Corazón enfermo (31 page)

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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Corazón enfermo
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Archie pareció considerar el asunto.

—El buen rendimiento de un coche es uno de los complementos importantes en una pareja potencial. —Le sonrió a Susan y después volvió a mirar hacia el jardín, en donde Charlene Wood había concluido su informe en directo—. Tengo que volver al trabajo, pero me encargaré de que alguien te lleve a casa.

—No es necesario. He llamado a Ian.

Archie se puso de pie y se volvió hacia Susan.

—¿Estás segura de que estás bien?

Ella entrecerró los ojos levantando la mirada hacia el cielo azul.

—¿Crees que alguna vez dejará de brillar el sol?

—Lloverá —replicó Archie—. Siempre llueve.

CAPÍTULO 38

Archie se encontraba en la parte posterior de la casa con Heary y Aune cuando el alcalde llegó con m¡ notas manuscritas, preparado para dar una rueda de prensa. Al igual que el jardín delantero, el de la parte de atrás «taba cuidado con obsesivo esmero. Se requería un enorme esfuerzo para mantener un jardín en condiciones óptimas durante la temporada de lluvias. En un extremo había un pequeño cobertizo de aluminio que la policía había vaciado, distribuyendo su contenido por los alrededores. La propiedad estaba rodeada por una verja ornamental de cedro. Archie vio acercarse al alcalde. Llevaba traje negro y corbata, y su cabello canoso estaba peinado cuidadosamente. A Buddy siempre le había sentado bien el traje y la corbata.

—¿Éste es el tipo? —preguntó el alcalde a Archie.

—Eso parece —respondió el detective.

Buddy sacó tinas gafas Ray Ban negras del bolsillo interior de su chaqueta y se las puso.

—¿Dónde está la chica?

Archie miró a Anne.

—En el río, probablemente.

—Mierda —exclamó el alcalde en voz baja. Tomó aire y asintió varias veces, como si estuviera escuchando una conversación que sólo él podía oír—. Muy bien. Entonces concentrémonos en el hecho de que ya no está suelto. —Miro a Archie por encima de sus gafas—. Tienes un aspecto horrible, Archie. ¿Por qué no te lavas un poco la cara y te adecentas antes de comenzar?

Archie se obligó a sonreír.

—Vale. —Lanzó una mirada irónica a Henry y a Anne y volvió a entrar en la casa.

En el interior, se oyó una voz desde la cocina de McCallum.

—Sheridan, ¿es usted?

Archie tuvo que detenerse y respirar varias veces lentamente, para acostumbrarse al fuerte hedor.

—Sí.

Un joven negro, con el cabello trenzado hasta los hombros y una bata blanca sobre su ropa de calle, estaba sentado en la mesa de la cocina, balanceando las piernas y escribiendo en un cuaderno.

—Soy Lorenzo Robbins.

—¿Pertenece al equipo forense?

—Sí —asintió—. Quería decirle que hay algunos problemas con el muerto.

—¿Algunos problemas? —preguntó Archie.

Robbins se encogió de hombros y siguió escribiendo en su libreta.

—Un 38 no es un arma pequeña.

—Cierto —dijo Archie con lentitud.

—Tiene retroceso. Con esa clase de herida directa al sistema nervioso central, pueden suceder dos cosas. O el arma estaba a cierta distancia, o el tipo sufre un espasmo cadavérico que le obliga a aferrar con fuerza el arma —explicó, señalando con su mano enfundada en un guante de látex.

Archie se volvió y observó a McCallum, que todavía yacía con la cara apoyada en la mesa. El arma había sido retirada para ser guardada como prueba.

—Un acto reflejo causado por la muerte.

Robbins dejó caer su mano.

—Sí, Si la muerte ha sido reciente, es fácilmente perceptible. La mano se pone rígida, pero el cuerpo no. Pero cu ando llegué, el cuerpo ya estaba rígido. Tal vez un espasmo cadavérico mantuvo el arma en su mano. Es posible, lo cierto es que esos espasmos son raros, a pesar de que en las películas se ven con mucha frecuencia.

—¿Qué quiere decir?

—Tal vez nada —replicó Robbins. Volvió a escribir en su libreta—. Hay una marca muy clara del cañón, así que el arma fue apoyada contra la piel al ser disparada. —Escribió algo más—. Pero no había restos de pólvora en la mano. Sí en el arma. Pero no en la mano.

Archie se acercó y le quitó el bolígrafo a Richard.

—¿Estás diciendo que no fue un suicidio? ¿Que alguien lo mató y le puso el arma en la mano?

—No —contestó Robbins. Miró al bolígrafo que le había quitado el detective, y luego a él—. Lo que digo es que los espasmos cadavéricos son raros y que no tenía restos de I pólvora en la mano. Probablemente fue un suicidio. Haremos la autopsia para tener más datos. Sólo le he anticipado alguna cosa. Para hacerlo más interesante.

—Maldición —exclamó Archie por lo bajo, mirando lacia arriba, frustrado. El techo era blanco, de él colgaba una lámpara con una sola bombilla. La luz estaba apagada.

—¿Ha apagado la luz? —preguntó Archie.

Robbins levantó la vista hacia la lámpara.

—¿Le parece que este es mi primer día de trabajo?

Archie dio media vuelta y asomo la cabeza por la puerta.

—¿Alguien ha apagado la luz? —gritó. Los policías jardín se miraron unos a otros. Nadie dijo nada.

Cerró la puerta y se volvió hacia Robbins.

—Entonces, si aceptamos la premisa de que nadie ha tocado el interruptor…

Robbins recuperó su bolígrafo de manos de Archie lo enganchó en su libreta.

—Entonces probablemente no se disparó a sí mismo en la oscuridad. El sol se pone al rededor de las seis. Lo que indica que debe de haberlo hecho antes. —Miro al cadáver. Pero no mucho antes. —Sonrió. Su piel morena hacía que sus blancos dientes resaltaran todavía más—. O tal vez, alguno de los policías que entraron aquí apagó la luz.

Archie podía notar el amargor del ácido estomacal en la lengua. Addy Jackson se había acostado a las diez de la noche.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Robbins.

—Me encuentro estupendamente —respondió Archie—. Nunca me he sentido mejor. Buscó un antiácido en el bolsillo y se lo puso en la boca. El dulce sabor, ligeramente pastoso, fue ahogado por el olor a carne en descomposición.

CAPÍTULO 39

¿Qué es lo que sientes? —pregunta Archie.

La codeína hace que las cosas parezcan mejores. No esta consciente del todo. Las heridas de su abdomen están enrojecidas y supuran. Puede sentir el ardor de la infección, pero no le importa. Ni siquiera le importa el denso olor putrefacto que lo invade todo. El sudor se pega a su piel húmeda y sus extremidades están débiles, sin vida; sin embargo él tiene la sensación de que su cuerpo esta relajado y calido, la sangre gelatinosa. Allí esta Archie. Y Gretchen. En aquel sótano. Es como estar en la sala de espera de la muerte. Entonces habla.

Gretchen está sentada en una silla junto u su cama, con una mano sobre la suya.

—¿Estabas allí cuando nacieron tus hijos?

—Sí.

Su mirada se vuelve distante mientras ella trata de ordenar sus pensamientos.

—Supongo que debe de ser algo así. Intenso, hermoso y terrible. —Ella se inclina hacia él, puede percibir su aliento en la mejilla cuando a cerca los labios a su oído—. Pensaste que V mis víctimas al azar. Pero no era así. Siempre hubo una cierta química. Yo lo notaba de inmediato. —Su aliento le hace cosquillas en el lóbulo de la oreja; la mano de ella estrecha la suya—. Una conexión física. Una chispa mortal. —Se volvió y miró hacia sus manos entrelazadas, su muñeca todavía atada con la correa de cuero—. Como si lo desearan. Yo los arrancaba del universo. Tenía sus vidas en mis manos. Lo que me sorprende es que la gente se despierte, vaya a trabajar y vuelva a su casa sin matar a nadie. Lo siento por ellos, porque no están vivos. Nunca sabrán lo que significa ser humano.

—¿Por qué utilizaste hombres?

Ella le lanza una mirada coqueta.

—Era mejor cuando mis amantes lo hacían. Me gustaba que ellos mataran para mí.

—Porque entonces tenías poder sobre dos personas.

—Efectivamente.

Archie deja que sus ojos se posen sobre el cadáver que continúa tendido en el suelo. Desde aquella postura no alcanza a ver la cabeza, sólo una mano, y había visto cómo la carne se oscurecía e hinchaba hasta volverse irreconocible, como un pájaro muerto en el extremo de una manga.

—Quién es el que está en el suelo? —pregunta Archie.

Ella mira hacia el cadáver sin interés.

—Daniel. Contacté con él por Internet.

—¿Por qué lo mataste?

—Ya no lo necesitaba —contesta, pasándole un delicado dedo sobre la piel del antebrazo—. Te tenía a ti. Tú eres especial, cariño. ¿No lo comprendes?

—El número doscientos. El bicentenario.

—Es más que eso.

Él comienza a creer que la entiende. Como si cuanto más se alejara de la vida, ella se volviera más diáfana. ¿Había nacido así? ¿o las circunstancias la habían convertido en lo que era?

—¿Quién te obligó a tomar líquido corrosivo, Gretchen?

Ella se rió, pero su risa no fue convincente.

—¿Mi padre? ¿Es ésa la respuesta que quieres oír?

—¿Te recuerdo a él? —preguntó Archie.

Él cree verla hacer un gesto de dolor.

—Sí.

—Termina ya con esto —le dice infructuosamente—.

Busca ayuda.

Ella agita las manos en el aire durante un momento.

—No soy así por su causa. Yo no soy una persona violenta.

—Ya lo sé —dice Archie—. Necesitas ayuda.

Ella agarra el bisturí de la bandeja, todavía manchado con su sangre, y lo sostiene contra su pecho. Comienza entonces a cortar. Él casi no puede sentirlo. La hoja es afilada pero los cortes que hace no son muy profundos. Él observa cómo su amoratada piel se va abriendo bajo el filo, y su sangre empieza a salir a borbotones, deslizándose roja y brillante a lo largo de la herida. Ésa es la sensación más fuerte: su sangre corriendo a los lados, dejando un reguero púrpura que se acumula bajo su pecho y, junto al sudor, empapa la sábana blanca. Él mira cómo ella juguetea con su cuerpo, con el ceño fruncido y un aspecto concentrado.

—Listo —dice por fin—. Es un corazón.

—¿Para quién? —pregunta él—. Pensé que íbamos a enterrar el cuerpo para que se quedaran con la duda.

—Es para ti —responde Gretchen entusiasmada—. Es pira ti, querido. Es mi corazón. —Mira con tristeza al pecho tumefacto de Archie—. Claro que se te infectará. Es Daniel. Su cadáver lo ha emponzoñado todo. No tengo los antibióticos adecuados para una infección de este tipo. Los que te estoy dando la ralentizarán, pero no tengo nada lo suficientemente fuerte para curarla.

Archie sonríe.

—¿Estás preocupada por mí?

Ella asiente.

—Tienes que resistir. Tienes que seguir con vida.

—¿Para que tú puedas matarme con el líquido de desatascar cañerías?

—Sí.

—Estás loca.

—No estoy loca —insiste ella, con un hilillo de voz a causa de la desesperación—. Estoy muy cuerda. Y si mueres antes de que yo te deje morir, entonces mataré a tus hijos querido. A Ben y a Sara. —Sostiene el bisturí con una enorme habilidad, como si fuera una extensión de su cuerpo, un dedo más—. Ben está en la guardería de la escuela Clark. Lo cortaré en rodajas. Harás lo que yo diga. Seguirás vivo hasta que yo quiera. ¿Entendido?

Él asiente.

—Dilo.

—Sí.

—No quiero ser mala —dice, suavizando su expresión—. Simplemente estoy preocupada.

—Bueno —dice él.

—Pregúntame cualquier cosa. Te diré todo lo que quieras saber sobre los asesinatos.

Siente una pulsación en su garganta y en su esófago. Tragar se ha convertido en un suplicio.

—Ya no me importa, Gretchen.

Ella hace un gesto de tristeza con la boca. Casi parece afligida.

—Eres el jefe de mi grupo especial. ¿No quieres oír mi confesión?

Él mira más allá de ella, hacia el techo, a los conductos de agua, a los tubos fluorescentes.

—Estoy tratando de luchar contra la infección.

—¿Quieres mirar el informativo? Podría traerte una televisión.

—No. —La idea de ver a su viuda en las noticias lo me da de temor.

—Vamos, hoy organizan una vigilia en tu nombre. Te alegrará.

—No. —En su mente busca algo con lo que distraerse. Déjame tomar más líquido desatascador —la mira, suplicando. No está mintiendo—. Vamos. —Está cansado—. Quiero hacerlo.

—¿De verdad quieres? —Ella sonríe satisfecha.

—Quiero beber ese líquido corrosivo —admite Archie enfático—. Dámelo.

Ella se pone de pie y realiza los preparativos, canturreando por lo bajo. En medio de la niebla provocada por la codeína, él permanece indiferente a todo. Es como mirar lo que sucede por un espejo retrovisor. Cuando ella regresa, repiten el ejercicio del día anterior. Esta vez el dolor es más intenso y Archie vomita sobre la cama.

—Es sangre —observa Gretchen complacida—. El veneno está corroyendo tu esófago.

«Fantástico», piensa Archie. Fantástico.

Se está muriendo. Gretchen lo tiene sedado con morfina por que ya no puede tragar las pastillas. Escupe sangre. No recuerda cuándo fue la última vez que ella se alejó de su lado. Siempre está allí, sentada, sosteniendo un paño blanco cerca de su rostro, para limpiarle la sangre cuando tose, o la saliva que no puede tragar. Puede oler el cadáver y escuchar la voz de ella, pero eso es todo. No existe otra sensación. No hay dolor. No hay sabor. Su visión se ha concentrado en un círculo de un metro escaso alrededor de su cabeza. Nota su presencia cuando ella lo toca, su cabello rubio, su mano, su brazo desnudo. Ya no es capaz de oler las lilas.

Gretchen acerca su rostro al de él y con delicadeza vuelve su cabeza para que pueda ver su expresión resplandeciente bajo la luz.

—Ya es la hora, otra vez —dice.

Él parpadea con lentitud. Está empapado de una oscuridad suave y cálida. Ni siquiera se da cuenta de lo que ella le dice hasta que siente la cuchara en la boca. Esta vez ya no puede tragar el veneno. Ella le echa agua por la garganta después de dárselo, pero él se ahoga y vomita todo el líquido. Todo su cuerpo se convulsiona, lanzándolo contra un negro muro de dolor que se extiende desde su entrepierna hasta sus hombros. Lucha por respirar, y en la confusión, su conciencia es obligada a regresar a su cuerpo, y todos sus sentidos se despiertan horriblemente. No puede reprimir un grito.

Gretchen sostiene su cabeza contra la camilla, apretando su frente contra la mejilla de él. Él se resiste, gritando tan fuerte como le es posible, dejando que todo el dolor y el miedo salgan de su cuerpo a través de sus pulmones. El esfuerzo le quema la garganta, y su lamento se convierte en asfixia y la asfixia en estertor. Cuando su respiración se normaliza, Gretchen alza la voz, y con lentitud comienza a secar el sudor, la sangre y las lágrimas de su rostro.

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