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Authors: John Norman

Cautiva de Gor (36 page)

BOOK: Cautiva de Gor
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Oí gritar a una de las muchachas.

—¡Qué hermosa es! —dijo.

Supuse que había llegado una mujer más al campamento.

¡Yo tenía que quedarme detrás del cobertizo de la cocina planchando mientras a las demás se les permitía saludar a los hombres! Me pregunté si Inge estaría allí, ¡sonriendo y saludando a Rask de Treve!

Al cabo de un rato, los gritos disminuyeron y supe que los hombres habían desmontado y que las cautivas que hubiera habrían sido enviadas a la tienda de las mujeres. Las muchachas regresaron a sus tareas.

Seguí planchando.

Al cabo de más o menos un cuarto de ahn, me di cuenta de que había alguien de pie delante mío. Vi unos talones morenos y delgados. Levanté los ojos y descubrí unas piernas delgadas, fuertes y morenas. Y, finalmente, descubrí horrorizada el breve vestido de una mujer pantera. En su cinturón había un cuchillo de eslín. Llevaba también adornos de oro. Alcé los ojos para contemplar a aquella mujer, alta, fuerte y bella.

Bajé la cabeza, llorando por mi desdicha.

—Parece que te conoce —dijo Rask de Treve.

—¿Quién es? —preguntó Verna.

Rask se encogió de hombros.

—Una de mis esclavas —dijo.

Verna me sonrió.

—¿Me conoces, verdad esclava? —preguntó.

Respondí negativamente con la cabeza.

Verna no llevaba collar. No era una cautiva, así que mucho menos una esclava. Por la actitud de mi amo, comprendí que ella era, por alguna razón que yo no acababa de entender, una invitada.

—Nos conocimos por primera vez, fuera del campamento de esclavas del mercader Targo, al norte de Laura. Luego, en las calles de Ko-ro-ba, donde incitaste a otras esclavas a que me atacasen. Más tarde, al sur de Ko-ro-ba, cuando estaba enjaulada entre los trofeos de caza de Marlenus de Ar, tú, junto con otra muchacha llamada Lana, abusaste mucho de mí.

Bajé la cabeza.

—Me conoces, ¿no es cierto?

Sacudí la cabeza, ¡no, no!

—Tu esclava es una embustera —dijo Verna.

—¿Deseas que la haga azotar? — preguntó Rask.

—No. No es más que una esclava.

—No vuelvas a mentir en este campamento —dijo Rask.

—No, amo —susurré.

—Se me está acabando la paciencia contigo, El-in-or.

—Sí, amo.

—No sé mucho del trabajo que estás realizando —me dijo Verna—, pero ¿no corres el riesgo de quemar la prenda que estás planchando?

Me apresuré a apartar la plancha, colocándola sobre la placa de hierro caliente.

Afortunadamente, la prenda no había sufrido desperfectos, pues de lo contrario Ute me habría castigado.

—Permíteme que te enseñe el resto del campamento —dijo Rask de Treve a Verna.

Ella miró hacia mí.

—Sigue con tu trabajo, esclava —me dijo.

Aquella noche, después de recibir mi comida y antes de que llegase la hora de ser enviada al cobertizo, me acerqué a la tienda de las mujeres.

—¡Ena! —llamé, sin levantar apenas la voz.

Ena se acercó a la entrada de la tienda y yo me arrodillé ante ella, poniendo la frente en el suelo.

—¿Puede hablar una esclava? —pregunté.

Ena se arrodilló delante mío y me ayudó a levantarme, sosteniendo mis brazos.

—Por supuesto, El-in-or. ¿Qué ocurre?

—Hay una mujer nueva, una mujer libre en el campamento —dije.

—Es Verna, una mujer pantera de los bosques del norte.

—¿Por qué está aquí?

—Ven conmigo —dijo. Me llevó hasta el otro extremo del campamento, hasta que llegamos a una pequeña tienda. Delante de ella, frente a una hoguera, estaban sentados dos atractivos cazadores.

—Estaban entre los acompañantes de los trofeos de caza de Marlenus de Ar —susurré.

Aquellos dos hombres estaban siendo servidos por una esclava. Inge y Rena estaban allí con sus túnicas de trabajo puestas.

—Esos hombres —dijo Ena—, son Raf y Pron, cazadores de Treve, aunque cazan en zonas muy diversas, incluso en los bosques del norte. Por orden de Rask, por su habilidad con las armas y su dominio de las técnicas y la ciencia de la caza, se hicieron pasar por originarios de Minus para así poder solicitar ser admitidos en el grupo de caza del gran Ubar, cosa que consiguieron. Treve tiene espías en muchos sitios.

—Son los que liberaron a Verna —dije.

—Al liberarla, acudieron a un lugar de cita previamente acordado, donde se reunieron con Rask de Treve y sus hombres, que son quienes los trajeron a ellos y a Verna aquí.

—Pero, ¿por qué deseaban liberarla?

—Verna es muy conocida en Gor como una proscrita. Cuando se supo que Marlenus iría tras ella, Rask de Treve dio orden a Raf y a Pron de que se uniesen a la comitiva de Marlenus.

—¿Pero por qué?

—Para que si Marlenus conseguía su objetivo, se viese privado de su trofeo de caza.

—Pero, ¿por qué?

—Capturar a esa mujer, es algo que lleva consigo mucha gloria, y por lo tanto cabe pensar que perderla fuera algo ignominioso.

—¿Quieres decir que ha sido capturada sólo para que Marlenus de Ar se quede sin ella?

—Por supuesto. Treve y Ar son enemigas —sus ojos brillaron y yo no tuve demasiadas dudas para imaginar de qué lado estaban sus simpatías—. ¿No te parece un insulto soberbio para Marlenus de Ar?

—¿Qué se sabe de las otras chicas, las que estaban en el grupo de Verna? —pregunté. Yo temía en particular a la rubia que había tirado de la cuerda sujeta a mi cuello y de la que yo había abusado también cuando estaba enjaulada. Sólo pensar en ella me producía terror. Si estaba libre, podía hacerme cualquier cosa.

—Las otras siguen encadenadas en la comitiva de Marlenus.

—¡Oh! —dije yo mucho más tranquila.

Observé cómo llenaba Inge la jarra de paga de uno de los cazadores. Se arrodilló más cerca de él de lo necesario. Tenía los labios entreabiertos y le brillaban los ojos. Sus manos temblaban levemente sobre la botella de paga. Rena estaba arrodillada a un lado. Miraba cómo su cazador limpiaba la carne de un gran hueso. Se notaba que estaba impaciente por servirle, en cuanto él se lo indicase.

¡Qué esclavas más lascivas y desvergonzadas eran!

—Rask de Treve odia a Marlenus de Ar —dijo Ena.

Asentí.

—¿Has visto a la muchacha morena, que a veces está en su tienda? —preguntó.

—Sí —contesté.

—¿Sabes quién es?

—No. ¿Quién es?

Ena volvió a sonreír.

—¡El-in-or! —gritó Ute—. ¡Ve al cobertizo!

Me levanté corriendo y, enfadada y atemorizada, atravesé el campamento para ser encerrada en él.

Sin embargo, no tardaría en saber quién era aquella muchacha de cabello oscuro.

Verna tenía su propia tienda, aunque a menudo, cuando Rask estaba en el campamento, comía con él. A veces, incluso, ella salía de la empalizada, algo que a las demás muchachas no nos estaba permitido, para caminar y cazar.

Tampoco era infrecuente que Verna pidiese que fuera yo quien atendiese su tienda, preparase su comida y se la sirviese. Pero no era más cruel conmigo que con cualquier otra esclava a quien se le asignase aquellos servicios. Yo procuraba que mi presencia no se advirtiese, sirviéndola lo más discreta y anónimamente posible. Ella tendía a ignorarme, como suele hacerse con las esclavas. Procuraba asegurarme de que la complacía en todos los aspectos, pues la temía profundamente.

Una noche en la que se celebraba una fiesta Verna la celebró en la tienda de Rask, y, para sorpresa mía, se me ordenó servirles. Otras muchachas habían preparado la comida, que para el campamento de guerra era ciertamente suntuosa. Había incluso ostras traídas del delta del Vosk, y que formaban! parte del botín de una caravana de tarns de Ar; tales delicias estaban destinadas a la mesa del propio Marlenus, el Ubar de Ar. Serví la comida, y escancié los vinos, y mantuve sus copas llenas, manteniéndome lo más discreta posible.

Ella me echó una de las ostras.

—Come, esclava.

Comí.

Al hacer aquello daba a entender que me estaba permitido comer. No es infrecuente, dentro de las normas de cortesía goreanas, que en tales situaciones se permita al huésped conceder el permiso de alimentarse a los esclavos que se hallen presentes.

—Gracias, Señora —dije.

Rask de Treve me echó entonces un pedazo de carne, para que saciase mi apetito, puesto que yo aún no había comido nada.

—Tengo una sorpresa para ti —le decía Rask a Verna.

—¿Cuál es?

Rask dio una palmada y cuatro músicos, que habían estado esperando fuera, entraron en la tienda. Se colocaron en un lado. Tenían dos pequeños tambores, una flauta y un instrumento de cuerda.

Dio dos palmadas más fuertes. Entonces la muchacha de cabello oscuro y ojos verdes, se situó frente a él.

—Que se ponga cascabeles de esclava —le dijo Rask a uno de los músicos. Éste colocó unas tiras de cuero sobre las que se habían montado los cascabeles sobre las muñecas y los tobillos de la muchacha.

—Por favor, amo —suplicó ella—. Delante de una mujer, no.

Se refería a Verna, pues yo no era más que una esclava.

Rask de Treve le echó una ostra.

—Cómetela —le ordenó.

Hubo un tintineo de cascabeles y la muchacha cumplió su orden.

—Quítate la ropa —dijo Rask.

—Por favor, amo —suplicó ella.

—Quítatela.

Aquella hermosa muchacha de piel olivácea abrió su ropa y la dejó caer a un lado.

—Ahora puedes bailar, Talena —dijo Rask de Treve.

La muchacha danzó.

—No lo hace mal —dijo Verna.

—¿Sabes quién es?

—No.

—Talena —dijo Rask sonriendo—. La hija de Marlenus de Ar.

Verna le miró atónita y luego rió de buena gana.

—¡Espléndido! —dijo dándose una palmada en la rodilla—. ¡Espléndido!

Se puso de pie y examinó a la muchacha desde más cerca.

La melodía se hizo más rápida y quemaba como el fuego en el cuerpo de la esclava.

—¡Dámela a mí! —exclamó Verna.

—Quizás.

—Soy enemiga de Marlenus de Ar. Dámela.

—Yo también soy el enemigo de Marlenus de Ar.

—¡Yo le enseñaré bien el significado de la esclavitud en los bosques del norte!

Vi una expresión de miedo en los ojos de la muchacha, mientras bailaba. Yo seguí dando buena cuenta del pedazo de carne que se me había permitido comer.

La muchacha tenía un aspecto hermoso e indefenso mientras bailaba. Las llamas del fuego refulgían sobre su collar, que había sido colocado por Rask de Treve. Pero no sentía lástima por ella. No tenía nada que ver conmigo. No era más que otra esclava.

—Ya le he enseñado algunas cosas acerca de la esclavitud —sonrió Rask.

Los ojos de la muchacha parecían demostrar que no podría soportar aquello por mucho tiempo.

—¿Qué tal es? —preguntó Verna.

—Soberbia.

Los ojos de la muchacha brillaron por la humillación y la vergüenza.

—¿Dónde la conseguiste?

—La adquirí hace un año, de un comerciante de Tyros que viajaba con su caravana a través de Ar, con intención de devolvérsela a Marlenus a cambio de una recompensa.

—¿Cuánto te costó?

—El mercader se convenció de que debía entregármela, sin que hubiese de pagar nada, como prueba de su estima por los hombres de la ciudad de Treve.

Verna se echó a reír.

—Yo no compro mujeres —dijo Rask de Treve.

—¡Es maravilloso! —exclamó Verna—. ¡Tu campamento secreto se halla dentro de la propia región de Ar! ¡Espléndido! ¡Y dentro de tu campamento tienes a la hija de tu peor enemigo, la hija del gran Ubar de la propia Gran Ar, como esclava! ¡Magnífico!

Rask dio dos palmadas. Los músicos pararon y ella se detuvo.

—Es suficiente, esclava.

Ella se volvió para salir de la tienda.

—No te olvides la ropa, muchacha —dijo Verna.

La esclava se agachó y recogió con un gesto rápido y algo brusco el trozo de seda roja que había dejado caer. Lo tomó, y con un tintineo de cascabeles de esclava, salió corriendo de la tienda de su señor.

Rask de Treve y Verna se echaron a reír.

—Esta noche —me dijo Rask—, como hemos traído nuevas prisioneras, hay fiesta y placer.

—¿Sí, amo? —dije.

—Así que ve en busca de Ute, y dile que te encierre en el cobertizo.

—Sí, amo.

—¿Por qué no me das a Talena? —preguntó Verna.

—Quizás lo haga. Tengo que pensar en ello.

Al día siguiente, unida a Techne, una chica de Cos, se me permitió por primera vez salir de la empalizada. Había un guarda con nosotras y se nos había encargado llenar nuestros cubos de cuero de una determinada variedad de bayas pequeñas, rojas, con semillas comestibles.

Me sentí feliz por encontrarme fuera de la empalizada. El aire era maravillosamente cálido y me sentía contenta. Le había pedido a Ute muchas veces que me dejase salir para recoger fruta. Pero por una razón u otra, nunca me había dado permiso.

—No me escaparé —le decía yo enfadada.

—Ya lo sé —solía contestarme ella.

¿Por qué no me dejaba salir, pues? Finalmente, había cedido a mis súplicas y lo había permitido. Era estupendo estar allí fuera, aunque fuese unida al cuello de otra muchacha por una tira de cuero. Además, aquel día, habían traído a dos nuevas prisioneras, muchachas que habían huido del seno de sus familias antes que aceptar ser unidas a compañeros elegidos para ellas por sus padres. Habría otra fiesta, como la de la noche pasada, y Ute me había dicho que si la recogida de bayas iba bien, no haría falta que me encerrasen en el cobertizo tan temprano por la noche. Se me permitiría servir a los hombres más tarde.

—Supongo que en ese caso tendré que vestirme con seda —le había dicho a Ute, enfadada.

—Y ponerte cascabeles de esclava —añadió ella.

¡Qué furiosa me sentí!

—No deseo servir a los hombres —le dije—. Además, no quiero servirles llevando un leve trozo de seda transparente y cascabeles de esclava.

—Bueno, si lo deseas, puedes permanecer en el cobertizo.

—Supongo que eso no sería justo para con las demás. No estaría bien que yo me quedase en el cobertizo, mientras a ellas se las obliga a servir vestidas con sedas y cascabeles.

—¿Quieres servir o no?

—Lo haré —contesté con aire resignado.

—Pero si un hombre se fija en ti, no debes entregarte a él porque eres seda blanca.

Me sentí llena de rabia.

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