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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (66 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Intrigada, me aparté de la encimera y me dirigí a la mesa, donde encontré el diario, envuelto todavía en el plástico. Debajo había una foto de Jenks y mía delante del puente de Mackinaw que había rescatado el día anterior del incendio del frigorífico. Con cuidado, moví la fotografía y abrí el periódico.

—¿Dónde tengo que mirar? —pregunté, encorvada encima.

—Primera página —respondió sin más.

¡
Oh, Dios
! Con una mueca de dolor, leí: «Tres hospitalizados. Posible ritual demoníaco de madrugada». Había una fotografía de un montón de ambulancias en la oscuridad, y la escena estaba iluminada por un coche en llamas. La gente se arremolinaba delante de una tienda. Desde mi hombro, Jenks, que había vuelto de estar con sus hijos, dejó escapar un silbido.

—Esto… Yo estuve en casa toda la noche —dije pensando que, de un modo u otro, me culparían de aquello. Fuera lo que fuera—. Hablé con tu padre sobre las doce. Estoy segura de que avalará lo que estoy diciendo. —A continuación me incliné hacia delante y reconocí la silueta del local. ¿
La pista de patinaje de Aston´s
?—. No estarás trabajando en esto, ¿verdad? —pregunté, preocupada—. Glenn, es posible que te encuentres bien, pero tu aura sigue siendo muy delgada.

—Te agradezco el interés por mi persona —dijo apartando la vista del periódico y dirigiéndola hacia la caja abierta de la pizza—. ¿Puedo coger un trozo? Me estoy muriendo de hambre.

—Y tanto —respondí mirando de reojo la instantánea en blanco y negro mientras Glenn atravesaba la cocina y agarraba un trozo de pizza—. Jenks, ¿tú sabías algo de esto?

El pixie negó con la cabeza y aterrizó sobre el periódico, con las manos en las caderas, y la cabeza gacha mientras leía.

—Según lo que sabemos de la SI —explicó Glenn con la boca llena de pizza—, parece que la señora Walker se encontró con la señora Harbor. Hay tres personas en cuidados intensivos con daños en el aura.

—¡Eso es terrible! —exclamé, contenta de que no me hubieran echado las culpas—. ¿Necesitas que vaya contigo a examinar la escena del crimen? —pregunté, animándome—. Es la pista de patinaje de Aston´s, ¿verdad?

Glenn soltó una carcajada que acabó convirtiéndose en un ataque de tos y me quedé mirándolo, en lugar de a Ivy, que apareció de improviso en el umbral. Llevaba unos vaqueros y un jersey negro que le quedaban estupendamente, se había cepillado el pelo y se había maquillado ligeramente.

—No es necesario, pero gracias por el ofrecimiento —dijo, sin percatarse de la presencia de Ivy.

Ofendida, me senté en mi silla.

—La risa sobraba —le reproché.

Jenks estaba suspendido en el aire, con el periódico en la mano, intentando pasar la página para leer el resto del artículo.

—No sobraba, Rache. Sabes muy bien que necesitas clases de protocolo en la escena del crimen.

Ivy se colocó detrás de Glenn con pasos imperceptibles justo en el momento en que se llenaba la boca por segunda vez.

—Gracias por los tomates, Glenn —le susurró al oído haciendo que se sobresaltara.

—¡Santa madre de Dios! —exclamó, dándose la vuelta mientras se echaba la mano a la cadera, donde solía llevar la pistola. El trozo de pizza salió volando, y se afanó por recuperarlo—. ¡Maldita seas, Ivy! —se quejó cuando cayó al suelo—. ¿Se puede saber de dónde has salido?

Ivy sonrió con los labios cerrados, pero yo me reí de buena gana.

—Mi madre solía decir que vengo del cielo —dijo, pasando delicadamente por encima de la pizza en dirección a la cafetera. Con movimientos sensuales se llenó la taza de nuevo y se dio la vuelta, quedándose delante del armario de la basura.

Glenn sostenía el trozo de pizza en su enorme mano como si se tratara de su mascota favorita, a la que se sigue queriendo después de muerta. Ivy se giró ligeramente y abrió la puerta del armario; el agente suspiró al no poder evitar que la pizza se precipitara al suelo. Divertida, le acerqué la caja y él cogió otra porción con el rostro radiante.

—Bueno, ¿qué te cuentas? —preguntó Ivy llevándose la taza a los labios y mirándolo por encima del borde como si quisiera comérselo como un trozo de pastel.

—Eso, Glenn. Si no quieres que te acompañe a la escena del crimen, ¿a qué has venido? —pregunté subiendo los pies a la silla de al lado y ajustándome la bata para taparme las piernas.

—¿No puedo traeros unos tomates para desearos una pronta recuperación sin que me hagáis el tercer grado? —preguntó con una fingida inocencia.

—¡Tres malditos kilos de tomates! —susurró Jenks, e Ivy dejó la taza girándose hacia el fregadero para llenar una pequeña cazuela donde lavar los frutos rojos. Quería quedarse y necesitaba algo con lo que entretenerse.

—Espero que no quieras convencerme para que trabaje esta noche —dije mirando el periódico con expresión interrogante—. Ya le dije a tu padre que no pienso ir a esa fiesta de mierda.

—¡Si es así, olvídate! —dijo Jenks levantándose del periódico y situándose a escasos centímetros de su nariz—. No pienso consentir que trabaje con la mierda de aura que le ha quedado. ¿Quieres encontrártela de nuevo bocabajo? Tal vez parezca fuerte y en forma, pero su aura se desprende como la piel de un plátano.

No tenía ni idea de que fuera así y me pregunté si tenía que ver con mi especie o solo conmigo.

—Precisamente por eso no voy a hacer lo que mi padre me ordenó: pedirte que fueras a esa fiesta —dijo Glenn con gesto imperturbable, mientras retiraba la corteza del borde de la pizza. Con un chasquido de las alas, Jenks descendió de nuevo y Glenn se me quedó mirando—. Si llama, suéltale un montón de palabrotas y dile que te hice pasar un mal rato, ¿vale? No tiene ni idea de lo que significa haber sufrido daños en el aura. Me alegro de que las dos os quedéis en casa esta noche.

No aparté la vista de él, pero me resultó difícil no mirar a Ivy, que se había girado con el corazón de buey envuelto en un paño y una sonrisa pícara en los labios.

—Sí, será una noche tranquila y agradable —dije esperando que no viera mis libros de hechizos. Con movimientos lentos, doblé el periódico y lo dejé deliberadamente sobre ellos.

Ivy nos dio la espalda, pero creo que aún sonreía mientras seguía lavando los tomates y los ponía a secar uno por uno.

—Bueno, tengo que irme —dijo Glenn, sacudiéndose las manos y mirando los restos de pizza—. Gracias, chicas. Y no dejes que mi padre te convenza. Está obsesionado con capturar a esa mujer y no se da cuenta de lo que te está pidiendo.

—No te preocupes.

En aquel momento me sentí culpable y, poniéndome en pie, le acerqué la caja de pizza. Los ojos se le iluminaron al cogerla, pero yo estaba deseando que se largara. Tenía que prepararlo todo para la noche. Cierto era que había accedido a no encerrar a Al en un círculo, había otras formas de echarle el guante a un demonio y me pregunté si funcionaría convertirlo en un ratón. Conocía muy bien ese truco.

—Que pases una buena víspera de Año Nuevo, Glenn.

El detective de la AFI sonrió.

—Lo mismo digo. —Seguidamente, cogió uno de los tomates limpios y, tras guardarlo en el bolsillo, me guiñó un ojo y dijo—: No le digas a mi padre lo de los tomates, ¿de acuerdo?

—Me lo llevaré conmigo a la tumba. ¡
Quién sabe
!
Tal vez, esta misma noche

Ivy se volvió después de doblar la bolsa de papel y la metió debajo del fregadero.

—Glenn, ¿vas para el trabajo? —preguntó.

Él vaciló.

—Ummm, sí —admitió como si no estuviera seguro de qué debía responder—. ¿Quieres que te acerque a algún sitio?

—Tengo algunas cosas que contarle a Edden sobre esa jodida banshee —explicó, con un gesto de desagrado. Y, mirándome a mí, añadió—: A menos que necesitéis que me quede.

Jenks aleteó nerviosamente, con expresión desconcertada, y yo eché un vistazo a mis libros.

—En realidad, estaba punto de ponerme a jugar con los libros de cocina de cuando iba al instituto —dije, y después, preocupada de que los sentimientos de culpa pudieran hacer que intentara enfrentarse a Mia, añadí—: Volverás antes de medianoche, ¿verdad?

La aureola marrón que rodeaba sus pupilas se redujo ligeramente.

—Sabes que sí. Voy a por mi abrigo —dijo, y salió de la cocina con esa elegancia que me ponía los pelos de punta.

Desde el periódico, Jenks masculló:

—«A menos que necesitéis que me quede». ¿Quién se cree que es?

—¡Te he oído! —gritó Ivy desde el santuario, provocando un montón de chillidos de pixie.

Glenn, mientras tanto, se dirigió hacia la puerta.

—Cuídate, Rachel —dijo. Me acerqué para abrazarlo, dejando escapar mi mal humor entre los fuertes brazos de aquel hombre que, en aquel momento, olía a pizza.

—Tú también —dije. Mi sonrisa se desvaneció y, reculando, me puse seria de nuevo—. Glenn, quiero atrapar a esa mujer, pero necesitamos un plan sólido.

—No hace falta que me lo digas dos veces.

Se dispuso a seguir a Ivy y le tiré de la manga, obligándolo a detenerse.

—Oye, si ves a Ford hoy, ¿puedes decirle que estoy lista para concertar una cita?

Una sonrisa que anidaba lo que parecía orgullo se dibujó en su rostro.

—Por supuesto. Bien por ti, Rachel.

—¿Glenn? —se oyó gritar a Ivy desde el santuario, y él puso los ojos en blanco.

—¡Ya voy, mamá! —respondió, dirigiéndose a la salida con la caja de pizza en la mano. Escuché sus pasos por el pasillo, un coro de diminutos adioses, y la puerta que se cerraba. Satisfecha, aparté con la mano la mezcla para tortitas.

Jenks se sentó en el borde de la cafetera, agitando las alas en el creciente calor.

—Si piensas enfrentarte a un demonio hoy, tal vez deberías vestirte —dijo. Yo le miré a través de mi pelo, todavía aplastado por la almohada.

—¿Te importaría atender la puerta mientras me doy una ducha? —le pregunté.

—¡Pues claro! —respondió agitando las alas.

Los pixies estaban armando jaleo jugando con los tomates cherry mientras me dirigía a mi baño, arrastrando los pies, para abrir el grifo. Me moría de ganas de quedarme un buen rato bajo el agua, y me regodeé en enjabonarme, enjuagarme y repetir. Con los ojos cerrados, me quedé de pie bajo el agua caliente, llenándome los pulmones del vapor de agua, reacia a salir y regresar a mi vida. Gracias a la señora Talbu, me había tirado cuatro años usando una mierda de ducha de la que apenas salía agua, y la alcachofa de ducha de alto caudal y nada ecológica que había instalado Ivy, antes de que yo me mudara, era mejor que cualquier terapia. Y no es que yo necesitara terapia. Ni muchísimo menos.

De pronto, el chorro se volvió frío y, boqueando, me alejé de la pared, golpeando la espalda contra la que tenía detrás.

—¡Jenks! —grité en un arrebato de adrenalina—. ¡Basta!

El agua que caía sobre mis pies se volvió más caliente, pero me había puesto de mal humor y salí y estiré el brazo para coger la toalla. Con movimientos bruscos, me sequé el pelo y continué con el resto del cuerpo. Por lo visto, Jenks había decidido que ya estaba lo bastante limpia. Envuelta en una toalla, limpié el vaho del espejo con la mano para hacer balance de la situación. No del todo mal, decidí, si exceptuábamos las ojeras, que se habían vuelto crónicas. Nada mal, si teníamos en cuenta que había sufrido los ataques de dos banshees en el mismo número de días.

Desde el otro lado de la puerta se escuchó el aleteo de un pixie y un dubitativo «¿Rachel?».

La toalla se me deslizó mientras revolvía en busca de un hechizo para cambiar el color de la piel.

—Muy gracioso, Jenks. Si llego a resbalar, podría haberme partido la cabeza. —El zumbido de las alas aumentó y me subí la toalla—. ¡Jenks! —grité cuando lo vi aparecer por debajo de la puerta—. ¡No he dicho que pudieras entrar!

Con las alas de un intenso color rojo, Jenks me dio la espalda.

—Lo siento. Esto… pensé que te gustaría saber que ha venido Marshal —explicó a modo de disculpa.

El pánico se apoderó de mí y me agarré la toalla con más fuerza.

—¡Sácalo de aquí inmediatamente! —exclamé en un tono casi de reproche—. ¡Me han excluido!

El pixie miró por encima de su hombro y, a continuación, se dio media vuelta en el aire para mirarme.

—Creo que ya lo sabe. Quiere hablar contigo. Lo siento, Rachel, pero parece muy enfadado.

Mierda
. Me habían excluido. Marshal no había venido para cogerme la mano y decirme que lo solucionaría todo. Le había dicho que era una bruja blanca, y así era, pero ahora…

—¡Dile que se marche! —le ordené reculando acobardada—. Dile que se vaya antes de que se enteren de que está aquí y lo excluyan también a él.

Sin embargo, el pixie se limitó a sacudir la cabeza.

—No. Tiene derecho a que se lo digas a la cara.

En aquel momento tomé aire. Empezaba a dolerme la cabeza.
Esto va a ser muy divertido
. Girándome hacia el espejo, empecé a cepillarme el pelo. Con los brazos cruzados, Jenks aguardó a que le diera la respuesta adecuada. El cepillo se me enredó en el pelo y lo dejé con fuerza sobre la pequeña encimera.

—Saldré en tres minutos —dije para que se marchara.

Asintiendo, bajó hacia el suelo. Acto seguido, dejó escapar un débil destello de luz y desapareció.

Tenía la ropa interior en la secadora y una camisola colgada sobre la pila de tamaño industrial. En realidad mi baño era un lavadero que había ascendido de categoría, pero era más sencillo que compartir con Ivy el cuarto de baño más tradicional del otro lado del pasillo. Además, la mayoría de los días mis vaqueros estaban en la secadora.
Aunque sin calcetines
, pensé dándome un último golpe de cepillo y dejando que el pelo se me secara al aire.

Preocupada, abrí la puerta con cautela y, sin saber muy bien qué hacer, eché un vistazo al pasillo. Hacía bastante frío en comparación con la húmeda calidez del baño, y percibí un fuerte olor a café. Con los pies descalzos, me acerqué hasta la cocina sin apenas hacer ruido, y me asomé para descubrir a Marshal sentado de espaldas a mí. Me encontraba fuera de su campo de visión y vacilé.

No parecía mostrar ningún tipo de emoción, o tal vez solo se encontraba sumido en sus pensamientos mientras miraba el suelo mugriento donde había estado el frigorífico, probablemente preguntándose lo que había pasado. Sus largas piernas se hallaban dobladas bajo la mesa, y el reflejo del sol iluminaba sus cortos y rizados cabellos. Aquello iba a resultar muy duro. No le culpaba por estar cabreado conmigo. Le había dicho que era una bruja blanca y había confiado en mí. Pero la sociedad decía lo contrario.

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