B-10279 Sobreviviente de Auschwitz (5 page)

BOOK: B-10279 Sobreviviente de Auschwitz
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El régimen hitleriano con su plan de aniquilamiento sistemático, dejó una herida profunda en todos los sectores de la población.

Después de esta horrenda acción de los alemanes nazis, la gente que estaba en el ghetto, no tenía otra alternativa que volver a sus trabajos.

En la sección donde trabajé, faltaban integrantes. Algunos fueron evacuados, otros por estar enfermos no estaban en condiciones de volver a sus tareas. Un compañero del grupo enfermó de tuberculosis, falleció poco tiempo después de la visita que le hice en su casa. Era un joven proveniente de Alemania de apellido Breslau, trabajó en uno de los tornos. Prácticamente fui el único que quedé de todo el grupo. Fui nombrado por la dirección, para enseñar y dirigir a nuevos integrantes. Así culminó un año con grandes penurias. Nos acercábamos al año 1944, evidentemente pasar un año en cautiverio parecía un siglo.

EN EL AÑO 1944

Después de la gran derrota de los alemanes en Stalingrado, las divisiones de Hitler, empezaron a perder terreno. El ejército soviético tras duras luchas prácticamente reconquistó todos los territorios perdidos. La línea del frente de batalla se acercaba, pues ya se luchaba en territorio polaco. Estábamos al tanto del desarrollo de los acontecimientos por medio de nuestro primo Berek. El cedió parte de su pan para obtener noticias y esto le costó la vida; fue fusilado.

Renació una esperanza cada vez más firme de poder liberarnos de este encierro llamado ghetto.

Aunque los alemanes se encontraban en retirada su actitud era igual o peor aún. Todavía se sentían fuertes y confiados de su victoria porque el Fuhrer se los había prometido. Llegaron rumores que los aliados iban a abrir un segundo frente. También se sabía que las ciudades alemanas sufrían constantes bombardeos aéreos. Pero en el ghetto no se notaba ningún cambio, todo seguía con la misma rutina.

En la planta donde trabajaba, sucedió algo inusitado. Todas las mañanas se conectaba la llave para poner en marcha el motor principal. Pero ese día al motor y a varias máquinas les faltaron las correas que hacía poco tiempo habían sido cambiadas por nuevas. Se comprobó que se trataba de un robo. Las correas les servían a los ladrones de suela para zapatos y eso que había una vigilancia tanto diurna como nocturna. Después de rigurosas averiguaciones hubo que reponerlas. Las correas robadas no fueron localizadas.

Dentro del recinto del ghetto, había terrenos baldíos. Estos campos abandonados se encontraban lejos de los centros poblados. La administración del ghetto, los otorgaba a los interesados con el fin de cultivarlos. Para los cuatro integrantes de nuestra familia nos fueron otorgados 60 metros cuadrados. Fui con mi hermana Ana al lugar donde estaba nuestra parcela.

Cuando la vimos no sabíamos qué hacer, pensamos que mejor sería desistir. Era un verdadero basural con toda clase de inmundicias y un olor nauseabundo. Al fin nos decidimos a efectuar la tarea de limpieza que nos llevó un mes de esfuerzos. Todos los días después del trabajo en los establecimientos, dedicábamos un par de horas para preparar el terreno. La intención era plantar algunas especies de rápido crecimiento, con el fin de ayudar a paliar el hambre existente. Lo que más convenía era: remolacha, cebolla, rabanitos, lechuga y otras legumbres.

Por suerte se pudieron conseguir semillas. Un tío nuestro que tenía alguna experiencia con plantas, nos daba instrucciones. Pasaron algunos meses y empezó a verse el fruto de nuestro trabajo. Todos los días íbamos al campito y llevábamos a casa un bolso con verduras que nos venían muy bien y por lo cual sentíamos gran satisfacción. Muchas familias con esfuerzo y sacrificio se dedicaban a estas tareas y prácticamente todos los terrenos baldíos se convirtieron en áreas cultivadas.

Habían pasado varios años desde que empecé a trabajar en el establecimiento metalúrgico. En ese lapso aprendí el oficio de tornero mecánico. Por tener más experiencia, fui ascendido para dirigir al grupo. El ascenso no significada nada, pues la vida en el ghetto era una pesadilla. Por falta de proteínas y vitaminas la mayoría de la gente padecía dolores en las articulaciones. Esa sensación la empecé a sentir en las piernas. Los sufrimientos se agudizaban cuando tenía que caminar un trayecto largo.

Los días transcurrían y parecía que el tiempo pasaba a favor nuestro. Las tropas soviéticas irrumpieron en territorio polaco. Hicieron considerables avances, y se acercaban cada vez más hacia nuestra ciudad Lodz. Podríamos haber quedado liberados siempre y cuando los alemanes no hubieran tenido tiempo y medios para evacuarnos. Pero sucedió algo que fue una desgracia para todos nosotros. Los polacos de Varsovia se anticiparon y se levantaron en armas contra el opresor alemán. Creyeron que iban a poder liberarse solos, sin ayuda de los soviéticos. Las tropas rusas se encontraban bastante cerca pero por no coordinar con ellos, no obtuvieron ninguna ayuda ni apoyo. El levantamiento fracasó. Fueron diezmados por los alemanes. Miles de jóvenes polacos que no cayeron en la lucha, fueron llevados a los campos de concentración. Esto fue desastroso también para nosotros. Los soviéticos no movieron sus ejércitos por varios meses, esto les dio tiempo suficiente a los alemanes, para llevar refuerzos por vía férrea, que pasaba cerca del ghetto. Podíamos ver el suministro de material bélico que era transportado en trenes. En las plataformas de los vagones de carga se veían pasar vehículos blindados, artillería de grueso calibre. Todo el material de guerra nuevo, pasaba a velocidad hacia el este. Parecía que los alemanes se encontraban en apuros y ya no iban a tener tiempo para ocuparse de nosotros. Pero la suerte nos fue adversa. Comenzó la evacuación y nadie sabía a donde íbamos a ser llevados.

Todos creyeron que estaban necesitados de nuestra mano de obra barata, que íbamos a ser reubicados en algún otro lugar más alejado de la línea del frente. Nadie imaginó el maquiavélico plan de los alemanes nazis. Nos tenían reservado un lugar apartado y resguardado. Mantenido en secreto. Ese lugar era el gran campo de concentración y de exterminio Auschwitz-Birkenau.

No fue suficiente mantenernos cuatro años y medio encerrados en el ghetto y explotarnos. El nazismo sediento de sangre, seguía con su plan de aniquilamiento de nuestro pueblo. Los miles de hitlerianos, pertenecientes al aparato de represión seguían masacrando a todo nivel. No vacilaron en hacerlo a pesar de que tenían reveces en todas las líneas de lucha. Los ejércitos aliados, lograron importantes éxitos al abrir el segundo frente, en las playas de Normandía. Con el transcurso del tiempo, París fue liberado. Pero nuestros carceleros no tomaron en cuenta esta situación adversa para ellos. Las 70 mil personas del ghetto, quedaron a merced de los nazis.

A esta altura después de casi cinco años de sufrimientos, la gente estaba tan abatida, que todo ya le era indiferente.

II Parte
HACIA AUSCHWITZ

- ¿Qué método utilizaron los nazis para evacuar u toda la gente del ghetto?

- Camiones con efectivos bien armados irrumpieron en el ghetto. Los SS y la policía reagrupaban a la gente de una determinada zona. Dio la casualidad que nuestra familia estaba entre los primeros para ser evacuados. Una considerable cantidad de personas fue concentrada en una plaza donde ya tenían carros tirados por caballos esperando. La gente fue ubicada en estos carros; luego la columna se dirigió hacia la estación ferroviaria. Apretujado en el piso del vehículo con mi familia pude observar como un oficial de la policía judía se dirigió al comandante nazi rogándole por su madre. El alemán SS hizo degradar al policía en público y junto a su madre fueron destinados a ser evacuados.

Cada tres carros que conducían a la gente se ubicó un camión de guardias nazis. Así llegamos hasta la estación donde había decenas de vagones de carga, esperándonos. Pasamos a ocupar uno de esos vagones. Nos dieron para el viaje un pan para cada uno. Cuando no hubo más lugar la puerta corrediza fue cerrada desde la parte exterior. Dentro del vagón nos encontrábamos muy incómodos ya que estaba repleto de gente. Por un hueco pude ver como los alemanes festejaban entre ellos con botellas de vodka la tarea cumplida. Tragaron el líquido como si fuese agua. El tren seguía avanzando cada vez con más velocidad. En ese transporte viajaban unos dos mil o más desdichados. Se trataba de restos de familias que habían logrado sobrevivir al ghetto. Viajábamos apretujados sin conocer el destino de nuestro viaje. Al mirar hacia afuera por la rendija vi los hermosos paisajes del campo, los bosques y las plantaciones.

Después de tantos años de encierro todo parecía nuevo y maravilloso. Me llamó la atención que cuando nos cruzábamos con campesinos las mujeres tenían lágrimas en los ojos y exclamaban algo que no podía entender o quizá rogaban a Dios. También nos cruzamos con ferrocarriles transformados en hospitales que trasladaban soldados alemanes heridos del frente.

Llevábamos varios días de viaje. La incomodidad y el cansancio se hicieron insoportables. Perdimos la noción del tiempo. A papá le insinué que se afeitara y me contestó que lo haría cuando llegásemos a un lugar. El tren empezó a maniobrar y entró en una vía solitaria. Lentamente se iba acercando al destino. Se detuvo y ante mis ojos apareció un panorama que me dejó atónito. Mis padres me preguntaron: ¿Qué te pasa hijo? Notaron la tremenda impresión que me había provocado el lugar donde el tren se había detenido. A todos nos causó la misma sensación cuando miramos por la abertura del vagón.

Lo que se veía era la “obra maestra" del régimen nazi de Hitler. Aquí donde habíamos llegado, era la solución final para nuestro pueblo como solían decir los nazis. Hasta donde llegaba la vista, había postes y alambrados de púas electrificados. Esto era Auschwitz, el gran campo de concentración. Se extendía por muchos kilómetros cuadrados. Los postes tenían una altura de unos cuatro metros, la parte superior terminaba inclinada. Por ambos lados se extendían alambrados alimentados con corriente eléctrica de alta tensión. Más allá otra impresión horrenda daban los barracones y por último vimos allí a la gente. En un recinto alambrado, mujeres sin pelo, con vestimenta rara, parecían provenir de un manicomio. También hombres todos rapados, como si pertenecieran a otro planeta. Nuestro vagón todavía permanecía cerrado, daba la impresión que el viaje iba a continuar. Todos nos hicimos esa ilusión, y rezamos en silencio invocando a Dios. De golpe la puerta de hierro corrediza fue abierta. A gritos nos hicieron descender. La gente tuvo que dejar las pertenencias que había traído allí mismo. Se formaron filas de hombres y mujeres por separado hacia un lugar determinado. Perdí de vista a mi madre y a mi hermana que avanzaban en otra fila. Me costó reencontrarías. Logré intercambiar con ellas el bolso que tenía un trozo de pan más claro. Ese pan lo habíamos reservado para papá, pues tenía un malestar digestivo. Lo encontré nuevamente entre la fila de los hombres y me quedé con él. Estábamos aterrorizados. Se escuchaban tiros y me di cuenta que era una diversión de los SS. Decenas de éstos estaban en formación y con su fusil ametrallador tiraban contra los recién llegados.

Encontré en mi bolso un peine. Le peiné el cabello a papá para darle un mejor aspecto. Me di cuenta que nos encontrábamos muy cerca de un oficial alemán que seleccionaba a la gente para uno y otro lado. El gigante militar nazi con un movimiento de su mano sellaba la suerte de cada uno. Me tocó enfrentarme y me puse rígido. Me indicó el lado derecho. A mi papá que estaba algo debilitado, le indicó el lado opuesto. Me di vuelta, pero con gritos amenazadores me indicaron que siguiera. Me encontré entre un numeroso grupo de hombres destinados a ser internados en uno de los campos de concentración. Entre alambrados nos obligaron a hacer una caminata. Una pandilla de "capos" nos hostigaba constantemente. Después de varios kilómetros llegamos exhaustos frente a un edificio en cuyo interior había cofres. Después de un discurso amenazador exigieron tirar dentro de los cofres todo lo que tuviera algún valor. Se referían a joyas, anillos de oro y otros. Dentro de los cofres había montones de billetes que circulaban y tenían valor sólo en el ghetto. Obligaron a todos a desnudarse y sólo permitieron llevar los zapatos.

Después nos tocó pasar por una sección donde a todos nos cortaban el cabello. Estos peluqueros no demostraron tener delicadeza alguna. Antes de pasar a las duchas había que pasar por una zanja con agua. Dentro de ésta exigían enjuagar las botas o zapatos. A latigazos había que pasar por las duchas frías y todavía mojados seguíamos por un camino que llevaba a un depósito de ropa. Pasando por ese depósito, un encargado me tiró una camisa, otro un pantalón, por último un saco. El pantalón que me tocó era demasiado largo, pero lo solucioné, hice un cambio con otro. Me lo probé y me quedó demasiado corto, pero acepté el cambio. Nos miramos unos a los otros y no sabíamos que hacer, si reír o llorar. Nos parecíamos a esos tipos de otro planeta que habíamos visto desde el vagón cuando apenas habíamos llegado. Nos hicieron emprender de nuevo una caminata acelerada. Por fin llegamos al recinto del campo de concentración con todo nuestro grupo. Pasamos por el portón de entrada en formación de a cinco. Bajo estricto control de conteo por los SS ingresamos a ese campamento alambrado. Frente al portón había un muy numeroso contingente de guardias bien armados. Nuestro grupo fue conducido por el camino central. De los dos lados estaban simétricamente ubicados los enormes barracones de madera. En total había 32 barracas, 16 de cada lado del camino principal. Nuestro grupo fue llevado al número 6. El "capo" era un polaco que estaba también preso y tenía ayudantes que estaban confinados hacía ya tiempo. Por el medio de la barraca se extendía un muro de casi un metro de altura. Nos hicieron entrar, permitiéndonos ocupar sólo medio bloque. El grupo de gente que yo integraba llegó tan cansado, que apenas nos sosteníamos en pie. Un ayudante del capo polaco subió sobre el muro y con voz fuerte y amenazante exigió que se le entregaran de inmediato los objetos de valor que algunos habían logrado pasar. Cuando se dio cuenta que nadie se presentaba, los demás ayudantes del capo, unos tipos fuertes con bastones se lanzaron contra la masa humana y apalearon corriendo a todos de un lado y otro del muro. Cuando ya había transcurrido más de una hora de martirio, un muchacho joven nos salvó. En un taco de sus zapatos tenía una alhaja o piedra de valor, que los padres le habían dado para que usara en caso de apremio. Cuando la entregó, satisfizo a los hampones. Después de este incesante hostigamiento sin piedad, todos quedamos extenuados.

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