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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (16 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Jenks aterrizó en la desordenada mesa de Edden con los brazos en jarras.

—¿Por qué? —preguntó en un tono desacostumbradamente beligerante—. La banshee no está, de manera que no me necesitas. Dame un respiro, Rachel. Al fin y al cabo, las borracheras de miel no me duran más de cinco minutos.

Aparté la mirada con desaprobación, y él voló bruscamente hasta el bote de lápices de Edden, mostrándose molesto. Crucé las piernas y empecé a dar golpecitos con el pie. Me tocaba esperar de nuevo, pero no había tanto jaleo, la temperatura era más agradable y me iban a traer un café.

El despacho de Edden era una confortable mezcla de organizado desorden con el que me identificaba plenamente y, en parte, aquella era la razón por la que le había cogido cariño con tanta rapidez el año anterior. El capitán era un exmilitar, pero nadie lo hubiera dicho a juzgar por el polvo y los informes amontonados. No obstante, hubiera apostado cualquier cosa a que era capaz de localizar todo lo que necesitara en menos de tres segundos. El número de fotografías en la pared era escaso, pero en una de ellas se le veía estrechando la mano de Denon, mi antiguo jefe en la SI. Me hubiera preocupado si no hubiera sido porque, en una ocasión, le había oído decir lo mucho que había disfrutado al robarle un caso. El rancio olor a café parecía incrustado en las grises baldosas y los muros pintados de un amarillo institucional. El viejo monitor había sido sustituido por un flamante ordenador portátil, que en ese momento tenía la tapa levantada, y el reloj, que antiguamente estaba colgado detrás de él, se encontraba a mis espaldas. Por lo demás, todo estaba exactamente igual que la última vez que había estado allí sentada, esperando a que Edden me trajera un café.

Escuché los pasos de Edden antes de que su corpulenta silueta asomara por entre las persianas venecianas, todas ellas abiertas, que separaban su despacho del resto de oficinas. Venía con dos tazas de porcelana en lugar de los vasos de poliestireno que cabía esperar. ¿También habían establecido nuevas normas a ese respecto? Una era claramente la suya, por el borde manchado de marrón. A mí me dio la limpia con el arcoíris. ¡Qué tierno!

Jenks se elevó formando una columna de polvo azul y, mientras Edden tomaba asiento al otro lado de la mesa, el pixie cogió la bolsita, casi tan grande como él, y se retiró a una esquina, fuera de mi alcance.

—¡Gracias, Edden! —exclamó batallando con el plástico con intención de abrirlo.

Me incliné para cerrar la puerta con el pie y Edden se me quedó mirando.

—¿Tienes algo que decirme que quieras mantener en secreto? —preguntó. Negué con la cabeza y, tras quitarle la bolsita a Jenks, la abrí y se la devolví.

—Confía en mí. Es mejor así —dije pensando que los agentes de la AFI ya tenían bastante con lo suyo como para tener que ocuparse de un pixie borracho. Además, no había ninguna necesidad de terminar de estropear mi ya maltrecha reputación.

—¿Y bien? —dije intentando que Edden desviara la atención de Jenks, que canturreaba alegremente y que empezaba a inclinarse hacia un lado, porque una de las alas no se movía tan rápido como la otra—. Me parece un poco exagerado emitir una orden de búsqueda y captura por no comunicar el cambio de residencia.

Edden echó un rápido vistazo a Jenks y luego volvió a mirarme.

—No es por eso. Se trata de una sospechosa.

—¡Esta miel está sensacional, Edden! —interrumpió Jenks, y yo dejé mi taza sobre la mesa con la suficiente energía como para hacer vacilar sus alas.

—¿La banshee es sospechosa? —pregunté—. ¿Por qué? Lo único que hizo fue dejar una lágrima.

Edden se recostó en el respaldo de la silla y bebió un trago de café.

—Alex enseñó su foto a los vecinos por si la habían visto recientemente en el lugar del crimen. Existía la posibilidad de que se hubiera hecho pasar por canguro, vendedora de cosméticos, o vete tú a saber qué. El caso es que todas y cada una de las personas interrogadas la identificaron como la señora Tilson.

—¿Cómo? —grité irguiéndome en mi asiento.

¡No me jodas! —dijo Jenks, a punto de estrellarse con el montón de informes de la mesa de Edden cuando alzó el vuelo cargado con la bolsita de miel—. ¿La banshee se hizo pasar por una humana? ¿Y por qué demonios iba a hacer algo así?

Mi primera reacción fue de sorpresa, pero rápidamente dio paso a un sentimiento de inquietud. Entonces me quedé mirando el semblante grave de Edden y supe que había tenido la misma idea. Mia los había matado y estaba intentando encubrir el crimen. ¡
Santo Dios
! ¿
Tom está intentando echarle el guante a una banshee
? ¿
Él solito
?
Pues adelante. Esta vez sí que va a salir con los pies por delante
.

—Eso explicaría por qué Tom Bansen se introdujo ayer bajo el suelo de mi cocina —dije.

Edden dio un respingo.

—Bajo el…

—Suelo de mi cocina —concluí—. Iba vestido de militar, en plan tropa de asalto. Bis y uno de mis amigos lo pillaron colocando un amuleto para espiar conversaciones.

—¿Por qué no me llamaste? —preguntó Edden.

En ese momento Jenks hizo un comentario de mal gusto sobre las gárgolas que me hizo torcer el gesto.

—Porque Tom… ha sido excluido —expliqué sonrojándome—. Ningún inframundano lo contrataría, incluida la SI. No tiene más remedio que trabajar por su cuenta. Si lograra capturar a una banshee, probablemente conseguiría suficiente pasta para instalarse en algún lugar en el que poder vivir lejos de todo. Me aconsejó que dejara el caso. De hecho, ahora que lo pienso, me dijo que me mantuviera alejada de Mia. Probablemente debe saber, al menos, tanto como nosotros.

—Entonces, ¿para qué necesita espiarte? —preguntó.

Me encogí de hombros.

—Porque si lo han excluido, no dispone de los mismos recursos que la AFI o que la SI. Supongo que imaginó que podría enterarse de lo que hemos averiguado y actuar antes que nosotros. Es probable que sepa exactamente dónde se encuentra. Tal vez debería ser yo la que intentara espiarlo.

Cuando volví a mirarlo, Edden se estaba frotando el bigote con expresión adusta.

—¿Quieres que ponga un coche patrulla a la puerta de tu casa?

Negué con la cabeza.

—No, pero te agradecería que mandaras uno a casa de mi madre.

—En menos de una hora lo tendrás allí —prometió, a punto de que se le escapara el bolígrafo con el que tomaba nota.

Jenks había empezado a trepar por los informes de Edden como si fuera un escalador borracho, y yo me sonrojé cuando descubrí lo que había pasado el décimo día de Navidad. Intentando deshacerme de la imagen que se había formado en mi mente, me volví hacia el capitán.

—Si Mia es la señora Tilson, tenemos que encontrarla cuanto antes. El hombre que está con ella corre un serio peligro.

Edden soltó un bufido e, inmediatamente después, metió el bolígrafo en el bote de lápices.

—No me importa.

—Es muy probable que se lo cargue —protesté. A continuación bebí un sorbo de café aprovechando que Jenks ya no estaba escondido detrás. Entonces cerré los ojos y disfruté del momento. Había una cosa que los de la AFI hacían mejor que nadie: el café.

—Los compañeros sentimentales de las banshees no sobreviven mucho tiempo —dije—. Y si Mia tiene una niña pequeña, sus necesidades emotivas se triplican.

En aquel instante hice una breve pausa para beber otro trago. Probablemente ese era el motivo por el que quería dejar cinco años entre un hijo y otro.

Edden tenía el bigote fruncido, y su rostro mostraba una expresión severa.

—Su cómplice no me preocupa lo más mínimo —dijo—. Estaba lo bastante sano como para darle una paliza a mi hijo. Esta mañana hemos tenido acceso a su ficha policial gracias a las huellas. Se llama Remus, y no hubiéramos dado con él tan rápido de no ser porque tiene un informe del grosor de mi puño, que va desde un intento de violación cuando todavía estaba en el instituto, hasta hace tres años, que pasó una temporada recluido en un centro para enfermos mentales cumpliendo una pena por maltrato animal con ensañamiento. Cuando lo pusieron en libertad, desapareció de la faz de la tierra. Desde entonces, no ha utilizado tarjetas de crédito, tampoco tenemos constancia de que haya alquilado ningún inmueble ni de que haya cotizado en la seguridad social. Nada. Como comprenderás, dadas las circunstancias, no tengo ninguna intención de romperme los sesos buscándolo para preservar su salud.

Me dolía el estómago. ¡Dios! Lo más seguro es que se hubieran cargado a los Tilson entre los dos. Habían matado a aquella pobre pareja, que posaba sonriente para el anuario escolar, y se habían apoderado de sus nombres, de sus vidas y de todas sus pertenencias. Después habían metido en cajas lo que no necesitaban, y lo habían abandonado en el garaje.

Jenks dejó caer la bolsita de miel vacía, tambaleándose bajo la lámpara del escritorio y alzando la vista para quedarse mirándola fijamente. Entonces me di cuenta de que estaba cantando para conseguir que se encendiera y le di al interruptor. Jenks estalló soltando un montón de chispas doradas y, muerto de risa, se cayó al suelo. Me quedé helada. Se había quedado atascado en el décimo día de Navidad, pero finalmente se rindió y se puso a cantar la parte de los cuatro condones violeta.

Yo miré a Edden y me encogí de hombros.

—Tal vez la niña es hija de Remus —dije.

Edden tomó el informe que estaba en la parte más alta de montón que había debajo de Jenks. El pixie se elevó unos diez centímetros para acabar cayéndose de nuevo. Entonces, mascullando algo ininteligible, apoyó la cabeza sobre sus brazos cruzados y se quedó dormido bajo el calor artificial que emitía la luz de la lámpara. Edden me entregó el informe y yo lo abrí.

—¿Qué es?

Él se inclinó hacia atrás y entrelazó las manos sobre su pecho.

—Ahí está toda la información que hemos conseguido recabar sobre Mia. Que tenga una niña hace que resulte mucho más sencillo seguirle la pista. Sin ella, Remus no existiría. Hemos localizado otra guardería con licencia que suele frecuentar. Con esta, ya son cuatro, y al menos dos más informales.

Hojeé el pequeño paquete para leer las direcciones, impresionada una vez más por las técnicas de investigación de la AFI. Las guarderías se encontraban la mayoría en Ohio, a las afueras de Cincy.

—He llamado a todas esta mañana —explicó Edden—. Ayer Mia no se presentó en ninguna, y en la que estaba previsto que acudiera, estaban preocupados. Por lo visto, siempre se queda a ayudar en vez de pagarles por los cuidados, alegando que quiere que Holly mejore sus habilidades sociales.

—¡No jodas! —exclamé alzando las cejas. La excusa hubiera podido colar si no fuera porque llevaba a su hija a otras cinco guarderías a hacer exactamente lo mismo.

—No, no, no —intervino Jenks desde debajo de la lámpara arrastrando las palabras. Tenía los ojos cerrados y me sorprendió que estuviera tan consciente como para escuchar lo que hablábamos, y menos aún para hacer comentarios—. Esa niña no está socializando. Está chupando emociones como…

Sus palabras se desvanecieron en un murmullo confuso y sugerí:

—¿Como un pixie hasta las cejas de miel?

Jenks entreabrió un ojo y me hizo un gesto con el pulgar hacia arriba.

—Eso es —confirmó con los ojos cerrados segundos antes de ponerse a roncar. Sin saber muy bien por qué, me desenrollé la bufanda y lo tapé con ella. ¿Vergüenza ajena, quizás?

Edden nos observaba con expresión interrogante, y yo levanté un hombro y lo dejé caer de nuevo.

—Probablemente está intentando diseminar los daños que esté causando su hija.

Edden emitió un gruñido esquivo, y yo seguí hojeando el informe.

—El chico que les cortó el césped me dijo que Mia le contó a su madre que quería tener muchos hijos, pero que tenía que esperar cinco años entre uno y otro —dije—. Eso concordaría con que Holly sea una banshee. Es imposible andar por ahí con dos hijos así. ¡Por el amor de Dios! Las banshees normalmente dan a luz una vez cada cien años, de manera que, si Mia pretende tener otro hijo en menos de cinco años, debe de disponer de un buen método para evitar matar gente para sustentar el crecimiento de su hija…

De pronto, me quedé callada. Esa era una posibilidad, la otra es que tuviera a su lado a alguien que supiera cómo deshacerse de sus víctimas de manera que nadie denunciara su desaparición. Algún maníaco homicida capaz de cometer numerosos asesinatos en serie. Alguien como Remus, una persona que disfrutara cazando gente y llevándosela a su mujer y a su amada hija para que les chuparan las energías. Esa podía ser la razón por la que Remus gozaba de salud suficiente para darle una paliza a un agente de la AFI, alimentando a sus dos tigresas con tanto esmero como para que Mia planeara aumentar la familia. Aquello no pintaba nada bien.

Entonces me di cuenta de que Edden había esperado en silencio a que yo llegara precisamente a aquella conclusión, y cerré el informe. Aturdida y con ganas de vomitar, eché un vistazo a Jenks, que estaba frito, y luego miré a Edden.

—No cuentes conmigo para esto —dije dejando caer la carpeta sobre su mesa. El aire que levanté agitó el pelo de Jenks, y el pixie, desde el sopor de la borrachera, hizo un gesto de desagrado—. Las banshees son muy peligrosas. Como depredadoras, se encuentran en el nivel más alto de la cadena alimentaria. Además, tenía entendido que no necesitabas mi… mejor dicho, nuestra ayuda.

Ante mi evidente recriminación, Edden se sonrojó.

—¿Y quién la va a detener entonces? ¿La SI? He hablado con ellos esta mañana. En lo que respecta a este caso, les da igual. —A continuación, mirando en todas direcciones excepto hacia donde me encontraba, añadió en voz baja—: Si no la encarcelamos nosotros, nadie lo hará.

Y él quería que se hiciera justicia, teniendo en cuenta que aquella mujer estaba relacionada con que su hijo se encontrara en el hospital. Con el ceño fruncido, tomé de nuevo el informe que estaba sobre la mesa de Edden, y lo coloqué en mi regazo, aunque sin abrirlo.

—Una pregunta más —dije intentando dejar bien claro que no iba a aceptar el encargo. Todavía—. ¿Qué te hace pensar que la SI no está intentando encubrirla? —No estaba dispuesta a enfrentarme a la SI a cambio de un cheque. Lo había hecho anteriormente, pero ahora era más sensata. Tenía que reconocer que me encantaba ponerles en evidencia, pero entonces Denon me retiró el permiso de conducir y me vi obligada a moverme de nuevo en autobús.

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