El sendero hacia la playa había sido apisonado a lo largo del tiempo, abriéndose paso entre los espinosos arbustos avanzando en diagonal entre la alta hierba seca hasta la arena Ésta no era compacta, por lo que Archie tenía que, Apando el equilibrio a cada paso. «Está cubierta de huesos y cenizas». Un poco más adelante pasaba el río Columbia, inmóvil y marrón, y en la otra orilla estaba el estado de Washington. Podía ver a un grupo de policías estatales de pie unos quinientos metros más adelante, en la playa, sobre la orilla arenosa.
Claire Masland les esperaba en la playa. Llevaba vaqueros y una camiseta roja, y se había quitado el impermeable y se lo había atado a la cintura. Archie nunca se lo había preguntado, pero se imaginaba que ella hacía senderismo y acampadas. Tal vez incluso esquiara. Mierda, seguramente, hacía senderismo por la nieve. Su insignia estaba prendida de la cintura. Bajo sus axilas se habían formado unas manchas de sudor. Los condujo hasta el cuerpo.
—Un nudista la encontró a eso de las diez —informó—. Tuvo que volver a su vehículo y luego a su casa para telefonearnos, así que no hemos recibido la llamada hasta las diez y veintiocho.
—¿Está igual que las otras?
—Idéntica.
El cerebro de Archie funcionaba a toda máquina. No tenía sentido. Aquel asesino estaba empezando a apresurarse demasiado. A él le gustaba retenerlas. ¿Por qué no había retenido más tiempo a ésta? ¿Acaso creía que tenía que deshacerse de ella?
—Tiene miedo —concluyó Archie—. Lo hemos asustado.
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—Entonces mira el informativo de la noche —dijo Henry.
Lo habían atemorizado. Y a causa de ese miedo, se había deshecho del cuerpo. ¿Y ahora qué? Secuestraría a otra. Terna que hacerlo. Un ardor ácido subió hasta la garganta d Archie. Tuvo que buscar en su bolsillo, sacar un antiácido y masticarlo con rapidez. Le habían metido prisa. Y ahora tenía que matar a otra muchacha.
—¿Quién ha venido? —preguntó Archie.
—Grez, Josh, Martin. Anne llegará en unos diez m¡ ñutos.
—Bien —dijo Archie—. Quiero hablar con ella.
Se paró y el grupo se detuvo con él. Estaban a unos quince metros del escenario del crimen. Escuchó.
—¿Qué pasa? —preguntó Claire.
—Son los helicópteros de la prensa —dijo Archie, mirando hacia arriba con el rostro compungido, mientras dos helicópteros cruzaban la línea de árboles—. Es mejor que levantemos una tienda.
Claire asintió y regresó apresuradamente hacia el camino. Archie se volvió hacia Susan. Ella estaba tomando notas en su libreta, pasando apresuradamente las hojas después de llenarlas con observaciones anotadas con grandes letras. Archie podía percibir su excitación y recordó ese sentimiento, porque Henry y él mismo habían reaccionado igual con di primer caso de la Belleza Asesina. Pero ya no era así.
—Susan —dijo. Ella escribía frenéticamente intentando anotar una idea e hizo un gesto con el dedo indicándole que estaría con él en un segundo—. Mírame —ordenó Archie—. Ella levantó la vista, mirándolo con sus grandes ojos verdes. De repente, lo invadió una especie de instinto protector hacia aquella extraña muchacha de cabello rosa, que pretendía ser mucho más dura de lo que aparentaba, pero, a la vez, se sintió ridículo por presumir semejante cosa. Mantuvo la mirada un momento, hasta que ella se concentró en él. —No lo que piensas que vas a ver —continuo, haciendo un gesto hacia donde Kristy Mathers yacía desnuda en el barro—. Pero va a ser bastante peor.
Susan asintió.
—Lo sé.
—¿Has visto alguna vez un cadáver? —preguntó Archie.
Ella volvió a asentir.
Mi padre. Murió cuando era una niña. De cáncer.
—Esto va a ser muy distinto —le advirtió Archie con amabilidad.
—Puedo soportarlo. —Alzó la cabeza y olfateó el aire. —¿Hueles eso? ¿Cloro?
Archie y Henry intercambiaron una mirada. Henry sacó dos pares de guantes de látex del bolsillo de su cazadora y le entregó un par a Archie. El detective miró una vez más hacia el tranquilo río, que brillaba bajo el sol del mediodía, tomó aire por la boca y exhaló.
—No respires por la nariz —le dijo a Susan—. Y no te cruces en mi camino.
Luego se puso los guantes y recorrió los últimos quince metros hasta el cuerpo, con Henry y Susan unos pasos detrás de él.
Se acuclilló al lado del cuerpo de Kristy, Archie se sintió completamente lúcido, con la cabeza despejada, el estómago tranquilo y su mente concentrada. Se dio cuenta de que llevaba varios minutos sin pensar en Gretchen Lowell. Echaba de menos esa sensación.
La había estrangulado y luego sumergido en lejía, como a las otras. Estaba a metro y medio del borde del agua boca arriba, con la cabeza ladeada, uno de sus rollizos brazos bajo su pecho, y la piel y el cabello cubiertos de arena como si la hubieran hecho rodar unos metros. El otro brazo estaba doblado delicadamente a la altura del codo, con su mano semicerrada descansando justo debajo de su barbilla y las uñas mordidas todavía con restos del esmalte de uñas. Ese brazo la hacía parecer casi humana. Archie continuó examinando cada detalle, comenzando por la cabeza en dirección a los pies. Tenía una pierna ligeramente doblada, mientras que la otra, extendida, se había enredado en las algas. Observó la sangre en la nariz y la boca, y la lengua grotescamente hinchada. El cuello tenía en su base la misma marca horizontal, indicando el uso de una ligadura que pensaban sería un cinturón. En la parte inferior de la garganta y en el hombro mostraba una mancha púrpura a causa del rigor mortis, donde la sangre se había acumulado después de su muerte. Un color verde rojizo había comenzado a esparcirse por su abdomen; su boca, nariz, vagina y oídos estaban negros. La lejía retrasa la descomposición, porque elimina algunas de las bacterias que causan la hinchazón y la ruptura de los tejidos blandos, así que todavía se podía apreciar algo de Kristy en el cadáver. Se reconocía en su mejilla y el perfil. Ya era algo. Pero la lejía no detenía a los insectos, y multitud de ellos se agolpaban en su boca y ojos y revoloteaban sobre sus genitales. Los cangrejos se enredaban en sus cabillos. Una sustancia viscosa era lo que quedaba de uno délos ojos. En la piel de la frente y en una de sus mejillas desgarradas se podían apreciar las huellas de un pájaro, que había clavado sus garras en la carne para mantener el equilibrio. Archie alzó la vista y vio a una gaviota, a escasos metros del cuerpo, que lo observaba con curiosidad. Durante unos instantes miró fijamente al detective, luego dio unos pasos vacilantes antes de alzar el vuelo y alejarse a una distancia prudencial.
Hemy se aclaró la garganta.
—La tiró en la playa —especuló en voz alta—. No en el agua.
Archie asintió.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Susan.
Miró hacia la joven. Su rostro estaba pálido, sólo resaltaban sus pecas y el brillo de labios, pero se mantenía más firme de lo que él había estado la primera vez.
—Todavía estaría allí —respondió—. Los cadáveres se hunden. Al cabo de tres días o una semana salen a flote a causa de los gases que genera el cuerpo. Sólo han transcurrido dos días desde su desaparición. —El detective miró hacia ambos lados de la playa. Los helicópteros sobrevolaban por encima. Creyó ver el reflejo del flash de una cámara con teleobjetivo—. No. Debe de haberla dejado aquí ayer por la noche, mientras estaba lloviendo. Lo suficientemente temprano para que la lluvia y la marea borraran cualquier rastro que hubiera podido dejar al traerla.
—Él quería que la encontráramos —dijo Henry.
—¿Por qué está así? —preguntó Susan con una voz, por primera vez, temblorosa.
Archie examinó el cuerpo, su cabello castaño, ahora de un color naranja pálido, la piel quemada. Idéntica a las fotos forenses de Lee Robinsón y Dana Stamp.
—Las sumerge en lejía —explicó lentamente—. Las mata, abusa de ellas sexualmente y las mete en una bañera con lejía hasta que decide deshacerse de ellas.
Pudo sentir el sabor en su boca; el ardor en los ojos causa de la lejía, mezclado con la putrefacción de la carne y los músculos.
Vio que Susan titubeaba, apenas un pequeño cambio en su postura, como si se acomodase mejor.
—No informaron de eso.
Archie le dedicó una sonrisa cansada.
—Acabo de hacerlo.
—Entonces él las mata de inmediato —dijo Susan casi para sí misma—. Cuando alguien se entera de que han desaparecido, ya están muertas.
—Efectivamente.
Sus ojos se entrecerraron.
—Dejaste que todos mantuvieran la esperanza. Aunque sabías que ella estaba muerta. —Se mordió el labio y escribió algo en su libreta—. Qué enfermo hijo de puta —murmuró por lo bajo.
Archie no estaba seguro de si se estaba refiriendo al asesino o a él. Y, a decir verdad, no le importaba.
—Creo que es un juicio correcto —afirmó.
—Si la tiró aquí —le dijo Henry a Archie—, tiene que haber aparcado en donde lo hicimos nosotros, y haber utilizado el mismo sendero. No puede haberla traído desde ningún otro lugar. A menos que haya llegado en barco.
—Ve de puerta en puerta. Averigua si alguien pasó conduciendo o vio pasar algún vehículo, incluyendo un barco. También pide a los Hardy Boys que revisen el área en busca de condones. Tal vez no haya sido capaz de resistirse.
—¿Quieres que busque condones en una playa nudista? —preguntó dudoso Henry—. Y ya que están, podrían buscar en las residencias estudiantiles a ver si encuentran marihuana.
Archie sonrió.
—Envía cualquier cosa que encuentres al laboratorio para que hagan pruebas de ADN. Tal vez tengamos suerte— ordenó mientras se tomaba otra Vicodina.
—¿Otro Zantac? —preguntó Henry.
Archie apartó la vista.
—Aspirina.
Durante lo que Archie piensa que es el tercer día cuando Gretchen introduce el embudo en la garganta y deja caer las píldoras, él traga sin oponer resistencia. Ella deja el embudo a un lado, y rápidamente le tapa la boca con un pedazo de cinta adhesiva que tenía preparado. Hoy no ha dicho nada. Usa una toalla blanca para secarle la saliva que ha resbalado por el rostro y después se va. Él espera a que las pastillas hagan efecto. Cada terminación nerviosa atenta al cambio. Es otro modo de medir el tiempo. No sabe qué clase de pastillas son, pero sospecha que se trata de anfetaminas, un analgésico y algún alucinógeno. El cosquilleo comienza en su nariz y se va extendiendo hasta la coronilla. Se obliga a rendirse a su influjo.
Su mente comienza a desvariar. Cree ver a un hombre i de cabello oscuro en el sótano, junto a ellos. Es una sombra. Aparece por detrás de Gretchen y luego desaparece. Archie se pregunta si el cadáver ha vuelto a la vida, ve al hombre andando, con su cuerpo putrefacto, la carne hinchada y los huesos al descubierto. Pero trata de convencerse de que sólo es una alucinación. Nada es real.
Se imagina el escenario del crimen. A Henry y Claire. Habrían rastreado su pista hasta la gran casa amarilla que Gretchen había alquilado en Vista. Cintas policiales, equipos forenses, los indicadores de evidencias. Se mueve por el escenario, dirigiendo al equipo especial como si él fuera una víctima más de la Belleza Asesina. «Ya ha durado demasiado», le dice a Claire. «Estoy muerto». Todos parecen estar muy apesadumbrados y desesperados. «¡Ánimo! ¡Todo saldrá bien! ¡Al menos sabemos quién demonios es la asesina! ¡No es cierto? ¿No es cierto?». Ellos lo miran sin expresión alguna. Claire llora. «Tenéis que daros cuenta de que esto está relacionado con el caso», les dice Archie, su voz tensa de ansiedad. «No es una coincidencia».
Buscan cualquier pista por toda la propiedad. «Reunid los datos», ruega Archie. Tienen el nombre de Gretchen, la foto de su pase. Él vuelve a pasar revista a los detalles de su visita, tratando de recordar si ha tocado alguna cosa, si ha dejado fibras, cualquier rastro de su paso por allí. El café. Había dejado caer el café en la alfombra. Archie señala hacia la mancha oscura. «¿ Lo veis?», le ruega a Henry. Su compañero se detiene, se agacha y hace señas a un técnico. El laboratorio encontrará algún rastro que ella haya podido dejar. Eso confirmaría sus sospechas. ¿Alguien lo vio entrar? ¿Qué ha pasado con su coche? Archie se agacha junto a Henry. «Cuando lleguen los resultados, tienes que hacer todo lo posible para relacionarla con los otros asesinatos. Distribuye su foto por todas partes. Cuando esté muerto, ella abandonará la casa. Y cuando lo haga, podrás atraparla».
—Estás alucinando —le dice Gretchen.
Se ve arrancado de su sueño para volver al sótano. Allí está ella de nuevo, apretando un paño frío contra su frente. No tiene calor, pero se da cuenta de que está su. dando.
—Estás murmurando —dice Gretchen.
Archie agradece que su boca esté sellada con la cinta adhesiva. Así ella no puede oír sus delirios incoherentes.
—No sé cómo soportas el hedor aquí abajo —dice I Gretchen, deslizando su mirada hacia donde yace el cadáver en el suelo.
Ella comienza a decir algo, pero él está cansado de oírla, y entonces se refugia en su mente.
Y va hacia Debbie.
Ella está sentada en el sofá, envuelta en una manta de lana, y los ojos hinchados de tanto llorar.
—¿Lo han encontrado? —pregunta rápidamente cuando ve entrar a Archie.
—No —responde. Archie toma una cerveza de la nevera y se sienta a su lado. El rostro de Debbie es terso y vacío y sus manos tiemblan cuando ella sostiene la manta apretada bajo su barbilla.
—Todavía está vivo —exclama Debbie, desafiante. El acerado optimismo de su voz le rompe el corazón—. Yo lo sé.
Archie reflexiona sobre el asunto. Quiere ser amable con ella. Pero no puede mentirle.
—Lo más probable es que yo esté muerto —admite—. Tienes que prepararte.
Debbie lo mira horrorizada, pero su expresión se endurece.
Perplejo, trata una vez más de consolarla.
—Es lo mejor —declara—. Cuanto antes me mate, mejor. Créeme.
Los ojos de Debbie se llenan de lágrimas mientras aprieta los labios.
—Creo que es mejor que te vayas— le dice.
—Mírame.
Es Gretchen. Está, una vez más, en el sótano. La realidad va tomando forma. Él no quiere entregarse a ella, pero ha aprendido la lección, así que vuelve la cabeza y presta atención.
No hay ninguna emoción en su rostro. Ni furia, ni placer, ni pena. Nada.
—¿Tienes miedo? —pregunta Gretchen mientras le va secando con el paño la frente, las mejillas, la nuca, la clavícula. Entonces él cree ver un destello en sus ojos. ¿Simpatía? Pero pronto desaparece—. No sé qué piensas que va a suceder —le susurra—, pero te aseguro que va a ser mucho peor.