensañaron contra aquellos chicos porque no llegaban más transportes con material humano. Fueron llevados por los asesinos nazis para ser exterminados en las cámaras de gas. Esos jóvenes habían pasado por la selección y se encontraban bien de salud. Estaban aptos para cualquier trabajo, para ganarse el sustento, por eso a todos los internados nos sublevó y nos provocó un tremendo shock. Eran aproximadamente unos tres mil jóvenes. Por largo tiempo todos los confinados de este campo quedamos conmovidos y deseosos de vengarnos de los asesinos nazis. Y pensar que me hubiese correspondido estar entre ellos.

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