Bajo el hielo (47 page)

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Authors: Bernard Minier

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: Bajo el hielo
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Comenzaba a entrever un esquema, una posible estructura.

Según él, aquellos hombres tenían una pasión común: la montaña, la naturaleza, las excursiones y el vivac. También compartían, sin embargo otra pasión, más secreta y más siniestra. Aislados en el fondo de aquellos valles, acreedores de una impunidad total, exaltados por las grandiosas cimas que frecuentaban, habían acabado por considerarse intocables. Comprendió que se acercaba al origen, a la fuente de donde manaba todo. Con el curso de los años, se habían convertido en una especie de minisecta que vivía en una burbuja en aquel rincón de los Pirineos adonde el ruido del mundo llegaba tan solo a través de la tele y los periódicos, aislados no solo geográficamente sino también psicológicamente del resto de la población, e incluso de sus cónyuges… tal como justificaban aquellos divorcios y aquellos odios enconados.

Hasta que la realidad se impuso a ellos.

Hasta que hubo sangre.

Entonces el grupo se dispersó, amedrentado, como una bandada de estorninos. Y aparecieron como lo que eran: unos pobres tipos aterrorizados, unos miserables cobardes bruscamente apeados de su pedestal.

Ahora las montañas ya no eran los imponentes testigos de sus crímenes impunes, sino el escenario de su castigo. ¿Quién era el justiciero? ¿Qué aspecto tenía? ¿Dónde se escondía?

Gilles Grimm.

Serge Perrault.

Gilbert Mourrenx… y Roland Chaperon.

El «club» de Saint-Martin.

Una pregunta atormentaba a Servaz. ¿Cuál era la naturaleza exacta de sus crímenes? No abrigaba la menor duda de que Ziegler estaba en lo cierto, de que el chantaje a que habían sometido a aquella chica representaba tan solo la parte visible de un iceberg cuya siniestra naturaleza temía ahora descubrir. Al mismo tiempo, percibía un obstáculo impreciso, un detalle que no encajaba. «Es demasiado simple, demasiado evidente», pensaba. Había una pantalla que no veían… detrás de la cual se ocultaba la verdad.

Se acercó al respiradero que daba al oscuro jardín. Fuera era noche cerrada.

El o los justicieros estaban allá, en la noche, listos para atacar, concentrados sin duda como ellos en buscar a Chaperon. ¿Dónde se escondía el alcalde? ¿Lejos o cerca de allí?

De improviso lo asaltó otra pregunta: ¿el club de los bribones se reducía a los cuatro individuos presentes en la foto o contaba con otros miembros?

* * *

Al llegar a casa, Espérandieu encontró a la niñera en el salón. Esta se levantó con desgana, absorta al parecer en un episodio de
House
. A lo mejor había previsto ganar más dinero. Era una estudiante de primero de derecho con un nombre exótico tipo Barbara, Marina u Olga quizá. «¿Ludmilla? ¿Stella? ¿Vanessa?». Renunciando a llamarla por su nombre, le pagó las dos horas de presencia. También encontró una nota de Charlène sujeta con un imán a la nevera. «Inauguración. Volveré tarde. Besos». Sacó una hamburguesa del congelador, la puso en el microondas y después conectó el ordenador portátil. Comprobó que tenía varios mensajes pendientes. Uno de ellos provenía de Kleim162. Se titulaba: «Re: diversas cuestiones a propósito de L».

Espérandieu cerró la puerta de la cocina, puso música (
The Age of Understatement
de The Last Shadow Puppets), se acomodó en una silla y comenzó la lectura:

Hola Vince,

Ahí van los primeros resultados de mis pesquisas. Aun sin ser algo sensacional, hay varias cosillas que trazan una imagen de Éric Lombard bastante distinta de la que tiene de él el gran público. No hace mucho, con ocasión de un foro entre millonarios que tuvo lugar en Davos, nuestro hombre hizo suya la definición de la mundialización de Percy Barnevik, el antiguo presidente sueco de ABB: «Yo defino la mundialización como la libertad para mi grupo de invertir donde quiera, el tiempo que quiera, para producir lo que quiera, de abastecerse y vender donde quiera, teniendo que soportar el mínimo de obligaciones posibles en materia de derecho laboral y de convenciones sociales». En realidad, ese es el credo de la mayoría de los dirigentes de multinacionales.

Para comprender las presiones cada vez más fuertes que ejercen sobre los Estados, hay que tener en cuenta que a principios de la década de 1980 había alrededor de 7.000 multinacionales en el mundo, que en 1990 ya eran 37.000 y que quince años más tarde su número ascendía a 70.000, que controlan 800.000 filiales y el setenta por ciento de los flujos comerciales. Y esa tendencia no para de acelerarse. Como resultado de ello, jamás se ha creado tanta riqueza y jamás la riqueza se ha repartido de manera tan desigual: el director general de Disney gana 300.000 veces el valor del sueldo de un obrero haitiano que fabrica camisetas para su empresa. Los trece miembros del directorio de AIR, del que forma parte Éric Lombard, recibieron el año pasado una remuneración de diez millones de euros, lo que equivale al doble del salario conjunto de seis mil obreros de una fábrica del grupo en Asia.

Espérandieu puso cara de extrañeza. ¿Acaso Kleim162 pretendía hacerle un repaso de toda la historia del liberalismo? Sabía que su contacto mantenía una animosidad visceral contra la policía, los políticos y las multinacionales, que aparte de ser periodista era también miembro de Greenpeace y de Human Rights Watch… y que estaba en Ginebra y en Seattle con ocasión de los encuentros antiglobalización paralelos a las reuniones del G8. En Ginebra, en 2001, había visto cómo los carabineros italianos irrumpieron en la escuela Diaz, transformada en dormitorio para los manifestantes, y aporrearon con inaudita brutalidad a hombres y mujeres hasta dejar las paredes y el suelo cubiertos de sangre. Solo entonces llamaron a las ambulancias. El balance fue de un muerto, 600 heridos y 281 personas detenidas.

Éric Lombard hizo sus pinitos en la rama de equipamiento deportivo del grupo familiar, una marca que conocen bien todos los niños gracias a los numerosos campeones que la llevan. Consiguió doblar los beneficios de la rama en cinco años. ¿Cómo? Desarrollando un verdadero «arte» para la subcontratación. Los zapatos, las camisetas, los pantalones y otras prendas deportivas ya las fabricaban en la India, en Indonesia y en Bangladesh las mujeres y niños. Éric Lombard se trasladó allá y modificó los acuerdos pactados. A partir de ese momento, para obtener la licencia de fabricación, el proveedor debía aceptar condiciones draconianas: nada de huelgas, una calidad irreprochable y unos costos de producción tan bajos que solo puede pagar a sus obreros salarios de miseria. Y para mantener la presión, la licencia se revisa cada mes, aplicando un truco utilizado ya por la competencia. Desde que se inició esta política, la rama está más floreciente que nunca.

Espérandieu bajó la vista para mirar su camiseta en la que estaba escrito ESTOY AL LADO DE UN TONTO, con una flecha dirigida hacia la izquierda.

¿Otro ejemplo? En 1996, la rama farmacéutica del grupo compró la empresa americana que había desarrollado la eflornitina, el único medicamento conocido contra la tripanosomiasis africana, más conocida con el nombre de enfermedad del sueño, que afecta en la actualidad a 450.000 personas en África y que sin tratamiento acaba provocando una encefalitis, el coma y la muerte. El grupo Lombard abandonó de inmediato la fabricación de ese medicamento. ¿Sabes cuál fue el motivo? Que no era bastante rentable. Esa enfermedad aqueja a cientos de miles de personas, sí, pero estas carecen de poder adquisitivo. Cuando a causa de la urgencia humanitaria ciertos países como Brasil, Sudáfrica o Tailandia decidieron fabricar por sí mismos tratamientos contra el sida o la meningitis haciendo caso omiso de las patentes de las grandes empresas farmacéuticas, Lombard se asoció con estas para denunciar a esos países ante la Organización Mundial del Comercio. En esa época, el viejo Lombard estaba ya al borde la muerte y fue Éric el que, con veinticuatro años, asumió las riendas del grupo. Así pues, ¿comienzas a percibir un nuevo perfil de nuestro apuesto aventurero, tan apreciado en los medios de comunicación?

Conclusión de todo ello, se dijo Vincent: a Lombard no debían de faltarle los enemigos. No es que fuera una buena noticia. Se saltó las páginas siguientes, más o menos de la misma tónica, con el propósito de revisarlas más tarde. Se detuvo, no obstante, en un párrafo que se encontraba un poco más adelante:

El elemento más interesante para ti es quizás el durísimo conflicto que opuso el grupo Lombard a los obreros de la empresa Polytex, situada cerca de la frontera belga, en julio de 2000. A principios de los años cincuenta, Polytex fabricaba una de las mejores fibras sintéticas francesas y empleaba a un millar de obreros. A finales de los noventa, estos habían quedado reducidos a ciento sesenta. En 1991, la fábrica fue adquirida por una multinacional que la cedió casi de inmediato a otros compradores: había dejado de ser rentable a causa de la competencia de otras fibras más baratas. Aquello no era, sin embargo, del todo cierto: la calidad superior del producto hacía de él un material muy interesante para el uso quirúrgico. Allí había un mercado viable. Al final se sucedieron varias reventas hasta que se presentó una filial del grupo Lombard.

Para los obreros, la llegada de una multinacional de la talla de Lombard, implantada ya en el sector farmacéutico y médico fue algo inesperado. Concibieron esperanzas. Los compradores anteriores habían practicado todos el chantaje habitual para no cerrar: congelación de sueldos, aumento de horas de trabajo, incluidos los fines de semana y días festivos… En lugar de normalizar la situación, Lombard exigió aún más esfuerzos en una primera etapa. En realidad, el grupo había comprado la fábrica con un único objetivo: adquirir las patentes de fabricación. El 5 de julio de 2000, el tribunal de comercio de Charleville-Mézières dictó la liquidación judicial. Para los obreros fue una terrible desilusión. Aquello implicaba despidos directos, cese inmediato de la actividad y liquidación del material. Encolerizados, los obreros de Polytex ocuparon la fábrica y anunciaron que estaban dispuestos a verter 50.000 litros de ácido sulfúrico al río Mosa si nadie tomaba en cuenta sus reivindicaciones. Eran perfectamente conscientes del arma que esgrimían, ya que la fábrica contenía un montón de productos químicos muy tóxicos que, en caso de incendio o explosión, habrían provocado una catástrofe peor que la AZF de Toulouse.

Las autoridades ordenaron la inmediata evacuación de la ciudad cercana, dispusieron un cordón de centenares de policías en torno a la fábrica y pidieron al grupo Lombard que entablara negociaciones de inmediato a través de los sindicatos. Esa fase duró cinco días. Como no había avances en las discusiones, el 17 de julio los obreros vertieron 5.000 litros de ácido sulfúrico simbólicamente teñidos de rojo en un arroyo que desemboca en el Mosa y amenazaron con repetir la operación cada dos horas.

Políticos, sindicalistas y dirigentes denunciaron entonces un «ecoterrorismo injustificable». Un gran periódico de la tarde acuñó, sin ironía, el titular «El advenimiento del social-terrorismo» y habló de talibanes suicidas. Lo más irónico era que, durante décadas, Polytex había sido uno de los grandes factores contaminantes del Mosa y de la región. Al final, la fábrica fue tomada por los grupos de intervención de la gendarmería y de la policía nacional. Los obreros regresaron a sus casas con el rabo entre las piernas, sin haber logrado nada. Es probable que más de uno no haya digerido todavía el episodio.

Es todo lo que tengo por el momento. Sigo buscando. Buenas noches, Vince.

Espérandieu se puso a pensar. En ese caso, ¿por qué habrían reaccionado ahora, ocho años después? ¿Algunos de aquellos obreros habían ido a parar a la cárcel? ¿O se habían suicidado después de varios años de paro y dejado tras de sí unas familias cargadas de odio? En su bloc de notas apuntó que habría que hallar una respuesta a aquellas preguntas.

Miró la hora en la esquina de la pantalla: las 19.03. Después de desconectar el aparato, se estiró en la silla. Luego se levantó y sacó una botella de leche de la nevera. La casa estaba en silencio. Mégan jugaba en su habitación, Charlène tardaría varias horas en volver, la niñera se había ido. Apoyado en el fregadero, engulló un ansiolítico, bebiendo directamente la leche de la botella. Obedeciendo a un repentino reflejo, buscó el nombre del laboratorio en la caja. ¡Comprobó que acababa de tomar un medicamento fabricado por el grupo Lombard para calmar la angustia que acababan de provocarle las prácticas de ese mismo grupo!

Después, meditando sobre la manera de obtener más información de Lombard, se acordó de pronto de una persona que vivía en París, una joven brillante que había conocido en la academia de policía y que sin duda se encontraba en las mejores condiciones para obtener revelaciones jugosas.

* * *

—Martin, ven a ver esto.

Habían abandonado el sótano para revisar arriba. Servaz se había concentrado en una pequeña habitación que, a juzgar por la capa de polvo, no se había utilizado desde hacía siglos. Había abierto armario y cajones, levantado cojines y colchón e intentado incluso desmontar la plancha de metal que tapaba la chimenea, cuando la voz de Irene le llegó de nuevo a través de la puerta abierta.

Salió al rellano del último piso. Delante de él, al otro lado del pasillo, había una escalera inclinada con una rampa, como en un barco, y una trampilla abierta encima. Del agujero salía una franja luminosa que atravesaba la oscuridad del descansillo.

Servaz trepó por los peldaños y asomó la cabeza.

De pie en el medio de la habitación, Ziegler le hacía gestos para que se acercara.

El desván se componía de una única y amplia estancia, que servía a un tiempo de dormitorio y de estudio. El mobiliario y la decoración evocaban el ambiente de un chalet de alta montaña: madera sin pulir, un armario, una cama con cajones situada bajo una ventana, una mesa a guisa de escritorio… En una de las paredes había un inmenso mapa de los Pirineos, con valles, pueblos, carreteras y picos… Desde el principio, Servaz se preguntaba dónde dormía Chaperon, dado que ninguno de los dormitorios tenía trazas de estar ocupado. Ante sus ojos tenía la respuesta.

Ziegler paseó la mirada por el espacio y Servaz siguió su ejemplo. El armario estaba abierto.

En el interior había colgadores vacíos, un montón de ropa permanecía tirada en el suelo.

En el escritorio, papeles en desorden y, bajo la cama, un cajón abierto dejaba ver un revoltijo de ropa interior de hombre.

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