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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (69 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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—¡No me toques, Morgan! —dijo sin mover los labios, saludando amablemente con la mano a alguien que se encontraba al otro lado de la sala.

Jenks emitió un sonido de ofendida sorpresa y me coloqué delante de Trent. Él se detuvo en seco, claramente molesto.

—Trent —insistí con el corazón a punto de salírseme del pecho—. Esto es una estupidez.

Una vez más, alzó las cejas.

—Eres una diablesa. Si pudiera, haría que te encerraran solo por eso. La exclusión apenas hace justicia.

La expresión de mi rostro se tornó rígida, pero no me sorprendió que estuviera al tanto de la exclusión.

—Si me hundes, te arrastraré conmigo —dije mientras Jenks aterrizaba sobre mi hombro para mostrarme su apoyo.

Trent esbozó una sonrisa melancólica.

—Básicamente, eso es todo.

—No soy ningún demonio —protesté quedamente, consciente de que estábamos rodeados de gente. El político se sorbió la nariz, como si oliera a rancio.

—Pues poco te falta.

A continuación intentó empujarme de nuevo hacia un lado y yo mascullé:

—Fue culpa de tu padre.

Al oír aquello, se paró en seco.

—¡Oooooh! —se mofó Jenks, cubriéndome la parte delantera de chispas mientras levantaba una suave brisa—. ¡No se te ocurra meterte con mi papaíto!

—¡Te salvó la vida! —dijo Trent, claramente ofendido—. Fue un error que le costó la suya propia. Mi padre no te hizo. Naciste así, y si necesitas más pruebas, solo tienes que mirar a quién has elegido como maestro.

Sus palabras me hirieron en lo más profundo, pero me tragué la rabia. Llevaba meses intentando ponerme en contacto con él para limar asperezas, pero no atendía mis llamadas ni me dejaba hablar con Ceri. Podía ser mi última oportunidad de explicarme.

—¡No quieres entenderlo!, ¿verdad? —dije, inclinándome hacia él hasta que mis palabras fueron un mero susurro y Jenks alzó el vuelo—. Hice lo que hice para salvarte la vida. La única manera que tenía de sacarte de allí era reclamarte y, para ello, tuve que cerrar un pacto abusivo.

—¿Un pacto abusivo? —se burló por lo bajo—. ¡Pero si eres su discípula!

—¡Lo hice para salvar tu jodida vida! —Las rodillas me temblaban, y las cerré con fuerza—. No espero que me des las gracias, teniendo en cuenta que siempre te has caracterizado por tu incapacidad para mostrar agradecimiento cuando alguien hace algo que te da miedo, pero me gustaría que dejaras de volcar sobre mí tu vergüenza o tus sentimientos de culpa.

Había terminado y, despidiéndome de la posibilidad de conseguir un hechizo de Pandora o su comprensión, me di media vuelta y me dirigí a grandes zancadas hacia la ventana. El restaurante se había desplazado, y en aquel momento me encontraba mirando directamente hacia la plaza. ¡Maldita sea! ¿Por qué se negaba incluso a escuchar?

El familiar zumbido de alas de Jenks me hizo alzar la cabeza, y me froté un ojo un segundo antes de que se posara en mi hombro.

—Tú sí que sabes cómo tratarlo, ¿eh? —dijo el pixie.

Me sorbí la nariz y me enjugué las lágrimas.

—¿Has visto? —murmuré—. El muy cabrón me ha hecho llorar.

Las alas de Jenks me hicieron sentir una fría corriente en el cuello.

—¿Quieres que lo pixee?

—No, no hace falta, pero mis posibilidades de conseguir un hechizo de Pandora son tan sólidas como la fuerza del pedo de un fantasma en un vendaval.

Sin embargo, no era aquello lo que me molestaba. Era Trent. ¿Por qué tenía que importarme tanto lo que pensara?

El tenue ruido de un zapato arrastrándose sobre la moqueta y el suave improperio de Jenks me hicieron darme media vuelta. Me sorprendí al ver a Trent. Tenía un vaso en la mano y me lo tendió.

—Aquí tienes tu agua —dijo en voz alta, con la mandíbula apretada.

Lo miré de arriba abajo, preguntándome qué demonios estaba pasando. Detrás de mí, Quen realizaba su labor de escolta, con los brazos cruzados y la expresión severa. Era evidente que era él quien le había obligado a regresar. Con un suspiro, agarré el vaso y volví a mirar por la ventana intentando aislarme de todo. Necesitaba encontrar un lugar tranquilo, lo más lejos posible.

—Jenks, ¿podrías mirar si el baño está libre?

El pixie emitió un zumbido con las alas a modo de advertencia, pero despegó de mi hombro.

—Por supuesto, Rachel.

Desapareció enseguida, dejando tras de sí un coro de grititos de satisfacción provenientes de las damas de mayor edad.

—No tengo nada que decirte en este momento —dije quedamente a Trent.

Él se desplazó, colocándose hombro con hombro conmigo. Juntos nos inclinamos hacia delante para contemplar la multitud que se congregaba a los pies del edificio. Debería haber optado por el aparcamiento, como había planeado en un principio. Aquello estaba empezando a tener todos los visos de uno de mis sonados fracasos.

—Yo tampoco tengo nada que decirte —dijo Trent, pero la tensión era palpable. Podía seguirle el juego. Ya había perdido, así que daba lo mismo—. ¿Necesitas un hechizo de Pandora? —preguntó como quien no quiere la cosa, y yo di un respingo. ¡
Cáspita
! ¿
Me habrá oído
?

Fingiendo indiferencia, respiré sobre el cristal para empañarlo.

—Sí.

Trent apoyó un hombro sobre el vidrio y me miró.

—Esa es una rama de la magia muy poco común.

¿
Por qué tiene que ser tan insufriblemente engreído
?

—Lo sé. Élfica, según mi madre.

En ese momento los músicos hicieron una pausa y él se quedó en silencio.

—Dime lo que necesitas recordar y tal vez pueda investigar al respecto.

Había pasado por una situación similar en otras ocasiones y en todas ellas había salido escaldada. No quería deberle nada, pero ¿qué tenía de malo que lo supiera? Suspirando, me volví hacia él, pensando que apoyarse contra la ventana de aquel modo parecía peligroso.

—Intento recordar quién mató a Kisten Felps.

Trent relajó la mandíbula. Fue un movimiento muy sutil, pero yo lo percibí.

—Pensaba que querrías recordar algo de tu padre o del campamento «Pide un deseo» —dijo.

Volví a mirar por la ventana. Había un grupo tocando allí abajo. Probablemente Ivy se lo estaba pasando mucho mejor que yo.

—¿Y qué habría pasado entonces?

—Que podría haber dicho que sí.

Detrás de nosotros, la fiesta continuaba, y la emoción crecía conforme los camareros empezaron a repartir copas de champán para el brindis, cada vez más próximo. Mis ojos escudriñaron el techo en busca de Jenks. No habría nadie en los servicios cuando el reloj marcara las doce.

Nerviosa, agarré con fuerza mi bolso.

—¿Qué es lo que quieres, Trent? —le pregunté, intentando acabar con aquello cuanto antes—. No me ofrecerías tu ayuda si no quisieras algo. Exceptuando verme muerta.

Él esbozó una sonrisa ladeada y luego se puso serio.

—¿Qué te hace pensar que quiero algo? Solo siento curiosidad por saber lo que te motiva.

Incliné la cabeza hacia un lado y, por primera vez en toda la noche, sentí que tenía el control.

—Te has acercado a mí dos veces, te has tocado el pelo tres y tenías una bebida en la mano mientras nos hacían la foto. En cuanto se den cuenta, lo sacarán en primera página. Pareces nervioso y disgustado, y tengo la sensación de que no consigues pensar con claridad.

Trent se quedó sin habla y bajó la cabeza como si estuviera irritado. Seguidamente la alzó, con una nueva tensión en sus ojos. Luego miró a Quen, que se encogió de hombros.

—¿Se trata de Ceri? —le pregunté, en un tono casi burlón.

Él frunció el ceño y miró por la ventana.

—Quieres saber lo que piensa realmente de ti. —Él siguió sin decir nada, y yo sentí que mis labios dibujaban una torpe sonrisa. Ocultándola, bebí un trago de agua y dejé el vaso sobre la pequeña barra. Lentamente empezó a alejarse cuando el restaurante giró—. No te gustaría la respuesta.

—Hay muchas cosas que no me gustan.

Suspiré. No podía hacerle aquello. Realmente no podía. Por mucho que deseara hacerle daño a Trent, nunca traicionaría la confianza de Ceri. De todos modos, no creía que tuviera un hechizo de Pandora.

—Pregúntale a Ceri. Ella te contará una bonita historia que mantendrá intacto tu orgullo.

De acuerdo. Yo también sabía lanzar ataques encubiertos.

—Rachel.

Estaba estirando el brazo, y di un paso atrás.

—No me toques —le espeté con frialdad.

Jenks echó a volar y el destello de su polvo se reflejó en el oscuro cristal. A continuación se detuvo en el aire y se dio unos golpecitos en la muñeca, como le había visto hacer a Ivy cuando íbamos mal de tiempo. Tenía la espada desenvainada y, aunque parecía un palillo para coger aceitunas, podía resultar letal. El pulso se me aceleró. Era casi la hora.

—Si me disculpas… —dije secamente—. Tengo que ir al tocador. Feliz Año Nuevo, Trent.

Sin mirar atrás, me alejé con la cabeza bien alta, sujetando el bolso con fuerza. Jenks aterrizó en mi hombro casi inmediatamente.

—Sube al ascensor —dijo, y la curiosidad se apoderó de mí. La gente se apartaba de mi camino entre susurros y miradas reprobatorias, pero no me importó.

—¿Al ascensor? —repetí—. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Él alzó el vuelo hacia atrás para que pudiera verlo sonreír.

—Nada. Hay una planta justo debajo en la que almacenan las mesas. No me habría enterado de no ser porque han escondido la llave sobre el marco del cartel que anuncia la próxima revisión —dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Me he sentado encima cuando he acompañado a Ivy hasta la calle.

Balanceando los brazos, sonreí al botones al entrar en el ascensor y, sin el más mínimo remordimiento, lo eché fuera de un empujón apoyando el pie en un lugar estratégico. El pobre tipo cayó de boca sobre la moqueta y su sonoro quejido se cortó de golpe cuando las puertas se cerraron. Entusiasmada, extendí la mano y la llave cayó justo encima.

—Gracias, Jenks —dije introduciendo la llave en el panel y apretando el botón que indicaba—. No sé qué haría sin ti.

—Probablemente, morir —respondió sonriente.

Al final, todo apuntaba a que iba a poder hacerlo.

27.

El ascensor apenas se movió y, tras recorrer la breve distancia que nos separaba del piso inferior, las puertas plateadas se deslizaron dejando al descubierto un oscuro vestíbulo con el techo bajo.

—¿Jenks? —dije adentrándome en el espacio abierto iluminado por la luz del ascensor—. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

El zumbido de sus alas se elevó por encima del débil sonido de la maquinaria cuando despegó de mi hombro y me respondió:

—Voy a encender las luces. Dale al botón del vestíbulo antes de salir para que parezca que te has marchado, ¿vale?

Hice lo que me pedía mientras su débil destello salía disparado y desaparecía. No me cabía ninguna duda de que habría una cámara en el ascensor, pero Jenks ya se habría ocupado de ella. Seguí la estela de polvo de pixie apretando el bolso contra mi cuerpo. Hacía frío allí abajo. No como en el exterior, pero lo suficiente como para preocuparse.

—¿Jenks? —lo llamé, y, escuchando el eco de mi voz rebotando sobre las paredes y el resto de las superficies, añadí—: ¿Estás seguro de que no te afectará la temperatura?

Había sillas apiladas por todas partes, con un amplio pasillo que conducía al exterior. El suelo estaba cubierto de una tupida moqueta. No me pareció que se moviera, pero si era como en el piso de arriba, habría solo un anillo móvil, desplazándose al ritmo constante de las manecillas de un reloj.

En ese momento escuché la débil voz de Jenks.

—¡Por las bragas de Campanilla, Rachel! ¡Eres peor que mi madre!

—¡Solo digo que hace frío!

Las sillas daban paso a un montón de mesas apiladas tablero con tablero y me dirigí hacia una zona despejada delante de los oscuros y desnudos ventanales. Tenía las mismas vistas que el restaurante del piso superior y, si apoyaba la cabeza contra el cristal, podía ver Fountain Square. No nos estábamos moviendo, pero el ruido de la maquinaria era bastante fuerte. Tal vez resultaba demasiado fuerte para usar aquel nivel.

—¡He encontrado las luces! —gritó Jenks y, justo después del anuncio, la sala se iluminó gracias a las numerosas bombillas instaladas en el techo.

Di un respingo y me agaché hasta quedar por debajo de las ventanas.

—¿No se puede regular la intensidad? ¡Me va a ver todo Cincinnati!

De inmediato se apagaron las luces y, antes de que pudiera ponerme de pie, las alas de Jenks zumbaban junto a mi oreja.

—No. Lo siento. ¿Quieres que siga buscando?

Parpadeando para conseguir adaptar mis pupilas a la oscuridad, anduve a tientas hasta encontrar una silla encima de una mesa vuelta del revés.

—No. Entra suficiente luz del exterior —dije—. Lo haré junto a la ventana.

Él se sacudió creando un pequeño círculo de luz y, tras colocar en él la silla, apoyé el bolso encima. A continuación instalé otra justo al lado y una tercera a un metro y medio de distancia.

—¿Qué tal vamos de tiempo? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago mientras escarbaba en el bolso. Finalmente, mis ojos se adaptaron a la falta de luz.

Jenks aterrizó en el respaldo de la silla y me di cuenta de que el brocado de la tapicería era el mismo sobre el que me había sentado apenas un día antes.

—Faltan menos de dos minutos.

—¿Por qué demonios tienen que ser tan puntillosos con estas cosas? —protesté dejando caer unos vaqueros en la silla que tenía al lado. De repente me asaltó el recuerdo de Pierce desnudo sobre la nieve ocho años antes e intenté deshacerme de él, mientras sacaba el resto de la ropa. Los zapatos me los había dado Ivy y olían a vampiro. Había preferido no hacer preguntas y me había limitado a darle las gracias. En lo alto de la pila coloqué mi pistola de pintura, a diferencia del crisol de piedra rojo y blanco de mi madre, que lo situé en la silla que tenía enfrente. Con el pulso acelerado, dispuse las tres botellas en la repisa de la ventana.
Ya casi estamos
.

Deslicé las manos por el vestido para secarme las palmas. A pesar del frío, estaba empezando a sudar y con aquel traje resultaría imposible disimularlo.

—De acuerdo. No puedo alzar un círculo protector, de manera que tendrás que mantenerte a salvo —dije a Jenks.

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