Corazón enfermo (27 page)

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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Corazón enfermo
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Susan se encerró en sí misma.

—No me violó —exclamó a la defensiva—. Y te lo iba contar. Pero no me pareció relevante. Seguramente, lo acosarías y habría perdido su trabajo. Además, dijiste que tenía una coartada.

—El sexo con menores es un delito. Si ese delito no hubiera prescrito, iría ahora mismo a arrestarlo. ¿Lo sabe alguien? ¿Tus padres?

Susan se rió con tristeza.

—¿Bliss? Ella no se enteró de nada. —Frunció la boca sarcásticamente—. Probablemente hubiera estado de acuerdo. Siempre detestó poner límites.

Archie miró a Susan con una sombra de duda en sus ojos.

De pronto, Susan, con un pequeño estremecimiento, supo que estaba equivocada.

—No —admitió—. No lo habría aprobado, y se hubiera asegurado de que terminara en la cárcel. —Se dio media vuelta—. Pero no lo supo porque yo no se lo conté. —Apretó los nudillos contra el muro de cemento, hasta que sintió que éste le cortaba la piel—. Creo que estaba enfadada con ella precisamente porque no se había dado cuenta.

—¿Hubo alguna otra chica?

Susan no se atrevía a mirarlo a los ojos.

—Ninguna que yo sepa.

—No podré olvidar que acabamos de tener esta conversación, Susan. Tengo que informar. Y haré todo lo posible para que lo despidan.

—Fue hace diez años —rogó Susan—. Yo lo seduje. Mi padre acababa de morir y necesitaba consuelo. Paul era mi profesor favorito. No fue culpa suya. —Ella apartó la vista—. Y yo ni siquiera era virgen.

—Él era un adulto —replicó Archie—. Debería haber lo pensado mejor.

Susan intentó recomponerse. Se secó las lágrimas y se colocó un mechón de cabello rosa detrás de las orejas.

—Si lo denuncias, lo negaré. También lo negará Paul. —Se mordió el labio con tanta fuerza que le pareció que se le iba a romper—. Sólo quería explicártelo.

—¿Explicar qué?

Susan apartó la mirada y cubrió su rostro con las manos mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas. Sus nudillos se habían vuelto rosados por el roce contra la pared.

—La razón de ser como soy. Todo lo que acaba de decir Gretchen Lowell ahí dentro es verdad.

Archie la miró a los ojos por debajo de sus espesas cejas.

—Gretchen dice muchas cosas con la esperanza de acertar con alguna y hacerte sufrir. Créeme, lo sé. No le concedas ese poder. Ni tampoco a Reston. Es un cretino. Los hombres adultos no deben tener relaciones con las adolescentes. Punto. Y quienes lo hacen tienen serios problemas. —Se acercó a ella tanto que durante un instante Susan sintió el impulso de apoyar la frente contra su cuello—. Y esos problemas les atañen a ellos, no a ti.

—Es historia, antigua —dijo Susan.

Archie la agarró delicadamente por las muñecas y separó sus manos, dejando al descubierto su rostro inundado de lágrimas.

—Tengo que volver ahí adentro y voy a tardar un poco. ¿Por qué no me esperas aquí?

El rostro de Susan se descompuso.

—¿No puedo esperar en la sala de observación?

Archie levantó una mano y le secó una lágrima que todavía resbalaba por su mejilla.

—Cuando entre, Gretchen va a darme su confesión explicó—. Todos los detalles de cómo torturó y mató a Gloria Juárez. —Su rostro se oscureció—. No lo escuches si no es necesario.

Le dio a Susan una última palmada en el hombro y regresó a la habitación en donde le esperaba Gretchen. Susan lo vio alejarse, con el brazo extendido y tamborileando con los dedos a lo largo de la pared de cemento.

Se preguntó si siempre estaba así de drogado o solamente los domingos, pero decidió de inmediato que aquél no era buen momento para cuestionarlo.

El vigilante salió en el momento en que Archie entró en la sala, Gretchen permanecía sentada, igual que antes, en calma, con las manos esposadas cruzadas sobre una rodilla, en apariencia tranquila y sin sorprenderse por el arrebato de Susan. La pequeña grabadora de metal plateado continuaba en el centro de la mesa en donde la había dejado, todavía grabando. Archie volvió a coger la silla de metal y se sentó frente a Gretchen. Evitando mirarla, estiró la mano, apagó la grabadora y se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta. Todavía podía notar las lágrimas de Susan en su mano.

—¿Vas a decirme cómo has sabido lo de Reston? preguntó, alzando la vista.

Los ojos de Gretchen se abrieron, inocentes.

—¿Una suposición afortunada?

—Eres intuitiva —replicó Archie—, no vidente.

Gretchen hizo girar sus ojos y le ofreció una media so risa aburrida.

—Ella mencionó a su querido padre en un artículo del
Herald
, hace un año. Y no tienes más que mirarla. El pelo rosa, su ropa. Es de una inmadurez asombrosa. Todo indica abuso sexual. —Se inclinó hacia delante—. El modo en qUe te mira; el deseo por una figura paterna que la tome en sus fuertes y protectores brazos. Era obvio. Sólo tuve que adivinar el profesor correcto. —Sonrió, complacida consigo misma—. Y, querido, siempre resulta ser el profesor de inglés o el de teatro.

Le dolía la cabeza. Se frotó los ojos con el pulgar y e] índice.

—Es una coincidencia. Que podría estar relacionada con un caso en el que estoy trabajando.

—Estás cansado.

Eso era apostar sobre seguro.

—No te imaginas cuánto.

—Tal vez debas aumentar tu dosis de antidepresivos.

—Prefiero seguir los consejos médicos del doctor Fergus, gracias.

Ella apoyó los codos sobre la mesa y dejó descansar el mentón sobre sus manos esposadas. Entonces echó una mirada a la ventana de observación, antes de concentrar su atención en Archie.

—Le saqué el intestino delgado. Hice una incisión de unos tres centímetros en la pared abdominal con un bisturí y le fui sacando el intestino delgado centímetro a centímetro con una aguja de ganchillo y fui cortándolo en pedacitos empezando desde el mesenterio. Una aguja de ganchillo relativamente grande. Tienes que hacerlo con algo lo suficientemente grueso para enganchar el intestino, porque es resbaladizo y yo no quería perforarlo. —No apartaba la vista de Archie Jurante la confesión, siempre con su mirada fija en la de él. Nunca miraba a otro lado, como si intentara recordar algo. Quería ver en los ojos del detective el rechazo ante lo que le estaba contando, sin darle un momento de respiro—. Dicen que, por término medio, el intestino mide siete metros, pero nunca he sido capaz de extraer más de tres. —Sonrió, pasándose la lengua por los labios, como si los tuviera secos—. Es hermoso. Tan rosado y delicado, como algo que estuviera esperando a nacer. El olor metálico de la sangre. ¿Lo recuerdas, querido? —Se inclinó hacia delante, con las mejillas arreboladas de placer—. Cuando me suplicó que me detuviera comencé a quemarla.

Él intentó desconectarse de aquella confesión. Quiso dejar de oírla, ignorar las gráficas imágenes que ella intentaba dibujar para él. Sólo se limitaba a mirarla. Ella era muy hermosa, y si pudiera dejar de oírla podría disfrutar de aquella belleza. Tendría una excusa para estar allí sentado mirando a una mujer hermosa. Pero debía ser cuidadoso con lo que hada. No podía apartar la mirada de su rostro y dejar que descendiera por el cuello, hasta las clavículas o los pechos.

Ella lo sabía, por supuesto. Ella lo sabía todo.

—¿Me estás escuchando? —le preguntó con una sonrisa seductora en los labios.

—Ajá —contestó, sacando el pastillero del bolsillo y colocándolo de nuevo sobre la mesa—. Te estoy escuchando.

CAPÍTULO 33

Susan se apartó rodando de encima de Ian y se quedó boca arriba. Lo había llamado al llegar a casa y él había llegado puntual. Se abalanzó sobre él casi sin darle tiempo a saludarla. Susan había descubierto que el sexo era un excelente método para eliminar el estrés, y si Gretchen Lowell tenía algo que decir al respecto, podía irse a la mierda.

Ian cogió sus gafas de encima de la mesilla y se las puso.

—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó.

Susan no consideró, ni durante un segundo, la posibilidad de contarle a Ian su historia con Reston, y mucho menos cómo Gretchen la había hecho picadillo, emocionalmente hablando, sin aparentar el más mínimo esfuerzo.

—Podría haber ido mejor —respondió. Buscó en su mesilla hasta encontrar un porro a medio fumar en un cenicero sobre un libro de poesía de William Stafford. Lo encendió i le dio una calada profunda. Le gustaba fumar marihuana desnuda. Hacía que se sintiera bohemia.

—¿No has pensado nunca que fumas demasiada marihuana? —preguntó Ian.

—Estamos en Oregón —contestó Susan—. Es nuestro principal cultivo. —Sonrió—. Estoy apoyando a los agricultores locales.

—Ya no estás en la universidad, Susan.

—Exactamente —replicó Susan, irritada—. Todo el mundo fuma marihuana en la universidad. Es totalmente predecible. Fumar marihuana después de la universidad requiere cierto compromiso. Además, mi madre todavía fuma.

—¿Tienes una madre?

Susan sonrió para sus adentros.

—Te la presentaría, pero ella desconfía de los hombres que no tienen barba.

Ian encontró sus calzoncillos en el suelo junto a la cama y se los puso. No parecía decepcionado por no poder conocer a Bliss.

—¿Aprendiste algo de la Belleza Asesina?

Susan sintió una oleada de náuseas ante el recuerdo de su encuentro con Gretchen y trató de alejarlo.

—Vaya, has tardado en preguntarme.

—Tenía la atención puesta en otro sitio —replicó Ian—. Como si fuera posible estar más interesado en tu cuerpo que en una de las historias más importantes que haya editado.

Susan se sintió complacida ante al doble cumplido, arqueó la espalda y colocó una mano sobre sus caderas desnudas, aparentando que posaba.

—¿Como si fuera posible?

—Entonces, ¿qué has aprendido?

Se le volvió a cerrar el estómago. Se dio la vuelta, quedando boca abajo, en diagonal sobre la cama, y cubrió su cuerpo desnudo con una sábana.

—Que soy una mala periodista. Dejé que se aprovecha de mí.

—Pero aun así tienes una buena historia, ¿no? Ver la fría muerte cara a cara o algo similar.

Ella se apoyó sobre los codos. Sacó el porro por una esquina de la cama, haciendo que la ceniza aterrizara sobre una de las alfombras persas del Gran Escritor. La vio caer pero no hizo ademán de recogerla.

—Ah, sí. Ella ha revelado el paradero de otro cadáver Una chica universitaria de Nebraska. —Susan recordaba a la muchacha sonriente. El símbolo de la paz. El brazo sobre el hombro que pertenecía a algún amigo que había sido recortado de la fotografía. La alejó mentalmente y volvió a dar una calada al porro—. La han encontrado enterrada en una antigua tumba en un cementerio cercano a la autopista. —El porro le daba una cierta laxitud. Sintió que la tensión del día comenzaba a alejarse de su cuerpo y, con ella, también la necesidad de compañía—. ¿No deberías volver a casa? —preguntó a Ian arqueando una ceja con aire interrogante.

Él se había recostado en la cama, con los calzoncillos puestos y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos.

—Sharon está en la costa. ¿No me puedo quedar a pasar la noche?

—Tengo que levantarme mañana temprano. Claire Masland vendrá a buscarme.

—Es lesbiana, ¿lo sabías?

—¿Por qué? ¿Por su pelo corto?

—Es sólo un comentario.

—Vete a casa, Ian.

Ian se levantó y recogió el resto de su ropa del suelo. Se puso uno de sus calcetines negros.

—Pensé que te había dicho que dejaras tranquilo el asunto de Molly Palmer —dijo poniéndose el otro calcetín, sin mirarla.

Susan se sobresaltó. ¿Molly Palmer?

—Vale —asintió, levantando las manos en burlona defensa—. Me has pillado. Le dejé unos mensajes a Ethan Poole.

—Estoy hablando de Justin Johnson —declaró con una cierta irritación en la voz.

Susan tardó un minuto en procesar aquella información. ¿Justin Johnson? De repente se aclaró la confusión y cayo en la cuenta. Durante todo ese tiempo había pensado que Justin tenía algo que ver con el Estrangulador Extraes— lar. Lo había relacionado con la historia equivocada. Justin Johnson no tenía nada que ver con Lee Robinsón, ni con Cleveland.

—¿Qué tiene que ver Justin con Molly Palmer? —prestó suavemente.

Ian se rió.

—¿No lo sabes?

Se sintió como una idiota.

—¿Qué está pasando, Ian?

Él se levanto y se puso los vaqueros negros.

—Ethan le dio tu mensaje a Molly. Ella llamó al abogado del senador. Y él llamó a Howard Jenkins. —Se abrochó los pantalones, y luego se agachó para recoger el cinturón negro del suelo, pasándolo por las presillas—. Jenkins me llamó. Le dije que ya no estabas trabajando en esa historia. Pero aparentemente la madre de Justin contrató a un detective privado para vigilarlo. —Terminó de colocarse el cinturón y se sentó al borde de la cama—. Ella cree que está vendiendo marihuana. ¿Y quién aparece en el instituto para hablar con él? Susan Ward, del
Oregon Herald
. Reconocieron tu pelo rosa. —Se puso los zapatos y se los ató—. Así que el abogado tuvo la brillante idea de dejarte una nota con el número del expediente policial del chico, con la esperanza de que, si sabías que estaba fichado, no te creyeras la teoría del pequeño bastardo.

—¿En serio? —dijo Susan, intentando no sonreír—. ¿Ese tipo era un abogado?.

Ian se levantó a medio vestir y la miró.

—Vas a conseguir que nos despidan a los dos. Lo sabes, ¿verdad?

Susan se incorporó en la cama olvidándose de la sábana, dejando que cayera en torno a su cintura.

—¿Qué sabe Justin de Molly Palmer?

—Él fue el mejor amigo del hijo del senador cuando eran niños. Eran inseparables. Molly Palmer era la canguro de ambos. Así que sospecho que oyó o vio algo que no debía. Tal vez te suene el nombre de soltera de la madre de Justin: Overlook.

El corazón de Susan dio un brinco.

—¿Cómo el de la familia propietaria del
Herald
?

—Es una prima.

—Lodge es culpable, ¿verdad?

—Claro que es culpable, pero es una historia que jamás se hará pública en esta ciudad. —Buscó en el bolsillo de su chaqueta de lana gris y sacó algo que arrojó sobre la cama.

—¿Qué es eso? —preguntó Susan.

—Es tu cinta del 911. Si yo estuviera en tu lugar, me dedicaría al reportaje que sí saldrá en el periódico y me iría a bailar con el tipo que te la trajo.

Susan cogió la cásete y la giró entre sus manos.

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