—Gracias.
—No me lo agradezcas a mí, sino a Derek. Se pasó un día entero detrás de ella. —Ian se puso su camiseta de la escuela de periodismo de Columbia y la estiró, como hacia siempre, para quitarle las arrugas—. Creo que le gustas.
Susan le dio otra calada al porro.
—Si alguna vez me quisiera acostar con un chico de una fraternidad y ex estrella de fútbol americano dijo, reteniendo ¿ humo en sus pulmones—, ya sé a quién tengo que llamar.
—¿A quién?
Cuando Ian se marchó, Susan se sentó con las piernas crujas en medio de la cama. Lo peor de todo era que la historia de Molly Palmer le parecía verdaderamente importan—. No quena aprovecharse de la víctima. Ni publicidad. No e trataba de otro artículo intrascendente. Podía establecer la diferencia. Una adolescente había sido ultrajada y el responsable estaba haciendo enormes esfuerzos para ocultarlo. Un hombre poderoso, elegido por unos ciudadanos que tejían derecho a saber qué clase de persona se aprovechaba de ese poder para acostarse con una niña de catorce años. Sí, quizá tuviera un interés personal en ese asunto. Y ahora Susan había caído de lleno en la historia de Molly Palmer y, al mismo tiempo, la había perdido. Justin estaba en Palm Springs, o donde fuera. Molly no iba a hablar. Ethan ni siquiera le devolvía las llamadas. Ella quería dejar al descubierto al senador Lodge más de lo que Ian se imaginaba. No le importaba si por eso la despedían. Conseguiría que alguien, en alguna parte, declarara. Miró la cásete que tenía entre sus manos, en la que había quedado registrada la llamada de Gretchen al servicio de emergencias. Entonces Susan se sintió invadida por un repentino deseo ajeno a ella. No le importaba el reconocimiento, ni el estilo, ni las palabras, ni siquiera un posible contrato literario. Le daba igual impresionar a Ian o no.
Por primera vez en su vida, quería ser una buena periodista.
Se dirigió al salón para poder oír la cinta. Había leído la transcripción de la llamada docenas de veces, pero seguía siendo excitante escucharla en vivo y en directo. Apretó el botón de play.
—Le atiende el 911. ¿Cuál es la naturaleza de la emergencia?
—Mi nombre es Gretchen Lowell. Estoy llamando I nombre del detective Archie Sheridan. ¿Sabe quién soy?
—Ah, sí.
—Bien. Su detective necesita ir aun hospital. Estoy en la calle Magnolia, 2339, en Gresham. Estamos en el sótano. Hay una escuela a dos manzanas de aquí, en donde pude aterrizar un helicóptero. Si llegan ustedes en los próximos quince minutos, es posible que salga con vida.
Y colgó.
Susan se sentó en el suelo, pasándose las manos por los brazos, cuyo vello se había erizado. Gretchen hablaba con tanta tranquilidad… Al leer las transcripciones, Susan se la había imaginado con voz más frenética, asustada. Ella estaba, en efecto, entregándose a la policía, descubriendo al fantasma que los había acosado durante tantos años. Podían haberla condenado a muerte. Pero eso no pareció importarle, Su voz no dejaba traslucir el más mínimo temor. No tartamudeó ni buscó las palabras. Fue directa, clara y profesional. Su llamada sonaba casi como si la hubiera ensayado.
Archie no quiso que Henry le acompañara a entrevistara Reston. Era domingo por la noche, y ya se sentía suficientemente mal por arrastrarlo a la prisión estatal cada fin de semana, aunque sabía que Henry nunca lo dejaría ir solo. También quería, en la medida de lo posible, proteger la privacidad de Susan. Así que Archie le pidió a su compañero que lo dejara en su apartamento. Se sentía embotado y cansado a causa de las píldoras, por lo que se preparó una taza de café. Después miró su contestador para ver si había mensajes. No había ninguno, lo que significaba que Debbie no había vuelto a llamar. Archie no la culpaba. Era un error hablar con ella los domingos. Se había prometido mantener a Debbie y a Gretchen separadas, ubicadas en diferentes categorías; era la única manera de que funcionara. Pero era un egoísta. Neceaba a Debbie, escuchar su voz, para recordar su antigua vida. Sin embargo las llamadas telefónicas tenían que terminar. Ambos lo sabían. Sólo prolongaban el dolor de su vínculo emocional. Él dejaría de llamar, aunque no podía hacerlo en aquel momento.
Telefoneó a Claire para saber si había algo nuevo. De momento seguían sin pistas. La línea telefónica de emergencias asaba en silencio. Incluso los que habitualmente llamaban para molestar se tomaban el domingo de descanso. Habían pasado cuatro días desde la aparición del cuerpo de Kristy Mathers, lo que significaba que, probablemente, el asesino ya estaba buscando su próxima víctima. Archie se sentó en la cocina y bebió media taza de café, levantándose sólo una vez para volver a llenar su taza. Cuando se sintió lo suficientemente reanimado, se tomó dos vicodinas más y pidió un taxi.
Reston vivía en Brooklyn, un barrio al sur del Instituto Cleveland. Era un área densamente poblada con pequeñas casas de estilo Victoriano, de clase media, y dúplex de la década de los ochenta, algunos en propiedad y otros alquilados, con calles atravesadas por una maraña de cables telefónicos y árboles. Seguramente era un barrio agradable.
Archie le dijo al taxista que esperara, salió y comenzó a subir los mohosos escalones de cemento hacia la pequeña colina sobre la que estaba ubicada la casa de Reston. La tarde llegaba a su fin, y aunque las casas a lo largo de la calle todavía brillaban bajo el sol, largas sombras avanzaban por la colina, anunciando la noche. Reston estaba en el porche, pintando una puerta que había colocado sobre dos taburetes. Vestía ropas de trabajo: pantalones manchados de pintura, una vieja camiseta gris y una gorra de béisbol de los Mariners. Parecía relajado, disfrutando de la tarea. Levantó la mirada cuando vio al detective, y luego continuó pintando. Supo de inmediato que Archie era policía. No podía disimularlo. Daba igual la ropa que llevara. No siempre había sido así. Los primeros años, todos se sorprendían al averiguar su profesión Él no podía precisar cuándo había tenido lugar el cambio. Simplemente, un día notó que ponía a la gente nerviosa.
Cuando Archie terminó de subir la escalera del porche se sentó en el escalón superior y se recostó contra la barandilla amarilla, a escasa distancia de donde Reston estaba inclinado sobre la puerta. Una vieja glicinia, todavía sin hojas con las ramas gruesas como brazos, rodeaba la columna y la barandilla.
—¿Ha leído
Lolita
? —preguntó Archie.
Reston sumergió el pincel en la pintura blanca y lo deslizó sobre la puerta. Los vapores de la pintura alejaban cualquier otra sensación.
—¿Quién es usted? —preguntó Reston.
Archie mostró su placa.
—Soy el detective Sheridan. Tengo que hacerle algunas preguntas sobre una antigua alumna suya, Susan Ward.
Reston echó una ojeada a la placa. Nadie se molestaba en examinarla tan de cerca.
—Supongo que ella le ha contado que mantuvimos una relación.
—Efectivamente.
Reston suspiró y cambió de postura para que sus ojos estuvieran a la misma altura que la superficie de la puerta. Aplicó un poco más de pintura y dio una rápida pincelada a lo largo de la madera.
—¿Es esto una visita oficial?
—Soy detective —replicó Archie—. No hago visitas no oficiales.
—Ella está confundida.
—No me diga.
La pintura se había acumulado en una de las esquinas. Reston pasó el pincel por la superficie de la madera hasta que la distribuyó uniformemente.
—¿Sabe lo de su padre? Murió cuando estaba en primer curso. Eso fue muy difícil para ella. Traté de ser amable, y creo que ella interpretó mal mi interés. —Frunció el ceño—.Todo fueron imaginaciones suyas.
—¿Me está diciendo que nunca mantuvieron relaciones sexuales? —preguntó Archie.
Reston suspiró. Miró hacia el jardín durante un minuto. Luego dejó cuidadosamente el pincel sobre el bote de pintura, que estaba sobre unas páginas del
Herald
. El extremo mojado del pincel colgaba suspendido sobre una esquina del periódico, y un hilo de pintura caía sobre el papel impreso. Se volvió hacia Archie:
—La besé, ¿vale? —Sacudió la cabeza con pena—. Una vez. Fue una mala decisión por mi parte. Nunca dejé que volviera a suceder. Cuando la rechacé se dedicó a extender el rumor de que yo había tenido una aventura con otra alumna. Podían haberme echado. Pero no consiguieron demostrar nada. Nunca hubo una investigación formal, porque todos sabían que era falso. Susan estaba… —buscó en el aire con su mano la palabra exacta—… herida. Ella estaba dolida por la muerte de su padre y descargó así toda su frustración. Pero a mí me gustaba. Siempre me gustó. Era encantadora, una chica enfadada y con mucho talento. Entendía el dolor que estaba atravesando, e hice todo lo posible por ayudarla.
—¡Qué generoso por su parte! —exclamó Archie.
—Soy un buen profesor, por si le vale de algo. —Se permitió una leve sonrisa irónica—. Aunque en estos tiempos eso no significa mucho.
—¿Alguna vez besó a Lee Robinsón? —preguntó Archie.
Reston retrocedió, boquiabierto.
—Por Dios, claro que no. Casi no la conocía. Estafe en un ensayo general cuando desapareció. Ya lo han comprobado.
Archie asintió.
—Muy bien, entonces. —Le ofreció a Reston una so risa amistosa—. ¿Podría darme un vaso de agua? —Era una manera poco convincente de intentar entrar en la casa, peo si Reston decía que no, eso le indicaría, al menos, que tenía algo que ocultar.
Reston miró a Archie durante un minuto.
—Venga. —Se puso de pie, sacudió un poco la tierra de sus pantalones manchados de pintura, restregó los zapatos un par de veces en el felpudo y le hizo un gesto a Archie, indicando que lo siguiera. Entraron en la casa y Reston condujo a Archie a través de un pequeño vestíbulo, atravesando el salón y el comedor hasta llegar a la cocina. El detective se quedó sorprendido con el orden. Todo estaba recogido y en su lugar. No había platos en el fregadero.
—¿Ha estado casado alguna vez? —preguntó Archie.
Reston sacó un vaso de un mueble y lo llenó con agua del grifo. Sobre el fregadero colgaba una reproducción enmarcada de una rubia
pin-up
de Vargas.
—Ella me dejó. Se llevó todo lo que tenía —contestó, alcanzándole a Archie el vaso.
Archie bebió un sorbo.
—¿Tiene novia?
—En este momento, no. Mi última ultima relación terminó de forma repentina.
—¿La asesinó?
—¿Se supone que es un chiste?
Archie bebió otro sorbo.
—No. —Terminó el agua y le devolvió el vaso a Res ton. Éste lo enjuagó inmediatamente y lo puso en el escurreplatos. Archie vio otra
pin-up
de Vargas rubia, en el otro extremo de la cocina, con unos pantalones muy cortos, una blusa ajustada y unos tacones increíblemente altos, con la espalda arqueada y una sonrisa juguetona en sus labios rojos.
—Le gustan las rubias —observó Archie.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Reston, pasándose una mano ansiosa por el pelo—. ¿Qué más quiere de mí? Soy profesor. He respondido a sus preguntas y he sido entrevistado por otros dos policías. Le he dejado entrar en mi casa. —Miró a Archie pensativamente—. ¿Me va a arrestar?
—No.
Reston se llevó las manos a la cintura.
—Entonces deje de fastidiarme.
—Muy bien —dijo Archie, retrocediendo hacia el porche.
Mientras atravesaba la casa con Reston un paso detrás de él, Archie intentó encontrar cualquier pista que le guiara a la verdad, cualquier información sobre aquel hombre. La casa tendría unos cien años, pero estaba decorada con un estilo de hacía medio siglo. Las lámparas originales habían sido reemplazadas por otras cromadas de diseño espacial, que tenían un aire tan futurista como retro. Los muebles del comedor parecían hechos de plástico grueso. Sobre la mesa, un ramo de margaritas salía de un florero rojo redondo. No pudo adivinar si los muebles eran caros o procedían de una tienda de Ikea. Pero sabía lo suficiente para entender que tenían cierto estilo. El salón no estaba tan preparado para la foto. El sofá dorado, de varios cuerpos, parecía sacado de una tienda de muebles usados. El remate de cordón dorado estaba desprendido en algunas partes y colgaba suelto. Al lado de una lámpara de estilo futurista había un sillón de pana rosa y un diván. Parecía como si alguien se hubiera ofrecido a ayudar a Reston a redecorar y luego se hubieran peleado. A pesar de todo, era bastante más agradable que su desolado apartamento. En aquella habitación todavía podían verse algunos detalles de una reciente remodelación. Examinó las estanterías. Sólo había unos cuantos libros, perfectamente alineados, pero Archie reconocería aquel lomo en cualquier parte:
La última víctima
. Sabía que podía no significar nada. Había mucha gente que tenía ese libro.
—Mire —le estaba diciendo Reston—, Susan fue muy promiscua durante sus años de instituto. Así que es posible que haya tenido una relación con algún profesor. Es muy posible. Pero no fue conmigo.
—Muy bien —asintió Archie distraído—. No fue con usted.
—¿Adonde? —preguntó el taxista cuando Archie volvió al coche.
—Espere aquí —dijo Archie. El taxi tenía un cartel que prohibía fumar, pero apestaba a cigarrillos rancios y a ambientador de pino. Nadie obedecía las normas. Nunca. Archie sacó su móvil y llamó a Claire—. Quiero que volváis a investigar las coartadas de Reston. Y que le pongáis vigilancia —ordenó—. Y cuando digo vigilancia me refiero a todas las horas del día. —Entrecerró los ojos mirando hacia las encantadoras glicinias que cubrían el porche de Reston—. Quiero saber incluso si está pensando en salir de su casa.
—Enviaré a Heil y a Flanagan.
—Bien —asintió Archie, acomodándose en el pegajoso ciento de piel sintética del taxi—. Esperaré.
Ya había oscurecido cuando Archie llegó a su casa. No había mensajes. Decidió no tomar más café y cogió una cerveza habría mentido Susan? No. ¿Podía haberse convencido a sí misma de la veracidad de esa historia? Tal vez.
De cualquier forma, Gretchen lo había percibido. Le militó vagamente reconfortante que ella tuviera esa asombrosa capacidad, porque eso significaba que su propia debilidad no era algo que únicamente afectara a su relación con ella.
Observó la cara alegre de Gloria Juárez. Otro misterio resuelto; al menos era algo. Le tocó la frente y luego retrocedió desde donde había pegado la foto, en la pared de su dormitorio.
Había cuarenta y dos fotografías en aquella pared, cuarenta y dos víctimas asesinadas, cuarenta y dos familias que habían encontrado una respuesta. Lo observaban desde fotos de carnet de conducir, familiares, escolares. Era un espectáculo desagradablemente vivido y brutal y Archie lo sabía. Pero no le importaba. Necesitaba verlas todas para tener una razón por la que volver a la prisión semana tras semana. Era eso o admitir que la atracción por Gretchen era algo completamente diferente. Algo mucho más perturbador.