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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

Cortafuegos (53 page)

BOOK: Cortafuegos
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Acudieron al único restaurante vegetariano que éste conocía en Ystad. El inspector comió dando muestras de buen apetito. Modin, en cambio, inspeccionaba cada hoja de lechuga y cada trozo de verdura que se metía en la boca. Wallander jamás había visto a nadie masticar tan despacio.

—¡Vaya! Veo que eres muy cuidadoso con la cuestión de la comida —observó Wallander.

—Así es, quiero mantener la mente clara —explicó el joven.

«Y el culo limpio», pensó Wallander malicioso. «Sí, a eso tendré que dedicarme yo también».

A lo largo de la cena, se esforzó por mantener una conversación con Modin, cuyas respuestas fueron, no obstante, de lo más escueto. Wallander comprendió más tarde que se hallaba inmerso en sus elucubraciones en torno a las ristras de números y los secretos contenidos en el ordenador de Falk.

Poco antes de las siete, ya se encontraban de vuelta en la plaza de Runnerstróms Torg. Martinson aún no había regresado y Robert Modin tomó asiento dispuesto a reanudar su conversación con los colegas de Dalarna y California. Wallander se los imaginaba con el mismo aspecto que el joven que tenía a su lado en aquellos momentos.

—Nadie me ha seguido la pista —aseguró tras haber realizado una serie de complejas maniobras sobre el teclado.

—¿Y cómo lo sabes?

—Lo sé.

Wallander se rebulló en la silla plegable hasta adoptar la posición más cómoda. «Esto es como estar de cacería», se dijo. «A la caza de alces electrónicos que se ocultan en alguna parte, aunque no podamos saber de antemano por dónde aparecerán».

En ese momento, su móvil empezó a sonar y Modin, sobresaltado, dio un respingo.

—¡Cómo detesto los teléfonos móviles! —exclamó con determinación.

Wallander salió al rellano de la escalera. Al responder, comprobó que era Ann-Britt. El inspector le reveló dónde se encontraba y lo que habían sacado en claro hasta entonces del ordenador de Falk.

—El Banco Mundial y el Pentágono —repitió admirada—. Dos de los centros de poder absoluto de todo el mundo…

—Bueno, el Pentágono sí sé lo que es, claro. Pero del Banco Mundial no tengo una idea muy clara. Aunque Linda se ha referido a él en varias ocasiones, en términos muy negativos.

—Pues es el banco de los bancos. El que concede créditos, en especial a países del Tercer Mundo, al tiempo que, según se dice, impide que florezcan otras economías. A decir verdad, recibe numerosas críticas, puesto que para aprobar la concesión de créditos suele imponer exigencias no demasiado razonables a los solicitantes.

—¿Y tú cómo sabes todo eso?

—Mi ex marido solía toparse con esa institución cuando viajaba por ahí instalando bombas y a veces me lo contaba.

—Ya. Bueno, el caso es que aún sabemos bien poco acerca de este asunto. ¡Es todo tan confuso! —se lamentó Wallander—. Pero ¿por qué llamabas?

—Sí, verás. Se me ocurrió" que debía hablar de nuevo con el tal Ryss. Después de todo, él fue quien nos puso sobre la pista de Landahl. Por otro lado, empiezo a creer que, en el fondo, Eva Persson sabía bastante poco acerca de aquella Sonja Hókberg a la que ella, sin duda, admiraba. Está claro que miente, pero tengo la impresión de que también nos ha dicho una buena parte de verdad.

—¡Aja! ¿Y qué dijo? ¿No se llamaba Kalle?

—Eso es, Kalle Ryss. Bueno, pensé que sería oportuno preguntarle por qué habían cortado Sonja y él. Supongo que no se esperaba semejante pregunta y opuso cierta resistencia a contestarla. Pero yo no ce y, entonces, descubrí algo de lo más extraño: él la dejó porque ella j más había mostrado el menor interés.

—¿Interés? Pero ¿interés por qué?

—¡Vamos, hombre! ¿A qué crees que se refería? ¡Interés por el sexo, naturalmente!

—¿De verdad que te dijo eso?

—Pues sí. Cuando por fin se desató, lo dijo todo de golpe. La chica le gustó en cuanto la conoció, pero, con el tiempo, resultó que ella no tenía el menor interés por mantener relaciones sexuales y, al final, se cansó. Claro está que lo interesante de todo esto son las causas de tal desinterés.

—Que son…

—Ella le había contado que había sido violada hacía unos años y que aún sufría las secuelas de aquella experiencia.

—¿Quieres decir que Sonja Hókberg había sido violada?

—Según él, así fue. De modo que me puse a mirar en los registros en busca de informes antiguos, pero no hallé absolutamente nada sobre Sonja Hókberg.

—¿Y te dijo que sucedió aquí, en Ystad?

—Exacto. Pero ni que decir tiene que yo empecé a pensar en algo totalmente distinto…

Wallander supo enseguida a qué se refería su colega.

—Ya, el hijo de Lundberg, Carl-Einar, ¿no es eso?

—Precisamente. Ya sé que es una idea algo aventurada, pero no me negarás que entra dentro de lo posible.

—Dime, ¿cómo lo ves tú?

—Pues yo me imagino que Carl-Einar Lundberg se vio envuelto en un asunto de violación como sospechoso. Fue absuelto, pese a que había bastantes indicios que lo señalaban como el autor de la violación. Lo que, además, significa que nada impide que ya hubiese cometido el mismo tipo de delito con anterioridad. Pero Sonja Hókberg no acudió a la policía.

—Ya, ¿y por qué no?

—Bueno, son muchas las razones por las que las mujeres no denuncian que han sido violadas. Deberías saberlo.

—De modo que has llegado a una especie de conclusión, ¿me equivoco?

—Sí, pero muy provisional.

—Claro, pero, aun así, yo quiero oírla.

—Ahora viene lo más complicado. Ya sé que la posible verdad puede resultar algo rebuscada, lo admito. Pero, a pesar de todo, Carl-Einar era hijo de Lundberg, ¿no?

—¿Estás sugiriendo que se vengó en el padre de su violador?

—Bueno, eso al menos nos da un móvil. Por otro lado, conocemos un rasgo muy importante de Sonja Hókberg.

—¿Cuál?

—Que era pertinaz. Según tú mismo nos referiste, eso era lo que había dicho su padrastro, ¿no?, que tenía un carácter muy fuerte.

—Ya, bueno. En cualquier caso, a mí me cuesta imaginar que haya sucedido como propones. Era imposible que las muchachas supiesen que sería justo el taxi de Lundberg el que acudiría a cubrir la carrera. Y, además, ¿cómo iban a saber que él era el padre de Carl-Einar?

—Recuerda que Ystad es una ciudad pequeña. Además, tampoco sabemos cómo reaccionó Sonja. Quién sabe si no estaba totalmente obsesionada con la idea de la venganza. Las mujeres que sufren una violación quedan tremendamente afectadas. Supongo que la mayoría acaban por aceptarlo. Pero hay ejemplos de mujeres que han queda dominadas por la idea de vengarse.

Antes de proseguir, la colega hizo una pausa.

—Nosotros mismos nos las hemos visto con una de ellas, ¿lo | cuerdas?

Wallander asintió, antes de adivinar:

—¿Te refieres a Ivonne Ander?
[14]

—¿A quién si no?

Wallander rememoró lo sucesos acontecidos hacía ya algunos años, cuando una mujer sola cometió una serie de brutales asesinatos casi ejecuciones, contra otros tantos hombres que habían atacado a mujeres. Y fue precisamente durante aquella investigación cuando Ann-Brítt resultó gravemente herida.

Wallander comprendió que cabía la posibilidad de que, con todo, Ann-Britt hubiese dado con una pista que pudiera resultar decisiva. Por si fuera poco, aquello venía en cierto modo a confirmar sus sospechas de que el asesinato de Lundberg era un crimen «periférico», ajeno a la investigación, cuyo centro estaba constituido por la figura de Falk, su cuaderno de bitácora y su ordenador.

—Bien, en cualquier caso, deberíamos comprobar cuanto antes si Eva Persson tenía conocimiento de todo esto —convino el inspector.

—Sí, soy de la misma opinión. Además, también habría que averiguar si Sonja Hókberg llegó a casa malherida en alguna ocasión. La violación cometida por Carl-Einar fue brutal.

—Sí, tienes razón.

—Bien, yo misma me encargaré de ello.

—De acuerdo, cuando tengas la información, nos sentaremos a comprobar los datos a la luz de esta hipótesis.

Ann-Britt prometió que volvería a llamarlo en cuanto supiese algo más. Wallander se guardó el teléfono en el bolsillo y quedó pensativo en el oscuro rellano. Una idea había ido emergiendo paulatinamente a su conciencia. Ellos buscaban, en efecto, un núcleo, un punto en torno al cual fuese lógico que los sucesos se desarrollasen. Entre todas las vías de acceso alternativas que Wallander había intentado hallar, le parecía ahora que tal vez hubiese una más. Así, se preguntaba por qué habría huido Sonja Hokberg de la comisaría. No consideraba que hubiesen indagado muy a fondo sobre aquella cuestión, sino que se habían contentado con detenerse ante la explicación más inmediata: que la joven deseaba marcharse, liberarse de la responsabilidad, pues ya tenían su confesión. Pero Wallander empezó a barruntar que, de hecho, existía otra posibilidad: Sonja Hokberg bien podría haber escapado porque tuviese aún alguna otra cosa que ocultar. Y la cuestión era qué podía ser. Wallander presentía que, con aquella hipótesis que acababa de formular, se había aproximado a algo decisivo. En realidad, había una idea más rondándole la cabeza, otra pista que no alcanzaba a fijar en su mente.

Al final, cayó en la cuenta de qué se trataba: Sonja Hókberg podría haber huido de la comisaría con la vana esperanza de poder escapar, y, hasta ese extremo, el razonamiento del equipo podía considerarse acertado. No obstante, cabía la posibilidad de que alguien que la aguardaba fuera anduviese preocupado por que ella hubiese confesado algo más que el asesinato de un taxista. Algo relacionado con una circunstancia que nada tenía que ver con la venganza por una violación.

«Bueno, yo creo que esto concuerda», se dijo ufano. «Así encajamos la figura de Lundberg en todo este meollo y contamos con una explicación plausible a lo ocurrido. Había que ocultar cierta información que Sonja Hókberg podría habernos desvelado o que podría desvelar en el futuro. De modo que es asesinada para garantizar su silencio. Después, su asesino resulta, a su vez, asesinado. Al igual que cuando Robert Modin se empeña en borrar sus huellas en el ordenador, podría decirse que la vía abierta por la muerte de Falk ha sido recorrida por otros. Además, ¿qué fue lo que sucedió en Luanda?», prosiguió razonando el inspector. «¿Quién se oculta tras la letra ce? ¿Qué significado puede tener el veinte? Y, sobre todo, ¿qué información secreta es la que se guarda en ese ordenador?».

En este punto, se dijo que, en honor a la verdad, la conversación mantenida con Ann-Britt lo había sacado del letargo que había dominado su ánimo hasta el momento. Y así, regresó al despacho en que trabajaba Robert Modin con renovada energía.

Un cuarto de hora más tarde, también Martinson volvió al apartamento, donde no los privó de una prolija descripción de la increíble tarta que acababa de degustar. Wallander lo escuchó impaciente hasta que llegó el momento de explicarle al colega los resultados obtenidos durante su ausencia.

—¿El Banco Mundial? ¿Y qué tenía que ver Falk con esa institución?

—Exacto, eso es lo que deberíamos averiguar.

Martinson se quitó la cazadora, se apoderó de la silla plegable y fingió que se escupía en las manos en un gesto simbólico. Wallander refirió la conversación mantenida con Ann-Britt y notó que su colega era consciente de que aquellas novedades revestían una inusitada gravedad.

—Bien, esa hipótesis nos abre, al menos, una vía de acceso —se consoló una vez que Wallander hubo concluido.

—Pues yo creo que nos abre algo más —puntualizó éste—. Yo creo que nos abre las puertas de la lógica de todo este embrollo.

—A decir verdad, jamás me había visto envuelto en nada parecido —confesó Martinson meditabundo—. Pero piensa en los agujeros que presenta esta red de sucesos: seguimos sin tener una explicación sensata del hecho de que aquel relé apareciese en la camilla de Falk, en el depósito; asimismo, ignoramos por qué razón se les ocurrió llevarse el cuerpo, pues me niego a creer que el móvil principal fuese amputarle los dos dedos con los que escribía en el ordenador…

—Sí, y ésos son los agujeros que pretendo ir tapando —anunció Wallander—. Me marcho. Quiero hacer una síntesis completa, pero si hay novedades, me llamas de inmediato.

—Estaremos aquí hasta las diez —dijo Modin—. Necesito dormir algo.

Una vez en la calle, Wallander se sintió indeciso ante la duda de si resistiría trabajando unas horas más o si, por el contrario, también él debería marcharse a casa.

Tras una breve reflexión, resolvió que haría las dos cosas pues, en realidad, nada le impedía elaborar aquel resumen sentado a la mesa de su cocina. Lo que necesitaba era, ante todo, tiempo para digerir las sin gerencias y la información aportadas por Ann-Britt, de modo que se sentó al volante y puso rumbo a su apartamento.

Tras un largo y penoso sondeo de su despensa, halló una bolsa de sopa de tomate olvidada en el fondo. Siguió las instrucciones con sumo cuidado, pero aquello no sabía a nada. Le añadió entonces tanto tabasco que quedó demasiado fuerte. Decidió obligarse a ingerir la mitad, se preparó después un café bien cargado y extendió sus papeles sobre la mesa de la cocina. Muy despacio, comenzó a desbrozar de nuevo cada uno de los sucesos que, de un modo u otro, se habían rozado entre sí. Lo removió todo, avanzando y retrocediendo por el escabroso terreno que conformaban los hechos sin dejar de escuchar 1a voz de su intuición. En todo momento tenía presente la teoría de Ann-Britt, como una retícula invisible que matizase su razonar. El teléfono no lo molestó en ningún momento y, cuando dieron las once, se levantó para estirarse.

«Las inconsistencias son evidentes», concluyó. «Pero la cuestión es si Ann-Britt no nos habrá orientado, con su hipótesis, hacia una vía que nos permita avanzar».

Poco antes de las doce se fue a la cama. No tardó en caer vencido por el sueño.

A las diez en punto, Robert Modin anunció que lo dejaba. Recogieron los ordenadores del joven y Martinson lo condujo hasta Lóderup y lo dejó en casa, no sin antes acordar con él que volvería a buscarlo a las ocho de la mañana siguiente. El agente se fue directamente a su casa. En el frigorífico lo esperaba un buen trozo de la celebrada tarta.

Pero, ya en casa, Robert Modín no se fue a la cama. Era consciente de que no debía acometer aquello que se había propuesto. No en vano aún sentía vivo el recuerdo de lo ocurrido el día que logró forzar los muros electrónicos del Pentágono. Pero la tentación era, simplemente, irresistible. Por otro lado, había aprendido desde aquella funesta ocasión. Ahora se conduciría con más cautela. Jamás olvidaría borrar definitivamente su rastro tras cada intromisión.

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