Authors: Jane Yolen
—De soslayo, Jenna —dijo Skada—. Calla. Ya las tenemos.
Ahora todas las mujeres estaban de pie, recitando junto con Maltia su letanía de lo imposible. Hacia el final de la plegaria, Jenna pudo sentir el aire electrizado por la excitación.
—... nacida sin padre. Ella ungirá a La Blanca. —Maltia extendió su mano hacia Jenna. Tessia hizo lo mismo—. Tú eres la Señalada. Perdónanos por no haberte reconocido.
Jenna asintió con la cabeza. Si hubo más alivio que perdón en su gesto, no permitió que se notase.
—Estamos listas —anunció Maltia—. M’dorah finaliza esta noche, tal como estaba profetizado en el Libro. Y lo que se inicia, lo escribiremos entre todas.
Les llevó el resto de la noche recoger las cosas que necesitarían: espadas, escudos de madera, cuchillos, paquetes de alimentos.
Sólo había, tres bebés, recogidos en un sitio distante al que llamaban Mercado, e iban atados a las espaldas de sus respectivas madres.
—¿Dónde se encuentra el ejército? —preguntó Maltia mientras llenaba una canasta.
—En el lugar donde se une el camino de M’dorah con el de New Steading —contestó Jenna.
Al ver que nadie parecía comprender, se puso de rodillas y trazó un mapa en el suelo con el dedo.
—Ah, New Steading —comprendió Iluna—. Es lo que nosotras llamamos Mercado. —Alzó la vista—. Sólo las más jóvenes de nosotras van allí, para traer aquellas cosas de las que no podemos abastecernos solas.
—¿De qué podéis abasteceros, aquí es estas alturas? —preguntó Petra.
—Cazamos. Criamos aves. Tenemos huertos —respondió Maltia.
—¿Dónde? No hemos visto nada de eso.
—Se encuentran ocultos. —Tessia sonrió.
—¿Y New Steading... Mercado... es el lugar de donde tomáis a las niñas?
—Sólo tomamos a las abandonadas, las rechazadas, las maltratadas —explicó Iluna.
Como yo, pensó Jenna.
—Como mi Scillia —añadió Iluna—, a quien le falta un brazo.
A mí no me faltaba nada, pensó Jenna, y, sin embargo, fui abandonada.
—La gente sabe que nosotras nos llevaremos lo que ellos no desean —dijo Tessia—. Por tanto, junto a las criaturas dejan dinero o semillas. Si dejan vino no lo tomamos, el Libro dice claramente: La uva produce una muerte lenta.
—Y nunca hablan de M’dorah —les explicó Maltia—, pues nosotras nos llevamos sus vergüenzas. Dicen que no existimos. Para ellos M’dorah sólo es un cuento. Las mujeres solas no son algo natural.
—Nos niegan pero a la vez nos dejan las espigas de sus malas cosechas —agregó Tessia.
Skada se rió.
—Es igual con las otras Congregaciones. ¿Qué es tan diferente con vosotras, hermanas, para que os recluyáis aquí arriba?
—Nuestra Alta nos prohibió todo trato con los hombres hasta la llegada de Los Tres; vuestra Alta andaba entre los hombres y mantenía relaciones con ellos. La nuestra se sentaba en el círculo; la vuestra se sienta en un trono. La nuestra... —fue enumerando Maltia.
—Alta tiene muchos rostros —la interrumpió Petra con suavidad—; sin embargo, al final todas volveremos a ser bebés contra su seno. ¿No es así?
—Al final y al principio, sí —reconoció Maltia—. Y vuestra llegada nos indica el final. Por eso es por lo que abandonamos M’dorah, este sitio alto y sagrado. —Su rostro estaba privado de toda felicidad.
Jenna miró a su alrededor.
Todas las mujeres, concentradas en sus últimos preparativos, tenían la misma expresión de dolor.
Están de luto, pensó, no por la muerte de una persona, sino por la de M’dorah.
Cada una con su antorcha, para compartir el final por igual, prendieron fuego a la Congregación. Su tarea fue acompañada por un cántico:
Dejamos el fuego
Y el bosque dejamos,
También el deseo
Por el alto peñasco.
Volvemos al juego
Y el bosque rehacemos,
El corazón y el deseo
Con amor descendemos.
Después, impulsadas por la furia de la dura conflagración, arrojaron una docena de escalas por el lateral del peñasco e iniciaron el descenso.
Al trasponer el borde, privadas de las sombras producidas por el fuego, desaparecieron Skada y las demás hermanas sombra, con lo cual el número de mujeres se redujo a la mitad. Jenna no se había sentido tan sola en varios días.
Abajo, Piet las aguardaba con los brazos cruzados. Tenía el aspecto de haber estado esperando durante toda la noche en la misma posición.
—¿Qué es ese fuego? —preguntó cuando Jenna estuvo en el suelo—. Todo el cielo se ha iluminado. Cuando lo vi quise subir a buscaros, pero no he podido encontrar ninguna escala.
—Es el final de M’dorah —le explicó Jenna—. No te diré nada más. Ahora tenemos cien guerreras que se sumarán al ejército de Pike.
—No alcanzo a contar más que cincuenta —refunfuñó Piet.
—Cuando salga la luna... —comenzó Jenna.
—Pasarán días antes de que haya luna.
—... las fuerzas se duplicarán.
Él asintió con la cabeza.
—Pero ¿y ahora?
—Ahora vendrán con nosotros. No queda nadie en ese nido de águilas.
Piet volvió a asentir y se dispuso a dirigirse hacia ellas. Jenna puso una mano sobre su brazo.
—Aguarda, Piet. No aceptarán indicaciones de nadie, tan sólo las mías.
—Al rey no le agradará eso —murmuró Piet.
—El rey tendrá que aceptarlo.
Se volvió y, ante un movimiento de su mano, las mujeres la siguieron abriéndose paso con cautela entre las malezas. Piet jamás había oído hablar de un ejército que fuese más silencioso. Ni siquiera los bebés, fajados y atados a las espaldas de sus madres, emitían el menor sonido.
Cuando llegaron al sitio donde estaban atados los caballos, Piet montó, pero Jenna y Petra continuaron a pie.
—Adelántate, Piet, y avisa al rey Gorum que nos acompañan cincuenta mujeres.
—Se supone que no debo dejarte —objetó Piet.
—Si no te vas ahora, él no lo sabrá a tiempo.
Piet asintió con la cabeza.
—Y, mi leal Piet —añadió Jenna, mientras se acercaba a él y le colocaba una mano sobre la pierna—, tengo un mensaje especial que es sólo para ti, no para el rey.
Piet se inclinó, y sujetó el caballo con las riendas en su mano derecha. Jenna le susurró al oído:
—Piet, estas mujeres no han venido porque creen en mí, sino por una extraña profecía respecto a tres heraldos, tres mensajeros de su propia Alta. Esos mensajeros llevan corona, brazalete y collar.
—Los muchachos... —Piet se detuvo y asintió con la cabeza.
—Díselo a ellos. Debes poner sobre aviso a los muchachos.
—Lo haré.
—Y algo más. —Jenna vaciló—. Dile a Carum que yo...
—Lo sabe, muchacha.
—¿Lo sabe?
—Y yo también. Todos lo sabemos. Tenemos ojos. Catrona lo supo incluso antes que tú.
—Nadie lo supo antes que yo.
Piet sonrió.
—La primera vez es la más difícil. Y la más amada. Y la mejor.
Había una especie de indulgencia en sus ojos, pero desapareció con la misma velocidad con que había aparecido. Piet volvió a asentir con la cabeza, se enderezó, tiró de las riendas y se alejó al galope.
Durante un largo rato, Jenna pudo oír el sonido de su caballo en la noche.
Con tantas mujeres necesitaron varias horas más para llegar a la espesura del bosque. Jenna podía distinguir el lugar por donde Piet había pasado y, para cuando el sol comenzó a asomarse entre las ramas, supuso que él ya se encontraría con el rey. Al volverse hacia las mujeres que la seguían, notó el rastro clarísimo que habían dejado a su paso.
—Un ejército no puede moverse con facilidad en el bosque —le murmuró a Petra.
—No dejamos un rastro sino un camino real —respondió ésta.
—¿Qué importa lo que dejamos atrás? —intervino Iluna—. Es lo que aguarda delante lo que importa. —Sus ojos brillaban de excitación.
—Lo que aguarda delante —señaló Jenna— es la guerra. Y eso significa que algunas de nosotras moriremos. —Sin pensarlo, flexionó los dedos de la mano derecha, recordando la sensación de la espada al atravesar la carne humana. Se estremeció—. Muchas de nosotras moriremos.
Petra tomó la mano de Jenna y la apretó.
—Pero algunas de nosotras viviremos, Jenna. Debes recordar que después del final llega el comienzo. Así reza la profecía.
—De soslayo Petra. Debemos interpretar la profecía de soslayo, al menos eso se me ha dicho con frecuencia —recordó Jenna.
Continuaron caminando.
Habían atravesado la mitad del bosque, siguiendo el rastro claro de Piet, cuando Jenna alzó una mano. Las mujeres se detuvieron de inmediato mientras ella se esforzaba por escuchar.
—¿Oyes eso? —preguntó al fin.
Petra sacudió la cabeza.
—¿Oír qué? Oigo pájaros y el viento entre los árboles. Y... —esbozó una sonrisa—, y un bebé que ríe.
Iluna pasó un dedo por encima del hombro y el bebé se lo metió en la boca.
—La niña se ha callado —dijo Petra—. Y los pájaros también.
—No. Es otro sonido. Más profundo. Algo anormal.
—Oigo algo. —Iluna se acercó a Jenna—. Pero no es sólo un sonido. Son varios. Algunos agudos y otros graves. No pertenecen a los bosques. Venía aquí con frecuencia para cazar, por eso lo sé.
Maltia y varias otras mujeres se acercaron también a Jenna, pisando en silencio sobre las hojas caídas. Sólo se quebró una ramita, y el sonido pareció excesivamente fuerte en medio de la quietud. Formaron un círculo cerrado alrededor de Jenna, Petra, Iluna y los caballos, y allí permanecieron en actitud de escuchar.
Después de un largo momento, Jenna dijo:
—Allí está. ¿Lo oís?
—Sí —contestó Maltia.
Las demás asintieron con la cabeza. Jenna inspiró profundamente.
—¿Sabéis lo que significa? Me temo que yo sí. Es el sonido de una espada contra otra y los gritos de los hombres. Han entrado en batalla... y yo no me encuentro con ellos. Debo ir. —Posó la mano sobre el lomo de Deber.
—Yo iré contigo, Jenna —decidió Petra.
—No, tú no eres diestra con la espada, y estas mujeres te necesitan.
—No para mostrarles el camino, Jenna. Conocen estos bosques mejor que yo.
—Tú conoces el mundo, Petra. Ése es el camino que debes mostrarles. Ven en cuanto puedas. Y toma esto. —Se quitó el anillo de la sacerdotisa y lo depositó suavemente en la mano de Petra—. Tienes el mapa de las Congregaciones y, ahora, el anillo. Si algo ocurriera, llevarás la advertencia y a las mujeres de M’dorah contigo.
—Nada ocurrirá —susurró Petra—. Tú eres la Anna.
—Antes soy Jo-an-enna, y a ella puede ocurrirle cualquier cosa.
Montó sobre su caballo.
—No puedes ir sola a una batalla —insistió Petra.
—No estaré sola. Los hombres ya están luchando y pronto llegarás tú. Además, sólo tenemos dos caballos y ¿quién sabe montar aparte de ti? —Tomó las riendas de Deber.
—¡Yo! —exclamó Iluna—. Al menos he estado sobre un caballo una vez. Una única vez. —Se volvió hacia Petra—. Dame las sogas.
—¿Las sogas?
—Se refiere a las riendas —le explicó Jenna. Tiró de las suyas y, de pronto, Deber se encabritó casi arrojándola al suelo—. Y quita a la niña de su espalda.
—No me separaré de mi Scillia. ¿No es así con las hermanas de tu Congregación?
Jenna asintió con la cabeza y calmó a Deber mientras Maltia, Petra y otras dos mujeres ayudaban a Iluna a montar. Cómo montar no era algo que Iluna hubiese aprendido en su breve lección de equitación. Pero, una vez que estuvo arriba, se mantuvo con la clase de calma necesaria, aunque Jenna no supo si se debía al miedo o a la habilidad. Volvió a tirar con fuerza de las riendas y, mientras Deber viraba hacia la derecha, Jenna se dirigió a todas.
—Seguidme tan rápido como podáis. Sin duda, vuestras espadas serán bienvenidas. El rey esperaba enfrentarse a fuerzas similares, pero aún cuenta con un ejército demasiado pequeño. Esta batalla es una sorpresa desagradable. Su hermano y yo habíamos esperado convencerle para que utilizase la astucia: el ingenio del ratón contra las uñas del gato. Esperemos que todavía queden algunos ratones.
Maltia puso la mano sobre el cuello de Deber.
—Pero, si son todos hombres, ¿cómo sabremos a cuáles atacar?
Aquella pregunta tan simple aturdió a Jenna. ¿Qué responder? Para esas mujeres, todos los hombres eran el enemigo. En medio de una batalla, ¿cómo distinguir a unos de otros?
Petra sonrió.
—Si un hombre te ataca, Legítima Oradora, es tu adversario. Nuestros hombres serán los que acogerán tu ayuda.
Jenna asintió con la cabeza, aunque una parte de ella aún se resistía a aquella respuesta sencilla. En su mente volvió a oír a la mujer de New Steading protestando: “Mujeres vestidas como hombres, jugando a la güeña... no es natural. Todos lo hemos dicho”. Pero en voz alta sólo pronunció palabras tranquilizadoras.
—Petra tiene razón. Los hombres que os darán la bienvenida serán aquellos a quienes debéis ayudar.
Golpeó a Deber con los talones y el caballo se alejó por el sendero.
Detrás de ella, el caballo de Iluna comenzó a trotar, con la mujer aferrada a sus riendas. Sacudiéndose alegremente, el bebé a sus espaldas agitó la mano a las mujeres que las seguían.
No les llevó demasiado tiempo atravesar el resto del bosque, guiadas por el sonido de la batalla. Jenna se maldijo por la cena en M’dorah, las discusiones necesarias y la lenta caminata por el bosque. Todo había conspirado para impedir que estuviese presente al iniciarse la batalla. Sabía que ella sólo era una espada más; pero si esa espada podía mantener a Jareth, a Marek o a Sandor con vida... No se permitió pensar en Carum. En su mente lo llamaba Longbow, sólo otro guerrero en las tropas del rey. Jenna estimuló a Deber con un fuerte golpe de los talones.
Salieron del bosque como una tromba y el sonido de la batalla estalló alrededor de ellas. Jenna se detuvo al ver la campiña que alguna vez había sido un espectáculo agradable. A su lado, Iluna también tiró de las riendas.
A la izquierda del prado, bajo un grupo de árboles, tres hombres luchaban contra uno, que se defendía con una gran espada, manteniéndolos a raya. Más adelante, unos treinta hombres se encontraban en plena lucha, sin sus espadas, golpeando con los puños y los pies. Hacia la derecha, donde algunos caballos pastaban desconsolados, había un círculo de doce hombres con las espadas apuntadas hacia fuera y, en el interior del círculo, yacían varios camaradas caídos. Uno de ellos se hallaba apoyado sobre un codo y era atendido por un hombre grande como un oso. El resto del campo estaba cubierto de cuerpos, algunos de uniforme y otros no. Jenna escudriñó con nerviosismo en busca de un justillo de color del vino. Le pareció que había varios, pero se encontraba demasiado lejos para estar segura.