Blanca Jenna (31 page)

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Authors: Jane Yolen

BOOK: Blanca Jenna
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—¡Alaisters! —exclamó Carum de repente—. ¡Alaisters era el nombre de la tribu! Ellos nunca...

—Ellos nunca estaban desarmados porque tenían sus cabelleras— terminó Skada mientras soltaba el lazo del cuello de Kalas.

—Prometedme que nunca os cortaréis la trenza —dijo Carum.

Ambas asintieron en silencio, pero ninguna sonrió.

LA BALADA:

La balada de Langbrow

Cuando Langbrow fue ungido rey,

Proclamado por todos sus hombres,

Una buena esposa tomó

Y Agraciada Jen era su nombre.

Una buena esposa tomó

Y Dulce Ann era su nombre,

Blancos sus cabellos y largas sus piernas;

Y Langbrow era su nombre,

Y Langbrow era su nombre.

Cuando Langbrow fue ungido rey,

Por sus pares proclamado,

Abrió de la prisión el portal

Que por años estuviera cerrado.

Abrió de la prisión el portal

Con una pequeña llave tan sólo

Y los hombres condenados dentro

Liberados fueron todos.

Liberados fueron todos.

Cuando Langbrow fue ungido rey,

Mató a los guardias malvados

Que torturaban mujeres

Y no a pocos habían matado.

Que torturaban mujeres

Y en deshonra las hacían caer,

Hasta que Langbrow llegó

Para su buen nombre devolver,

Para su buen nombre devolver.

Cuando Langbrow fue ungido rey,

El pueblo estalló alborozado,

Cantaron loas al rey,

Bebieron vino rosado.

Cantamos loas al rey

Y a su agraciada Jen

Y a los hombres que lo siguieron

Y a las mujeres también,

¡Y a las mujeres también!

EL RELATO:

Carum llevó el cuerpo de Kalas escaleras abajo hasta el patio, donde lo arrojó sobre las piedras. Jenna permaneció a su derecha, con las manos unidas, mirando.

En cuanto el cuerpo de Kalas tocó el suelo, se hizo un extraño silencio. Los soldados, la mayoría de los cuales había sido contratada en el Continente, arrojaron sus armas. Los que eran de origen Garuniano se postraron de rodillas y entregaron sus espadas.

Carum ignoró tal muestra de lealtad y habló como si ésta siempre le hubiese pertenecido.

—Yo soy el legítimo rey, ya que mi hermano Gorum ha muerto. Y aquí —señaló el cadáver a sus pies—, aquí se encuentra el que ha pretendido dividirnos. Ni siquiera Lord Gres lo querrá, pues sólo los héroes comparten su mesa.

Los hombres se pusieron de pie y envainaron las espadas. Detrás de ellos, sobre los almenados muros del castillo, la luna se elevó lentamente. Jenna la vio y sonrió.

Carum se quitó la tira de cuero que llevaba al cuello y alzó el anillo, para que todos pudiesen verlo.

—Aquí se encuentra el sello del Toro y pertenece al sitio donde había jurado colocarlo: sobre el cuerpo de su amo muerto.

El anillo rebotó sobre el pecho de Kalas y cayó al suelo a su lado. Mientras observaban en silencio, todos aguardaron las siguientes palabras de Carum.

Pero, en lugar de hablar, tomó la mano izquierda de Jenna y besó su palma con solemnidad. Luego volvió a mirar a los hombres y a las mujeres antes de continuar. Como escogiendo las palabras con sumo cuidado, al fin habló:

—A mi lado se encuentra la que nos estaba prometida, La Blanca de la profecía. Nacida de tres madres, nacida para conducirnos al final de una era y al comienzo de otra, es a la vez luz y...

En ese mismo instante, como si hubiese calculado el tiempo con exactitud, la gran luna llena apareció completa sobre los muros almenados. Brillante como agua y luz de estrellas, Skada se corporizó junto a Jenna, y acentuó las palabras de Carum con su cabello negro y sus ojos oscuros.

Hubo una fuerte exclamación entre los hombres, quienes ni siquiera notaron que lo mismo ocurría con todas las mujeres que había a su lado. Sólo Carum y Piet, que se encontraba junto a su rey, vieron que, por cada mujer de M’dorah, ahora había dos.

Carum volvió a alzar la mano y hubo un completo silencio.

—Ella es a la vez luz y sombra, y gobernará conmigo. Ha doblegado al Sabueso, al Toro, al Puma y al Oso. Ella misma ha matado a Kalas, y con ello ha puesto fin a este terrible reinado.

Por un momento, sus palabras parecieron retumbar en el patio. Entonces, Petra subió dos peldaños y se colocó frente a Carum y a Jenna. Inclinó la cabeza ante él con solemnidad, y luego se volvió hacia Jenna y alzó las manos con las palmas hacia delante.

—Bendita, bendita, la más bendita de las hermanas —recitó.

Los hombres la imitaron.

—Bendita, bendita, la más bendita de las hermanas.

Petra se volvió y llamó a Marek y a Sandor con una seña, y éstos subieron y se situaron junto a ella.

—Y Alta ha dicho que éste coronaría al rey —exclamó Petra.

—¡El primer Heraldo! —gritó una de las mujeres.

Marek hurgó bajo su camisa y extrajo la corona de brezo, que milagrosamente se encontraba intacta, y la colocó sobre la cabeza de Carum.

La multitud estalló en vítores y aplausos.

Petra levantó una mano y todos volvieron a guardar silencio.

—Y Alta ha dicho que éste guiaría la mano derecha del rey.

Sandor se quitó del brazo la muñequera de escaramujo y la colocó en la muñeca de Jenna.

Un griterío aún más fuerte, iniciado por Piet, se produjo entre hombres y mujeres.

Petra habló por encima del clamor y todos callaron de inmediato.

—Y Alta ha dicho que él sería el Legítimo Orador para todos, aunque no debía decir nada hasta que el rey fuese coronado, bajo riesgo de quebrar la camaradería. ¿Ahora puedes hablarnos con la verdad, Legítimo Orador?

Jareth se abrió paso entre la multitud, mostró en alto el trozo de cinta verde que había sido su collar y habló con una extraña voz quebrada:

—El rey vivirá mucho tiempo y más aún vivirá la reina. Contaremos con ellos siempre que los necesitemos.

—¡Larga vida al rey! —gritó Piet.

La multitud le respondió:

—¡Larga vida al rey!

—¡Y a su reina, Jenna! —chilló una mujer.

—¡Larga vida a la reina! —respondió el gentío.

Petra volvió un poco la cabeza y le guiñó un ojo a Skada, quien le devolvió el guiño. Después, como entonando un antiguo cántico en el tono de las sagradas profecías de Alta, su voz resonó por encima de los vítores:

Entonces, Longbow rey será

Y la reina será Jenna,

Mientras salga la luna han de reinar,

Mientras el bosque verde sea.

Bendita. Bendita. Bendita.

—¿Y en qué se convertirá esa rima? —susurró Jenna.

—En alguna balada que se cantará en las tabernas con acompañamiento de flauta nasal —le respondió Skada—. Se llamará “Cuando Langbrow fue ungido rey” o “Cómo la guerrera Jenna quebró cabezas” o algo parecido.

—Pero —agregó Carum con una sonrisa— será cantada con amor.

LA HISTORIA:

A los directores de la Sociedad Histórica de los Valles.

Señores:

Aunque he sido un miembro de importancia durante veintisiete años, ex presidente y secretario general durante dos períodos, me resulta imposible continuar como miembro ahora que la Sociedad ha entregado su más alta condecoración a ese embaucador, el doctor “Mago” Magon.

Al distinguir de ese modo al doctor Magon se ha dado crédito a sus teorías sobre las hermanas luz y sombra, a sus desvaríos izquierdistas respecto al círculo de los Grenna y a la superioridad cultural de las poblaciones autóctonas de los Valles.

La historia debe ser imparcial y, sin duda, las leyendas, los mitos, las baladas y el folklore son falsedades culturales que nos cuentan la verdad desde un punto de vista increíble. Creerla sin enfocar la lente, tal como hace el doctor Magon, sólo nos proporciona una historia falsa y un historiador falso.

El hecho de que ahora esta Sociedad acepte semejante historia y premie a semejante historiador me obliga a presentar mi renuncia hasta que la historia misma demuestre que yo soy el profeta y Magon, el farsante.

Atentamente.

LO VENIDERO:

Carum Longbow gobernó los Valles durante cincuenta años, hasta que su cabello fue tan blanco como el de Jenna y su espalda se encorvó por la edad.

Jenna no siempre se encontraba a su lado, ya que se refería al trono como “una silla incómoda”, y siempre se sentía fastidiada por las ceremonias. Con frecuencia realizaba largas travesías acompañada por su hija Scillia, de un solo brazo, y por alguno de sus dos hijos.

En aquellas ocasiones, algunas veces regresaba al sur de los Valles, pasando por El Viejo Ahorcado y por El Seno de Alta, para visitar a antiguos amigos. La Congregación Selden, donde vivían las últimas mujeres de Alta, siempre fue un hogar para ella.

En Selden no había ya sacerdotisas; la última, La Madre Alta original de Jenna había muerto veinte años atrás. Las mujeres de M’dorah que se habían establecido en Selden, escogieron a una solitaria sin hermana sombra para que fuese su Legítima Oradora. Su nombre era Marget, aunque Jenna aún la llamaba Pynt, y ayudó a que las mujeres de la Congregación aprendiesen una nueva forma de vida; pero eso es otra historia.

Cuando Jenna se encontraba en la corte, sus mejores amigos eran Petra y Jareth, quienes se habían casado después de un largo período de duelo por la muerte de Mai. Petra demostró ser una bondadosa madrastra con las cinco niñas de Jareth, la mayor de las cuales se llamaba Jen.

Pero Jenna no permanecía mucho tiempo ni en la corte ni en la Congregación. Siempre se encontraba recorriendo los bosques y los campos, las pequeñas hondonadas y los grandes valles, en busca de algo. No hubiese podido decir qué era aunque, si alguien le hubiera preguntado a Skada, ésta habría respondido que buscaba otra gran aventura. Y tal vez Skada, que la conocía mejor que nadie, tenía razón. Cada vez que regresaba, Carum la recibía con los brazos abiertos y con una sola pregunta: ¿la gente se encuentra bien y es feliz?

Y estaban felices y bien. Carum se aseguraba de que todo su pueblo, nativos de los Valles y Garunianos por igual, tuviese casa, alimentos y protección contra los saqueadores. Con Piet a la cabeza del ejército, las costas de los Valles estaban bien patrulladas y se mantenía la paz. Marek permaneció en la corte y llegó a ser uno de los consejeros de Carum; pero Sandor en cambio regresó a casa para hacerse cargo de la balsa de su padre y escribir la historia de sus aventuras en un pequeño manuscrito que legó a sus hijos.

Habían pasado cincuenta años y una semana desde la coronación, cuando Jenna regresó de una de sus travesías por las colinas. Se había sentido inquieta todo el tiempo, aunque no hubiese podido decir el motivo. Salió sola de viaje, sin llevar otra cosa en su morral que una cantimplora de vino y una hogaza de pan. Consiguió abundante caza y no faltó la comida. Estaban en luna nueva y Skada no había aparecido en las dos últimas noches, salvo en una velada en que Jenna puso la manta junto al fuego. Mantuvieron una breve discusión sin ningún motivo. Skada estaba tan inquieta como ella, por lo que no se sintió abatida cuando se apagó el fuego y su hermana desapareció.

Jenna tomó la decisión de regresar al castillo y puso fin a su viaje, ya que presentía que Carum podía necesitarla. Con frecuencia conocían sus respectivos pensamientos sin necesidad de pronunciar una palabra, como le ocurría con Skada, aunque con Carum provenía de vivir con él tantos años tranquilos.

Jenna recorrió el largo camino sinuoso sobre su caballo blanco, uno de los bisnietos de Deber, que tenía el galope más suave y la boca más dulce que ella jamás hubiese visto en un caballo. Ante su llegada, se abrieron las grandes puertas y un jinete salió a su encuentro. Jenna reconoció a su hija Scillia de inmediato.

Ambas se saludaron desde lejos.

—Rápido mamá —grito Scillia—, se trata de papá. Está enfermo y los doctores temen por su vida. Iba a buscarte.

Jenna asintió con la cabeza y su inquietud desapareció. Ahora conocía el motivo de su desdicha. Juntas cabalgaron al galope hacia el castillo.

Carum se hallaba tendido en la cama rodeado por sus dos hijos, los doctores y Petra, cuyo rostro estaba tan pálido como el de Jenna. Tras pedirles que se fuesen, se sentó en la cama junto a Carum y no habló hasta que él abrió los ojos.

—Has regresado a tiempo —susurró Carum.

—Siempre llego a tiempo.

—Ich crie merci.

—Te lo proporcionaré, mi amor. —Sostuvo sus manos entre las de ella—. Te llevaré al bosque. Alta dijo que podía llevar a alguien conmigo. Y viviremos allí, jóvenes otra vez, hasta el final de los tiempos.

—No puedo abandonar el reino.

—Tonterías. Nuestros hijos te han estado ayudando a gobernar los últimos veinte años. Los has educado bien para ello.

—Y tú para andar por el bosque.

—Entonces...

Él esbozó aquella lenta sonrisa suya. La cicatriz bajo su ojo desapareció entre las arrugas.

—Entonces... nunca he creído del todo en el bosque de Alta.

—Créelo —susurró ella. Le besó las manos y luego se inclinó y le besó la frente antes de levantarse—. Será un viaje corto, Longbow, y lo harás con comodidad.

Un carruaje con una cama trasladó a Carum hasta el Paso del Rey, donde el bosque, a ambos lados, seguía siendo impenetrable.

—Ya casi llegamos, mi amor —le susurró Jenna cuando se detuvieron—. Ahora viene la parte difícil. Deberás dejar tu cómoda cama y seguir en trineo.

—Siempre que estés cerca de mí, mi Jen —dijo él con una voz apenas audible entre el fuerte gorjeo de los pájaros.

Ella despidió a los hombres y a las mujeres que les habían acompañado y luego se volvió hacia Scillia.

—Debes asegurarte de que todos regresen al castillo. Nadie... —Se detuvo y repitió—: nadie debe seguirnos.

—¿Sabes lo que estás haciendo, madre? —preguntó Scillia.

Jenna extendió la mano y le acarició un mechón de cabello que se había soltado en el viaje.

—Oh, sí. Y también lo sabéis tú, Jem y Corrie. Ahora pertenecéis al presente y vuestros hijos al futuro. Es un nuevo recodo.

—¡Acertijos! Sabes que odio esas cosas.

—Ah, Scillia, hace años aprendí que los acertijos guardan su propia verdad. Y la verdad es que tu padre y yo hemos sido el comienzo, pero...

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