Indudablemente, la redistribución ofrece la clave para la comprensión de numerosos monumentos y estructuras antiguas que, durante siglos, han desconcertado a estudiosos y a turistas. Como hemos visto, de mumis en adelante, los «grandes hombres», los caciques y los jefes tienen la capacidad de organizar a la mano de obra en nombre de las empresas comunales. Entre estas empresas se contaba la construcción, que incluía a cientos de trabajadores, de grandes canoas, edificios, sepulcros y monumentos. Colin Renfrew ha llamado la atención sobre la similitud bastante sorprendente entre los centros circulares de madera para los consejos y festines cherokees y los misteriosos edificios circulares cuyos agujeros para postes de madera se han encontrado dentro de los límites de los recintos ceremoniales neolíticos, o «henges», de Gran Bretaña y el norte de Europa. Las cámaras mortuorias cada vez más adornadas, los túmulos y las alineaciones megalíticas características del período del 4000 al 2000 antes de nuestra era en Europa tienen paralelos bastante semejantes con los túmulos erigidos por los habitantes prehistóricos de los valles del Ohio y el Mississippi, las plataformas fúnebres de piedra y las estatuas monolíticas de Polinesia, y los sepulcros y los monumentos conmemorativos monolíticos del Borneo moderno. Todas estas construcciones desempeñaron un papel en el funcionamiento uniforme de los sistemas redistributivos pre-estatales y sirvieron como lugar para los festines redistributivos, los rituales de la comunidad destinados a controlar las fuerzas de la naturaleza y los monumentos conmemorativos de la generosidad y las proezas de los jefes «grandes hombres», héroes fallecidos. Sólo resultan enigmáticos porque son la estructura, y no la esencia, de los sistemas redistributivos. Puesto que no podemos ver la inversión de trabajo extra en la producción agrícola, la construcción de monumentos parece una especie de obsesión irracional por parte de estos pueblos antiguos. Pero vistos dentro del contexto viviente de un sistema redistributivo, los sepulcros, los megalitos y los templos aparecen como componentes funcionales cuyos costos son bajos en comparación con las cosechas aumentadas que la intensificación ritualizada de la producción agrícola permite.
Cuanto mayor y más densa es la población, más grande es la red redistributiva y más potente el jefe guerrero redistribuidor. En determinadas circunstancias, el ejercicio del poder, de un lado por parte del redistribuidor y de sus seguidores más cercanos y, de otro, por los productores comunes de alimentos, estaba tan desequilibrado que, en todos los sentidos y propósitos, los jefes redistribuidores constituían la fuerza coactiva principal de la vida social. Cuando esto ocurría, las contribuciones a la reserva central dejaban de ser voluntarias. Se convertían en impuestos. Las tierras de labrantío y los recursos naturales dejaban de ser elementos de acceso por derecho. Se convirtieron en favores. Y los redistribuidores dejaron de ser jefes. Se convirtieron en reyes.
A fin de ilustrar estas transformaciones decisivas en el contexto de un pequeño estado preindustrial, evocaré la descripción que John Beattie hace de los bunyoro. Dirigidos por un gobernante hereditario llamado mukama, los bunyoro totalizaban aproximadamente 100.000 habitantes, ocupaban una zona de 5.000 millas cuadradas de esa parte de la región lacustre central del este de África que hoy se conoce como Uganda y se ganaban la vida, principalmente, cultivando mijo y plátanos. Los bunyoro estaban organizados en una sociedad feudal y, sin embargo, auténticamente estatal. El mukama no era un simple jefe redistribuidor sino un rey. El privilegio de utilizar todas las tierras y los recursos naturales era una concesión otorgada por el mukama a alrededor de una docena de jefes, que después traspasaban la concesión a los plebeyos. A cambio de esta concesión, cantidades de alimentos, artesanías y servicios laborales se encaminaban a través de la jerarquía de poder, hasta el cuartel general del mukama. A su vez, el mukama dirigía la utilización de esos bienes y servicios en nombre de las empresas estatales. Superficialmente, el mukama sólo parece ser otro jefe redistribuidor «gran proveedor». Según palabras de Beattie:
Veían al rey como receptor supremo de bienes y servicios y como dador supremo… Los grandes jefes, que recibían tributos de sus subordinados, estaban obligados a entregar al Mukama una parte del producto de sus propiedades en forma de cultivos, ganado, cerveza o mujeres… pero todos debían dar al rey, no sólo los jefes… En consecuencia, el papel del Mukama como dador no estaba menos acentuado. Muchos de sus apelativos especiales enfatizaban su magnanimidad y tradicionalmente se esperaba que diera mucho, tanto en forma de festines como de dones a los individuos.
Pero la comparación del mukama con el jefe supremo trobriandés o cherokee revela que las relaciones de poder se habían invertido. Los jefes trobriandés o cherokee dependían de la generosidad de los productores de alimentos; los productores de alimentos bunyoro dependían de la generosidad del rey. Sólo el mukama podía conceder o denegar el permiso para las venganzas de sangre y el fracaso de contribuir a los ingresos del mukama podía dar por resultado la pérdida de las tierras, el destierro o el castigo corporal. A pesar de sus pródigos festines y de su fama como «gran proveedor», el mukama utilizaba gran parte de sus ingresos para reforzar el monopolio de las fuerzas de coacción. Mediante su control de las reservas centrales de cereales mantenía una guardia palaciega permanente y colmaba de recompensas a los guerreros que mostraban valentía en el combate y lealtad a su persona. El mukama también dedicaba una proporción considerable del tesoro del estado a lo que en la actualidad llamaríamos «la creación de la imagen» y las relaciones públicas. Se rodeaba de numerosos funcionarios, sacerdotes, hechiceros y de cuidadores de insignias como custodios de lanzas, de tumbas reales, de tambores reales, de tronos reales y de coronas reales, así como de «colocadores» de las coronas reales, cocineros, ayudantes de baño, pastores, alfareros, fabricantes de tela de corteza y músicos. Muchos de los oficiales contaban con varios ayudantes. Otros consejeros, adivinadores y secuaces permanecían en la corte con la esperanza de que les asignaran una jefatura. También estaban presentes el amplio harén del mukama, sus numerosos hijos y las familias de sus hermanos polígamos y de otros personajes reales. A fin de mantener intacto su poder, el mukama y algunos sectores de su corte realizaban viajes frecuentes por el territorio bunyoro y se hospedaban en los palacios locales mantenidos a costa de los jefes y los plebeyos.
Como sostiene Beattie, muchas características de la jerarquía bunyoro también estaban presentes en la Europa feudal posromana. Al igual que el mukama, Guillermo el Conquistador y su séquito viajaban constantemente por la Inglaterra del siglo XII, consultando a sus «jefes» y viviendo a costa de su hospitalidad. Los reyes ingleses de esa época todavía mostraban pruebas de sus orígenes como «grandes proveedores» a la cabeza de las redes redistributivas. Por ejemplo, Guillermo el Conquistador celebraba tres grandes festines anuales durante los cuales llevaba la corona y hospedaba a un gran número de lores y súbditos. Sin embargo, como ya veremos, la evolución posterior de los sistemas estatales condujo gradualmente a la eliminación de todas las obligaciones por parte de los gobernantes para que actuaran como «grandes proveedores» de sus súbditos.
¿Bajo qué circunstancia es probable que se produjera la conversión de una jefatura redistributiva en un estado feudal? Sumemos a la intensificación, el crecimiento demográfico, la guerra, los granos almacenables y los redistribuidores hereditarios un factor más: el atasco. Como ha propuesto Robert Carneiro, supongamos que una población servida por redistribuidores se ha expandido dentro de una región que está circunscrita, o cercada, por barreras ambientales. No es necesario que estas barreras sean océanos imposibles de cruzar o montañas imposibles de escalar; simplemente pueden consistir en zonas de transición ecológica donde las personas que se han separado de las aldeas superpobladas descubrirían que tendrían que realizar una severa reducción de su nivel de vida o cambiar todo su modo de vida con el fin de sobrevivir. Dos tipos de grupos pudieron descubrir que los beneficios de un status permanentemente subordinado superaban los costos de tratar de mantener su independencia. En primer lugar, las aldeas que se componían de parientes y se veían obligadas a entrar en las zonas de transición estaban tentadas de aceptar una relación de dependencia a cambio de una participación continua en las redistribuciones patrocinadas por sus colonias matrices. Y, en segundo lugar, las aldeas enemigas derrotadas durante la batalla podían descubrir que pagar impuestos y tributos era menos costoso que huir hacia esas zonas.
Sería suficiente una coacción física directa muy leve para mantener a raya al campesinado naciente. El parentesco sería utilizado para justificar la legitimidad del acceso privilegiado a los recursos por parte de los linajes de jóvenes y ancianos, o de los grupos de alianza dadores de esposas y tomadores de esposas (los que daban esposas esperarían a cambio tributos y servicios laborales). El acceso a los cereales almacenados podía hacerse depender del cumplimiento de los servicios artesanos o militares. O los «grandes hombres» del grupo más poderoso podían, simplemente, iniciar el sistema impositivo al redistribuir menos de lo que recibían. La guerra externa aumentaría y las aldeas derrotadas serían regularmente asimiladas en la red impositiva y tributaria. Un cuerpo creciente de especialistas militares, religiosos y artesanos sería alimentado con las reservas centrales de cereales, ampliando la imagen de los gobernantes como «grandes proveedores» benéficos. Y la distancia social entre la élite administrativa-sacerdotal-militar-policial y la clase naciente de esclavos campesinos productores de alimentos aumentaría aún más a medida que el alcance de los medios de producción alimenticia integrados aumentara, las redes comerciales se expandieran, la población creciera y la producción se intensificara aún más a través de mayores impuestos, reclutamiento de mano de obra y tributos. ¿De qué modo se corresponde la teoría de la circunscripción y el atasco del entorno con las pruebas? Las seis regiones en las que es más probable que se haya desarrollado el estado prístino poseen, sin duda alguna, zonas de producción claramente circunscritas. Como ha sostenido Malcohn Webb, todas estas regiones contienen núcleos fértiles rodeados por zonas de potencial agrícola bruscamente reducido. En realidad, son valles recorridos por un río o sistemas lacustres rodeados por zonas desérticas o, al menos, muy secas. Es famosa la dependencia de Egipto, Mesopotamia y la India antiguos de las llanuras anegables del Nilo, el Tigris-Éufrates y el Indo. En la antigua China, las condiciones del clima, del suelo y de la topografía limitaban las formas intensivas de agricultura más allá de las orillas de la cuenca del Río Amarillo. Las tierras altas centrales de México, al sur de Tehuantepec, también son secas y, además, «sufren gravemente los efectos de sombra de las lluvias en las cuencas montañosas y los valles regados por ríos que constituyeron los centros aborígenes de población». Por último, la costa peruana se caracteriza por el marcado contraste entre la vegetación exuberante que bordea los cortos ríos costeros que bajan desde los Andes y las condiciones desérticas que prevalecen en los demás lugares. Todas estas regiones plantean dificultades especiales para las aldeas que tal vez intentaron escapar de la concentración creciente del poder en manos de jefes guerreros redistribuidores muy agresivos.
Además, no caben dudas de que todas estas regiones fueron escenario de un rápido crecimiento de la población con anterioridad a la aparición del estado. Ya he mencionado que la población de Oriente Medio aumentó cuarenta veces entre el 8000 y el 4000 antes de nuestra era. Karl Butzer calcula que la población de Egipto se duplicó entre el 4000 y el 3000 antes de nuestra era. William Sanders calcula que la población se triplicó o cuadruplicó en las zonas montañosas de la formación estatal primitiva de México y también se aplican cálculos semejantes a Perú, China y el Valle del Indo. «En todas las áreas uno recibe la impresión de un aumento no sólo del numero total de asentamientos, sino también de la densidad de distribución, tamaño y perfeccionamiento de los emplazamientos».
Malcolm Webb también ha estudiado las pruebas de la guerra. La historia legendaria de Egipto comienza con un relato de conquista y en el registro arqueológico aparecen muy pronto instrumentos bélicos especializados y fortificaciones. En Mesopotamia, las armas y las representaciones de esclavos y batallas están presentes en los primeros tiempos predinásticos. Las fortificaciones y las pruebas documentales muestran que la China de los Chang, en el momento de la aparición de los primeros estados del Río Amarillo, era una sociedad sumamente militarista. Los descubrimientos recientes en el corazón de los primeros estados del río Indo han confirmado la existencia de aldeas neolíticas poderosamente fortificadas que fueron destruidas por la conquista. En el Nuevo Mundo, «tanto el Perú costero como Mesoamérica muestran una larga historia de guerra». «Los indicios arqueológicos de las contiendas están presentes no más allá del principio del primer milenio antes de nuestra era».
Evidentemente, el tipo de guerra que condujo a la evolución del estado debió implicar combates externos a larga distancia por parte de grandes coaliciones de aldeas más que el tipo de guerra interna practicada por los yanomamo. Como la matrilocalidad es un método repetido de trascender la capacidad limitada de los grupos aldeanos patrilineales para formar alianzas militares multialdeanas, parece probable que las sociedades al borde de la categoría de estado adoptaran frecuentemente formas matrilineales de organización social. Según Robert Briffault, existe un considerable número de pruebas literarias que sustentan la opinión de que las antiguas sociedades estatales poseían instituciones matrilineales inmediatamente antes e inmediatamente después de alcanzar la categoría de estado. Por ejemplo, el gran egiptólogo Flinders Petrie sostenía la opinión de que las divisiones administrativas, o nomos del Egipto dinástico primitivo, habían sido en otro tiempo clanes matrilineales y de que, en los tiempos más antiguos, la residencia posmarital era matrilocal. Estrabón, el historiador griego, escribió que los antiguos pueblos de Creta reverenciaban predominantemente deidades femeninas, otorgaban a las mujeres un papel destacado en la vida pública y practicaban la matrilocalidad. Plutarco afirma que, en Esparta, el matrimonio era matrilocal y que «las mujeres gobernaban a los hombres». El gran clasicista Gilbert Murray estaba convencido de que, en tiempos homéricos, en Grecia, «los hijos se marchaban a aldeas extranjeras para servir y casarse con las mujeres que poseían la tierra allí». Herodoto dijo de los lisios, que habitaban el extremo oriental del Mediterráneo: «Tienen una costumbre singular que los diferencia de todas las demás naciones del mundo: llevan el nombre de sus madres, no el de sus padres». Con respecto a los germanos primitivos, Tácito escribió que «los hijos de una hermana tienen la misma posición con respecto a su tío que a su padre» y «algunos incluso consideran al primero como el vínculo más fuerte».